Gonzalo Jiménez de Quesada, también escrito como Ximénez de Quesada (Granada o Córdoba, España, 1509-Mariquita, Provincia de Mariquita, Nuevo Reino de Granada, 16 de febrero de 1579) fue un abogado, adelantado y conquistador español con el rango de Teniente General que conquistó el territorio al que llamó Nuevo Reino de Granada, en la actual República de Colombia.
Fundó, entre otras, la ciudad de Santafé de Bogotá, actual capital de Colombia, el 6 de agosto de 1538. La última expedición la realizó entre 1569 y 1572 en busca de El Dorado, la cual culminó en forma desastrosa.
No existe un claro consenso sobre el lugar de su nacimiento; algunos cronistas lo sitúan en Córdoba y otros en Granada en 1509, ambas ciudades de Andalucía. A Granada llegó su padre (llamado Luis o Gonzalo) para ejercer la abogacía, y se cree que esta ciudad es la que con mayor probabilidad fue la cuna de Jiménez de Quesada, puesto que, como dice el cronista Juan Rodríguez Freyle, al territorio que conquistó le puso el nombre de Nuevo Reino de Granada por la semejanza que encontró entre el altiplano Cundiboyacense «con los campos y vegas de Granada, patria del General». También se ha especulado sobre si su origen pudo ser judío, aunque sobre este asunto no hay datos contundentes.
Sobre el origen Jiménez de Quesada coinciden la mayoría de las fuentes, entre las que se cuentan Juan de Castellanos, Juan Rodríguez Freyle y Lucas Fernández de Piedrahíta, mientras que los que defendieron su origen cordobés fueron Fray Pedro Simón y Marcos Jiménez de la Espada. Estos últimos le dan un origen cordobés debido a que, al parecer, su padre, Luis (o Gonzalo) Jiménez y su madre, Isabel de Rivera, eran ambos naturales de Córdoba.
Fue el mayor de seis hermanos, de los cuales Hernán Pérez de Quesada fue quien lo acompañó como segundo al mando en la expedición del río Magdalena; Francisco de Quesada fue uno de los conquistadores de Quito, y los dos murieron cuando, al pasar por el Cabo de la Vela, los mató un rayo que cayó sobre el buque en que viajaban. Otro hermano, llamado Melchor, fue presbítero, y sus dos hermanas se llamaban Andrea y Magdalena.
Pasada la adolescencia estudió en la Universidad de Salamanca la licenciatura de Derecho y regresó a Granada, ya abogado, alrededor de 1533, según algunos documentos que lo acreditan como Gonzalo Jiménez «el mozo» para diferenciarlo de su padre. Se sabe también que ejerció como abogado en la Real Audiencia de Granada.
La familia de Jiménez de Quesada, de pertenecer a una tradición de letrados y abogados, tenía una pequeña industria de elaboración y tinte de telas de lino y lana, pero un pleito alrededor de los tintes provocó una crisis económica en la industria familiar, lo que impulsó a varios de sus miembros, entre esos Gonzalo y su hermano Hernán, a salir de la Península. Luego de trabajar en la Real Audiencia de Granada, Gonzalo habría ido a Italia en 1534 para enrolarse en los recién fundados tercios españoles, oficio en el que estuvo poco tiempo antes de partir para América.
Cuando en la Península se supo la muerte de García de Lerma, gobernador de Santa Marta, se le dio aviso de la vacante a don Pedro Fernández de Lugo, caballero muy rico y Adelantado de Canaria, que se encontraba retirado en la isla de Tenerife. Fernández de Lugo se hallaba al tanto de las noticias de la provincia de Santa Marta por informes de Francisco Lorenzo, soldado que había estado en esa provincia y que se hallaba en Tenerife.
Despachó Fernández de Lugo a su hijo, don Alonso Luis Fernández de Lugo, para que fuese a la Corte y adelantase en su nombre las diligencias necesarias para adquirir la gobernación. Llegado a la corte Alonso Luis a principios de 1535, consiguió el nombramiento para su padre con el título de Adelantado de las provincias y reinos que conquistase. El Consejo de Indias firmó capitulaciones con don Pedro Fernández de Lugo imponiéndole las condiciones de ley. Don Alonso, su hijo, que se hallaba en Sanlúcar disponiendo lo necesario para el viaje, se hizo a la vela y llegó al puerto de Tenerife.
A mediados de 1535, Jiménez de Quesada se embarcó como parte de la comitiva del recién nombrado gobernador. Antes de embarcarse, el 10 de noviembre, fue nombrado en el Puerto de Santa Cruz como Teniente de Gobernador para administrar justicia, cargo que también se conocía como Justicia Mayor.
En enero de 1536 (o a finales de 1535 según algunas versiones) Fernández de Lugo desembarcó en Santa Marta con 1500 hombres, entre los cuales figuraban Gonzalo Jiménez de Quesada, Pedro Fernández de Valenzuela, Antonio Ruiz de Orjuela, Gonzalo Suárez Rendón, Martín Galeano y Lázaro Fonte, entre muchos otros. El deplorable estado en que el nuevo gobernador encontró a la población española establecida en Santa Marta le impresionó sobremanera, pues Santa Marta se reducía entonces a unas pocas chozas pajizas que no pudieron prestar suficiente alojamiento a la cantidad de hombres y animales que acababan de desembarcar, por lo que muchos tuvieron que levantar tiendas de campaña. Hasta ese momento había estado al mando de la ciudad, de manera provisional, Antonio Bezos.
Los españoles en Santa Marta, además de vivir en deplorables chozas y vestir con desgastadas camisas y alpargatas, estaban en su mayor parte enfermos y agotados por las difíciles condiciones del clima, a lo que se sumaban los continuos ataques de las tribus Tayrona y Bonda, no obstante contar con la alianza de los indígenas Gaira y Taganga, que ayudaban a los españoles a defenderse de las tribus enemigas.
Con la llegada de la comitiva de Fernández de Lugo se desató una epidemia de disentería que llevó a muchos a la muerte. Esto dificultó aún más la labor del nuevo gobernador, que intentaba pese a todo suplir las necesidades de su población.
Para ocupar a los hombres y evitar una sublevación, el gobernador Fernández de Lugo preparó una expedición a la Sierra Nevada de Santa Marta, en la que participó Jiménez de Quesada en calidad de Justicia Mayor, pero la expedición regresó sin haber encontrado nada destacable. Entonces Fernández de Lugo comisionó a su hijo, Alonso Luis, para que dirigiera una nueva expedición hasta la comarca de los Taironas. Alonso Luis Fernández de Lugo, en su expedición, tomó un gran botín con el cual se embarcó en secreto para España, sin que su padre lo supiera.
Jiménez de Quesada, ante el robo de Alonso Luis a su padre, envió una representación ante la Corte de Madrid para que se le capturara y juzgara, pero en España el prófugo fue absuelto y tiempo después regresó a Santa Marta para ocupar el cargo de su padre
Tres meses después de su llegada a Santa Marta, en 1536, y debido a la precariedad que se vivía en esa ciudad, Jiménez de Quesada organizó desde esa ciudad una excursión hacia el interior del territorio siguiendo el curso del río Magdalena (llamado así por haberse descubierto el día de Santa María Magdalena), que dividía a las provincias de Santa Marta y Cartagena, con la intención de alcanzar el nacimiento de dicho río, que se suponía estaba en el Perú, territorio del que ya se tenían noticias por haber sido conquistado por Francisco Pizarro en 1532.
