Las lenguas indígenas de América son aquellas lenguas originadas y desarrolladas en el continente americano, incluyendo las islas de su zócalo continental, desde su primer poblamiento humano hasta antes de la llegada de los colonizadores europeos. Muchas de ellas se han extinguido, especialmente en los últimos siglos.
Constan de varias familias de lenguas, así como diversas lenguas aisladas y no clasificadas (ver lista de lenguas americanas). En varias oportunidades se han propuesto grupos mayores de clasificación que hoy en día no guardan consenso en la comunidad científica. Es sumamente dudoso que pueda hablarse de una sola familia denominada amerindia, de la misma manera que no existe una familia de lenguas papuana ni una familia caucásica, sino que esos términos solo hacen referencia a la geografía (véase Lenguas papúes, Lenguas del Cáucaso).
Así, tampoco se puede determinar que, genéticamente hablando, las lenguas de América se hayan originado de un único antecesor reconocible.
Para ver una lista exhaustiva de las lenguas indígenas de América consultar el listado de lenguas indígenas de América
Antes de la llegada de los europeos al Nuevo Mundo, las lenguas amerindias se hablaban desde lo que hoy es Canadá hasta la punta austral de Sudamérica por los ancestros de los actuales amerindios. Durante los últimos 500 años muchas de las etnias y lenguas nativas americanas han desaparecido, aunque aún se hablan varios centenares de ellas. Hoy en día tres lenguas indoeuropeas (español, inglés y portugués) son políticamente dominantes de cada país de América, y las lenguas nativas tienen menor prestigio y son usadas en ámbitos bastante limitados.
En lo que respecta a las lenguas de los lugares que colonizaron los españoles, Giovanni Botero publicó en 1600 un libro titulado La relazioni universali, en el que afirma que con las lenguas guaraní, quechua y náhuatl se podía viajar por todo el Nuevo Mundo. Tal vez estas lenguas eran una especie de lenguas francas usadas para la intercomunicación entre las diferentes etnias y pueblos.
Se conocen anécdotas sobre las dificultades que encontraron los misioneros al querer aprender las lenguas amerindias. Se dice que los agustinos necesitaban intérpretes durante un año y que luego podían hablar en la lengua indígena. Pero se cuenta también que un fraile portugués, después de recorrer Brasil durante doce años confiesa que no sabe nada aún y declara que va a consultar un Arte para empezar con los nominativos. Hasta el ilustre Padre Vieira, al referirse a las lenguas del interior del país, dice que a veces, a pesar de que ponía el oído contra la boca del "bárbaro", no conseguía distinguir las sílabas o percibir las vocales y consonantes. Estas dificultades fonéticas fueron mencionadas muy a menudo.
De estos pasajes se aprecia cuán en mantillas estaban en aquel los conocimientos fonéticos incluso de personas eruditas. Sin embargo, entre los siglos XVI y XVII, y aún en el XVIII, se publicaron decenas de gramáticas o Artes, principalmente por parte de misioneros y sacerdotes que describían las lenguas indígenas de América. Muchas de estas gramáticas todavía tienen cierto interés.
Solo podemos estimar aproximadamente el número de lenguas supervivientes nativas y su número de hablantes, especialmente en Sudamérica donde están mejor documentadas que en Norteamérica, Mesoamérica o Centroamérica. Las cifras del número de lenguas son muy variables, Ethnologue lista algo más de 900 lenguas habladas actualmente; otros autores ofrecen cifras bastantes diferentes, pero casi todas las estimaciones señalan entre 400 y 1500. Si admitimos como una cifra razonablemente conservadora que todavía puede haber unas 600 lenguas amerindias supervivientes, y unos 18 millones de hablantes de lenguas indígenas en América, tendríamos unos 30 000 hablantes por lengua, pero la distribución real de las mismas es mucho más desigual; solo 17 lenguas amerindias tienen más de 100 000 hablantes y por sí mismas constituyen el 90 % de la población amerindia. Las restantes lenguas proveerían una media de 1400 hablantes por lengua, pero incluso tal cifra es engañosa, pues aunque el 20 % de lenguas amerindias se hablan al norte de México, esas 140 lenguas solo constituyen el 2 % de la población amerindia.
