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Sinfonía n.º 10 (Mahler)



Gustav Mahler trabajó en su Décima sinfonía durante el año de 1910. A su muerte, en 1911, sólo el primer movimiento estaba terminado, aunque quedaron planteada la estructura general de la obra y esbozados los otros movimientos.

Mahler solo alcanzó a completar totalmente el «Adagio», el primer movimiento. El tercero, titulado "Purgatorio", se encuentra también terminado, pero solo orquestado completamente en sus primeros compases. El resto fue objeto de reconstrucción por parte del musicólogo y estudioso de Mahler Deryck Cooke, tras persuadir a Alma Mahler, esposa del compositor, de que levantara en 1960 el veto que pesaba sobre los bocetos de los movimientos restantes, dejados en su poder poco antes de la muerte de su marido.[1]

Anna Mahler, la hija sobreviviente del compositor, proporcionaría a Deryck Cooke —después de la desaparición de su madre— apuntes eludidos en su día por Alma al musicólogo inglés que consolidaron su laborioso trabajo de reconstrucción, tal como lo ha relatado él mismo y Henry-Louis de La Grange, en su extensa biografía. La primera oferta interpretativa del profesor recibió la emocionada acogida de Alma, lo que estimuló al británico a efectuar dos revisiones exhaustivas.

Ya en posesión de los bocetos que la hija de Mahler le proporcionó, estos apuntes celosamente custodiados vinieron a replantear el enfoque del segundo, cuarto y quinto movimientos (los menos elaborados del manuscrito) de la que se ha llamado desde entonces la Décima de Gustav Mahler.[1]

Existen otros intentos para hacer ejecutable esta última sinfonía. Clinton Carpenter, Joseph Weeler, Remo Mazzetti, o el director de orquesta Rudolf Barshái plantearon su personal punto de vista. Todos estos han merecido por lo menos una —o varias, en el caso de Cooke— grabaciones correspondientes.

La estructura proyectada por Mahler consta de los siguientes movimientos:

El Andante-Adagio, único movimiento prácticamente terminado por Mahler, es una de sus obras más renovadoras y próximas a la vanguardia vienesa de músicos como Arnold Schoenberg y Alban Berg. En este amplio movimiento, de unos veinte minutos, predominan las armonías cromáticas, y su lenguaje se sitúa muchas veces prácticamente en la atonalidad. El uso de recursos como la inversión de los temas hace que intuya también el dodecafonismo.

La estructura general del movimiento se articula en una forma sonata muy libre con tres temas: 1) Una melodía cromática y de carácter misterioso en las violas; 2) Un tema lírico muy apasionado, en los violines con acompañamiento de los trombones, seguido de su inversión; 3) Un tema con carácter de danza, compuesto por distintos motivos en los que predomina el sonido de las maderas. El desarrollo se centra en los temas tratándolos en orden inverso al de la exposición, y tras la reaparición de la melodía inicial de las violas surge de pronto, sin mediación alguna, una violenta disonancia en toda la orquesta que culmina en un fortissimo en el que suenan nueve grados de la escala cromática y que por lo tanto constituye casi un acorde dodecafónico, como el que usará más tarde Alban Berg en Lulú (ópera) en el momento de la muerte de la protagonista. Sin embargo, tras este punto culminante que entra de lleno en el expresionismo, la reexposición se centra sobre el segundo tema, transformado en una melodía apacible, por lo que el movimiento termina de forma tranquila y con armonías tonales.

Los esbozos de Mahler del resto de los movimientos, algunos bastante avanzados, permiten conocer las intenciones del compositor. El "Purgatorio" es un pasaje breve e irónico, enmarcado entre dos movimientos tipo scherzo con carácter de danza, más burlesco el primero, y más nostálgico el segundo. El finale comienza con un fuerte golpe de tambor, en el que Mahler reproduce el sonido que escuchó en un cortejo fúnebre en Nueva York y que al parecer le impresionó profundamente. El final de este movimiento es de un gran lirismo, y en el manuscrito se encuentran muchas frases en las que Mahler va anotando sus emociones más íntimas. Aunque músicos como Ernst Krenek, Schoenberg o Shostakóvich, a los que les fue enseñado el manuscrito, se negaron a reconstruir la obra, la Décima sinfonía ha sido objeto de varias reconstrucciones, entre ellas la del musicólogo inglés Deryck Cooke o la del ruso Rudolf Barshai.



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