Antes de esta expedición, ya varios gobernadores y capitanes de Santa Marta y Cartagena habían intentado remontar el río Magdalena sin éxito, pues su excesivo caudal y las espesas selvas que lo rodeaban hacían muy difícil la expedición. Lo máximo a lo que habían llegado eran 50 o 60 leguas río arriba, hasta la provincia de Sompallón. Por «lenguas de indios» (intérpretes) los gobernadores de Santa Marta y Cartagena se habían enterado de que río arriba había muchos pueblos y riquezas y grandes provincias y señores de ellas, pero ninguna expedición había tenido éxito, la mayoría de las veces porque el río estaba muy crecido por las lluvias hasta el punto de que las tierras alrededor del río se encenagaban, lo que imposibilitaba el paso.
No solo las gobernaciones de Santa Marta y Cartagena tenían intereses en esta expedición, sino también la gobernación de Venezuela, que estaba controlada por exploradores alemanes luego de que el emperador Carlos V arrendara por un tiempo la provincia de Venezuela a la familia de banqueros alemanes Welser, de Augsburgo. También tenían interés en esta expedición los exploradores de las tierras de Urapari (Orinoco), los cuales tenían ya noticias de una rica provincia llamada Meta, que por información de los intérpretes indígenas venía a ser el nacimiento del río Orinoco. En las instrucciones de la expedición que debía emprender Jiménez de Quesada quedó estipulado que el contingente, en su ruta hacia el Perú (que en ese entonces pertenecía a la jurisdicción de la Gobernación de Nueva Castilla), debía procurar la paz con los indígenas que hallase en el transcurso. La expedición fue autorizada por el gobernador Pedro Fernández de Lugo.
El 1 de abril de 1536 Jiménez de Quesada recibió del gobernador Fernández de Lugo, previo acuerdo con los demás capitanes, el nombramiento de Teniente General de las fuerzas destinadas a la expedición, según documentos conservados en el Archivo de Indias:
Jiménez de Quesada encabezó el grupo que iba por tierra como Capitán General junto con su hermano Hernán Pérez de Quesada y los siguientes capitanes:
El 5 o 6 de abril de 1536 salió la expedición desde Santa Marta con la intención de remontar el río Magdalena. Jiménez de Quesada recibió plena autoridad para dirigir a los hombres a su discreción. La expedición estaba compuesta por dos grupos, uno por tierra y otro que remontaría el río.
El grupo de tierra estaba integrado por 600 o 620 hombres repartidos en 8 compañías de infantería y 70 u 85 hombres repartidos en 10 compañías de caballería; el número de hombres varía dependiendo de las fuentes.bergantines, pero solo dos embarcaciones lograron entrar en las bocas del Magdalena, al mando del Capitán Juan Chamorro, mientras que dos o tres más se perdieron y el resto regresaron a Cartagena y Santa Marta. En Santa Marta se habilitaron dos de esos bergantines y se nombró como jefe de la flotilla al Licenciado Juan Gallegos y como Capitanes a Gómez Corral y Juan Albarracín.
El grupo que remontaría el río para encontrarse después con los hombres de tierra comandados estaba integrado por 200 hombres repartidos en sieteEn el río, el Capitán Gallegos alcanzó la flotilla del Capitán Chamorro en Malambo y las dos flotillas de cuatro bergantines llegaron sin contratiempo a los dominios del cacique de Tamalameque, que era el punto de reunión con Jiménez de Quesada.
Los que iban por tierra, al mando de Quesada, tomaron la ruta del sur, rodearon la Sierra Nevada de Santa Marta, pasando por el territorio de los chimilas. Cuando llegaron a Valledupar, pasaron a Chiriguaná y Tamalameque, punto de encuentro con los que venían por el río, para luego dirigirse a Sompallón. Sin embargo, las dificultades fueron mayores que para los que iban tierra, pues los caballos no eran de ninguna utilidad en las abundantes ciénagas pantanosas que cubrían toda la región, y por el contrario, transportar por allí a los caballos resultaba una tarea de enorme dificultad.
En Tamalameque se reunieron los que iban por tierra con los que iban por agua. Allí Jiménez que Quesada tuvo que imponer su autoridad para que un grupo de hombres no se devolviesen a Santa Marta, asustados por las contrariedades que ya habían sufrido para llegar hasta allí, pues el ardoroso clima y la abundancia de zancudos y animales peligrosos los hacía temer de lo que pudiera haber más adelante. Entonces el General organizó una compañía con los hombres más sanos y fuertes bajo las órdenes de Jerónimo de Inza para que fueran por delante, en la vanguardia, abriendo camino entre la selva virgen. Luego hizo devolver a los más enfermos a Santa Marta por el río, y así dispuestas las cosas, se dispusieron a continuar la marcha río arriba.
Continuó la expedición su ruta por el Magdalena hacia San Pablo y Barranca. Después, los que viajaban por agua descubrieron una población en la rivera a 150 leguas de la costa. A esta población la llamaron Cuatro Brazos, pero fue más conocida como La Tora de las Barrancas Bermejas (la actual Barrancabermeja), llamada así por el color rojizo (bermejo) de las orillas del río. Cuando se le informó a Jiménez de Quesada de este descubrimiento, el General se embarcó hasta allí en compañía de Baltasar Maldonado, Fernán Vanegas y Antón de Olaya. Hasta este punto la expedición fue muy dificultosa por las cerradas selvas y el fuerte caudal del río.
En Barrancabermeja decidió Jiménez de Quesada esperar a los hombres que venían por tierra y luego hacerlos descansar, puesto que ya iban muy agotados. Mientras esperaba, hizo explorar las tierras circunvecinas y el río. Días después regresaron los exploradores con la noticia de que las tierras en derredor estaban despobladas y el río que estaba tan crecido que había inundado mucho terreno alrededor de su cauce. Los bergantines habían logrado avanzar 20 leguas río arriba, pero se devolvieron sin noticias de haber visto nada particular, salvo el haber divisado unos pocos indios en unos islotes en medio del río.
Antes las pocas de esperanza de encontrar nada, y debido a las difíciles condiciones de salud en que se encontraba la mayoría, el Capitán Juan de San Martín y otros hombres intentaron sublevarse en Barrancabermeja. El Capitán San Martín, tomando la vocería de sus compañeros, manifestó al General que tenían la intención de abandonar la expedición y devolverse a Santa Marta, pero el General logró calmar los ánimos con la ayuda del capellán Fray Domingo de las Casas.
Con la esperanza de tener mejores resultados, Jiménez de Quesada organizó una segunda expedición, al mando de los capitanes Cardoso y Albarracín, y esta expedición dio mejores resultados, pues se descubrió el río Opón, y en sus orillas encontraron los exploradores un bohío en el que los indios tenían un tipo de sal diferente a la sal marina que hasta entonces habían consumido.
Hasta Barrancabermeja los españoles consumieron sal en grano que se producía en las costas del mar de Santa Marta y que los indígenas comerciaban hasta 70 leguas tierra adentro con otras tribus. Después de las 70 leguas, los españoles se percataron de que esa sal marina se hacía muy escasa y costosa, y solo la usaban los caciques y otros indios principales o nobles. El resto de los indios consumían sal elaborada con orina humana y con ciertas palmas que se molían hasta hacer un polvo salino.
