La fiebre amarilla o vómito negro es una enfermedad aguda e infecciosa causada por "el virus de la fiebre amarilla". Es una causa importante de enfermedad hemorrágica en muchos países de África y Sudamérica. Se denomina fiebre amarilla por la ictericia que afecta a algunos pacientes. Es endémica en áreas subtropicales y tropicales de Sudamérica y África. Su presentación clínica es variada, fluctuando desde una enfermedad febril leve y autolimitada (lo más frecuente) hasta una enfermedad hemorrágica y hepática grave (con un 50 % de letalidad). La palabra amarillo del nombre se refiere a los signos de ictericia que afecta a los pacientes enfermos severamente.
Existe una vacuna efectiva, pero no se conoce cura por lo que cuando personas no vacunadas la contraen solo se les puede proporcionar tratamiento sintomático.
La fiebre amarilla ha sido causa de epidemias devastadoras en el pasado. Probablemente fue transmitida por primera vez a los humanos por otros primates en África oriental o central. De allí se propagó a África occidental y en los siglos XVI o XVII saltó a América debido al tráfico de esclavos. Como la enfermedad era endémica en África, las poblaciones de ese continente habían desarrollado cierta inmunidad a ella y solo les provocaban síntomas similares a los de la gripe. Por el contrario, cuando la epidemia golpeaba a colonos europeos en África o en América la mayoría moría.
La primera epidemia confirmada de fiebre amarilla en América fue la de 1647 en Barbados. En el Caribe esta enfermedad tuvo consecuencias geopolíticas importantes, ya que diezmó muchos ejércitos enviados desde Europa. Así, gran parte del triunfo de la Revolución Haitiana de 1802 se debió a que más de la mitad de las tropas francesas murió a causa de la enfermedad. Se produjeron también epidemias en otras regiones, como Norteamérica —fue famosa la de Filadelfia en 1793— y Europa, por ejemplo Barcelona en 1821. Casi siempre afectaban a zonas urbanas con alta densidad de población, debido al corto radio de acción del mosquito Aedes aegypti.
El químico y cirujano español Juan Manuel de Aréjula estudió la Fiebre Amarilla tras un brote en Andalucía y se convirtió en uno de los científicos españoles y europeos más doctos en la materia publicando varios tratados sobre la enfermedad que tuvieron gran profusión y traducciones a otros idiomas. La transmisión de la fiebre amarilla fue un misterio para la ciencia durante siglos hasta que en 1881 el cubano Carlos Finlay descubrió el papel del mosquito Aedes. En 1901 la enfermedad fue erradicada de La Habana y en pocos años se volvió rara en el Caribe.
Sin embargo, hoy las poblaciones no vacunadas en muchas naciones en desarrollo del África y Sudamérica continúan en gran riesgo.Organización Mundial de la Salud estima que la fiebre amarilla afecta a unas 200 000 personas cada año y mata a 30 000 de ellas, en poblaciones no vacunadas.
LaLa fiebre amarilla es transmitida al ser humano por la picadura del mosquito Aedes aegypti y otros mosquitos de los géneros Aedes, Haemagogus y Sabethes, que se encuentran generalmente a menos de 1300 metros sobre el nivel del mar, pero Aedes han sido hallados ocasionalmente hasta los 2200 m s. n. m., en las zonas tropicales de América y África.
El rango de huéspedes del virus es estrecho y se mantiene en la naturaleza entre primates y mosquitos hematófagos de los géneros Aedes y Haemagogus en África y Sudamérica respectivamente, con transmisión transovárica entre estos vectores. Esto es lo que se llama el «ciclo selvático de la fiebre amarilla». Los seres humanos son infectados ocasionalmente por mosquitos de la selva que previamente se han alimentado de un primate infectado, y luego pueden convertirse en huésped para la transmisión interhumana urbana, principalmente a través del Aedes aegypti, una especie que se desarrolla en recipientes que contienen agua dentro de moradas o en las cercanías a ellas. Este es el «ciclo urbano de la fiebre amarilla».
La gran mayoría de los casos de enfermos y muertos por la fiebre amarilla ocurre en el África subsahariana donde es un problema grave de salud pública que se presenta con un patrón epidémico. 610 millones de personas distribuidas en 32 países de África están en riesgo de contraerla. La enfermedad es endémica en varios países de América Central, Sudamérica y el Caribe. Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela son los países con mayor riesgo.
