Miguel Mañara cumple los años el 3 de marzo.
Miguel Mañara nació el día 3 de marzo de 1627.
La edad actual es 397 años. Miguel Mañara cumplió 397 años el 3 de marzo de este año.
Miguel Mañara es del signo de Piscis.
Miguel Mañara nació en Sevilla.
Miguel Mañara Vicentelo de Leca (Sevilla, 3 de marzo de 1627-ibídem, 9 de mayo de 1679) fue el gran impulsor de la Santa Caridad de Sevilla.
Nació Miguel Mañara en Sevilla, el 3 de marzo de 1627, hijo de una destacada familia, constituida por oriundos de Córcega.
Su padre, Tomás Mañara Leca y Colona, nació en Calvi, perteneciente a la Señoría de Génova, hacia 1574 en el seno de una familia noble aunque venida a menos. Don Tomás había conseguido labrar una sólida fortuna dedicándose al comercio con América, en cuyas tierras pasó la etapa de juventud. Una vez de regreso en Sevilla ocupó destacados cargos y se convirtió en un hombre público ocupando altas magistraturas en la ciudad. Su madre, Jerónima Anfriano Vicentelo, también de familia oriunda de Córcega, nació en Sevilla hacia 1590. Sus padres contrajeron matrimonio a finales de 1611 o principios de 1612 en la sevillana parroquia de San Bartolomé. Vivieron en las collaciones de Santa María la Blanca y Santa Cruz. En 1616 pasaron a vivir a la de San Nicolás y en 1623 compraron la casa palacio de la calle Levíes, en San Bartolomé, donde nació Miguel Mañara y que llegaría a ser la mansión de la familia una vez encumbrada económica y socialmente. Esta casa ha sido propiedad de la Hermandad de la Santa Caridad hasta hace algunos años, siendo actualmente propiedad de la Junta de Andalucía.
La infancia de Miguel Mañara fue muy acomodada, propia de un niño que pertenece a una familia sevillana muy acaudalada, pues su padre llegó a desempeñar cargos como consiliario del consulado de Cargadores a Indias, familiar del Santo Oficio y hermano mayor de San Pedro Mártir, hermandad creada por miembros del Santo Oficio y que salía del convento dominico de San Pablo. En la procesión llevaba don Tomás el estandarte, como hermano mayor.
Desde muy niño recibió una educación propia del estado de caballero, pues su progenitor había logrado para él el hábito de caballero de la Orden de Calatrava, cuando contaba ocho años, siendo investido tras cumplir los diez. Debido al fallecimiento de sus dos hermanos varones mayores se vio con trece años como heredero del importante patrimonio que llevaba aparejado el mayorazgo conseguido por su padre en 1633. Estos años transcurrieron entre la educación que se debía inculcar a un miembro de la baja nobleza y la desgracia de contemplar el cerco de la muerte en su propia familia.
Los historiadores que se han aproximado al personaje insisten en que Mañara creció en un ambiente de fe, señalando que en la casa paterna se contaba con un oratorio y con capellán y que sus padres tenían contacto con miembros del clero, especialmente de la Compañía de Jesús. Su madre, Doña Jerónima, tenía dos hermanas que habían profesado en el convento de Santa Clara.
Refiere el padre Cárdenas que no acudió a estudiar a lugar alguno, y que no aprendió latín, aunque su formación era sólida. No obstante, lo común en familias como la de Mañara era contar con preceptores o profesores en la propia casa.
Con poco más de veinte años era miembro de la junta de gobierno de la Hermandad de La Soledad de San Lorenzo. A los cuatro meses de la muerte de su padre, con veintiún años, contrajo matrimonio por poderes, en agosto de 1648, con Doña Jerónima María Antonia Carrillo de Mendoza y Castrillo, nacida en Guadix en 1628, al tiempo que ocupaba notables cargos en la municipalidad, el Concejo y la Universidad de Mercaderes. Tras el motín de la Feria, de 1652, no aparece su nombre entre los de los caballeros que intervinieron en el control del suceso. Mañara ocupaba desde el año anterior (1651) el cargo de provincial de la Santa Hermandad y era uno de los alcaldes mayores de Sevilla, por lo que cabría haberle visto en la sofocación del motín. Sin embargo, hacía unos meses que su madre había fallecido y tal vez esto le llevó a ausentarse de Sevilla, pudiendo ser Montejaque el lugar de duelo.
