Alfonso I el Batallador cumple los años el 10 de marzo.
Alfonso I el Batallador nació el día 10 de marzo de 7.
La edad actual es 2016 años. Alfonso I el Batallador cumplirá 2017 años el 10 de marzo de este año.
Alfonso I el Batallador es del signo de Piscis.
Alfonso I de Aragón (c. 1073-Poleñino, Aragón, 7 de septiembre de 1134), llamado el Batallador, fue rey de Aragón y de Pamplona entre 1104 y 1134. Hijo de Sancho Ramírez (rey de Aragón y de Pamplona entre 1063 y 1094) y de Felicia de Roucy, ascendió al trono tras la muerte de su hermanastro Pedro I.
Destacó en la lucha contra los musulmanes y llegó a duplicar la extensión de los reinos de Aragón y Pamplona tras la conquista clave de Zaragoza. Temporalmente, y gracias a su matrimonio con Urraca I de León, gobernó sobre León, Castilla y Toledo y se hizo llamar entre 1109-1114 «emperador de León y rey de toda España» o «emperador de todas las Españas», hasta que la oposición nobiliaria forzó la anulación del matrimonio. Los ecos de sus victorias traspasaron fronteras; en la Crónica de San Juan de la Peña, del siglo XIV, podemos leer: «clamabanlo don Alfonso batallador porque en Espayna no ovo tan buen cavallero que veynte nueve batallas vençió». Sus campañas lo llevaron hasta las ciudades meridionales de Córdoba, Granada y Valencia y a infligir a los musulmanes severas derrotas en Valtierra, Cutanda, Arnisol o Cullera.
A su muerte, y en lo que es uno de los episodios más controvertidos de su vida, legó sus reinos a las órdenes militares, lo que no fue aceptado por la nobleza, que eligió a su hermano Ramiro II el Monje en Aragón y a García Ramírez el Restaurador en Navarra, dividiendo así su reino.
Alfonso fue hijo del rey de Aragón y Pamplona, Sancho Ramírez, y de Felicia de Roucy. Pertenecía a la dinastía Jimena, una casa navarra de origen hispanorromano que había reemplazado a los Arista en el trono de Pamplona y se había expandido por casi todos los reinos de la península ibérica.
Dado que no fue el primogénito del rey, pasó sus primeros años en el monasterio de Siresa, (Valle de Hecho, en los Pirineos oscenses), mientras se formaba en «letras» y arte militar para ser un señor feudal durante el gobierno de su hermano Pedro I de Aragón. Su ayo fue Lope Garcés «Peregrino», que obtuvo posteriormente del rey la tenencia de Pedrola en agradecimiento a los servicios prestados. Más mayor es posible que fuera su maestro Esteban, canónigo de Jaca y futuro obispo de Huesca y Zaragoza.
Siendo infante, Alfonso Sánchez (como consta en diferentes documentos) se formó en las tareas de gobierno como tenente de Biel, Luna, Ardanés y Bailo, localidades de las Cinco Villas y la Jacetania cercanas a la frontera con los musulmanes. El territorio fue inicialmente de su hermano Fernando y Alfonso probablemente adquiriera el territorio tras la muerte de este en 1086. Reinando su hermanastro Pedro, vivió la cruzada de Barbastro en 1089 y participó personalmente en la toma de Huesca en 1096, comandando la vanguardia de la expedición y luchando en la batalla de Alcoraz, así como en la expedición de ayuda al Cid en tierras valencianas contra los almorávides, venciendo al ejército de Yusuf ibn Tasufin en 1097 en la batalla de Bairén. La campaña del Cid sería una gran influencia en las ideas estratégicas de Alfonso, al mostrar la debilidad musulmana y el potencial militar de un grupo de hombres decididos, incluso aunque no proveniera de la élite feudal. El éxito de la primera cruzada (1095-1099) fue también una importante influencia en el joven Alfonso.
Pese a que inicialmente el infante Alfonso Sánchez no estaba destinado a reinar, una serie de hechos despejaron su camino al trono. Antes de la muerte de su padre Sancho Ramírez había muerto su segundo hijo, Fernando, lo que lo dejaba a Alfonso Sánchez segundo en el orden de sucesión. Sancho Ramírez fue sucedido tras morir en 1094 durante un sitio a Huesca por su primogénito Pedro Sánchez. Pedro I se quedó a su vez sin herederos en los siguientes años pues perdió a sus dos hijos Inés (1103) y Pedro (1104), haciendo a Alfonso heredero aparente antes de morir él mismo en otra expedición militar en 1104.
Alfonso I gobernó como rey de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza y Pamplona. Sobrarbe y Ribagorza eran antiguos condados elevados a reino en el testamento de Sancho el Mayor y unificados con el vecino Reino de Aragón de Ramiro I, de igual origen, a la muerte de Gonzalo I. Pamplona era el tronco dinástico principal, que había sido igualmente unificado con Aragón tras la muerte de Sancho IV el de Peñalén en tiempos del padre de Alfonso. A la muerte de su hermano Pedro en el Valle de Arán, parte entonces de Ribagorza, Alfonso heredó un incipiente Reino de Aragón que, si bien había tomado en 1096 la principal ciudad del Pirineo, Huesca, tras vencer en la batalla de Alcoraz y había logrado conquistar en 1100 Barbastro, Sariñena y Bolea, había fracasado en el asedio de Tamarite de Litera de 1104 y veía amenazadas esas recientes conquistas. Probablemente con la muerte de Pedro I se perdieran las zonas no consolidadas en la frontera suroriental como Alcolea de Cinca.
Alfonso había participado como señor bajo el mando de su hermano en estas guerras y estaba familiarizado con la situación. Había problemas para encarar el asedio de ciudades fortificadas dada la nula experiencia en maquinaria de asedio, por lo que se recurría a una guerra de desgaste en campo abierto hasta que las plazas fortificadas aceptaban una rendición negociada. También se notaba la falta de apoyos internacionales al margen del tradicional respaldo del Condado de Urgel y de los condados bearneses y gascones. Su padre, Sancho Ramírez había estratégicamente elegido sus matrimonios (con Isabel de Urgel primero y con Felicia de Roucy, madre de Alfonso, después) para preservar dichas alianza. La prima de Alfonso, Talesa de Aragón, casó con Gastón de Bearn en 1085 para garantizar el apoyo del poderoso vecino norteño, que sería clave en el reinado de Alfonso.
El reino había comenzado, tras los esfuerzos de su abuelo Ramiro, su padre Sancho y su hermano Pedro, a desarrollar una primitiva estructura estatal. Estos habían promovido dos obispados ligados a la curia romana, vínculos importantes para justificar la elevación del estatus de condados a reino: el de Aragón, que tras la conquista de Huesca se había establecido en la nueva capital y estaba desde 1099 en manos del antiguo tutor de Alfonso, Esteban y el de Roda en la antigua parte oriental de Ribagorza. Pese a que los lazos romanos habían supuesto la introducción de la reforma gregoriana, Alfonso mantuvo al igual que sus predecesores una estrecha relación (similar a las iglesias propias) con los monasterios e iglesias que sus ancestros habían fundado para garantizar la población y cristianización del territorio. San Juan de la Peña y Santa María de Santa Cruz de la Serós funcionaban como monasterios familiares masculino y femenino de la casa real, con San Pedro de Siresa (donde se había formado Alfonso y se había iniciado el obispado aragonés), el monasterio de Montearagón y la brevemente sede catedralicia de San Pedro de Jaca (en manos de su hermano Ramiro) siendo importantes centros de poder desarrollados por el padre de Alfonso en Aragón. Sancho Ramírez también había desarrollado al oeste la sede de San Vicente de Roda como un segundo obispado y los monasterios de San Victorián (Sobrarbe) y Santa María de Alaón (Ribagorza). Los límites entre dichos obispados no estaban muy bien definidos, con ambos disputándose las zonas recientemente reconquistadas como Barbastro. A lo largo de los conflictos diocesanos Alfonso el Batallador mostró una mayor cercanía personal a su antiguo maestro, con el que compartía un carácter militante y enérgico, que con Ramón de Roda, originario de allende los Pirineos y con reputación de santo.
La mayoría del territorio estaba en manos regias, con un sistema de tenencias y honores donde el rey compartía los ingresos seculares de las localidades con gobernadores locales no hereditarios, muchas veces parientes del propio Alfonso. Además, de a antigua tenencia del propio Alfonso, reintegrada al dominio real con su ascenso al trono, se pueden mencionar los dominios de Berta de Aragón, viuda de su hermano que mantenía como reina viuda el llamado reino de los Mallos en la zona de Riglos y los de su tío Sancho Ramírez, que disfrutaba de diversos señoríos como Aibar, Atarés y Javierrelatre y tenencias como Benabarre. Una de las tenencias claves del reino era el regnum de Monzón, dada su condición de frontera en disputa con los musulmanes al sureste. Esta tenencia había sido de su tío Sancho Ramírez hasta que este marchó a peregrinar a tierra santa.
En general, estas poblaciones de fronteras estaban regidas por los fueros de Sobrarbe y de infanzones, buscando atraer y fijar la población militarmente apta que se necesitaba para defender el reino. No era inusual que miembros de la pequeña nobleza que destacaban en la lucha con los musulmanes recibieran ascensos sociales mediante tenencias. Así, las crónicas registran como tenentes en algunas localidades a antiguos compañeros de batalla de Alfonso, especialmente una vez que el hasta ahora infante comienza a reinar. Así constan Barbatuerta (Azara), Castán y su hijo Fortún (a los que el propio Alfonso donó su antigua posesión de Biel una vez en el trono), Bacalla y su hijos Lope Ferrench y Gome (Luna), García y su hijo Gil (Atrosillo), Fortún Maza (quizás en Abizanda) y su posible pariente Ferriz de Lizana, Eximén Aznárez (Oteiza) o Tizón (Buil). Estos habían combatido junto al ahora rey en Alcoraz y Bairén y fueron también fieles apoyos en su reinado.
Fuera de este régimen feudal general se encontraba la ciudad de Jaca, al que el padre de Alfonso había dado fuero propio para atraer población de más allá de los Pirineos e incentivar el comercio a través del camino de Santiago. El éxito de esta iniciativa llevó a ampliar dicho fuero a Sangüesa, Estella y Tafalla. Alfonso continuó con ese proyecto durante su reinado, extendiendo estos fueros por su reino.
Por el este el reino no tenía una frontera clara con los diferentes territorios herederos de la marca hispana, si bien los registros documentales atestiguan que entre 1108 y la muerte de Alfonso en 1134, el Batallador era «rey en Pallás y Arán». Esto parece ser resultado de la reciente descomposición del condado de Pallars en los condados de Pallars Jussá y Pallars Sobirá y la estrecha relación desarrollada con el primero bajo el reinado de su hermano Pedro I de Aragón. La presión de los más fuertes gobernantes de Aragón y Urgel y las luchas entre primos pusieron habitualmente a los pequeños condados bajo protección de sus respectivos vecinos. Pallars Jussá parece haber caído bajo la zona de influencia de Aragón y Pallars Sobirá bajo la de Urgel. A cambio, Pedro I y Alfonso I tras su hermano, respetaron las propiedades hereditarias que los condes de Pallars tenían en Ribagorza desde antes de que fuera unificado con Aragón y les premiaron con nuevas tenencias como Fantova.