La enfermedad puede permanecer localmente desconocida en humanos por extensos períodos y súbitamente brotar en un modo epidémico. En Centroamérica, Venezuela y Trinidad, tales epidemias se han debido a la forma de la enfermedad (fiebre amarilla selvática), que permanece viva en la población de monos aulladores y es transmitida por el mosquito Haemagogus, el cual vive precisamente en el dosel forestal de las selvas lluviosas. El virus pasa a los humanos cuando las selvas altas son taladas. Los obreros forestales pueden entonces transmitir la enfermedad a otros, iniciando así una epidemia.
A principios de 2016 se desató una epidemia de fiebre amarilla en Angola. Entre enero y agosto se han contabilizado 4000 casos sospechosos, de los cuales se han confirmado 879. De Angola el brote pasó a la vecina República Democrática del Congo, donde se han confirmado 68 casos y hay más de 2200 casos sospechosos. Se cuentan ya 400 muertes confirmadas entre ambos países, la mayoría en Angola.
La fiebre amarilla es causada por el virus prototipo del género Flavivirus, compuesto por alrededor de 70 cepas de virus ARN monocatenario positivo, la mayoría transmitida por artrópodos (mosquitos y garrapatas).
El período de incubación se sitúa entre los 3 y los 7 días.
La duración de la enfermedad en caso de curación es de una a dos semanas. Tras el período de incubación cabe distinguir dos formas clínicas: la leve y la grave o clásica.El diagnóstico en zonas tropicales suele establecerse a partir de los datos clínicos. La confirmación del diagnóstico requiere la demostración de un ascenso al cuádruple en el título de anticuerpos en un paciente sin historia reciente de vacunación frente a la fiebre amarilla y si se han podido excluir reacciones cruzadas frente a otros flavivirus, o la demostración del virus de la fiebre amarilla, sus antígenos o genoma en tejidos, sangre o líquidos biológicos.
No existe tratamiento eficaz para la fiebre amarilla, justificando la importancia de la vacunación. En los casos graves está indicado el tratamiento sintomático y de soporte, particularmente la rehidratación y el control de posible hipotensión. La mortalidad global es del 5 % en poblaciones indígenas de regiones endémicas, aunque en los casos graves, en epidemias o entre poblaciones no indígenas, hasta el 50 % de los pacientes pueden fallecer. Ciertos casos resultan en insuficiencia renal aguda por lo que la diálisis es importante para el tratamiento renal.
Reportes históricos han mostrado la tasa de mortalidad entre 1 de 17 (5,8 %) y 1 de 3 (33 %). Las notas informativas de la OMS para la fiebre amarilla, actualizadas en 2001, cita que 15 % de los pacientes entrarán en una «fase tóxica» y que la mitad de ellos morirían entre 10 a 14 días, y la otra mitad se recuperaría.
En 1937, Max Theiler, trabajando para la Fundación Rockefeller, desarrolló una vacuna para la fiebre amarilla, la cual efectivamente protege a aquellas personas que viajan a áreas afectadas, manteniendo a su vez un medio de control de la enfermedad.
La profilaxis se realiza mediante el uso de una vacuna que es eficaz desde los 10 días hasta diez años después de colocada y por medio de medidas de control que se basan en el aislamiento de los enfermos para evitar en lo posible que sean picados de nuevo por los mosquitos vectores, así como en la desinsectación, el control de mosquitos y el empleo de medios que eviten las picaduras (ropa protectora, repelentes, redes), aunque estas últimas no siempre son eficaces en el control del mosquito. El mejor método de control es la vacunación de la población receptiva (habitantes de zonas endémicas y viajeros a éstas).
Estudios recientes han descubierto un incrementado número de áreas afectadas por infecciones virales transmitidas por mosquitos y han justificado la investigación y financiamiento de vacunas.
La vacunación masiva de la población en Angola y República del Congo, que podría evitar la propagación de la enfermedad, se ha visto limitada por el bajo nivel de existencias de vacunas, ya que su fabricación requiere todo un año. Las autoridades sanitarias han recurrido a la aplicación de vacunas en dosis cinco veces inferiores a las habituales.
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