A partir de 1649 –tenía Mañara 22 años–, aparece Don Miguel en diferentes documentos recogidos en los Archivos Municipal y de Protocolos Notariales de Sevilla, como persona pública, de autoridad, en negocios del Concejo y de la Universidad de Mercaderes, elegido diputado de la defensa de la tierra de Sevilla, de la Casa de la Moneda, de la visita de boticas, de las llaves del Archivo y del agua, de la Cárcel Real y de la Casa de Inocentes, y diputado de los gremios de chapineros, guarnicioneros, roperos, olleros y peineros. Consta como miembro en las juntas del Consulado de 1655 a 1666. En 1656 viajó a Madrid comisionado por el Consulado para realizar gestiones en la corte. En 1657 dio el pésame a la familia del duque de Osuna, muerto siendo virrey de Sicilia, en nombre de la ciudad. En enero de 1658 volvió a Madrid como caballero veinticuatro de Sevilla, con otro tal y dos jurados para felicitar a los reyes por el nacimiento de Felipe Próspero, hijo de Felipe IV.
Al morir su esposa en Montejaque, el 17 de septiembre de 1661, sin haber tenido hijos, entró en un período de honda reflexión personal, planteándose incluso entrar en el estado religioso. Miguel Mañara se retiró, por espacio de cinco meses, al eremitorio carmelita del desierto de las Nieves. Nuestra Señora de las Nieves estaba dedicado a la contemplación pura. Los carmelitas descalzos denominaban desiertos a sus casas destinadas a tal fin, y en este caso se trataba de una fundación en un valle escondido en la serranía de Ronda, a dos leguas de Montejaque. Allí practicó Mañara la oración y la penitencia, y se produjo lo que se ha venido a llamar su conversión, es decir, orientar su vida hacia la entrega total a Jesucristo. No estando totalmente resuelto a entrar en religión y de vuelta a Sevilla, pasó varios meses en una completa desolación, intentando buscar un camino personal a seguir. Nada le consolaba y, a pesar de su posición y su riqueza, era un hombre sobre el que se cernía una abrumadora soledad.
Según su primer biógrafo, el padre Juan de Cárdenas, paseaba Miguel Mañara a caballo por las orillas del río Guadalquivir en una calurosa tarde del verano de 1662, cuando fue a encontrarse en las proximidades del actual emplazamiento de la iglesia del Señor San Jorge con un grupo de hombres, a cuyo frente se hallaba el entonces hermano mayor de la Hermandad de la Santa Caridad, don Diego de Mirafuentes, con quien entabló un diálogo que le llevaría a su ingreso como hermano en la misma. La corporación se dedicaba a enterrar a los ahogados que devolvía el río, los muertos que aparecían por las calles y a los ajusticiados. Mirafuentes sería un gran valedor de Miguel Mañara a partir de entonces.
En la Hermandad de la Santa Caridad empezó ejerciendo el cargo de diputado de entierros y de limosnas, lo cual le dio la oportunidad de apreciar las terribles condiciones de vida de los pobres que morían en la calle. Al año de hacer su prometimiento como hermano, propuso en el cabildo del 9 de diciembre de 1663 un conjunto de ideas para afrontar estas situaciones y recoger por las noches en un local a los pobres que vagaban por las calles de Sevilla. Ello equivalía a formular la creación del hospicio y, aunque tuvo eco la propuesta entre los hermanos, se salía de los fines y recursos de la corporación, por lo que recibió ánimos y estímulos pero no el beneplácito para que la Hermandad se hiciera cargo de tan importante empresa.
Unos días más tarde, en el cabildo de 27 de diciembre de 1663 fue elegido hermano mayor, responsabilidad que desempeñó hasta su muerte. En el tercer cabildo que presidiera como hermano mayor, el 17 de febrero de 1664, planteó de nuevo su idea, ahora ya como algo que saldría adelante con su trabajo y el apoyo de los hermanos. A partir de ese momento creará un hospicio, y más tarde lo transformará en Hospital de la Santa Caridad, construyendo un amplio edificio, al igual que la iglesia anexa.
Los inicios del Hospicio fueron humildes. Con el propósito de salvar de las crudas noches en la calle a tantos pobres que vagaban por Sevilla, arrendó una dependencia de las antiguas atarazanas reales y en ella se dispuso un hogar donde calentarse. Se prestaba servicio solo por las noches y desde el día 14 de septiembre hasta el 23 de abril, recogiéndose allí a un notable número de menesterosos. Posteriormente se ampliaría el concepto de hospicio, con la fundación del Hospital, la construcción de las actuales edificaciones, y la fijación en la regla de la Hermandad de unas pautas por las cuales se obligaban los hermanos a organizar y sostener la asistencia a los desvalidos.