Asimismo, la histórica alianza urgelitana había puesto en ocasiones a urgelitanos como tenentes en Aragón (Barbastro bajo Armengol III de Urgel) en paralelo a una compleja política matrimonial que puso al leonés y aliado de Alfonso, Pedro Ansúrez, en la regencia de Urgel hasta c. 1117, haciendo esa frontera aun más difusa. Pese a ello, Alfonso nunca se tituló rey más allá de Pallars. Una equilibrada política exterior con lazos con Aragón pero también con sus rivales (reino de León y condado de Barcelona) permitieron a Urgel mantener un estatus independiente hasta 1208. Más al este se hallaba el condado de Barcelona, una potencia rival en auge regida por Ramón Berenguer III que había integrado otros condados catalanes y logrado una unión dinástica con el condado de Provenza. Los proyectos de Ramón Berenguer de expansión hacia el sur y el oeste suponían la amenaza de una carrera para tomar plazas clave a los musulmanes.
Al oeste, incluía una Navarra que había perdido lo que hoy es La Rioja, Álava, Vizcaya y la parte occidental de Guipúzcoa en favor de Castilla. El territorio quedaba reducido a la zona nuclear de la actual Navarra, concedida como condado de Navarra bajo homenaje al monarca leonés. Incluía Pamplona, que había dado nombre históricamente al reino y era sede episcopal bajo Pedro de Roda, fiel partidario del padre de Alfonso y posteriormente del propio Alfonso. Al haber perdido Nájera, importante ciudad del reino y lugar del monasterio de Santa María la Real de Nájera, el monasterio de Leyre pasó a ser la otra gran iglesia en Navarra. Los límites con la diócesis aragonesa de Esteban fueron también motivo de controversia pues la ribera del río Onsella había sido disputada por ambos reinos antes de su unificación.
Esta Navarra probablemente conservara una salida al mar por Guipúzcoa dado que hay documentos de su hermano Pedro relativos al monasterio de Leire y San Sebastián y parece que Alfonso era soberano al noreste sobre los dominios de Íñigo Vela, señor de Guevara y Oñate y tenente de Baztán, Echauri, La Borunda y Hernani. También había caído bajo la soberanía del padre de Alfonso la tenencia de su pariente jimeno Sancho Garcés que abarcaba la zona de Sangüesa y Uncastillo. El hijo de Sancho y pariente de Alfonso I, Ramiro Sánchez de Pamplona, ocupaba un papel importante en la corte como tenente de territorios tanto en Navarra como en Aragón y fue designado en 1104 por Alfonso como tenente de Monzón. Otros magnates navarros como Sancho Sánchez, tenente de Erro y gobernador de Pamplona o Tafalla, habían mostrado lealtes mixtas entre Castilla y Aragón, aunque Sancho Ramírez pudo reprimir sus revueltas y aparecen como vasallos relevantes a lo largo del reinado de Alfonso I. En el momento de su ascenso al trono, Sancho Sánchez seguía siendo el gobernador de buena parte de Navarra. La frontera con los musulmanes pasaba al sur por la merindad de Tudela y la comarca hoy llamada de las Cinco Villas.
Más al oeste estaban los señoríos castellanos de Diego López de Haro (Señorío de Vizcaya, Haro y tenencias en Álava, Rioja y Guipúzcoa), García Ordóñez (Condado de Nájera y tenencias de Grañón y Calahorra), Íñigo Jiménez (Señorío de los Cameros y Viguera) y Gómez González (conde de La Bureba) que ocuparían luego papeles destacados en el reinado de Alfonso como vasallos o enemigos. Aunque antiguamente estos territorios habían estado vinculados al reino de Pamplona, la pujanza de León y Castilla había hecho retroceder la influencia navarra en la zona. Castilla había sido previamente unida en 1072 al reino de León de Alfonso VI, que también había conquistado la taifa de Toledo y se había convertido de esa forma en la principal potencia peninsular justo al oeste de las posesiones que heredaba su tocayo el Batallador.
Apenas coronado en 1104, Alfonso comenzó a dar los pasos que con el tiempo llevarían a la conquista de Zaragoza. Antes de finalizar 1106 tomaba la madina de Siya (actual Ejea de los Caballeros), una posición estratégica importante para asegurar la frontera sur-occidental. Ese mismo año cayeron Tauste y Sádaba, completando así la conquista de la actual comarca de las Cinco Villas. Ello cerraba el valle del Ebro por el oeste e interrumpía la ruta entre Saraqusta y Tudela (una de las tradicionales ciudades secundarias de la taifa zaragozana). Alfonso participó en primera línea en la campaña, estando a punto de ser capturado o muerto en al menos una ocasión.
También en 1105-1106 mandó reforzar varios castillos vecinos a Zaragoza que amenazaban la capital del rey musulmán Al-Musta'in II y habían sido construidos por Sancho Ramírez y Pedro I. Uno de los castillos, muy cercano a Zaragoza, construido en 1101 por Pedro I, tomó su nombre del grito de guerra cruzado Deus lo vol (Dios lo quiere) dando origen al topónimo contemporáneo de Juslibol. Los restos de este castillo son conocidos como el "Picote de San Martín". A unos cuatro kilómetros de esta posición avanzada se fortificó el castillo de Miranda y el pueblo de Miranda; un poco después el castillo de Alfocea y a unos veinte kilómetros de la capital de la Taifa de Saraqusta, aguas arriba del Ebro en la desembocadura del Jalón, fue erigida la fortaleza-palacio de El Castellar en 1091 por Sancho Ramírez y su hijo Pedro I. También se construyeron atalayas de vigilancia como la Torre de Candespina en Sobradiel. Ello no solo reforzaba la zona recién conquistada, sino que ponía bajo observación una de las rutas desde la secundaria taifa de Calatayud a la capital zaragozana. Se trataba de una estrategia diseñada para aprovechar la ruptura de la línea defensiva zaragozana que había supuesto la caída de Huesca. En una llanura abierta como la del norte del Ebro, era posible realizar cabalgadas bastante en profundidad en el territorio musulmán.
La toma de Balaguer a los musulmanes por el aliado condado de Urgel en 1106 abrió nuevas oportunidades para Alfonso en su frontera oriental. Alfonso envió ayuda a cambio de propiedades en Balaguer (Cerced, dada al obispo de Roda). Pero sobre todo, supuso la ruptura de la línea defensiva musulmana al norte de Lérida. Alfonso siguió acorralando Zaragoza por el este al completar la conquista de la Hoya de Huesca, los Monegros (tomando el sur de la Sierra de Alcubierre) y reforzar el área de Barbastro y Monzón. La marca fronteriza que suponía el regnum de Monzón pasó a ser una prioridad por su carácter de zona vulnerable a los ataques musulmanes desde Lérida. Alfonso conquistó Tamarite de Litera y San Esteban de Litera en 1107 cumpliendo así con un objetivo en el que su hermano Pedro I había fracasado. Es con esta expansión en el oriente que por primera vez Pallars se reconoce como parte de los dominios de Alfonso. Así, en un documento de 1108 se señala que Alfonso reinaba en Aragón, Pamplona, Sobrarbe, Ribagorza, Pallás y Arán.
Parte de las actuales franja de Aragón y de la provincia de Lérida quedaron en manos musulmanas, empero. Aunque Alfonso amplió su reino al sur llevando sus fronteras hasta río Ebro y el Cinca, Fraga y Mequinenza aún eran musulmanas al norte del Ebro y garantizaban la conexión entre Saraqusta y su sufragánea taifa de Lérida. Alfonso probablemente fortificara hacia 1109 Velilla de Cinca para servir posición avanzada contra Lérida de forma análoga a Juslibol y El Castellar con Zaragoza. Asimismo, la ribera del río Gállego (con plazas como Zuera, Almudévar o Gurrea de Gállego) estaban aún por conquistar al norte de Zaragoza.
Tras su coronación en 1104, había surgido el problema dinástico de que el nuevo rey superaba la treintena y no estaba casado. El único miembro restante de la casa real era su hermano Ramiro, de carrera eclesiástica. Su boda, razón de estado, fue calculada considerando las diversas casas reales ibéricas con hijas casaderas. No fue el único buscando estratégicas alianzas matrimoniales: los éxitos contra los musulmanes de Alfonso VI de León habían traído un contraataque musulmán liderado por el movimiento almorávide. En 1109, sabiendo cercano su final, Alfonso VI decidió el matrimonio de su hija Urraca con el rey de Aragón, interesado en el apoyo militar que su nuevo yerno, veterano combatiente, podía proporcionarle. Alfonso VI había perdido su único heredero varón Sancho en la batalla de Uclés (1108) y se había visto incapaz de asegurar el terreno de las actuales provincias de Soria, Guadalajara y Cuenca por lo que la alianza parecía necesaria para evitar males mayores. El matrimonio se celebró a comienzos de octubre del 1109, año en el que moriría el padre de Urraca, en el castillo de Monzón de Campos, con el alcaide de la fortaleza, don Pedro Ansúrez, apadrinando el enlace.
Alfonso, que aunque tenía unos treinta y seis años hasta entonces había permanecido soltero, probablemente fuese estéril.
La falta de vástagos del matrimonio condenó este al fracaso y rey aragonés, tras la separación de Urraca, no volvió a tomar esposa y murió sin descendencia en 1134. Antes de casarse, según parece, Urraca y Alfonso acordaron las capitulaciones de esponsales por el que se designaban recíprocamente en soberana potestas en las posesiones del otro. Pero se convenía que si el matrimonio tenía descendencia, este hijo pasaría a ser el heredero, lo que relegaba al primogénito del anterior matrimonio de Urraca con Raimundo de Borgoña, Alfonso Raimúndez (futuro Alfonso VII), que hubiese perdido sus derechos al trono de León en tal eventualidad. Entre los contrarios a este enlace matrimonial se destacaron los nobles gallegos, debido a la pérdida del entonces infante de cinco años Alfonso Raimúndez (futuro Alfonso VII) de los derechos al trono del reino de León y Castilla tras el pacto matrimonial firmado entre Urraca y Alfonso I de Aragón, que estipulaba que los derechos de sucesión pasarían al hijo que pudieran tener. No obstante, en caso de que el matrimonio no tuviese descendencia, las tierras del rey aragonés pasarían Alfonso Raimúndez junto con las de Urraca.