Muchas lenguas indias solo son habladas por un puñado de personas, normalmente gente mayor, inclinándose los jóvenes al inglés (Estados Unidos, Canadá), al español (Hispanoamérica) o al portugués (Brasil), por lo que la extinción de esas lenguas está muy cercana, al no ser adquiridas como lengua materna por las generaciones jóvenes. A pesar del limitado número de hablantes algunas lenguas indias de Norteamérica son bien conocidas por los préstamos que han dado al inglés en lo que se refiere a nombres de lugares; por ejemplo Delaware, Massachusetts, Cheyenne, Alabama, Omaha, Dakota, Wichita, Mohave, etc. Otras se han hecho famosas en el mundo entero gracias al cine: comanche, siux, cheroqui, mohawk, etc. Las lenguas de Mesoamérica y Centroamérica fueron estudiadas sistemáticamente algo más tarde, y Sudamérica es la parte que más estudio necesita todavía.
De todas las lenguas indígenas americanas, las dos con mayor número de hablantes son el quechua que en sus diferentes variedades alcanza los 14 millones de hablantes (la variedad más hablada es el quechua sureño, con 5 millones de personas que la hablan en Bolivia, Perú y Argentina, y la quichua (2,5 millones) en Ecuador y Colombia) y el Idioma guaraní con casi 8 millones de personas que la hablan en Paraguay, Brasil, Bolivia Argentina. Otras lenguas importantes por el número de hablantes serían el aimara (1,5 millones) en Argentina, Bolivia y Perú, el habla náhuatl (1,68 millones) en México y quiché y maya (900 000 cada una) en Guatemala y México respectivamente. Otras estimaciones que consideran juntas las diferentes variantes de las lenguas anteriores llevan a estas otras cifras:
Actualmente se siguen hablando más de 1000 lenguas indígenas diferentes en América, puede consultarse una lista más o menos extensiva en: Anexo:Lenguas indígenas de América. La distribución es muy irregular y generalmente el número de lenguas indígenas en América Latina es más numeroso en las regiones más inaccesibles y aisladas de la región. En México la región con mayor número de lenguas indígenas es el sur, Oaxaca y área maya. En Colombia la región amazónica, el sur y el oriente del país es la región con mayor diversidad aunque también existen numerosos indígenas de la familia chocó a lo largo de la costa del Pacífico. En Venezuela, Perú y Ecuador, las áreas selváticas son las que tienen mayor diversidad lingüística. Aunque las tierras altas de Ecuador y Perú también albergan poblaciones indígenas importantes en esas regiones el quechua ha desplazado a numerosas lenguas preexistentes. En Brasil la mayor parte de la población indígena se concentra en el oeste y norte, habiéndose extinguido la mayor parte de las poblaciones indígenas de la costa atlántica.
La diversidad lingüística es lo que caracteriza a las lenguas amerindias de Norteamérica, Mesoamérica, Centroamérica y Sudamérica, en todos los aspectos: fonológico, morfosintáctico y léxico-semántico. De hecho, no existen características comunes a todas ellas, lo cual refleja sus orígenes diversos. Tampoco existen características estructurales que se den solo en América y estén ausentes en el resto del mundo. Lo único que diferencia a las lenguas de América de las de otros continentes es la diferente frecuencia estadística con que se presentan algunos rasgos tipológicos, pero salvo eso no existe ninguna diferencia esencial entre las lenguas de América y Eurafrasia.
Los rasgos más frecuentes entre las lenguas americanas son también rasgos frecuentes en las lenguas del mundo. La mayoría de lenguas del mundo, y las lenguas americanas no son excepción, son lenguas que prefieren los sufijos a los prefijos (y otros tipos de afijos). No escasean entre las lenguas americanas lenguas exclusivamente sufijantes como la mayor parte de las lenguas andinas o las lenguas witoto, aunque también existen lenguas que usan muchos prefijos, además de sufijos, como las lenguas arahuacas y panoanas. También hay numerosas lenguas que tienen pocos prefijos y sufijos, como las macro-yê, caribe o tupianas y a su vez hay unas pocas que tienen muchos prefijos y más sufijos (hevero o chébero), habiendo otras, raras, que casi no tienen afijación, como las lenguas chon (tehuelche, ona).
Cada área reducida a veces tiene peculiaridades prototípicas de origen genético o surgido por contacto prolongado, pero en general la diversidad existente entre las lenguas americanas es tan grande como la diversidad en las lenguas del mundo. De hecho se han identificado un cierto número de áreas de converegencia lingüística en América.