Dándose cuenta de lo mucho que le exigía su dedicación a la Hermandad de la Santa Caridad, Mañara presentó su renuncia a los cargos públicos que ocupaba; en concreto, en 1666, dimitió de los de alcalde mayor y provincial de la Santa Hermandad. Mañara se dispuso a sufragar gran cantidad de los gastos generados en el Hospicio aportando de su propia fortuna. La Santa Caridad progresa y acomete tareas de caridad para con los enfermos e indefensos, aparte de enterrar a los pobres desamparados fallecidos: trasladar a los hospitales a los pobres enfermos en sillas de mano (dedicó a ello dos sillas y cuatro hombres, quienes trabajaban sin cesar); sustentar a los menesterosos en las riadas ocasionadas por el Guadalquivir; dar limosnas a los conventos pobres, hospitales, niños expósitos y presos de la cárcel; dádivas de ropas y dineros a los más necesitados, etc.
La Hermandad recibía un importante flujo de limosnas que, a tenor de las necesidades más perentorias de los pobres, seguían el curso de la caridad. Así, fueron incluso llamativas las limosnas de pan, contándose por miles las personas socorridas en los momentos de mayor necesidad.
Una vez realizada la reforma de la Regla de la Hermandad y la construcción del Hospital y la iglesia del Señor San Jorge, Mañara se planteó varias veces dejar su cargo, desde una postura de absoluta humildad. Siempre fue disuadido por los hermanos, su confesor y por otros religiosos. Así, en 1668 experimentó tal inclinación y, según relata el padre Cárdenas, fue aconsejado por su confesor, el mercedario descalzo fray Juan de la Presentación, quien le instó a que siguiese su labor, y que para seguridad de la decisión a tomar, lo consultase con tres sacerdotes experimentados y prudentes. Todos mostraron a Mañara el camino de continuar al frente de la Hermandad de la Santa Caridad y de seguir siendo el modelo que había ejemplificado. Las obras emprendidas exigían tanta dedicación que decidió solicitar permiso a la Hermandad para pasar a residir en la misma, en unas dependencias sencillas y austeras, por las que cambió su anterior vivienda palaciega.
En 1673 se instituyó en la Santa Caridad la figura de los Hermanos de Penitencia, que no eran sino hermanos de la corporación que se dedicaban por completo a los pobres, vistiendo un sayal pardo y una cruz. Fue aprobada esta innovación por el arzobispo Spínola, y no se trataba de religiosos ni de congregantes, sino de personas libres que optaban por el servicio a los pobres de esta manera.
El funcionamiento del Hospicio puso de manifiesto lo preciso que resultaba la atención a los pobres enfermos, lo cual derivó en la conversión en Hospital. Muchos indigentes enfermos eran rechazados en los hospitales por ser incurables, contagiosos o por otras causas, lo cual sugirió a Mañara la idea de curar a los enfermos en la propia Hermandad de la Santa Caridad. Se inauguró la primera enfermería del Hospital en junio de 1674, contando con veinticuatro camas, que fueron ampliadas a cincuenta. Una segunda enfermería fue inaugurada en septiembre de 1677, y aún tuvo el fundador el firme propósito de continuar con esta obra, pues en el momento de su fallecimiento se labraba la tercera.
Se dedicó tanto a los pobres que puso su fortuna y sus recursos a disposición de la obra. Este ejemplo atrajo a una apreciable cantidad de caballeros y miembros de la aristocracia sevillana, que secundaron su labor. La Santa Caridad acudía no sólo a enterrar a los pobres difuntos y a acoger a los desheredados de la fortuna, sino que se distinguió también por las abundantes limosnas de pan, ropas y recursos económicos en momentos de gran desolación para la ciudad, como eran las riadas. Aunque el ejemplo que suponía Miguel Mañara guiaba a muchos sevillanos de las capas privilegiadas, la Hermandad también estuvo abierta a artesanos y hombres comunes que deseaban seguir un modelo de perfección espiritual. En el seno de la corporación impuso la igualdad entre los hermanos, con independencia de su origen social y de los cargos y honores que desempeñasen o de que fueran acreedores.
En la obra de Mañara destaca el tratamiento hacia los pobres, considerados como los amos y señores de la Casa que instauró, e imágenes vivas de Jesucristo, al tiempo que establecía un modo de ser de los hermanos de la Santa Caridad, caracterizado por el servicio a los más necesitados, la humildad en el comportamiento, la perseverancia en la vida de piedad, la discreción y la elevación al más alto grado de la caridad y el amor con que debían realizarse todas las labores en la Hermandad y fuera de ella. El estilo de búsqueda de perfección espiritual de Miguel Mañara fue imbuido a sus hermanos y, a través de la Hermandad de la Santa Caridad, a los sucesores en la ejecutoria por él comenzada.