Otra importante facción contraria a Alfonso I de Aragón fue la formada por los eclesiásticos franceses de origen borgoñón que se habían establecido en el camino de Santiago durante el reinado de Alfonso VI, bajo la protección del primer marido de Urraca, perteneciente a la casa de Borgoña. Los eclesiásticos eran también señores de muchos territorios, por lo que se oponían además a las políticas proburguesas del rey aragonés, que de triunfar verían considerablemente reducido su poder. Se trataba de una peligrosa oposición pues su contacto con el papa Pascual II permitiría con el tiempo que se anulara el matrimonio, que los cronistas castellanos llamaban «las malhadadas bodas» o «mal-abitas bodas» por incestuosas al ser ambos cónyuges bisnietos de Sancho Garcés III de Pamplona el Mayor.
La acción política de Alfonso en los reinos de León, Castilla y Galicia fue por ello muy dificultosa. Sin embargo pudo apoyarse en la primitiva burguesía de las poblaciones a las que ofreció fueros y privilegios parecidos a los otorgados en las que repobló en Aragón. Así, Alfonso I apoyó el establecimiento de villas francas y estimuló el comercio en todo el Camino de Santiago. Estas garantías, libertades y exenciones creaban un sector social franco o libre, en detrimento de los impuestos, que eran la fuente del poder de la aristocracia feudal, lo que concitó su impopularidad entre la nobleza. Urraca se apoyó en estos últimos estamentos privilegiados cuando se desató la lucha entre facciones enfrentadas y entre partidarios de uno u otro cónyuge del matrimonio real.
Alfonso I también mantuvo su política militar de dar la tenencia de castillos y plazas fuertes a sus leales: nobles aragoneses y navarros, y veteranos compañeros de batallas y caballeros fieles de su hueste, lo que fue incrementando la enemistad que provocaba en León y Castilla. Sintiendo que perdían poder en la corte, los grandes señores de la corte leonesa comenzaron a conspirar contra el rey.
Además, el conde Gómez González, había sido antes de la muerte de Alfonso VI pretendiente a casarse con Urraca, y todo indica que mantenía relaciones amorosas con ella. Antes de la muerte del monarca leonés, un grupo de nobles castellanos se habían reunido cerca de Toledo, en Magán, para proponer al moribundo rey a Gómez González como candidato a esposo de la futura reina aunque, sin atreverse a planteárselo formalmente al viejo monarca, consiguieron que lo hiciera el médico personal del rey, un judío llamado Cidiello. Alfonso VI recibió airado la noticia, al comprobar la oposición de una parte de la nobleza castellana a los planes que había diseñado de casar a su hija con el experimentado rey aragonés. Sin embargo, el conde Gómez González reunió partidarios y preparó un levantamiento armado contra Alfonso I.
La respuesta de Alfonso, veterano guerrero curtido en muchas batallas, fue rápida y enérgica. Sabedor de la oposición que el arzobispo de Compostela, Gelmírez, y el conde de Traba, tutor del infante Alfonso Raimúndez, le deparaban, marchó con sus huestes aragonesas y pamplonesas y les infligió una dura derrota en el castillo de Monterroso (actual provincia de Lugo), en 1109. Contaba el Batallador con el apoyo en Galicia de la ciudad de Lugo, que había sido el epicentro de revueltas de la pequeña nobleza gallega y había sido entregada hace pocos años por Alfonso VI al obispo para pacificarla. También contaba con Pedro Arias, señor de Deza y archienemigo del conde de Traba. En general, la burguesía de Lugo y Compostela y la pequeña nobleza que encabezaban los Arias mostraron amplios recelos sobre los intentos de Gelmirez y Traba de consolidarse como grandes magnates y regentes del joven Alfonso Raimúndez. El mensaje transmitido a los descontentos fue que el Batallador estaba resuelto a aplastar militarmente cualquier intento de rebelión en su contra. Sin embargo, la dureza en la represión militar en Monterroso ahondó la enemistad de Alfonso I con la nobleza gallega y el partido de Gelmírez y Traba.
La derrota militar de los enemigos del Batallador implicaba que la oposición tuvo que reorganizarse. A lo largo de 1110 Alfonso recibió homenajes en territorio castellano y Urraca en tierras aragonesas, en cumplimiento de las capitulaciones matrimoniales. Sin embargo, la tensión militar era evidente. Urraca concedió privilegios a Diego López de Haro, señor de Vizcaya y Haro y sucesor de García Ordóñez en la estratégica tenencia de Nájera, para reforzar su partido, que se agrupaba en Castilla en torno al conde Gómez González. También se muestra cercano al partido de la reina Pedro González de Lara, conde de Lara y tenente en Medina del Campo, Palencia y numerosos otros lugares.
Algunos autores interpretan las donaciones que Alfonso I hizo en estas fechas a monasterios como Valvanera, Santo Domingo de la Calzada y San Salvador de Oña como un intento de reforzar las lealtades de estos y contrapesar al partido de Urraca. Alfonso contaba además en principio con el apoyo de su aliado, Pedro Ansúrez, al que logró sumar al conde Enrique de Portugal, que pese a sus lazos familiares con el infante Alfonso Raimúndez, veía en Gelmírez y él un obstáculo para su propia expansión.
Un intento musulmán de aprovechar ese mismo año la dedicación de Alfonso a la política leonesa fue desbaratado con la victoria del Batallador sobre al-Mustain I, rey de la taifa de Zaragoza. Al-Munstain había lanzado un contraataque al norte del Ebro, revirtiendo algunos de los avances en años previos de Alfonso en el eje entre Tudela y Zaragoza, pero fue rechazado al tratar de penetrar más al norte y amenazar Olite en la batalla de Valtierra del 24 de enero de 1110. La derrota llevó a la taifa a pagar parias a Urraca para prevenir más ataques de Alfonso y al descrédito de la dinastía hudí, que fue sustituida por los almorávides. Los últimos hudíes se refugiaron en la fortaleza de Rueda, que era considerada inexpugnable. Alfonso mientras dotó de fuero a Ejea en 1110 para garantizar su repoblación cristiana en la zona que había arrebatado a los musulmanes en los años previos y prevenir nuevos ataques. El fuero data aproximadamente de finales de julio, después de la retirada de Alfonso el 5 de julio de 1110 de una expedición punitiva a Zaragoza tras Valtierra, desplazándose con su ejército hasta Ejea.
Entre el 1110 y 1111, el conde Gómez González, cabecilla del partido de Urraca, trató de convencer a la reina de que el príncipe Alfonso debía convertirse en el rey legítimo de Castilla como hijo biológico de la reina de León y Castilla, para que apoyase el levantamiento de la nobleza contra Alfonso. Este hecho convirtió el conflicto político en una guerra abierta entre el monarca aragonés y facciones de la nobleza leonesa, castellana y gallega. El fuerte carácter de Alfonso I y el choque con la personalidad de su mujer (las crónicas leonesas, castellanas y gallegas, siempre antialfonsíes, ponen en boca de Urraca que Alfonso «le pegó con manos y pies») llevaron al fracaso del matrimonio. Se dice que Alfonso temía que la proximidad entre el conde y su mujer fuera sinónimo de infidelidad de ella, razón por la que podría haberla repudiado. A todo esto se sumaba la iniciativa del arzobispo de Toledo Bernardo de Sedirac, también contrario al aragonés, que solicitó la nulidad al papa. La condena papal del matrimonio llegó durante el verano del 1110, mientras Alfonso combatía a los rebeldes gallegos.
Declarada la guerra civil entre los partidarios de Urraca y Alfonso, este la declaró incapaz de gobernar e hizo que la encerraran en El Castellar, en Aragón, a consecuencia de una conspiración en la que Urraca ordenó a los tenentes de fortalezas en los reinos de León y Castilla que no obedecieran las órdenes de su marido. La encarcelación provocó una ruptura política irreconciliable con la facción de los altos prelados Bernardo de Sedirac de Toledo y Diego Gelmírez de Compostela así como con la nobleza aristocrática acaudillada por Pedro Froilaz y Gómez González. Alfonso se vio obligado a llevar a cabo una exitosa invasión de Castilla con tropas navarras y aragonesas sin más apoyo que el del conde de Portugal. En pocas semanas sometió las ciudades de Palencia, Burgos, Osma, Sahagún, Astorga y Orense, con una rapidez que le ganó reputación de invencible entre sus enemigos. En las localidades a lo largo del camino de Santiago encontró Alfonso focos de apoyo que compartían con él un enemigo común en el alto clero castellano (véase la paralela revuelta burguesa de Sahagún contra sus abades, la coalición de dichos burgueses de Sahagún con los burgueses de Burgos y Carrión y el papel de Pedro Ansúrez, señor de Valladolid en el bando de Alfonso).
Aprovechando esta distracción y las consecuencias de Valtierra,monasterio de Sahagún. Las noticias de la incursión y de las maniobras del arzobispo de Toledo para pedir la nulidad del matrimonio provocaron que Alfonso marchase con su ejército al sur castellano en una expedición punitiva. Ocupó la ciudad de Toledo en abril de 1111 y Alfonso sustituyó al hostil arzobispo Bernardo de Sedirac. Toledo tendría una guarnición aragonesa, a mando de un comandante de nombre Oriel hasta 1113.
el conde Gómez González lanzó una incursión sobre El Castellar, liberó a la reina Urraca y la llevó alAlfonso terminó de suprimir la revuelta castellana ese mismo año. En la batalla de Candespina del 26 de octubre de 1110, sita en el actual municipio segoviano de Fresno de Cantespino, obtuvo otra victoria. Se enfrentaron las huestes navarro-aragonesas de Alfonso y del conde Enrique de Borgoña contra las tropas fieles a Urraca y Gómez González. Las fuerzas de Alfonso se encontraban debilitadas por el abandono de la facción de Pedro Ansúrez, que se había pasado a Urraca. Sin embargo, el bando de Urraca no estaba tampoco unido debido a los celos entre sus favoritos, los condes Gómez González y Pedro González de Lara. La batalla fue una victoria absoluta de Alfonso, que no solo aniquiló las fuerzas enemigas sino que supuso la muerte del conde levantisco, dejando a la reina en muy mala situación. Diversas localidades del sur castellano cayeron entonces en manos de los partidarios de Alfonso. Urraca optó por pactar con el conde Enrique, ofreciéndole la partición del reino como había hecho Alfonso; logró que el conde cambiase de bando y juntos asediaron al soberano aragonés en Peñafiel, aunque no pudieron rendir la plaza. Al mismo tiempo que marchaban al norte a trazar la división del reino, Urraca trataba en secreto con Alfonso. Con la connivencia de Urraca, Alfonso avanzó rápidamente hacia el oeste y estuvo a punto de apresar a Teresa en Sahagún. Urraca se retiró a las montañas gallegas. Para finales de año, constan documentos firmados conjuntamente por Alfonso y Urraca.