La complejidad morfológica de las palabras varía grandemente, pues mientras que en guaraní (familia tupí-guaraní) se componen de tres elementos de media, en piro (familia arahuaca) existen seis en promedio.
En lenguas de Sudamérica como las caribe o tupís y de Norteamérica como las utoaztecas o las salish, las raíces de las palabras son nominales o verbales y pueden convertirse en otra clase de palabras por afijos derivacionales. En quechua, en náhuatl o en mapuche muchas raíces de palabras son nominales y verbales. Otras lenguas como la yuracaré o el papago usan abundantemente la reduplicación, un proceso que no ocurre sistemáticamente en las lenguas tupí. La composición, formación de dos o más palabras para formar otras nuevas está muy extendido, aunque en ocasiones, como en las lenguas chon, puede estar casi ausente.
Las raíces verbales en las que el objeto nominal está incorporado son también frecuentes. Muchas lenguas son del tipo aglutinante (quechua, panoano, mapuche), es decir, combinan varios elementos de significado distintivo en una sola palabra sin cambiar el elemento. Otras (caribes, tupís) muestran una moderada cantidad de cambio y fusión de los elementos cuando se combinan en palabras.
El género marcado gramaticalmente en los nombres ocurre en guaicuruano y la diferenciación masculino-femenino en los verbos ocurre en arahuaco, witoto, tucano y huarpe, si bien las lenguas sin distinción de género son más comunes, como sucede en el resto del mundo.
El singular y plural de la tercera persona no se distingue obligatoriamente ni en tupí ni en caribe, pero lenguas como yagán y mapuche tienen singular, dual y plural. Una distinción muy común es la que se da entre la primera persona inclusiva (tú y yo, oyente incluido) y la primera exclusiva (él y yo, oyente excluido). Las formas pronominales se diferencian según las categorías que indican, ya sea que la persona esté presente o ausente, sentada o levantada y lo mismo ocurre en guaicuruano y movima. Los casos en el nombre se expresan generalmente por sufijos o posposiciones, siendo el uso de preposiciones más (especialmente en Sudamérica). La posesión se indica predominantemente por prefijos o sufijos y los sistemas en los que las formas posesivas son las mismas en el sujeto de los verbos intransitivos y en el objeto de los transitivos son muy corrientes. Los afijos clasificatorios que categorizan los nombres según la figura del objeto se dan en chibchano, tucanoano y waicano.
Muy frecuentemente las formas verbales marcan el sujeto, el objeto y la negación, todo en una única palabra. Las categorías de tiempo y aspecto parecen estar representadas generalmente en las lenguas sudamericanas, si bien las categorías expresadas varían mucho de una lengua a otra. Por ejemplo, la aguaruna (jivaroano) tiene una forma futura y tres pasadas diferenciadas por distinción relativa, mientras que en guaraní la diferencia es básicamente entre futuro y no-futuro. Otras lenguas como la jébero expresan categorías modales. Son muy comunes los afijos que indican movimiento, principalmente hacia y fuera del hablante, y localización (como en las lenguas quechuas, aimaras, záparo e itonama) y en algunas familias como la arawak o la panoana, hay muchos sufijos en el verbo con significado adverbial concreto. Los afijos clasificatorios que indican la manera en la que se realiza la acción ocurren en jébero y ticuna. Las acciones hechas individual o colectivamente se diferencian paradigmáticamente en caribe, mientras que en yámana y jívaro las raíces verbales se usan de acuerdo a si el sujeto o el objeto es singular o plural. Hay varias lenguas (guaicuruano, mataco y cocama) en las que algunas palabras tienen formas diferentes según el sexo del hablante.
Las frases en las que el predicado es un nombre declinado como un verbo con el significado de 'ser' o 'tener' el objeto designado mediante el nombre ocurren en bororo y witoto, como 'yo-cuchillo', es decir, 'yo tengo un cuchillo'. Las frases en las que el sujeto es el objeto de la acción son frecuentes pero las frases verdaderamente pasivas en las que se expresan el recipiente de la acción y el agente de la misma son raras, aunque ocurren en witoto. Las frases subordinadas se introducen raramente por conjunciones, expresándose normalmente por elementos pospuestos o formas especiales de los verbos, tales como gerundios, participios o conjugaciones subordinadas.
Finalmente en cuanto a la ergatividad, ésta está ampliamente extendida en las siguientes familias de lenguas: mixe-zoque, en mayenses; en Sudamérica, las lenguas yê, las arawak, las tupí-guaraní, las pano-tacanas, las chibchas y las caribes. Y en Estados Unidos y Canadá el chinook y el tsimishian.