Las gentes de allí consumían otro tipo de sal que no era en grano como la sal marina, sino que venía compacta en forma de panes o pilones grandes. Mientras más avanzaban hacia las montañas, más común era el uso de esta sal entre los nativos. De este modo dedujeron los españoles que así como la sal en grano subía desde la costa, la sal en forma de panes bajaba desde las montañas.
Al preguntar a los nativos por el origen de ese nuevo tipo de sal, estos les respondieron que la traían unos mercaderes que venían de la tierra en que aquella sal se producía, que era una tierra grande y rica gobernada por un poderoso señor. Ante estas noticias, siguieron los españoles explorando hasta llegar a las Serranías del Opón, caminando por alrededor de 50 leguas. Aquellas tierras eran muy dificultosas de andar y con escasa población de indios. Tiempo después se descubriría que el origen de la sal en panes eran los poblados muiscas de Zipaquirá y Nemocón.
Esta noticia, al llegar al campamento de Jiménez de Quesada, alentó los ánimos de los hombres. El General envió entonces al Capitán San Martín a cerciorarse de la noticia y obtener datos más completos. Al remontar el río, San Martín encontró una canoa abandonada por los nativos en la que halló finas mantas rojas de algodón y de excelente tejido, además de algunos panes de sal; al avanzar más, encontró varias chozas que servían como depósitos de sal, y cerca de allí una población con cerca de 1000 habitantes. Allí se devolvió para informar de lo encontrado.
Jiménez de Quesada, ante la imposibilidad de seguir bordeando el río Magdalena, decidió adentrarse por el río Opón ya que se habían hecho tan importantes descubrimientos. El río parecía venir de unas grandes sierras y montañas que se divisaban a mano izquierda, las cuales eran las Serranías del Opón, que después explorarían. Subiendo por la orilla del río, Jiménez de Quesada se enfermó de gravedad, por lo que dispuso que avanzaran adelante Céspedes y Olaya, quienes llegaron a la cumbre de una serranía desde la que divisaron a lo lejos extensas tierras que debían estar pobladas.
Jiménez de Quesada se devolvió a Barrancabermeja y allí dispuso que Gallegos se devolviera a Santa Marta con la flotilla de bergantines y los soldados enfermos. Después, aunque aún no se había recuperado de su enfermedad, emprendió el camino por las serranías de Atún (alto Opón).
Subiendo por las selvas, los españoles se vieron obligados por el hambre a comer, cocidos en agua, los cueros de sus armaduras, las correas y las vainas de sus espadas. En una ocasión en que acampaban a orillas del río, un jaguar sacó de la hamaca en que dormía a un soldado ante cuyos gritos acudieron sus compañeros. El jaguar, asustado, dejó al soldado y se escabulló entre la selva. Más tarde en la noche el jaguar regresó y se llevó al soldado, cuyos gritos esta vez no pudieron ser escuchados por sus compañeros debido al ruido de la lluvia torrencial que caía en ese momento.
Después de tan dificultoso viaje llegaron al sitio donde después se fundaría el pueblo de Vélez, en la provincia que llevaría ese mismo nombre, en dominios de la Confederación Muisca. A partir de allí el camino se hizo más aplanado y fácil de transitar. Además, por la altura en que se hallaban, el clima se hizo más templado, lo que sirvió en beneficio de la salud de todos los hombres, que recuperaron el buen ánimo. En total, la expedición había quedado reducida en ese punto a 166 hombres y 60 caballos.
La nueva tierra descubierta estaba muy poblada por indígenas de aspecto distinto al que tenían los de las selvas y las costas, y cuyo idioma ya no podían traducir los intérpretes que habían llevado desde Santa Marta. Entretanto, los españoles iban pálidos y flacos por las muchas penalidades sufridas en el viaje, y casi del todo desnudos, pues las ropas se habían vuelto harapos, pero a los quince días de haber entrado en el altiplano Cundiboyacense, según refiere Fernández de Piedrahíta, recobraron la salud por los buenos aires y el clima templado, así como también los caballos, que se recuperaron de su extrema flaqueza, y como los indios les ofrecían hermosas mantas de algodón teñidas de vivos colores, se vistieron los españoles al estilo de los muiscas.
En enero de 1537, llegados al poblado muisca de Chipatá, tras casi un año de haber salido de Santa Marta, consideraron los españoles que las condiciones amables del clima, del terreno y de los habitantes de aquellas provincias eran favorables para celebrar una misa, a la que no habían asistido desde su salida de Santa Marta. Fue entonces cuando el dominico fray Domingo de las Casas, para satisfacer la necesidad expresada por los soldados, dispuso que se construyera un altar, y con el pequeño lienzo de la crucifixión que al año siguiente usaría en la fundación de Bogotá, celebró la primera misa en territorio muisca, considerada también como la primera misa del Nuevo Reino de Granada.
Continuaron los españoles la marcha rodeados por indios cada vez más numerosos, que se admiraban sobre todo de ver a los caballos, pues no sabían si hombre y caballo eran un mismo ser. El cronista Lucas Fernández de Piedrahíta refiere que algunos indios murieron de impresión, otros se quedaban pasmados y completamente paralizados al ver correr a los caballos, y otros cerraban los ojos por el temor.
Cerca de los dominios del cacique Guachetá, en las proximidades de una quebrada, salieron muchos indios haciendo un gran ruido y arrojando a los españoles gran cantidad de flechas, pero no disparadas con arco sino con un artefacto usado por ellos para arrojarlas. Al otro lado de la quebrada, otros muchos hacían ostentación de lanzas y macanas con muchos gritos que duraron hasta la media noche. A esa hora cesó el ruido y Quesada salió con algunos hombres, aprovechando la luz de la luna llena, para averiguar la causa del repentino silencio. Descubrieron luego que unos caballos habían corrido en pos de una yegua que estaba en celo, y con sus relinchos habían espantado a los indios. Sobre el particular dice el cronista Fernández de Piedrahíta:
Habiéndose calmado los ánimos de los indios, siguieron los españoles su camino hasta que toparon con el río Saravita. A ese río cayó el capitán Gonzalo Suárez Rendón con su caballo. Al caballo se lo llevó el río, y el capitán pudo ser rescatado por sus compañeros, y desde entonces se conoció al río Saravita con el nombre de río Suárez.
Continuaron la marcha hasta el pueblo de Ubazá, situado a inmediaciones del río Saravita. Este pueblo de Ubazá lo encontraron desierto los españoles, pues sus habitantes habían huido a toda prisa cuando se enteraron de la llegada de los extranjeros. Sin embargo, a medida que avanzaban, el miedo de una parte de los nativos iba disminuyendo.
Pasaron luego por los pueblos muiscas de Moniquirá, Susa y Tinjacá y Guachetá. Luego siguieron por Lenguazaque, Cucunubá y Suesca. En estas últimas poblaciones fueron recibidos por la población con abundantes ofrendas de venados, conejos y telas de variados colores.
Guiados por algunos indígenas, llegaron los españoles a Guachetá, poblado populoso al que llamaron San Gregorio, por haber llegado en el día de ese santo. Los habitantes de Guachetá, enterados de la llegada de los extranjeros, habían huido antes de que estos llegaran, dejando el pueblo abandonado, y pensando que los españoles eran hijos del sol y comían carne humana, enviaron unos emisarios con un anciano amarrado, al que dejaron junto a una hoguera, por ver si se lo comían. Los españoles desataron al anciano y lo dejaron ir, pero pensando entonces los guachetaes que los extranjeros querían carne joven, arrojaron desde una peña a dos o tres niños de pecho. Ante los gritos del indio Pericón, intérprete de los españoles, los guachetaes se detuvieron y no arrojaron más niños.