La nobleza gallega encabezada por el obispo de Santiago de Compostela Diego Gelmírez y el tutor del infante Pedro Froilaz el conde de Traba pasó a liderar la oposición a Alfonso I tras la desaparición de Candespina y el ayo del joven príncipe proclama en la catedral de Santiago a Alfonso Raimúndez, con siete años de edad, «rey de Galicia» el 19 de septiembre de 1111. Es discutido el sentido de esta proclamación, sin que pueda dilucidarse si se pretendía con ello establecer un reino independiente o no, pero lo más probable es que simplemente se tratara de otorgar la categoría de correinante a Alfonso Raimúndez con un grado igual al de su madre Urraca. La inhábil política de Gelmírez al no facilitar la sumisión de Portugal, cerró el camino para el triunfo de la revuelta, que obtuvo apoyo entre la nobleza gallega, pero que también generó opositores entre los sectores partidarios de Alfonso el Batallador, como ocurrió en Lugo. Esta plaza fue sometida por los enemigos de Alfonso antes de que estos marchasen León.
La actitud de Urraca I en todo el conflicto es discutida: mientras que la Historia compostelana (que es una fuente parcial, pues se trata de una biografía dedicada a exaltar la política del obispo Gelmírez) señala que Urraca estuvo de acuerdo con la coronación de Alfonso Raimúndez (pese a que ello hubiera supuesto aceptar una corregencia dirigida por Gelmírez y sus colaboradores), existe un documento que manifiesta que el 2 de septiembre de 1111 (solo quince días antes del acto de la proclamación de su hijo como «rey de Galicia») Urraca firmaba en Burgos junto con su esposo Alfonso el Batallador una donación a favor del monasterio de Oña, y en octubre lo hacía del mismo modo en otra suscrita en Briviesca. Ambos documentos fueron redactados por el canónigo de Santiago de Compostela, cuyo cargo lo hace cercano al obispo Gelmírez, por lo que el juego de alianzas políticas dista de ser sencillo.
El Batallador se dirigió contra los partidarios de Alfonso Raimúndez en Galicia, pues estaba incorporada de derecho a su reino por las capitulaciones matrimoniales, que establecían que un hijo de Alfonso y Urraca podría reinar los territorios de ambos. Los derrotó en Villadangos en octubre o noviembre de 1111 con la ayuda del conde de Portugal, Enrique de Borgoña, tío de Alfonso VII. Con esta victoria Alfonso I de Aragón desbarató el intento político de Diego Gelmírez, obispo de Santiago de Compostela y sus partidarios, capturó a Pedro Froilaz (que sería liberado poco después) y debilitó a sus oponentes. El Batallador sitió en Astorga a los últimos restos de la rebelión. Sin embargo, Gelmírez y Alfonso Raimúndez consiguieron huir in forti Castello Orzilione (quod Castrum est in Castella), llevando al niño con su madre. El lugar donde Urraca se alojaba y donde Diego Gelmírez llevó al infante Alfonso Raimundez probablemente fuera Orcellón en la diócesis de Orense en un distrito conocido como Castela.
En 1112 el papa Pascual II hizo oficial la amenaza de nulidad, excomulgándolos si permanecían juntos. Alfonso, profundamente religioso, la repudió definitivamente. Pedro Froilaz y Gelmírez emprendieron mientras una campaña en 1113-1114 contra las guarniciones de Alfonso, sitiándolo en Carrión y derrotando contingentes aragoneses en Atapuerca y Burgos. Burgos caería en manos de Urraca poco después. En cambio, la situación en la frontera parece favorable a Alfonso I y puede reemplazar en 1113 al levantisco Diego López de Haro por el noble navarro Fortún Garcés Cajal en la estratégica tenencia de Nájera. En el sur, Álvar Fáñez aseguró Toledo para Urraca. La situación se consolidó y se hizo oficial en un concilio celebrado en Palencia en 1114. Aun así, el panorama político era complejo, como muestran las revueltas burguesas en Segovia contra los partidarios de Urraca (donde muere Álvar Fáñez) o el intento de los burgaleses de elegir al hermano de Alfonso, Ramiro, como obispo de Burgos. En la primavera del 1114, Segovia y Toledo reconocieron la autoridad de Alfonso, probablemente buscando auxilio frente a la presión almorávide desde el sur, y el mismo año sucedió lo propio con Sahagún, Carrión y Burgos.
Alfonso pasó a ser únicamente rey de Aragón y Pamplona, a pesar de tantas luchas, y dirigió sus objetivos a la reconquista del Valle del Ebro, con la toma de Saraqusta en mente, proyecto casi abandonado durante sus cinco años de matrimonio y regencia castellana (1109-1114). No obstante, siguió utilizando el título de rey de Castilla y el de imperator totius Hispaniae producto de la tradición imperial de León y no renunció a los enclaves por él repoblados, fortificados y gobernados por sus tenentes en los actuales País Vasco, La Rioja, Burgos, Palencia, Soria, Segovia, Guadalajara y Toledo.
Destacan especialmente las tenencias en las manos navarroaragonesas de Íñigo Jiménez (Cameros), y Fortún Garcés Cajal (Nájera), que se habían mantenido fieles a Alfonso I en la guerra civil mientras que Diego López de Haro, señor de Haro y Vizcaya había alternado bandos e intentaría una revuelta en 1116, sofocada por Alfonso I. Parece que en enero de 1117 el Batallador estaba sitiándole Haro y ya en febrero de ese mismo año Diego López aparece en los documentos reales de Alfonso I, probablemente sometido o habiendo cambiado de bando de nuevo. Alfonso logró en los años siguientes evitar la concentración de poder en la zona colocando a tenentes independientes como Lope López (Calahorra) y Lope Yáñez (Arnedo). También retiene los monasterios de San Millán de la Cogolla y sus propiedades, y muy probablemente los de San Prudencio de Monte Laturce, Santo Domingo de la Calzada y Nuestra Señora de Valvanera. La sede del obispado de la zona, disputado entre varias localidades, acababa de volver a Calahorra y se encontró desde 1118 en manos de Sancho de Funes, ferviente partidario de Alfonso (hasta el punto de ser llamado Sancho de los Aragoneses en las crónicas catedralicias).
También abundaron las tenencias en manos navarras y aragonesas en la cuenca burgalesa del Ebro, destacando especialmente la de Tedeja/Medina de Pomar. Otras tenencias documentadas en el periodo incluyen, de norte a sur, Piedralada, Belorado, Cerezo, Pedroso y Oca en los montes que desde las anteriores van hacia el sur, Bilibio y Cellorigo en la frontera con La Rioja. Por las confirmaciones de donaciones que emite, parece que también retuvo las tierras del monasterio de Oña. Más al norte, la sumisión de López de Haro y el vasallaje de la familia Vela ponían el actual País Vasco bajo Alfonso.
Asimismo, muchas localidades en el camino de Santiago, que habían apoyado a Alfonso I en el reciente conflicto, retuvieron lugartenientes y guarniciones de Alfonso incluso en enfrentamiento con facciones prourraca. Son conocidos los casos de Paredes Rubias y de Castrojeriz, en tenencias leales a Alfonso. Además, Alfonso no abandonó a los burgueses de Sahagún que le habían apoyado, poniendo una guarnición bajo el gobierno de un Giraldo proaragonés apodado el diablo en las crónicas del rival monasterio de Sahagún y ejerciendo su poder en la zona mediante las misiones de su pariente materno Beltrán de Risnel en Sahagún, Carrión (de la que fue reconocido como conde) y Burgos. Sin embargo, Alfonso no intentó separar estos últimos territorios de la jurisdicción castellana. En cambio, la posterior guerra civil entre Urraca y su hijo Alfonso Raimúndez (bajo control de Gelmírez y Froílaz, que se beneficiaban de una regencia en su minoría en vez de un gobierno de Urraca) siguió dando ocasiones al Batallador para preservar su influencia en el reino de Castilla durante varios años más. Contaba para ello en general con las simpatías de los burgueses del camino de Santiago por su política favorable a los fueros y al comercio con los francos, pero encontró un duro contrapeso en el obispo Pascual de Burgos y en su sucesor Simón, que buscaron restablecer su poder en la diócesis y la autoridad de Urraca. La propia ciudad de Burgos cambió lealtades en varias ocasiones.
Alfonso también mantuvo buenas relaciones con los territorios castellanos en la frontera con los musulmanes, constando en documentos actos regios que afectaban a poblaciones como Sepúlveda, Pedraza, Sotosalbos o Segovia incluso años después de la nulidad del matrimonio, la repoblación por Alfonso I de zonas de frontera, su asistencia a Toledo contra incursiones almorávides o su reconquista en 1112 a los musulmanes de localidades sorianas como Campisábalos, Atienza, y Medinaceli. Ciudades como Segovia o Toledo oscilaron lealtades hasta fechas tan tardías como 1122. Algunos autores han señalado que el choque entre el partido borgoñón de Gelmírez y el aragonés de Alfonso mostraba un conflicto más profundo en la forma de llevar a cabo la Reconquista, donde Gelmírez representaba la continuidad de la política feudal de Alfonso VI y el Batallador la continuidad de la visión de hombres de frontera del Cid. En ese marco, Alfonso I tendría el apoyo del campesinado que buscaba tierras seguras, tanto de los ataques musulmanes como de los grandes poderes feudales del propio reino. En oposición a Alfonso, además del empuje almorávide se encontraba la sede de Toledo que tenía categoría arzobispal y reclamaba nombrar obispos para Sigüenza y Osma. Aunque los contraataques musulmanes habían privado a los obispos nombrados por Bernardo de Sedirac de control efectivo sobre los territorios que reclamaban, contribuyeron otro factor para que Alfonso no terminara de consolidar su dominio en dichas zonas.
En 1117 suscribió una tregua con Urraca, que renovó en 1120.Olmedo y Fresno, por tierras entonces dominadas por el infante Alfonso Raimúndez, al que se cree que deseaba intimidar para que respetase la tregua que había acordado años antes con su madre. Sus actos en las tierras al sur del Duero fueron en general conciliatorias para con los leoneses y la campaña fructífera, pues el soberano aragonés no volvió a estas regiones durante el reinado de Urraca. La paz en los territorios castellanos convenía a las dos partes: a Alfonso le permitía concentrarse en la conquista y repoblación del Ebro y a Urraca, tratar de someter a su hermana Teresa en el oeste. En cuanto al infante Alfonso, obtuvo del monarca aragonés la aquiescencia para gobernar las tierras al sur del Duero y para adueñarse de Sigüenza, a cambio de conservar sus plazas castellanas a lo largo del Camino de Santiago. El pacto entre leoneses y aragoneses debió acordarse a finales del 1122 o comienzos del año siguiente.
Siguió titulándose señor de Castilla e, intermitentemente, emperador. A finales del verano y durante el otoño del 1122, hizo una amplia incursión en Castilla, pasando porDurante sus años de política leonesa, Alfonso había intervenido en la Reconquista a la defensiva. Había repelido ataques en 1110 de al-Mustain en Valtierra, de sus sucesores almorávides en 1112 en la comarca de Huesca, enviado al obispo Esteban de Huesca a apoyar a sus aliados urgelitanos ante una incursión musulmana en 1114, y auxiliando a Toledo y Segovia contra los almorávides en 1114 (que parecen haber vuelto temporalmente a su lado a cambio). Anulado el matrimonio, Alfonso comenzó una nueva etapa más ofensiva centrado la conquista de Zaragoza, que tras la derrota de Valtierra había sufrido descontento popular y había caído en manos de los almorávides.