Al igual que ocurre con la gramática, no hay características fonológicas comunes a todas las lenguas americanas. El número de sonidos puede variar desde 42 en jaqaru (aimara) hasta 17 en campa (arahuaco). La jaqaru tiene 36 consonantes mientras que la makushí (caribe) tiene solo 11.
Algunas lenguas quechuas tienen solo 3 vocales mientras que la apinayé (ye) tiene 10 vocales orales y 7 nasales. Una variedad de tucano (tucanoano) muestra tres puntos de articulación mientras que la chipaya tiene nueve.
Las oclusivas sordas (p, t, k) ocurren por doquier pero las sonoras (b, d, g) pueden estar ausentes y las fricativas (f, v, s, z, h) pueden ser pocas en número. Las oclusivas glotalizadas sordas son corrientes (quechua, aimara, chibcha, lenguas de California) pero no las oclusivas glotalizadas sonoras. Menos frecuentes son las aspiradas (quechua y aimara) y palatalizadas (puinave); los sonidos nasales glotalizados (movima) y las laterales sordas (vilela) son raras. Hay una distinción entre sonidos velares y postvelares en quechua, aimara y chon, entre velar y labiovelar en tacana y siona; las consonantes retroflexas palatales suceden en pano-tacana y chipaya.
También existen entre las lenguas americanas lenguas tonales que se concentran sobre todo en Mesoamérica y la Amazonia.
Los sistemas que poseen vocales nasales son los corrientes (macro-yê, sabelano), pero en varias lenguas (tupiano, waicano) la nasalización es una característica de las palabras completas no de vocales o consonantes. Hay una aparente ausencia de vocales anteriores redondeadas ([y], [ø]) pero las vocales no redondeadas posteriores y las centrales altas son corrientes. Varios sistemas tienen vocales largas como el chipaya y algunas lenguas caribe, ocurriendo las vocales glotalizadas, como por ejemplo en ticuna y chon. Son muy comunes los sistemas con énfasis tonal en sílabas enfatizadas, como en panoano, witotoano y chibchano. Sistemas con tres tonos (acaricuara), cuatro (mundurucú, nukak) y cinco (ticuna) son más bien raros.
Las lenguas indias de Sudamérica varían mucho en cuanto al número de préstamos recibidos del español y del portugués. Los préstamos masivos han sucedido en regiones donde las lenguas han tenido un contacto intenso y continuo con el español o el portugués, especialmente donde los grupos son económicamente dependientes y hay un alto número de personas bilingües, como en quechua, o donde no hay diferencias culturales correspondientes a diferencias lingüísticas, como en el guaraní paraguayo. Los préstamos no se han limitado a objetos de origen europeo sino a todas las esferas del vocabulario, habiendo desplazado a los nombres nativos en muchos casos. Tampoco se han limitado a cuestiones léxicas sino que incluyen elementos funcionales como preposiciones, conjunciones y sufijos derivativos. Los sistemas de sonidos se han visto también afectados pero en algunas situaciones en las que los nativos han mostrado una actitud antagonista hacia los europeos el purismo ha retenido las palabras originales y los préstamos han sido pocos, como es el caso del mapuche. Cuando el contacto ha sido frecuente pero superficial los préstamos han sido escasos si bien el significado de las palabras nativas se ha modificado o nuevos términos descriptivos se han acuñado para designar nuevos tratos culturales, como ocurre en tehuelche.
Muchas lenguas indias en los Andes y en las montañas orientales tienen préstamos del quechua, ya sea directamente o a través del español. Las lenguas arawak de muchas islas del Caribe tiene préstamos del caribe que han formado una parte especial del vocabulario, usado solo por los hombres. Esas palabras fueron adoptadas tras ser derrotados los hablantes taínos de la isla por los caribes. Entre el quechua y el aimara hay abundantes préstamos pero es difícil determinar la dirección de los mismos.