Después les enviaron los indios a una mujer y un hombre maniatados junto con un venado para que los españoles se los comieran. El venado sirvió de alimento a la tropa y los dos indígenas fueron liberados. Este gesto, y el haber acudido los españoles a apagar el incendio de una casa, estableció mayor confianza con los guachetaes, que regresaron al pueblo y establecieron la paz con los españoles. En Guachetá había un gran templo consagrado al sol, junto al que levantaron los españoles una cruz, y allí mismo encontraron por primera vez unas esmeraldas.
El 14 de marzo de 1537, Jiménez de Quesada llegó a Suesca, cuyos habitantes agasajaron a los españoles en su campamento con carne de venado y conejo, con otras preparaciones a base de maíz y mantas de algodón pintadas de vivos colores.
Entretanto, el psihipqua llamado por los españoles como el Bogotá, que ya se había enterado de la llegada de los extranjeros, envió espías a Suesca para que se informasen de cuántos eran, las armas que traían y sus intenciones, para con estos datos decidir qué hacer. Los espías le hablaron al psihipqua de los caballos, a los que llamaban "venados grandes" en su lengua. El Bogotá ya tenía noticias de los caballos por informaciones anteriores, pero estos últimos espías se dieron cuenta de que un caballo había muerto y de que los españoles lo habían enterrado, por lo que quedaba descartado que fueran animales inmortales. También le describieron las armas que habían visto y el aspecto físico de los extranjeros.
Con ocasión de ir a visitar Quesada al cacique de Suesca, presenció el conquistador que el cacique permanecía amarrado en medio de su cercado, mientras sus nueve esposas se turnaban para azotarlo; al preguntar Quesada el motivo del castigo, le informó el intérprete que el cacique se había excedido en una borrachera y que por eso sus esposas lo estaban castigando. Quesada les rogó a las mujeres que perdonaran al cacique, que ya derramaba sangre de su espalda, pero las mujeres no cedieron.
Estando los españoles en Suesca, un hombre muisca fue al campamento de los españoles con la intención de obsequiar a su General con dos mantas de algodón. En el camino se encontró con el soldado Juan Gordo. Al ver al español, el hombre se asustó y salió corriendo, dejando las mantas tiradas en el suelo. Gordo recogió las mantas y, días después, el hombre muisca se quejó ante el General de que ese soldado le había robado las mantas.
Jiménez de Quesada sometió a juicio a Juan Gordo, quien fue declarado culpable y condenado a muerte. La sentencia se ejecutó sin piedad para que, según el General, «los demás tuvieran freno».
De Suesca se encaminaron los españoles a Nemocón, población en la que se extraía la sal que habían descubierto cerca de Barrancabermeja. Desde Nemocón el terreno se veía más placentero, con extensas llanuras y poblaciones mejor trazadas con casas pintadas de colores, la mayoría de planta circular y unas pocas de planta cuadrada o rectangular.
El psihipqua Bogotá, señor de Muyquytá, a cuyos dominios pertenecía Nemocón, estaba enterado de la llegada de los extranjeros por las noticias que le llevaban sus espías. Resuelto a expulsar a los extranjeros, envió a 500 de sus mejores güechas (guerreros muiscas) para que enfrentaran a los españoles. Muchos güechas llevaban a la espalda las momias de insignes guerreros que habían muerto en batalla.
Los güechas del Bogotá atacaron a los españoles por la retaguardia cuando estos se dirigían ya de camino hacia la población de Zipaquirá, pero los españoles obtuvieron la victoria sin necesidad de esperar los refuerzos que llegaron poco después.
Los güechas que habían sido vencidos en Nemocón huyeron con rapidez y se refugiaron en la fortaleza militar de Busongote, en Cajicá. Esta era la principal fortificación con la que contaba psihipqua de Muyquytá. Estaba fortificada con gruesos troncos de varios metros de altura y con cañas entretejidas cubiertas por telas de algodón de gran longitud. Al día siguiente salieron los güechas de su atrincheramiento y fueron derrotados por los españoles en una breve batalla. Los españoles ingresaron entonces en el fuerte de Busongote, donde encontraron abundantes provisiones de comida y mantas.
Desde Cajicá partieron los conquistadores hacia Chía, poblado de abundante población, extensos cultivos y grandes construcciones. La construcción más grande que encontraron allí fue el templo de la luna. Una peculiaridad de las construcciones que encontraron en Chía era que algunas casas aisladas de la población que eran usadas por los indios nobles principales como casas de recreo, tenía cada una una ancha calle o avenida que salía de su portal, de cinco varas de ancho y media legua de longitud, tan derechas que aunque subiesen o bajasen por alguna colina no discrepaban de la rectitud ni un solo punto.
En Chía celebraron los españoles la Semana Santa en abril de 1537, un año después de haber salido de Santa Marta. Quedaron en buena amistad con los habitantes de esa población y se prepararon para continuar la marcha con la esperanza de encontrarse con el psihipqua Bogotá, del que ya tenían noticias. Sabían que el psihipqua residía en el cercado de Muyquytá, capital del Cacicazgo de Muyquytá, a tres leguas de Chía, por lo que comenzaron a enviarle propuestas de paz con mensajeros para así evitar tener que ir a las armas, pero el psihipqua desconfiaba y no quería tener ningún trato ni contacto con los españoles debido a una profecía que le advertía que moriría a manos de unos extranjeros venidos de lejanas tierras.
Cuando se estaban preparando para partir, o cuando ya estaban en camino hacia Funza, llegó a los españoles el utatiba (cacique) de Suba, conocido como Subausaque, suegro de Bogotá, el cual les agasajó con carne de venado, finas mantas de algodón y otros regalos, y aun cuando se hubieron ido de su poblado, el cacique seguía enviándoles regalos. Con este cacique hicieron los españoles una paz general que no se quebrantó nunca. Algunas fuentes hablan de otro cacique, llamado Tuna, que llegó junto con el de Suba para agasajar a los extranjeros.
Después del Domingo de Quasimodo, partieron los españoles de Chía, con cuyo utatiba quedaron en buena amistad, y llegaron a Suba, desde cuyos cerros vieron sobre el valle muchas poblaciones con grandes cercados y bohíos hechos de madera y barazones de arcabuco. Como desde lejos estas edificaciones se veían tan bien trazadas y construidas y de tan agradable disposición, el adelantado Jiménez de Quesada llamó a esa sabana el "Valle de los Alcázares", que después se llamó "Valle de los Alcázares de Bogotá" y, por último, "Sabana de Bogotá"; luego, por ser Jiménez de Quesada natural de Granada, ciudad de la provincia de Andalucía, llamó a la región descubierta Nuevo Reino de Granada. En Suba tuvieron que permanecer los españoles ocho o quince días, pues era época de lluvias y el río Bogotá estaba muy crecido y no los dejaba avanzar. Aprovecharon este tiempo para esperar algún mensaje de paz del psihipqua, pero esto no ocurrió. Entretanto, descansaron en aposentos bien dispuestos por el utatiba de Suba, y pasados los quince días, partieron hacia Funza.