Zaragoza (en árabe, Saraqusta o a veces Madînat al-Baida, la ciudad blanca) era una de las principales ciudades de al-Ándalus y, fruto de su capitalidad de fronteras, uno de los principales reinos taifas musulmanes. En su mayor esplendor dicha taifa había abarcado desde Tudela hasta Tortosa, dependían de ella Tudela, Huesca, Lérida, Tarragona y Calatayud y recibía vasallaje de Valencia y Denia. Su fortaleza, frente a los vastos territorios despoblados en la frontera de Castilla y León había sido la causa de la menor expansión del Reino de Aragón. A principios del siglo XII la gobernaban los hudíes. Sin embargo, la derrota de Valtierra les había llevado a pagar parias a Urraca para granjearse la protección castellana contra Alfonso, tras la muerte de al-Mustain en la batalla y la sucesión por su hijo Abdelmalik. Su situación se fue haciendo más comprometida a medida que el rey Alfonso demostraba su poderío en el norte y los almorávides en el sur. Las parias pagadas a los castellanos enervaron a los más nacionalistas, que hicieron caer la ciudad en manos almorávides.
El destronado rey zaragozano huyó a Rueda de Jalón donde creó un pequeño reino sobre el valle del Jalón. Su odio a los almorávides le llevaría a aliarse con Alfonso posteriormente contra aquellos que le habían destronado. El gobierno almorávide en la ciudad del Ebro vino personificado por Muhammad ibn al-Hayy, que había retomado Valencia tras su captura por el Cid, (1110-1115) e Ibn Tifilwit, cuyo gobierno vino marcado por sus desavenencias con el filósofo y visir Avempace (1115-1117). Su único avance contra Alfonso fue la toma de la fortaleza de Juslibol. En 1117 la ciudad de Zaragoza quedó, tras la muerte del gobernador, en manos del rey de Murcia.
Desde 1115 Alfonso retomó la estrategia de pinza para aislar Zaragoza por el oeste y el este. Los primeros movimientos de Alfonso fueron dirigidos a restaurar y ampliar la frontera occidental frente a Tudela que había sufrido la expedición de Al-Mustain en 1110. Las crónicas recogen de nuevo la conquista de Tauste en 1115 que pese a haber sido tomada antes junto a Ejea parece estar de nuevo en manos musulmanas.
Probablemente se hubiera perdido durante la campaña de Valtierra.La campaña militar se vio después interrumpida por la política doméstica. En 1116, el obispo Esteban de Huesca resolvió expeditivamente sus conflictos de lindes con Ramón de Roda expulsándole de Barbastro por la fuerza, con la aquiescencia o al menos la falta de respuesta de Alfonso. El Batallador probablemente consideraba la actitud del obispo de Roda inútil en un contexto de guerras constantes mientras que Esteban había sido uno de sus más útiles vasallos. Ramón se exilió en Francia mientras que Esteban volvía a tensar su relación con el papado (al que ya se había enfrentado en tiempos de Pedro I por sus disputas con el obispo de Pamplona).
De finales de 1116 a principios de 1117 acometió Alfonso el sometimiento de Diego López de Haro y logró la tregua con su exmujer, reanudando sus campañas contra los musulmanes tras ello. Ese año continuó avanzando en la parte occidental al empezar la conquista de la Comarca de Tudela, haciéndose con Fitero, Corella, Murchante, Cascante, Monteagudo y Cintruénigo. Les otorgó el disfrute de los montes colindantes en régimen de facerías (uso compartido).
Replicando lo que había hecho una década antes movió después su atención a la frontera oriental. En el mismo 1117 corrió las tierras de Lérida, amenazando la ciudad misma.Morella en 1117, aunque el éxito del contraataque almorávide y la evolución de la frontera en los años siguientes hacen dudoso que se pudieran consolidar este u otros avances en la parte suroriental.
Diversas huestes almorávides se juntaron para obligar al Batallador a abandonar su intento de tomarla. Pudo ser en esa campaña cuando tomóEn una cronología confusa para los historiadores entre la conquista del territorio de Tudela en 1117 y la primera mitad de 1118, Alfonso marchó a Bearne para estrechar relaciones con Gastón IV. Gastón era un veterano occitano de las Cruzadas en Tierra Santa, de costumbres guerreras y religiosas similares al aragonés y señor de un vizcondado de fuerzas parejas a las de Aragón. Era además experto en armas de asedio como había demostrado en la toma de Jerusalén de 1099, cuando luchaba bajo Raimundo IV de Tolosa, con lo que acumulaba una experiencia en sitios de ciudades que podía ser vital para el rey Alfonso. No se sabe mucho de cómo nació su buena relación, probablemente basada en sus experiencias vitales similares forjadas en la guerra contra el musulmán, pero llegaron a ser amigos íntimos. El principio, como se ha dicho es confuso, y puede que ya estuvieran colaborando antes de 1117: el vizconde de Bearne aparece como tenente de Barbastro en 1113, sin que se sepa la razón. Entre 1117 y 1118 en un concilio en Bearne se firmó un compromiso de colaboración con Aragón.
Tampoco se sabe si Gastón de Bearne influyó en otros nobles occitanos, pero con el respaldo del papa, que otorgó bula de cruzada y los beneficios religiosos asociados, muchos se sumaron a la campaña contra Zaragoza, a pesar del recuerdo de la derrota en 778 de Carlomagno, presente en las leyendas a través del Cantar de Roldán. Una bula de Gelasio II ratificó el Concilio de Toulouse de febrero de 1118 y reafirmó al ejército que se estaba congregando para conquistar la ciudad blanca.
En marzo de 1118, se congregó un gran número de caballeros y señores franceses y gascones en Ayerbe, bajo el mando de Alfonso. La lista incluye, además de Gastón, a su hermano Céntulo de Bigorra, a Bernard de Comminges, Guillermo IX de Aquitania y Bernard Atón de Beziers, con sus huestes y vasallos. Acudieron asimismo fuerzas del también aliado condado de Urgel, de Pallars, ya que el conde Arnal Mir de Pallars Jussà fue feudatario de Alfonso I de Aragón, así como de la propia Ribagorza. También como vasallo estuvo Diego López de Haro, señor de Vizcaya. Los vasallos eclesiásticos presentes incluían a Guillermo de Pamplona, Esteban de Huesca y San Ramón de Roda, que en con la excepción del segundo eran ellos mismos de allende los Pirineos. Estuvo también Sancho de Funes, abad de Nájera y poco después obispo de Calahorra. A través de ellos la Iglesia colaboró fuertemente en la financiación de la campaña.
Marcharon al sur, conquistaron Almudévar, Gurrea de Gállego y Zuera, y sitiaron a finales de mayo Zaragoza. Se sabe poco de cómo se desarrolló el asedio. Varios historiadores consideran que se cortó el suministro de agua, que entraba por el canal de la Romareda para acelerar la caída de la ciudad. Los nueve meses que duró el asedio significaron una gran prueba para la moral y salud de las tropas cristianas, que probablemente harían en invierno una retirada temporal, pues los hombres dormían a la intemperie. Por su parte, los almorávides enviaron fuerzas de Córdoba y Granada para desbaratar el cerco, infructuosamente. Zaragoza finalmente se rindió el 18 de diciembre de 1118, tras haber perdido toda esperanza de socorro. Se suele indicar como hito de la caída la toma del Torreón de la Zuda, sede del gobierno musulmán y fortificación del recinto amurallado.
Alfonso recuperó la antigua sede episcopal, cuyo ocupante parece haber sido motivo de disputas. Alfonso parece haber preferido a Esteban de Huesca, siempre cercano a él y que había colaborado de forma vital en la campaña. Estaba sin embargo reciente la disputa con Ramón de Roda, que había puesto en conflicto a Esteban con la Santa Sede y pudo motivar la elección final de Pedro de Librana, monje bearnés preferido por el papa. Ordenó erigir una nueva iglesia sobre la antigua capilla mozárabe de El Pilar, convertir la mezquita mayor de la ciudad en catedral y otorgó concesiones a los benedictinos para que fundasen un monasterio en el Palacio de la Aljafería, edificio que se constituyó en residencia real de los reyes de Aragón. A la ciudad Alfonso le ofreció en fuero para atraer pobladores cristianos.
Las capitulaciones de la ciudad reconocían a los musulmanes el derecho a quedarse en Zaragoza, con la condición de habitar en los arrabales en el plazo de un año, durante el cual las mezquitas seguirían cumpliendo su función; a pagar los mismos impuestos que hasta la conquista, a mantener sus propiedades rurales y a practicar su religión y ser juzgados por sus propias leyes. Se reconocía el derecho de marchar libremente a los que lo desearan. Con estas condiciones ventajosas, Alfonso trataba así de evitar la despoblación de la ciudad, especialmente conservando a los artesanos y comerciantes, asimilando a los mudéjares, lo que marcaría el arte de la ciudad. Para organizar la coexistencia, Alfonso I dispuso un sistema de aljamas que garantizaban el respeto entre comunidades religiosas como en otras ciudades de su reino.
Tras todo eso, la medina o ciudad vieja fue repoblada con cristianos que habían participado en la toma de la ciudad. Se calcula que, de los cerca de veinte mil musulmanes, muchos permanecieron, y con la llegada de nuevos habitantes la población creció y la ciudad se expandió extramuros. Gastón IV de Bearne recibió la tenencia de la ciudad en recompensa a sus esfuerzos.
Una vez tomada Zaragoza, el rey de Aragón proyectó la conquista de las poblaciones al sur del río Ebro.Fuentes de Ebro o Alfajarín. Probablemente por esas fechas fueran Belchite (que en 1119 recibió un primer fuero) o Cariñena los puntos más al sur de Zaragoza bajo dominio cristiano siendo posiblemente el puerto de montaña de Paniza el que sirviera de frontera natural al sur.
En 1119 se culminaron las operaciones en torno a Zaragoza conquistando localidades de sus inmediaciones comoDespués de ello la atención de Alfonso pasó a Tudela, siguiente foco de poder musulmán en el Ebro. Tudela cayó tras un breve sitio el 25 de febrero de ese año. Fue seguida de toda la dehesa del Moncayo y la ribera del río Queiles, incluyendo Ágreda, Vozmediano, Tarazona, tras otro breve sitio, con su comarca y el valle del río Alhama con Cervera del Río Alhama en cabeza, Alfaro, Tudején y Castillón (fortalezas hoy en ruinas en Navarra).