Por otro lado, algunas lenguas indias han sido origen de préstamos a las lenguas europeas. Por ejemplo, el taíno (familia arawak) prestó al español las palabras 'canoa', 'cacique', 'maíz' y 'tabaco', entre muchas otras. Ninguna otra lengua de las nativas sudamericanas ha contribuido de forma tan extendida y con palabras tan corrientes, aunque el quechua ha dado vocablos especializados como 'cóndor', 'pampa' y 'vicuña'. El número de préstamos arahuacanos más numerosos se ha dado en las Antillas, una región donde el neerlandés, francés, inglés, portugués y español han estado presentes por largo tiempo. Las lenguas caribe, el otro grupo importante de la región, no parecen haber fraguado muchas palabras, aunque 'caníbal' es una forma semántica y fonéticamente modificada del autónimo de los caribes. La influencia de algunas lenguas indias en variedades regionales del español y del portugués ha sido considerable. Por ejemplo, el tupí-guaraní es responsable de muchas palabras indias en portugués brasileño, el guaraní en el español de Paraguay ('ñandú', 'ananá', 'tapioca', 'jaguar', 'mandioca', 'tucán', 'tapir') y nordeste de Argentina y el quechua en el español que se habla desde Colombia a Chile y Argentina. Igualmente el quechua es origen de muchos topónimos en Sudamérica.
Los nombres propios, con los que diferentes creencias están relacionados, muestran una diversidad de fenómenos, entre ellos el de nombrar al padre como al hijo (teknonimia) en algunos grupos arahuacanos. O el repetido cambio de nombre según la etapa de desarrollo, como pasa en guayakí, o la palabra tabú que prohíbe incluso la pronunciación del nombre propio o de la persona fallecida o ambos, como pasa en los grupos más meridionales (alacaluf, yámana, chon) y en la región del Chaco (toba, terena) y el uso de nombres totémicos para los grupos como en las etnias panoanas.
Muy pocos pueblos americanos inventaron escrituras para sus lenguas antes del siglo XVI. En Mesoamérica, los mayas usaban ya un sistema de escritura desarrollado y completo cuando los españoles llegaron allí (véase escritura maya). Este sistema era similar al usado anteriormente por los olmecas que figuran como precursores de la escritura en América. El idioma epiolmeca de las primeras inscripciones americanas se ha identificado como una lengua mije-soke). La escritura zapoteca, usada para el zapoteco epigráfico, está testimoniada un poco después que la escritura olmeca. En Sudamérica, por otra parte, no existió de un sistema de escritura propiamente dicho antes de la llegada de los españoles, los quipus ayudaban a llevar ciertos registros en los Andes centrales pero no permiten registrar textos lingüísticos o crónicas detalladas.
Tras la llegada de los españoles, muchas lenguas comenzaron a ser escritas. Tal vez el sistema más famoso, en ese sentido, es el creado por el indio cheroqui Sequoyah para su lengua nativa. Se trata de un silabario en el que cada símbolo representa una secuencia consonante-vocal. Otros sistemas de escritura, son el cree, el winnebago y algunas lenguas atabascanas septentrionales. No obstante, escrituras alfabéticas también se han usado, adaptadas del alfabeto romano con añadiduras de signos diacríticos y letras adicionales. Tras la influencia europea se crearon sistemas de escritura completa en Sudamérica: uno de los Kuna en Panamá y otro en Bolivia y Perú. Hay ayudas mnemónicas, mezcla de ideogramas y pictogramas, para recitar textos religiosos en quechua y rituales médicos en kuna, estando en uso todavía este último.
A pesar de todo, en Norteamérica y Sudamérica, la política educativa no ha estimulado, en términos generales, la alfabetización en las lenguas indias, solo a finales del siglo XX la actitud se ha vuelto más favorable hacia las lengua indígenas. Una rica literatura oral de los mitos indios americanos, cuentos y canciones se ha publicado en parte gracias al esfuerzo de lingüistas y antropólogos, existiendo ahora una conciencia creciente de instruir a los nativos para que transcriban sus propias tradiciones, como es el caso de los navajo.
Se han hecho esfuerzos para introducir la alfabetización en las lenguas nativas, habiendo algunas ortografías ya desde el siglo XVII (guaraní, quechua) y para otras los lingüistas han diseñado sistemas de escritura y preparado cartillas en los últimos años.
Los misioneros españoles documentaron y aprendieron a hablar un número considerable de idiomas indígenas. También desde muy temprano, en pleno siglo XVI, escribieron métodos para aprenderlas (frecuentemente llamados Arte(s) de la lengua).