Luego de que los españoles anduvieron por las tierras de Muyquytá y de que se adentraran por las de Tunja, donde tuvieron algunas batallas, regresaron a la Sabana de Bogotá, donde los esperaba de nuevo el utatiba de Suba con más regalos, por lo cual se afianzó aún más su amistad. Entretanto, el psihipqua, que era yerno del utatiba de Suba, enterado de que este estaba en tratos y amistad con los extranjeros, ordenó hacerlo prisionero e hizo quemar muchos de los cercados de Suba, matando también a mucha de su gente.
Tiempo después, luego de la muerte de Bogotá, el utatiba de Suba fue liberado de la prisión en que lo mantenía el psihipqua y bautizado poco antes de morir por fray Domingo de las Casas, capellán de la expedición de Jiménez de Quesada; de este modo, Subausaque fue el primer muisca en ser bautizado. El bautizo se efectuó por intermedio de un indígena al que los españoles llamaban Pericón, encontrado en el camino de Opón y convertido en intérprete y catequista. Ese mismo día fueron bautizados también todos los vasallos del utatiba, habitantes de Suba. Por voluntad de Subausaque, los habitantes de su poblado mantuvieron la paz con los españoles. Según Fray Pedro Simón, el utatiba de Suba murió antes de que los españoles partieran por primera vez hacia Funza.
Otra versión afirma que el utatiba de Suba murió antes de que los españoles partieran de Suba, y que éstos lamentaron mucho su muerte, pues al haber entablado tan buena amistad con él, hubiera sido intermediario ideal entre ellos y Tisquesusa.
Levantado el campamento de Suba, los españoles se dirigieron al cercado de Muyquytá, en donde residía el psihipqua llamado por los españoles el Bogotá. Llegaron sin encontrar resistencia, pues el psihipqua, al enterarse del avance de los extranjeros, ordenó el desalojo del poblado y huyó junto con su familia, su corte, sus sacerdotes y sus más de 400 esposas hacia el palacio de Facatativá.
Los españoles se alojaron en el palacio del Bogotá en Funza, donde no encontraron ningún objeto valioso de oro ni de ningún otro material precioso, pues todo se lo habían llevado los indios.
Como un grupo de muiscas que acompañaban a los españoles desde Chía y Suba les habían solicitado ayuda para derrotar a sus perpetuos enemigos, los pueblos panches de las tierras cálidas del Occidente del actual departamento de Cundinamarca, dispuso Jiménez de Quesada la exploración de aquella provincia occidental, para lo cual designó a los capitanes Céspedes y San Martín para que comandaran a las tropas. En poco tiempo sometieron a los panches, guiados por los muiscas, quienes cubrieron a los españoles y a sus caballos con armaduras de algodón como las que usaban sus güechas para amortiguar los dardos envenenados lanzados por los panches.
Mientras Jiménez de Quesada esperaba la llegada de las tropas de Occidente, Tisquesusa envió varias expediciones a que guerrearan con los españoles pero, como se diera cuenta de la inferioridad militar de sus hombres, ingenió una estratagema para expulsar a los extranjeros de sus tierras. Como Tisquesusa ya sabía del interés que mostraban los españoles por el oro y las piedras preciosas, mandó a diez o doce de sus hombres para que hicieran desviar a los españoles del camino, diciéndoles que iban de parte del utatiba de Chocontá. Tisquesusa envió a sus hombres con comida, mantas y esmeraldas de Somondoco, con la instrucción de que llevaran a los españoles a Chocontá, y que desde allí les indicaran el camino hacia las minas de Somondoco, que estaban a cuatro jornadas de Chocontá. El zipa previno también que los hombres que enviaba se vistieran como los chocontaes, cuyos trajes eran diferentes de los de los bacataes; al mismo tiempo, envió por delante un mensajero a Chocontá para prevenir a su utatiba del plan.
Entonces Quesada, decepcionado por no haber podido encontrar al psihipqua, e intrigado por conocer el origen de las esmeraldas que le mostraban, decidió entonces, una vez que hubieron regresado las tropas del Occidente, partir hacia Chocontá, guiado por los falsos emisarios enviados por el zpsihipqua, para luego seguir camino hacia el Norte, en busca de las minas de esmeraldas de Somondoco, a la vez que aprovecharía para buscar al hoa de Hunza, Eucaneme, de quien ya tenía noticias.
Luego de salir de Funza, Quesada pasó por Bojacá, cuyo utatiba no quiso cumplimentarlo, a diferencia de los otros caciques de la Sabana de Bogotá; después pasó por Engativá, Usaquén, Teusacá (actual municipio de La Calera), Guasca y Guatavita, hasta llegar al Valle de Chocontá, cuatro días después de haber partido de Funza, el 9 de junio de 1537. En Chocontá los españoles fueron recibidos con agasajos y fiestas. Ese día se conmemoraba la Pascua de Pentecostés, que fue celebrada con una misa por el padre fray Domingo de las Casas, quien le dio al poblado el nombre de Pueblo del Espíritu Santo. Los cronistas españoles registraron que, al llegar Quesada a Chocontá, había un gran número de viviendas y una población abundante. El poblado estaba situado justo frente al actual, al otro lado del río Funza (antiguo nombre del río Bogotá), en el lugar que hoy se conoce como Pueblo Viejo.
La noche en que Quesada y sus hombres llegaron a Chocontá, un soldado llamado Cristóbal Ruiz enloqueció de la nada, mostrando todos los signos de haber perdido la razón; se comportaba de forma extraña, gritaba furioso y decía incoherencias; esa misma noche, otros cuatro españoles experimentaron los mismos síntomas, y a la mañana siguiente eran ya más de cuarenta. Esto causó gran alarma entre Quesada y los demás hombres que no habían sido afectados; sin embargo, la noche del segundo día los enfermos empezaron a reponerse. Entonces se descubrió que la causa de la locura transitoria había sido que algunas de las mujeres de Chocontá, con el fin de escapar de los españoles, se pusieron de acuerdo para echar en la comida de estos una preparación hecha con una planta alucinógena a la que los muiscas llamaban tyhyquy (brugmansia sanguinea, más conocida como "borrachera"), gracias a lo cual muchas mujeres escaparon. Después de esto, Quesada y sus hombres partieron hacia Turmequé, en camino hacia Somondoco, guiados por hombres de Chocontá. Antes de su partida, el utatiba de Chocontá fue bautizado y recibió el nombre de Pedro Rodríguez, quien murió 48 años después, en 1585.
Como hicieron en todos los pueblos por los que pasaban, los españoles preguntaron por el paradero del hoa Eucaneme; sin embargo, aunque los habitantes de Chocontá eran vasallos del psihipqua, y por tanto estaban enemistados desde tiempos antiguos con el cacicazgo de Hunza, no quisieron dar información alguna sobre la ubicación de Hunza ni del paradero del hoa.
Desde Chocontá se dirigieron los españoles a Turmequé, Tenza y Garagoa. El utatiba de Chocontá envió con los españoles algunos guías que acompañaron al capitán Pedro Fernández de Valenzuela y a algunos soldados que iban con él, y les llevaron hasta las minas de esmeraldas de Somondoco, mientras Quesada y la mayor parte de sus hombres acampaban en Turmequé, por haber sido informados por sus guías de que Somondoco era tierra carente de recursos, donde no se podría sustentar por varios días toda la gente que llevaban.