También tomó por esas fechas la ribera alta del Ebro, donde desemboca el río Jalón, y el cauce del río Huecha con Novallas, Magallón, Alberite de San Juan, Mallén, Alagón, Pedrola, Novillas, Épila y Ricla... Los repartió entre sus tenientes y hombres de confianza, siendo la extensión de las nuevas conquistas de tal magnitud que algunos autores lo ven como la semilla de la transición del sistema de tenencias al de señoríos hereditarios en el valle del Ebro. Es significativa la entrega de Alagón a su antiguo ayo, Lope Garcés Peregrino, con la que dio origen a la casa de Alagón, que se convertiría en uno de las grandes casas nobiliarias del reino. Otra importante concesión fue la de Urrea a Pedro Jiménez, probablemente pariente del leal Íñigo Jiménez de Cameros. Pedro Jiménez fue justicia de Aragón, uno de los principales cargos de la corte, y se convertiría en fundador de la casa de Urrea, otro de los principales linajes del reino. Alfonso sometió asimismo a vasallaje el reino hudí de Imad al-Dawla en Rueda de Jalón y Borja, último reducto de la dinastía musulmana local que los almorávides habían depuesto y que buscaba venganza contra ellos.
En 1119 también reconstruyó la ciudad abandonada de Soria y repobló su comarca. Alfonso VI de León había llegado a tomar Almazán, Gormaz y Medinaceli en 1098-1104 pero la contraofensiva de los almorávides y la catástrofe de Uclés en 1108 habían hecho efímeras esas conquistas y había convertido la zona en una frontera poco poblada que ahora amenazaba con flanquear las nuevas posesiones de Alfonso I. Repoblar la zona se hacía necesario para evitar contraataques musulmanes desde el valle del Duero. Al sur, estas campañas de 1119-1120 dejaron la frontera en posiciones defendibles gracias a los puertos de montaña en sitios como Ágreda y Lanzas Agudas y el apoyo del reino hudí en el curso bajo del Jalón.
En 1120, mientras sitiaba Calatayud, siguiente gran centro de poder musulmán, con sus fuerzas y las de aliados del otro lado de los Pirineos como Guillermo IX de Aquitania, recibió noticias de que los almorávides marchaban desde sus bases en Valencia para intentar reconquistar Zaragoza. Alfonso y sus aliados levantaron el asedio y marcharon a interceptarlos. El avance musulmán por un antiguo camino romano en la cuenca del río Turia y del Guadalaviar, pasaba por lo que hoy es Teruel. Alfonso los encontró en Cutanda, en el valle del río Jiloca. La batalla de Cutanda se recuerda como la mayor victoria de Alfonso: en el siglo XIV aún se decía «peor fue Cutanda» para referirse a logros que parecen imposibles. A pesar de ser inferiores en número, las fuerzas aragonesas aplastaron a las musulmanas y obtuvieron su victoria el 17 de junio de 1120, acabando definitivamente con las esperanzas musulmanas de recuperar Zaragoza. También cae probablemente en esta fecha el iqlim (distrito) de Qutanda, con la zona cercana (Calamocha...) y quizás el de Sahla, que cubrían la ruta desde Valencia.
Tras su victoria su ejército retomó la conquista de Calatayud. Calatayud cayó en 1121, siendo seguida por las tierras de las actuales Bubierca, Alhama de Aragón y Ariza. Con ello cayó el tramo actualmente aragonés del valle del Jalón. Las operaciones militares siguieron con la caída de Daroca (1122) y su distrito (incluyendo los actuales Torrelacárcel y Singra y los ojos del Jiloca) lo que suponía el curso del principal afluente del Jalón, el Jiloca. La caída de la zona supuso otro severo golpe a la influencia de los almorávides, a los que puso en franco retroceso. La campaña de 1122 acabó con Carabantes (en la actual provincia de Soria), Ariza (en Aragón), Milmarcos, Anchuela y Guisema (en la actual provincia de Guadalajara) como posiciones más avanzadas. Frente a ellos, la antiguas taifas de Molina y Albarracín, ahora ambas en manos almorávides, marcaban la frontera en las estribaciones de la serranía de Cuenca. Al oeste se encontraban las tierras castellanas y leonesas, sobre las que Alfonso incursionó en otoño de 1122 para presionar a Alfonso Raimúndez a respetar la tregua pactada con su madre en 1117.
La amplitud de las nuevas tierras conquistadas plantearon retos para garantizar su población cristiana. La población mozárabe original era significativa en localidades como Tudela, Calatayud, Daroca, Alagón y Tamarite de Litera. Aun así era necesario consolidar y repoblar el territorio, ante la marcha de parte de la población islámica. El antiguo sistema de presura, por el cual el rey y sus tenientes repartían las tierras abandonadas tras la conquista dio oportunidades a altoaragoneses, navarros y gascones para asentarse como se ve en topónimos, numerosos estudios onomásticos, lingüísticos y religiosos.
Desde 1120 el Batallador dotó de fueros numerosas ciudades como Soria (1120), Funes, Marcilla y Peñalén (1120), al Burgo Nuevo de Sangüesa (1122), Puente la Reina (1122), Araciel (1123), Cabanillas (1124), Carcastillo (1125) ... incentivando así la repoblación y asentamiento del territorio. Son muchas veces llamados fueros de francos porque incentivaban la creación de los burgos francos, con inmigrantes franceses. La evolución cronológica de las zonas repobladas muestra cierto uso del concepto de profundidad estratégica, normalmente dándose fuero a los territorios un tiempo tras la conquista, cuando la frontera ya había avanzado más y se buscaba crear una estructura territorial de retaguardia. Alfonso empezó dotando de fueros a la zona del Camino de Santiago que servía de conexión con el otro lado de los Pirineos y continuaba la obra de su padre Sancho Ramírez, para seguir asegurando la zona cerca de Tudela y el Ebro cuando la frontera ya se aproximaba al Jalón.
Alfonso se preocupó también de recuperar las antiguas sedes episcopales de época romana y visigótica, siendo estas claves para construir una administración cristiana en ciudades que acababan de perder sus instuciones islámicas. Recreó y donó recursos para los obispados de Calahorra (recuperado de Nájera en 1116), Zaragoza (recreado en 1118), Tarazona (recreado en 1119) y aseguró y amplió los obispados recreados por Alfonso VI como Sigüenza (tomado a los musulmanes y repoblado 1121-1124), Segovia (1122-1123) y Osma. Además de para garantizar la repoblación, los obispado eran claves para justificar el control del territorio: la diócesis de Tarazona sirvió por ejemplo para legitimar la repoblación de Soria frente a las revindicaciones de los obispados castellanos de Osma y Sigüenza mientras que estos últimos legitimaban las reivindicaciones castellanas a Soria y el Jalón. La presencia pese a ello de los obispos de Segovia, Osma y Sigüenza en actos de Alfonso I muestra de nuevo la complejidad del juego político de la época.
A pesar de estos habitantes mozárabes cristianos, la población islámica siguió siendo significativa, destacando especialmente el caso de Borja. Dicha localidad había quedado en las campañas de 1119 como un exclave nominal del reino vasallo hudí rodeado por las poblaciones tomadas por Alfonso. Parece que hacia 1122, una vez terminadas las conquistas militares, se pactó su entrega pacífica con condiciones favorables a la población musulmana local. Además Borja y del resto del reino vasallo hudí en el Jalón (quedando población significativa en Terrer o Arcos de Jalón ), otras ciudades que se habían rendido tras la toma de Zaragoza y la batalla de Cutanda y conservaron significativa población musulmana (mudéjares) fueron Pedrola, Fuentes de Ebro, Pina y Gelsa en el Ebro, Cuarte, Cadrete, María, Mezalocha y Muel a lo largo del río Huerva, Letux, Codo y Belchite en la frontera sureste con los musulmanes y las poblaciones a lo largo del Queiles y Huecha como Tarazona. Muchos de los mudéjares y muladíes continuaron trabajando sus tierras tradicionales como exáricos, ante el colapso económico que hubiera supuesto su marcha. Los fueros de Alfonso típicamente les permitieron quedarse en las ciudades en aljamas extramuros con sus propias instituciones.
Para asegurar militarmente estas conquistas al sur del Ebro, Alfonso fundó en 1122 en Belchite una orden militar: la cofradía de Belchite. Fue la primera de estas características en la península ibérica y fundada a semejanza de la Milicia de Jerusalén y de las establecidas en las Cruzadas. Los cofrades y sus bienhechores recibirían beneficios de cruzada no solo para la conquista de una ciudad como hasta entonces había sucedido. Su probable zona de acción territorial estaba en el sur de Zaragoza y el curso bajo del río Huerva (Cariñena, Belchite) que desde 1119 había caído en manos de Alfonso pero carecía de grandes defensas naturales contra posibles contraataques islámicos.
También en 1122 Alfonso recibió homenaje de Céntulo II de Bigorra, veterano de sus campañas y hermano de su aliado Gastón que había ascendido al trono de Bigorra y tenía una dependencia nominal pero inefectiva del ducado de Aquitania. Céntulo recibió nuevas posesiones en el valle del Ebro para repoblar, destacando la tenencia de Tarazona. Una vez tomada Zaragoza, Aragón se había convertido en un centro de poder propio con fuertes vínculos con Bearn y Bigorra. Autores como Lema Pueyo han defendido que esto fue fruto de una política deliberada de Alfonso, que al dar tenencias y posesiones a un lado de los Pirineos ataba a sí a señores occitanos que podían volverse sus vasallos o aliados también en el otro lado de la cordillera, donde ya habían tenido aspiraciones en el pasado los monarcas navarros. Entre los nobles que llegaron por esa época a su corte se encuentra su primo materno, Rotrou III de Perche, que se convertiría en uno de sus lugartenientes de confianza y al que daría la tenencia de Tudela.
En 1123 se enfrentó con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer III, por la ciudad de Lérida, que ambos ambicionaban tomar. En 1120, su gobernador había pactado con Berenguer Ramón III la cesión de castillos en el frontera del Segre como Corbins y su apoyo contra Tortosa. Esto irritó a Alfonso al trasladar la presión barcelonesa hacia sus tenencias en el Cinca. Chalamera, Zaidín y Velilla tenían o habían tenido tenentes aragoneses, pero su control efectivo se veía obstaculizado por la presencia musulmana en Alcolea y la alianza entre Lérida y Ramón Berenguer, por lo que podrían haber vuelto a manos musulmanas. El Batallador, ayudado a su vez por sus históricos aliados urgelitanos, tomó Alcolea de Cinca. En paralelo Alfonso Jordán, pretendiente a los condados de Tolosa y Provenza, libró una campaña contra Ramón Berenguer reivindicando sus derechos al Languedoc en lo que ha sido visto por algunos historiadores como una continuación del conflicto a través de cadenas de alianzas transpirenáicas tradicionales. El Batallador sitió a continuación Lérida en 1123 y tomó o erigió el Castillo de Gardeny en una de las colinas de las inmediaciones. Cercó la plaza en vano durante la primavera y la primera mitad del verano. Según Zurita, la intervención de diversos prelados y barones catalanes y aragoneses puso fin al conflicto entre Alfonso y el conde, al llegar al compromiso mutuo de abstenerse de emprender ninguna acción contra Lérida. De todos modos, poco después, en 1124, un ejército almorávide derrotó a Ramón Berenguer III en la batalla de Corbins, lo que obligó al conde barcelonés a renunciar al objetivo de Lérida.