Las lenguas indígenas de América presentan gran diversidad lingüística, el número de unidades filogenéticas o familias de lenguas es más de 80, además de un número muy considerable de lenguas aisladas. La mayoría de clasificaciones modernas han tratado de probar o sugerir relaciones de largo alcance que proponen un número substancialmente menor de familias de lenguas, y que en último término podría explicar como fue la diversificación de los pueblos indígenas americanos. Sin embargo, muchas de las clasificaciones que incluyen un número reducido de familias han sido ampliamente criticadas, ya que frecuentemente no pueden considerarse concluyentes ya que se basan en un elevado grado de especulación. A continuación se presenta una clasificación de las unidades filogenéticas bien establecidas, dejando solo para el final del artículo las propuestas más hipotéticas y controvertidas.
Entre las familias de lenguas bien establecidas de Groenlandia, Canadá y Estados Unidos se cuentan las siguientes, el signo † se refiere a familias actualmente extintas:
Recientemente se han aportado evidencias de relaciones entre los grupos anteriores así Callaghan (1997) propone la familia yokutiana y Langdon (1974) da pruebas en favor del pomo-yumano-cochimí.
Entre las lenguas aisladas o no clasificadas están:
Las familias de lenguas que se consideran bien establecidas en México y Centroamérica son:
Entre las lenguas aisladas o no clasificadas de esta región están:
Algunas de las principales fuentes de clasificación de lenguas de América del sur son: Adelaar (2004), Campbell (1997), Gordon (2005), Kaufman (1990, 1994), Key (1979), Loukotka (1968). En número de lenguas existen siete grandes familias lingüísticas de amplia distribución el Sudamérica: la familia macro-tupí, la familia arawak, la macrofamilia macro-ye, la familia caribe, la familia pano-tacana, la familia chibcha y la familia tucana. Por número de hablantes son importantes familias o macrolenguas formadas por un número reducido de lenguas que alcanzaron gran difusión: quechua, aimara y mapuche. Una lista completa de las familias lingüísticas correctamente identificadas en Sudamérica es la siguiente, entre paréntesis se coloca el número aproximado de lenguas, las lenguas extintas o casi-extintas se marcan con el signo (†):
Entre las lenguas aisladas o no-clasificadas de América del Sur estarían:
La hipótesis amerindia, postulada inicialmente por Joseph Greenberg, sugiere que todas las lenguas indígenas americanas pueden en último término agruparse en tres unidades filogenéticas o macrofamilias, que de norte a sur serían:
Los métodos por los cuales Greenberg y Ruhlen apoyan dicha hipótesis han sido ampliamente criticados por otros lingüistas partidarios de una aplicación más rigurosa de los métodos de la lingüística histórica. De hecho muchos lingüistas sugieren que aunque en último término las unidades filogenéticas anteriores fueran correctas, el tiempo de separación de unas lenguas de las otras serían tan grande que no resulta posible reconocer adecuadamente los parentescos y por tanto no serían estrictamente demostrable por los medios comunes de la lingüística histórica. Por esa razón muchos lingüistas consideran que la hipótesis amerindia y el resto de emparejamientos lingüísticos de las lenguas americanas con lenguas de Eurasia son totalmente espurios.
Algunas otras afiliaciones o macrofamilias propuestas sobre las que existen menos evidencias de parentesco y son poco aceptadas por algunos lingüistas están:
Además de los idiomas históricamente ligados a una comunidad, citados anteriormente, en América también existen variedades pidginizadas o sabires que en ocasiones han llegado a ser ampliamente usados como lingua franca para la intercomunicación entre varias comunidades lingüístcas, entre estos pueden mencionarse:
El estudio tipológico de las lenguas autóctonas de América, ya conducido a establecer que en varias zonas del continente las lenguas ha habido desarrollos convergentes en la historia de las familias de lenguas presentes en esas zonas. Esas zonas se llaman áreas de convergencia lingüística. La evolución convergente en esas áreas se habría debido a contactos prolongados entre hablantes de lenguas de varias familias, especialmente mediante el matrimonio interétnicos. Las regiones donde se ha establecido con razonable certeza la emergencia de áreas lingüísticas son:
Una dificultad con los nombres de las lenguas indígenas son los nombres, al tratarse de lenguas con pocos hablantes frecuentemente no existe un único nombre estandarizado para los nombres de las lenguas (glotónimos). La situación se complica porque frecuentemente los nombres varían según el origen de los lingüistas que han descrito las lenguas o la ubicación de las lenguas. La siguiente tabla de las correspondencias alternativas entre los sistemas transcripción más frecuentes:
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