La comisión del Capitán Valenzuela regresó con grandes muestras de esmeraldas y la noticia de haber visto desde las sierras inmediatas la dilatada extensión de los Llanos Orientales. Con este aviso se preparó una expedición a cargo del Capitán San Martín, quien llegó hasta Iza, donde se enteró de la existencia de un poderoso cacique llamado Tundama; entonces regresó sin haber podido explorar los Llanos.
Jiménez de Quesada, junto con algunos soldados de a pie y de a caballo, marchó con rapidez hacia Hunza (la actual Tunja), intentando llegar de día, puesto que, según sabía, allí residía el poderoso zaque Quemuenchatocha, quien era igual en dignidad al zipa de Bacatá, e incluso se preciaba de tener preeminencia y antigüedad sobre los zipas.
El zaque, al enterarse por sus espías de la proximidad de los extranjeros, envió a su encuentro una comitiva con regalos de telas y alimentos para entretenerlos, mientras ponía a salvo el oro y las esmeraldas, de los que sabía ya que tenían gran codicia, pero cuando los mensajeros salían de Hunza, llegaban al mismo tiempo los españoles el 20 de agosto de 1537.
Cuando los españoles llegaron a Hunza, se dirigieron al cercado de Quimuinza, donde residía el zaque Quemuenchatocha. Al entrar, quedaron muy impresionados ante la vista del palacio real, cuyos muros estaban todos recubiertos de láminas de oro, mientras que en las puertas colgaban cortinas hechas de campanillas de oro. La confusión y sobresalto de la multitud en ese momento fue considerable, pues Hunza estaba llena de personas que no estaban listas para la inesperada llegada de los extranjeros. Los guerreros güechas comenzaron a lanzar gritos de guerra, la población gritaba confundida y atemorizada y Jiménez de Quesada ordenó a sus hombres ponerse en posición defensiva, previendo un ataque inminente.
Los jinetes se enfilaron por delante a alguna distancia de la infantería para asegurar una mejor defensa, esperando las órdenes del Capitán Suárez Rendón. En ese momento los tunjanos cerraron las dos puertas de los cercados de palacio, dejando a los españoles sin opción de escape, encerrados entre cercado y cercado. Dichas puertas estaban, cada una, en dos cercados diferentes que rodeaban el palacio, y cada cercado distaba entre sí doce pasos.
Mientras tanto, hacia el exterior la servidumbre del zaque arrojaba, de mano en mano, todos los objetos de oro que podían, sin que los españoles aún se percataran, pues estaban tratando de romper las ligaduras de la puerta del cercado que daba acceso al palacio.
Jiménez de Quesada bajó de su caballo mientras el alférez Antón de Olaya cortaba por fin las ligaduras de la puerta. Los dos fueron los primeros en entrar, espada en mano, al palacio, seguidos por el resto de los soldados. Entonces se dirigieron a la casa más grande y vistosa del palacio, abriéndose paso con cautela entre la multitud de personas atemorizadas. Cuando entraron en el gran bohío, encontraron en él al zaque.
Las Crónicas de Indias describen al hoa Eucaneme como un hombre bastante anciano, de gran corpulencia física, miembros robustos e inteligencia sagaz. El hoa, sentado en un sillón de oro y rodeado de los nobles de su casa que permanecían de pie, se quedó impasible al ver entrar a los españoles. Jiménez de Quesada y Olaya dieron unos pasos y pusieron sus manos sobre el hoa. Los siervos y vasallos de Eucaneme lanzaron tales gritos de indignación y rabia, que la multitud afuera quiso entrar, pero fueron contenidos por las lanzas de los soldados que aguardaban en la puerta. Al poco tiempo sobrevino la noche.
Después de algunas discusiones, mediante un intérprete, se concertó que el zaque y sus mujeres quedarían bajo la custodia de los españoles y se les garantizaría la seguridad y las consideraciones debidas a su rango.
Esa misma noche los españoles recorrieron las casas de palacio con antorchas, por lo que se pudieron dar cuenta de que la mayor parte del oro había sido sacado de allí. Mientras veían las paredes revestidas de láminas de oro, los españoles exclamaban: «Pirú, Pirú, Pirú», pues Pirú era como se conocía en aquel entonces al Perú, del que ya se sabía su gran riqueza en oro.
Jiménez de Quesada ordenó hacer un inventario de lo que se encontrara. Hallaron muchas telas finas de todos los colores, gran cantidad de esmeraldas, láminas y joyas de oro y hermosos caracoles marinos guarnecidos de oro que servían a los indios como cornetas en sus días de fiesta y para anunciar las batallas. Cada soldado acarreó al gran patio del palacio todo lo que pudo, y escriben los cronistas que si hubieran podido romper las puertas antes, habrían logrado recoger muchas más riquezas, y que sin embargo el montón de oro que se logró acumular era tan grande que los jinetes que hicieron guardia en torno a él no se veían entre sí.
En Tunja se enteró Jiménez de Quesada de que en un poblado llamado Suamox (el actual Sogamoso) había un inmenso templo dedicado al culto del sol que estaba guarnecido de innumerables riquezas. El General decidió partir entonces hacia el norte en busca de esa población, dejando en Tunja al zaque hecho prisionero, a quien, no obstante, los soldados españoles seguían tratando con algo de respeto y consideración debido a su rango y a que así se los había ordenado el General.
En su camino hacia Sogamoso, los españoles pasaron por Paipa y entraron en la comarca del cacique Tundama, quien logró escapar a tiempo y esconder sus tesoros, dejando decepcionados a los españoles.
Por la tarde llegaron al valle de Iraca, donde se erigía la ciudad de Suamox, que era tierra sagrada para los muiscas. Los güechas de Sogamoso, advertidos de lo que había ocurrido en Tunja, estaban listos y preparados para la batalla, pero fueron vencidos sin dificultad por los españoles, quienes, ya avanzada la noche, pudieron entrar en el ya desierto pueblo de Sogamoso, cuyos habitantes habían huido aterrorizados.
En varias casas recogieron láminas y otros objetos de oro en buena cantidad. Dos soldados fueron los primeros en entrar con antorchas en el Templo del Sol, en el que había muchas momias adornadas con oro y vestiduras coloridas. Como el suelo estaba cubierto de estera fina de esparto y las paredes de carrizos pulidos y entretejidos, el fuego de las antorchas, manejadas con torpeza por los soldados que querían recoger todo el oro que pudieran entre sus manos, hizo que se encendiera el lugar con mucha rapidez, quedando consumido y reducido a cenizas.
Cuando represaron los españoles a Tunja después del saqueo de Sogamoso, dejaron en libertad a Quemuenchatocha y emprendieron el camino hacia el Valle de Neiva, alentados por las noticias de grandes riquezas que había allí. En el camino, cuando pasaban por la llanura de Bonza, se enfrentaron en una sangrienta batalla contra el cacique Saymoso, al que los españoles llamaban Tundama, en la que Jiménez de Quesada estuvo a punto de morir, pues el Tundama había convocado a un inmenso ejército de indígenas armados de flechas envenenadas. Sin embargo, los españoles lograron vencer con dificultad.
Luego siguieron la marcha hasta Suesca, lugar predilecto de Jiménez de Quesada por el buen clima y buen trato que recibía por parte de los nativos. En Suesca estableció un cuartel general y desde allí continuó la marcha, atravesando a toda prisa la Sabana de Bogotá, bajó al pueblo de Pasca y llegó a las ardientes regiones del Magdalena cundinamarqués.