Al igual que había hecho en Belchite, Alfonso estableció en 1124 en Monreal del Campo la Militia Christi de Monreal, Militia Caesaraugustana u Orden de Monreal, que tuvo su base en la recién fundada ciudad de Monreal (situada en los ojos del Jiloca), esto es, 'mansión del rey celestial' y recibió una zona de influencia en el área del Jiloca y Teruel, y su término adjudicado hasta Segorbe. Su objetivo era dirigir la reconquista con vistas a la toma de Tortosa y con ello a dar al reino una salida al Mediterráneo. El valle del Jiloca, convertido en zona de frontera, fue repoblado y fortificado.
También en 1124 reprimió una revuelta de Diego López I de Haro y Ladrón Íñiguez, poderosos señores feudales de Vizcaya, Álava y La Rioja, que apoyaban a su exmujer Urraca. En marzo penetró en La Rioja y en julio asedió Haro, fortaleza de López. Alfonso los derrotó rápidamente y procedió a dividir a sus enemigos. El primero desparece de las crónicas tras la revuelta, mientras que Ladrón Íñiguez parece reconciliarse con el rey. Para estabilizar la situación, Alfonso concedió privilegios a Santo Domingo de la Calzada y reemplazó a López de Haro de numerosas tenencias en favor del leal Fortún Garcés Cajal (que parece el designado por Alfonso para La Bureba) y de Ladrón Íñiguez (que aparece como tenente de Álava, Estíbaliz, Haro y otros territorios). La casa de Vela pasaría desde 1125 a ser defensores de la pertenencia de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa en el reino de Pamplona mientras la casa de Haro se vuelven sus enemigos y defensores del bando castellano.
Para septiembre de 1124 el rey ya estaba de vuelta en la frontera meridional.Medinaceli. La caída del valle bajo del Jalón en 1120-1122 había dejado el curso alto del río en una situación similar a Soria en 1119, como un cuello de botella para prevenir ataques desde el valle del Tajo. En esa misma campaña colaboró con el obispo Bernardo de Agén en la toma de la ciudad de Sigüenza, y en la restauración y repoblación de su obispado en lo que es otra muestra de la complejidad política del momento. Aunque Bernardo fuera casi seguramente favorable a Urraca, necesitaba de la colaboración militar de un Alfonso que aún se consideraba rey de Castilla para arrebatar a los musulmanes su sede episcopal. Leopoldo Torres Balbás atribuye a Alfonso I la decisión de ubicar junto al castillo la primitiva medina de la Sigüenza medieval. Fue probablemente durante esta campaña que Alfonso I tomó el castillo de Santiuste un poco al sur y fundó la vecina localidad de Aragoncillo.
Parece que en ese mismo año toma a los musulmanesLa gran extensión de los nuevos territorios incorporados al Reino de Aragón obligaba al Batallador a atraer gran cantidad de población para repoblar campos y villas y mantener la economía del país. Conociendo la insatisfacciónmozárabe en territorio musulmán ante el aumento del fanatismo religioso de la nueva corriente religiosa norteafricana almorávide, y alentado por los mozárabes de Granada, que le ofrecían su apoyo para rebelarse en esta ciudad del sur de al-Ándalus, Alfonso acometió una expedición militar por tierras musulmanas.
de la numerosa poblaciónEn 1124, con cincuenta años de edad, el monarca emprendió esta arriesgada incursión en el interior de al-Ándalus encabezando un ejército que se adentró en la taifa de Valencia y llegó hasta Benicadell (Penya Cadiella en las crónicas), donde ya había combatido en su juventud durante la batalla de Bairén durante su expedición de apoyo al Cid. El año 1125 fue clave: avanzando hacia el sur por Valencia, en un año llevó a cabo una ofensiva contra la ciudad almorávide de Granada con la pretensión de crear un principado cristiano en mitad del corazón de al-Ándalus. Cercó Granada, pero la población mozárabe del interior de la ciudad no quiso o no pudo abrirle las puertas. Entonces decidió emprender una operación de saqueo por las fértiles tierras del Valle del Guadalquivir.
Mientras el rey de Aragón saqueaba el sur de la actual provincia de Córdoba, Abu Bakr, hijo del emir Ali ibn Yusuf, había salido con tropas de Sevilla al encuentro del Batallador, y lo alcanzó en Arnisol, Arinzol o Aranzuel, según las fuentes, actual Anzur (hoy municipio de Puente Genil), cerca de Lucena. Allí se trabó batalla campal el 10 de marzo de 1126 con el resultado de victoria decisiva para los aragoneses.
Recorrió importantes poblaciones del sur de Córdoba y llegó a la costa en Motril o Vélez-Málaga, donde de acuerdo a las crónicas mandó que le pescaran un pez antes de emprender el retorno cargado de botín y acompañado de numerosos mozárabes. Se calcula que más de diez mil le siguieron con la intención de asentarse en el reino cristiano. Quizá la cifra sea exagerada, pero lo cierto es que el Batallador declaró a estos mozárabes hombres libres a su regreso, otorgándoles privilegios y ventajas judiciales, fiscales, económicas y militares. Perseguido por las fuerzas almorávides, Alfonso logró sin embargo regresar a través de Cuenca y Albarracín en 1126 e instalar a muchos de estos mozárabes en su reino. El traslado de los mozárabes fue la principal consecuencia de la larga incursión, que duró más de un año. Alfonso les dio privilegios ese mismo año en un documento emitido en Alfaro. Consta una fuerte repoblación por estos en las nuevas tierras conquistadas en el valle del Ebro, especialmente en la zona de Mallén, aunque otros autores han señalado que los nuevos pobladores fueron también claves para evitar la despoblación del núcleo pirenaico original a medida que la gente emigraba de las montañas al valle.
La frontera oriental también requería su atención. Lérida y Tortosa, al este, quedaban como la últimas plazas fuertes musulmanas desde las que amenazar el reino de Alfonso. En el mismo 1126 los almorávides lanzaron desde ahí una expedición punitiva aprovechando la ausencia del rey por su campaña andaluza, no pudiendo ser detenidos hasta Lascuarre, lo que evidenció la necesidad de repoblar y consolidar la zona ribagorzana. Así, en 1126 Alfonso promulgó nuevos fueros, como los de Aínsa.
Durante todos esos años Alfonso había seguido conservando parte de su antigua influencia en el reino de Castilla, divido entre los partidarios de Urraca y de su hijo Alfonso Raimúndez. Aun así, a medida que se había ido enfocando en las conquistas a los musulmanes en el Ebro había dado ocasión a su exmujer de ir asentando su dominio (por ejemplo, expulsándole de Toledo en 1118, Burgos en 1120 y probablemente Segovia tras 1123).Alfonso VII y al fin libre para actuar.
Alfonso I seguía sin embargo reteniendo las guarniciones a lo largo del camino de Santiago, a las que se volvió a sumar la ciudad de Burgos en algún momento de la década de 1120. El 8 de marzo de 1126 murió Urraca I de León, dejando a su hijo de entonces 21 años como único heredero de las coronas conjuntas de León y de Castilla comoLas tensiones entre ambos Alfonsos, heredadas de las antiguas guerras civiles, se liberaron con el intento del rey leonés de recuperar las villas que el aragonés tenía desde su victoria en Candespina. Contaba también Alfonso VII con el apoyo de Lope Díaz de Haro, hijo de Diego López de Haro que aspiraba a recuperar las tierras de su padre. El Batallador perdió algunas de sus posiciones avanzadas en el interior de Castilla como Frías, Briviesca, Villafranca de Montes de Oca, Burgos, Santiuste, Sigüenza y Medinaceli hasta llegar a una paz con el Pacto de Támara en junio de 1127 por la que el Batallador renunciaba oficialmente al título de emperador de la tradición leonesa. Así, por ejemplo en 1130 aparece Alfonso como reinante en «Ribagorza, Aragón, Pamplona y en Arán».
Sin embargo, poblaciones de Burgos, La Rioja, Vizcaya y Álava como la margen izquierda del río Bayas, Pancorbo, Cellorigo, Bilibio, Belorado, Nájera, Haro, Calahorra y Cervera del Río Alhama continuaron en poder aragonés. Con ello, la frontera quedaba en los límites tradicionales entre Castilla y Navarra, antes de las conquistas castellanas que sucedieron al asesinato de Sancho el de Peñalén.
Según la Crónica de San Juan de la Peña:
La situación exacta tras las paces no es del todo clara, dado que parece que ambos Alfonsos siguieron disputandose algunas plazas en la frontera incluso después de haber acordado el tratado. Parece que Alfonso I siguió controlando o tratando de fortificar Castrojeriz pese a estar en el lado castellano. Alfonso I también designó un tenente para Briviesca y Cerezo en La Bureba, si bien parece que el control efectivo fue de Alfonso VII. Para complicar más la situación, el conde de Lara, antiguo enemigo de Alfonso el Batallador en defensa de Urraca, había seguido liderando la facción de esta contra su hijo Alfonso VII y libró en paralelo una revuelta contra el monarca leonés. Pedro González de Lara se había convertido en suegro de Bertrán Risnel, principal agente del rey aragonés en León y Castilla, generando con ello una facción favorable a Alfonso I el Batallador en León. Por su parte, Alfonso VII de León se casó poco después (finales de 1127 o principios de 1128) con Berenguela, hija del conde de Barcelona y también rival del Batallador, Ramón Berenguer III.
Además, la extremadura aragonesa se extendía a través de las actuales provincias de Soria y Guadalajara por localidades que pasarían a ser castellanas solo tras la muerte del Batallador. Esta zona incluía poblaciones conquistadas a los musulmanes por el Batallador o repobladas por él como Ágreda, Almazán y Soria, que continuaron en poder aragonés hasta finales de 1135. Alfonso I se dedicó tras Támara a reforzar dicha frontera.
Desde septiembre de 1127 se ocupó de repoblar Cella, en cuyas operaciones debió participar Rotrou de Perche, que recibió en recompensa la villa de Corella (Navarra). En noviembre de 1127 comenzó a asediar Molina de Aragón, en cuyas cercanías elevó la fortaleza de Castilnuevo, que estaba concluida en febrero de 1128. A partir de mayo de ese año, mientras sus magnates continuaban el asedio de la importante plaza de Molina de Aragón, se desplazó más al sur y conquistó Traíd, en la actual provincia de Guadalajara. Constan en la documentación para ese año tenentes aragoneses nombrados para Ágreda (asignada a Jimeno Íñiguez) y Almenar de Soria, que fueron así dominadas y repobladas. Desde agosto hasta fines de 1128 Alfonso I se dedicó a poblar y así fortificar Almazán —según las crónicas amurallándola—, a la que decidió renombrar como «Plasencia». Según Rodrigo Jiménez de Rada el rey de Aragón también repobló y fortificó Berlanga de Duero. También mandó erigir otro Monreal en las cercanías de Ariza, guardando el valle del Jalón. Molina estuvo en poder del rey en diciembre. Tras esta campaña Alfaro, Corella, Soria, Almazán, San Esteban de Gormaz, Molina de Aragón, Traíd y Cella constituían las posiciones más avanzadas de Aragón en la frontera suroccidental.