La obra de Mañara se completó preparando a la Hermandad de la Santa Caridad para los fines que dictaba su Regla, escrita de nuevo de su mano. Junto a ésta, sobresale el Discurso de la Verdad (editado en 1671 en Sevilla en la imprenta de Don Tomás López de Haro), considerado como su obra más conocida y que constituye un tratado de espiritualidad y reflexión del hombre ante la realidad de la vida y la muerte. El modelo de la Caridad de Sevilla llevó a que surgieran por toda Andalucía distintas hermandades que tomaron el nombre y las reglas de la de Sevilla.
Murió Mañara el 9 de mayo de 1679, habiendo manifestado días antes su felicidad por saber que iba a ver a Dios[cita requerida]. Su último testamento lo había redactado el 17 de marzo anterior. En este documento, declaró heredera universal de sus bienes a su alma y mandó ser enterrado en el suelo a la entrada de la iglesia de la Caridad.
Para los seguidores de la Regla en las diferentes Hermandades de la Santa Caridad que la adoptaron, Miguel Mañara era un santo. Fue declarado venerable y se encuentra en curso su causa de beatificación. Se le ha considerado por sus obras un adelantado a lo que después constituiría la doctrina social de la iglesia católica.
Aunque no hay ningún testimonio contemporáneo de tal actitud en él más allá de su propia confesión, el nombre de Mañara ha pasado a ser sinónimo de seductor, como recogen los versos de Antonio Machado ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido / ya conocéis mi torpe aliño indumentario (Retrato, en Campos de Castilla) en que lo compara con el valleinclanesco marqués de Bradomín. La razón de ello procedería de una campaña difamatoria que se suscitó como consecuencia del proceso de beatificación a comienzos del siglo XIX, explicable por el anticlericalismo de los ambientes liberales, que encontraron cierto fundamento en la barroca confesión que representa el testimonio del propio Miguel de Mañara (y que según otros autores no sería más que una autoflagelación tópica, no necesariamente una descripción de comportamientos concretos):
Y yo que escribo esto (con dolor de mi corazón y lágrimas en mis ojos confieso), más de treinta años dejé el monte santo de Jesucristo y serví loco y ciego a Babilonia y su vicios. Bebí el sucio cáliz de sus deleites e ingrato a mi señor a su enemiga, no hartándome de beber en los sucios charcos de sus abominaciones.
Se ha comparado frecuentemente la conversión de Mañara con el arrepentimiento final de Don Juan, el también sevillano personaje de Tirso de Molina (El burlador de Sevilla) y José Zorrilla (Don Juan Tenorio), y de hecho con frecuencia se ha identificado a persona y personaje. El ambiente del siglo XIX era muy propicio para ese tipo de ironía (por ejemplo, estos versos de Ramón de Campoamor: pues, después que se extinguen las pasiones, / yo he visto sorprendentes conversiones ). El mismo Machado retomó el tema en Don Guido: ese trueno / vestido de Nazareno.
Es, precisamente, en el citado El Burlador de Sevilla de Tirso de Molina donde por primera vez se recoge el mito de don Juan. Dicha obra se estrenó en 1617. Mañara nació en 1627, por lo que es imposible que hubiese inspirado al personaje.
El escritor del romanticismo francés Prosper Merimée compuso sobre esta figura histórica su novelita Les Âmes du purgatoire / Las almas del Purgatorio (1834). También Alexandre Dumas estrenó una pieza teatral Don Juan de Marana ou la chute d'un ange / Don Juan de Maraña o la caída de un ángel en 1836. Escribieron después sobre su figura Téophile Gautier, Antoine de Latour, Maurice Barrès, Edmond Haraucourt, Pierre-Paul Raoul Colonna de Cesari Rocca... También con ese título apareció una ópera del famoso novelista del realismo inglés Arnold Bennett. Ya en el siglo XX escribió también sobre Mañara Apollinaire y los hermanos Manuel y Antonio Machado escribieron una obra de teatro modernista histórico, Don Juan de Mañara (1927). Asimismo hay una ópera en cuatro actos y seis cuadros con música de Henri Tomasi y libreto adaptado por el propio compositor de la obra teatral Miguel Mañara de Oscar Venceslas de Lubicz-Milosz. Por último, Esther van Loo escribió una extravagante biografía presuntamente histórica del personaje, Le vrai Don Juan, Don Miguel Mañara, París, 1950.
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