La expedición fue desastrosa y con dificultad llegaron al valle de Neiva. Casi todos los hombres enfermaron y algunos murieron. Sin haber encontrado nada, se vieron forzados a regresar al Altiplano Cundiboyacense, por lo que Jiménez de Quesada llamó al Valle de Neiva como el Valle de las Tristezas.
Al regresar a la Sabana de Bogotá, el General se encontró con su hermano, Hernán Pérez de Quesada, quien le informó que había descubierto el paradero del psihipqua Tisquesusa, quien se encontraba en su palacio de Facatativá.
Quesada partió por la noche hacia Facatativá, acompañado por sus mejores hombres. Por fin, encontraron el palacio del psihipqua y emprendieron el ataque de inmediato. Los güechas de Tisquesusa, sorprendidos por el inesperado ataque, lanzaron flechas encendidas contra los españoles para intentar darle tiempo de huir al psihipqua, pero, por la confusión del momento, Tisquesusa salió corriendo en medio de la oscuridad, entre los matorrales, hasta que un soldado español, sin saber que se trataba del psihipqua, le atravesó el pecho con una espada. Al ver las ricas vestiduras y accesorios que llevaba, el soldado español lo despojó de todo, dejándolo desnudo y agonizando.
Al día siguiente, algunos vasallos de Tisquesusa encontraron su cuerpo luego de ver gallinazos volando en el sector. Enseguida lo levantaron y se lo llevaron con mucha cautela, dándole sepultura en un lugar desconocido.
Entretanto, los españoles, irritados por no haber hallado el tesoro de Tisquesusa, quien lo había hecho esconder, sino solo algunas alhajas propias de la vestimenta diaria, una vasija de oro en la que el zipa se lavaba las manos y muchos aprovisionamientos de comida, regresaron decepcionados a Funza, y solo algunos días después se enteraron de que el zipa había muerto aquella noche.
Ante la debilidad de Chiayzaque, cacique de Chía y legítimo sucesor de Tisquesusa, Sagipa, hermano de Tisquesusa, asumió el mando del Zipazgo de Bacatá.
Las tensiones entre los muiscas se intensificaron luego de la muerte de Tisquesusa, pues el heredero legítimo, Chiayzaque, sobrino del psihipqua y cacique de Chía, estaba a favor llegar a un acuerdo de paz con los españoles, pero no recibía el apoyo mayoritario de su pueblo, aunque contaba con el apoyo de la familia real, y en especial de los uzaques (nobles de sangre) Quixinimegua y Quixinimpaba.
Chiayzaque denunció ante Jiménez de Quesada a su tío Sagipa como usurpador del trono, pues este no había respetado las reglas de sucesión matrilineal que eran obligatorias entre los muiscas.
Entretanto, Sagipa no contaba con el apoyo de la Corte ni de la familia real, pero sí tenía el respaldo mayoritario del pueblo muisca y estaba decidido a combatir contra los españoles hasta obtener la victoria, a pesar de que los nobles uzaques hacían todo lo posible para entorpecer su labor.
Pese a todas las dificultades, Sagipa se hizo nombrar psihipqua y de inmediato lideró numerosas tropas contra los españoles, causándoles algunas péridas de importancia. Sin embargo, el nuevo psihipqua no contaba con que los panches, tradicionales enemigos de los muiscas, estaban preparando un nuevo ataque a su territorio, lo que dificultaría en gran medida sus maniobras. Esto lo obligó a pactar una paz temporal con los españoles.
Mientras se decidía la sucesión del Zipazgo, Jimémez de Quesada, percatado de que las tensiones aumentaban, decidió acuartelarse en el pueblo muisca de Bosa, a orillas del río Tunjuelo, pues el terreno en este lugar era raso y yermo, no tenía bosques, lagunas ni pantanos a su alrededor, lo que le permitiría a la caballería maniobrar en caso de cualquier ataque.
Estando en Bosa, recibió Jiménez de Quesada a los mensajeros del nuevo psihipqua, quienes llegaban con el ofrecimiento de pactar la paz, además de llevar con ellos numerosos regalos entre los que se incluían sirvientes que le ofrecía el psihipqua al General español y muchas mantas, oro y esmeraldas. Poco después llegó Sagipa a Bosa para encontrarse con Jiménez de Quesada.
Sagipa llegó a Bosa cargado en andas de oro por sus siervos y rodeado de su parentela y hombres de guerra, mientras algunos siervos iban por delante barriendo la tierra por donde iba a pasar la comitiva para que no hubiesen piedras ni otros obstáculos. A los indígenas les causó honda impresión que Jiménez de Quesada se atreviera a mirar a los ojos a su señor, pues a ellos les estaba prohibido hacerlo. A su vez, a los españoles les impresionó que incluso cuando el psihipqua iba a escupir sus siervos ponían una preciosa manta de algodón para recoger su saliva como algo sagrado. También se percataron de que el lenguaje de Sagipa era distinto en algunos aspectos al de sus súbditos, quizás porque fuese más refinado, lo que notaron también en sus modales.
Zaquesazipa le solicitó a Gonzalo Jiménez de Quesada su ayuda para combatir a los panches, implacables enemigos de los muiscas, que acababan de asaltar la población de Zipacón, tomando muchos cautivos y destruyendo las sementeras y los cultivos. Quesada aceptó prestarle su ayuda, y así partieron 12 000 güechas muiscas y 40 soldados españoles hacia el territorio panche de Anolaima, donde, después de varias batallas y combates sangrientos, los panches fueron sometidos en la Batalla de Tocarema. Varios panches que habían sido tomados cautivos fueron entregados al zipa, y otros panches acudieron a Jiménez de Quesada con ofrendas de guamas, aguacates y oro.
Luego de la rotunda derrota de los panches por parte del ejército mancomunado de los españoles y los muiscas, el zipa y los españoles fueron a Bojacá a celebrar el triunfo con grandes regocijos y fiestas. Allí mismo ocurrió un hecho que fue reprochado por los mismos españoles, quienes atribuyeron a la excesiva codicia la infame actitud que tomó el General. Jiménez de Quesada ordenó, en medio de la fiesta, que Sagipa fuera capturado y hecho prisionero, con la idea de hacerlo confesar sobre el paradero de los tesoros del Bogotá, pues alguien le había dicho que el nuevo psihipqua estaba enterado del escondite de dicho tesoro.
Hernán Pérez de Quesada, a quien los cronistas atribuyen una mayor codicia que a su hermano, instó al General a poner por escrito la orden de arresto del cacique, apelando al derecho de conquista otorgado por el Rey de España. El psihipqua fue arrestado y hecho prisionero, lo que generó gran escándalo y asombro entre los muiscas, que no lograban entender el motivo.
Sagipa fue conducido prisionero a Funza, donde el conquistador le exigió que le entregara el tesoro del Bogotá y le dio a un plazo para que llenara un bohío con oro hasta el techo a cambio de su libertad. Sagipa respondió que le pediría el oro a sus vasallos, y que en cuatro días esperaba obtenerlo. Vencido el plazo, el bohío aún no había sido llenado de oro, por lo que Jiménez de Quesada ordenó la tortura de dos uzaques que por enemistad con el psihipqua no querían entregar ni una pieza de oro. Los dos uzaques, al negarse aún después de la tortura a entregar nada, fueron condenados a morir en la horca.
Sagipa se volvió melancólico y no respondía ya a las preguntas de los españoles, guardando silencio en todo momento. Jiménez de Quesada organizó entonces un juicio, poniendo como abogado defensor del cacique a su hermano Hernán. En el proceso se recurrió a la tortura para intentar hacer hablar a Sagipa, pero fueron tales los daños que recibió, que a los pocos días murió.