De acuerdo a la Chronica Adefonsi imperatoris, Alfonso VII de León se enfrentó contra él durante esa campaña de 1128 por Morón de Almazán. Según la crónica, la población fue auxiliada por el leonés cuando el Batallador intentó sitiarla. Esa ciudad, Atienza y Medinaceli quedaron en manos del emperador frente a las posiciones fortificadas por el aragonés. La falta de colaboración del conde de Lara, opuesto a Alfonso VII, le impedía tomar nuevas medidas en el frente soriano. La crónica, siendo otra fuente proleonesa, cita las fuerzas de Alfonso VII como inferiores en número a las del Batallador y culpa a los nobles castellanos y leoneses rebeldes de la ventaja aragonesa.
En 1129, el descontento popular con los almorávides le brindó a Alfonso una oportunidad con la huida del gobernador sevillano Alí ibn Majjuz. Este se refugió con Alfonso y con su alianza el rey aragonés intentó conquistar Valencia una vez libre de la presión leonesa.batalla de Cullera (o de Alcalá por el castillo más próximo). La victoria fue de tal magnitud que es considerada por Ibn al-Abbar como la causa del descrédito almorávide que trajo los segundos reinos de taifas a Xarq al-Ándalus. Sin embargo Alfonso volvió al norte, quizá para calmar la situación tras la muerte de Céntulo de Bigorra, que había dejado sus dominios a su hija Beatriz en conflicto con Bernard de Comminges. De acuerdo a algunas fuentes, Alfonso intervino haciendo entrar en razón a Bernard y confirmó a Pedro de Marsan, marido de Beatriz, la tenencia de Tarazona y las posesiones que habían sido de su suegro. Por el camino tuvo que reconquistar Monzón, que había sido perdido por traición tres años antes a manos del conde de Barcelona Ramón Berenguer III o quizás en la expedición almorávide de 1126 contra Lascuarre.
Fue convocado un ejército almorávide para socorro, que fue derrotado sin paliativos en laMientras, el primer obispo de la Zaragoza reconquistada, Pedro de Librana, falleció entre abril y septiembre de 1029. La sede seguía vacante cuando, a principios de febrero de 1130, el rey Alfonso I repoblaba Monzón y nombró a Esteban, obispo de Jaca-Huesca. Antes del 15 de febrero de 1130 ya había sido trasladado Esteban del obispado de Jaca-Huesca al de Zaragoza. Mientras, la situación con León seguía siendo complicada, aunque diversos señores franceses mediaron.
Alfonso atravesó el valle de Arán entre octubre de 1130 e inicios de 1131 para volver al otro lado de los Pirineos, donde la situación parece que seguía inestable. Los motivos de la campaña no están claros: algunos autores apuntan a que Guillermo X de Aquitania o Alfonso Jordán de Tolosa podrían haberse aliado con Alfonso VII de León mientras que otros autores señalan que podrían ser problemas sucesorios derivados de la muerte de su vasallo Céntulo y otros apuntan a conflictos internos aquitanos, pues el duque de Aquitania era el teórico soberano de Laburdi, Bearn, Bigorra y Tolosa. Ante el descontento con Guillermo X de Aquitania, que también era duque de Vasconia (título sobre el que los reyes de Pamplona habían tenido reclamaciones con Sancho III), atacó sus tierras. Con el apoyo de nobles locales, como el vizconde García (Gassion) de Sola, al que había nombrado tenente de Belorado en 1125, se apoderó de la campiña del vizcondado de Laburdi. Sitió Bayona durante un año, probablemente interesado en obtener una salida fiable al océano, diferiendo las fuentes sobre si la tomó en 1131 o fue salvada por un ejército tolosano. El monarca decía reinar «desde Belorado hasta Pallars y desde Bayona hasta Monreal». Durante este asedio dictó su testamento, luego fuente de grandes disensiones.
Durante esa campaña, Alfonso se siguió preocupando de la repoblación y organización de sus territorios. Otorgó fueros a varias ciudades como Daroca (1129), Corella (1130) y Calatayud (1131).Daroca y Calatayud son especialmente relevantes, dado que en torno a estas ciudades y en base al alfoz asignado por Alfonso se organizaron las primeras comunidad de aldeas aragonesa (comunidad de aldeas de Calatayud y comunidad de aldeas de Daroca). Se trata de un modelo importado de las comunidades de villa y tierra de Castilla, adaptadas a la organización territorial que Alfonso había encontrado y que databa de época islámica o incluso anterior. El modelo calaría y se convertiría en el esquema usado por los sucesores de Alfonso para garantizar la seguridad de la frontera. También amplió el fuero zaragozano con el privilegio de Tortum per tortum (1129), que confiaba la protección de los intereses particulares a los cuerpos armados seculares que se pudiesen formar, garantizando la autodefensa y los derechos de pastura concedidos a la ciudad. Esto se convertiría durante siglos en una clave de la política municipal y en un punto vital de su economía (véase Casa de Ganaderos de Zaragoza). Una última concesión de relevancia fue el fuero de San Cernin, que supuso el reconocimiento independiente del asentamiento franco junto a la Pamplona episcopal (La Navarrería), lo que dio origen al sistema de burgos de Pamplona.
Los fueros deEn 1131, mientras el rey combatía en Gascuña, Gastón IV de Bearn y el obispo guerrero Esteban combatieron en el sureste de Aragón contra los almorávides, que seguían acosando el reino desde Valencia. En uno de los últimos ataques musulmanes el vizconde y el obispo fueron muertos. Así lo narra el historiador IbnʿIḏārī, según José María Lacarra:
El cuerpo de don Gastón fue rescatado por su viuda doña Talesa y sepultado en la iglesia del Pilar, hoy basílica y concatedral de Zaragoza. Esteban, otro de los históricos apoyos de Alfonso en su reinado, fue sucedido por García Guerra de Majones en la mitra Zaragoza.
Tras la muerte de Gastón, el rey volvió a su reino dejando la política occitana en manos de sus caballeros. Pudo haber tenido alguna escalada de tensión con Alfonso VII de León, pues tras haber sido derrotado el rebelde conde de Lara el año previo, es en 1131 cuando ambos monarcas se vuelven a disputar Castrojeriz. Zafadola, sucesor de Imad al-Dawla en el reino de Rueda de Jalón, cambia lealtades y presta homenaje ese mismo año al leonés. Sin embargo, el leonés usó a Zafadola contra los almorávides y se vio ocupado por una rebelión en Asturias evitando más conflictos con el Batallador.
En cualquier caso Alfonso I tomó como prioridad acabar la reconquista del Ebro. Se trasladó a las tierras de La Rioja, donde planteó una repoblación de la ciudad de Cantabria o Varia (junto a Logroño), probablemente dirigida a consolidar la zona frente a León. Planeó a orillas del Ebro una expedición fluvial para acabar finalmente con la amenaza que representaban las posiciones musulmana en Lérida y Tortosa, acopiando madera para las embarcaciones en San Millán. También en 1132 consolidó la repoblación de la ribera del Ebro dotando de fueros a Mallén y Asín.
Su última campaña contra los musulmanes empezó en 1133. El Batallador sitió y se hizo ese mismo año con Mequinenza, una de las últimas posiciones islámicas al norte del Ebro y bastión oeste de la línea defensiva de Lérida. También cae en esas mismas fecha Nonaspe y su distrito, entregada a Pedro de Biota, Iñigo Fortuñón y Jimén Garcez. La zona tomada cubría el curso bajo de los ríos Matarraña y Algás, que según la descripción de la donación incluye Algares, Batea, Badon y Lode, llevando las fronteras aragonesas hasta Orta según la localización de los documentos que emite en ese año. Antes de acabar 1133 conquistó Escarpe, en la actual provincia de Lérida. La elección de la ruta, según autores como Pita Mercè, podía buscar evitar las fortalezas que protegían Lérida desde el norte y que seguían en disputa desde las campañas pasadas. En cambio, Alfonso sentó reales en el pueyo de Almanarella, cortando con ello las comunicaciones entre Lérida y la plaza de Fraga a su oeste.
Sin embargo, Alfonso contaba con ejército menguado sin los bearneses y gascones de Gastón, que habían vuelto en masa a su tierra. En el verano de 1134 estaba el rey sitiando la fortaleza de Fraga con apenas quinientos caballeros cuando un ataque de los almorávides al mando del gobernador de Valencia, Avengania, con el que colaboró la guarnición musulmana, sorprendió a los sitiadores y los derrotó el 17 de julio. El veterano monarca recibió graves heridas. Aunque logró huir y salvarse en primera instancia, complicaciones de esas heridas causaron su muerte el 7 de septiembre de ese año en la localidad monegrina de Poleñino (entre Sariñena y Grañén). Fue sepultado en el monasterio de Montearagón, cerca de Huesca. Según la Crónica de San Juan de la Peña, tenía 61 años de edad y había reinado durante la mitad de ellos.
Hizo testamento en favor de Dios sic (1131) durante el asedio de Bayona, y más concretamente dejaba como herederas y sucesoras del reino a las órdenes militares de los Templarios, Hospitalarios y del Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén. Este testamento lo renovó en Sariñena en 1134:
Ante el disgusto de los nobles aragoneses y navarros por el resultado del testamento, los aragoneses llegaron al acuerdo de que en Aragón le sucediera su hermano Ramiro, que reinó como Ramiro II el Monje, mientras que en Navarra eligieron a García Ramírez, el Restaurador, hijo del infante don Ramiro, que estaba casado con una hija de El Cid. Se separaban así las coronas de Navarra y Aragón después de cincuenta años, quedando fijadas las fronteras definitivas entre Navarra y Aragón.
Los restos del rey fueron exhumados por dos veces: en 1920 (durante un congreso de historia) y en 1985, para su estudio.
El Castellar se encontraba frente a la desembocadura del Jalón, por lo que el favor del reino hudí de Rueda garantizaba una ruta directa desde Castilla a la fortaleza en que se encontraba Urraca.
[..]
Aun así, la leyenda ha seguido siendo popular en Ávila hasta al menos el siglo XIX, cuando el político y jurista abulense Juan Martín Carramolino la defendía en un debate público sobre su historicidad.
Según García Larragueta la lengua occitana usada en los documentos navarros muestra en ellos caracteres bastante uniformes, excepto en las zonas NO y N del reino. Los documentos de estas zonas tienen un idioma sensiblemente distinto al del resto, idéntico al gascón de Guipúzcoa y Ultrapuertos y notoriamente diferente al bearnés empleado en las ciudades de Navarra y de Jaca o en zonas aragonesas próximas, una de las entradas en Navarra del camino de Santiago.
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