Jiménez de Quesada pensó en ir pronto a la Corte de Madrid para dar cuenta de lo que había descubierto y así obtener el gobierno de aquellas tierras, pero se percató de que no podía partir sin formalizar la Conquista con mayores ceremonias. Entonces decidió echar los cimientos de un pueblo en el que permaneciesen los españoles seguros mientras él iba y volvía de España.
Para elegir el lugar apropiado, mandó explorar el campo y se decidió por el que le aconsejaron los españoles, en un lugar elevado junto a los Cerros Orientales, cerca del palacio de recreo de Teusaquillo, que pertenecía al cacique. El suelo allí era firme, sin población previa, y fértil, las aguas bajaban de los cerros en numerosos riachuelos y había en los alrededores suficientes bosques y piedra como para emprender la construcción de las primeras edificaciones. Además, las montañas del Oriente ofrecían una defensa natural contra el ataque de cualquier enemigo.
Se hicieron los cimientos y se le dio al poblado el nombre de Santa Fe, en recuerdo de Santa Fe de Granada. El procedimiento tradicional exigía las siguientes ceremonias y procedimientos:
Sobre la intención con la que se construyeron las doce casas se ha especulado con distintas interpretaciones. Para Fray Pedro Simón correspondían a los doce Apóstoles. Juan de Castellanos, en su Historia del Nuevo Reino de Granada, dice lo siguiente:
Por su parte, el padre Alonso de Zamora afirma que los españoles dispusieron la fundación de la población «con doce casas grandes y capaces entre las que tenían los indios». Con las doce casas pajizas se erigió una pequeña capilla que al decir de Fray Pedro Simón era un bohío como los otros, levantado en el lugar en que se edificó después la Catedral Primada de Colombia.
El 6 de agosto de 1538 el padre Fray Domingo de las Casas celebró la primera misa de Santa Fe de Bogotá en la capilla que se había construido, ante un pequeño lienzo con la imagen de Cristo. Ese día se tomó como el de la fundación de la ciudad, y así se siguió recordando y conmemorando cada año. Sin embargo, ese día no quedó Santa Fe fundada de acuerdo a todos los actos jurídicos que se debían llevar a cabo, pues el General conservó el gobierno militar y no nombró Cabildo, lo que hubiera dado inicio al gobierno civil.
Quesada y sus hombres permanecieron en la región hasta la llegada en 1539 de las expediciones de Sebastián de Belalcázar, que venía desde Ecuador, y el alemán Nicolás de Federmán, que venía desde Venezuela. Los tres jefes expedicionarios acordaron enviar sus pretensiones territoriales al arbitraje de la Corona.
Jiménez de Quesada llamó a las tierras conquistadas Nuevo Reino de Granada, en honor a la ciudad andaluza de Granada.
El resultado económico de la expedición fue exitoso, contrastando con las pérdidas humanas por enfermedades y ataques de indios y de animales. Los documentos en que se detallaron las ganancias obtenidas, recopilados por el historiador Juan Friede, dan cuenta de los siguientes datos:
El 6 de junio de 1538 se procedió a verificar el pago por servicios a los 178 sobrevivientes que formaban el ejército de Quesada.
Jiménez de Quesada dejó como Teniente en Santa Fe a su hermano, Hernán Pérez de Quesada, y con unos pocos compañeros emprendió el viaje al norte, pensando en bajar al Magdalena para partir hacia España. Pocos días después de su partida recibió en el camino la noticia de que el Capitán Lázaro Fonte pensaba denunciarlo luego de que llegara a la costa porque, según Fonte, el General se había llevado muchas esmeraldas ocultas sin haber pagado el quinto real.
Entonces Jiménez de Quesada se devolvió a Santa Fe para intentar aclarar el asunto. Una vez en la población, otro soldado denunció a Lázaro Fonte afirmando que le había visto adquirir de un indio una esmeralda de gran valor, desobedeciendo las órdenes del General, quien había prohibido este tipo de tratos para evitar el fraude a los quintos reales.
Fonte fue sentenciado por Jiménez de Quesada a la pena de muerte, pero la intervención de sus compañeros hizo posible la apelación de la sentencia. El General decidió que llevaría la apelación al Rey en España, a condición de que Fonte permaneciese hasta entonces en el pueblo de Pasca, que en ese momento estaba en guerra con los españoles. Esto se cumplió, y gracias a la intervención de una mujer muisca, Lázaro Fonte fue acogido en Pasca y entabló amistad con su cacique.
Comenzando el año 1539, sin que Jiménez de Quesada partiera aún para España, recibió un mensaje de Lázaro Fonte, que desde Pasca le había escrito en un pedazo de cuero de venado con bija o achiote. En el mensaje le decía Fonte que cerca de Pasca había pasado una expedición europea que subían por el páramo de Sumapaz a la sabana. Este acto de fidelidad hizo que Jiménez de Quesada ordenara de inmediato la libertad de Lázaro Fonte, a la vez que enviaba a algunos capitanes de su confianza para averiguar lo que ocurría.
Los informantes descubrieron que se trataba de tropas al mando del alemán Nicolás Federmann, que venía desde los Llanos Orientales. Federmann remontó el páramo y descendió luego siguiendo el curso del río Fusagasugá, llegando a Pasca con su tropa en pésimas condiciones de salud y de vestido, pues estaban semidesnudos, cubiertos solo por algunas pieles de animales y con unas rudimentarias abarcas que se habían hecho para cubrir sus pies.
Al enterarse Jiménez de Quesada de la llegada del alemán a Pasca, se preparó para ir a su encuentro, acompañado de numerosos caciques que conducían a sus tropas de güechas.
Cuando la comitiva de Jiménez de Quesada iba en Bosa, llegó allí la tropa de Federmann. El recibimiento fue ceremonioso, con tambores y cornetas. Ambos bajaron de sus caballos, se abrazaron y se dijeron palabras de amistad. Subieron luego a sus caballos y tomaron el camino hacia Santa Fe.
Jiménez de Quesada tenía ya noticias de que otro grupo desconocido de europeos acampaba ya en el Magdalena, por lo que se apresuró a pactar con el alemán, a quien le ofreció 10 000 pesos en oro y la garantía de que sus soldados gozarían de los mismos privilegios que los que ya estaban antes en Santa Fe. Federmann aceptó el pacto, que se celebró poniéndose los dos generales un capote llamado tudesco.
Jiménez de Quesada envió a su hermano Hernán al campamento del Magdalena en el que se encontraban los europeos desconocidos, con el objeto de inquirir sus intenciones y ofrecer a su jefe oro y esmeraldas. Algunas fuentes sostienen que Quesada se enteró de la llegada de Belalcázar antes que de la de Federmann, aunque la mayoría sostienen lo contrario.
Hernán Pérez de Quesada encontró en el valle del Magdalena a Sebastián de Belalcázar, quien había asentado su campamento en la confluencia del río Sabandijas, y quien ya estaba al tanto de la expedición de Jiménez de Quesada. Belalcázar venía del Perú, en cuya jurisdicción había fundado, entre otras, la ciudad de San Francisco de Quito. Allí había escuchado los relatos acerca del «hombre dorado» que vivía en el reino de Kuntur Marqa («Nido del cóndor»), la actual Cundinamarca, región de Colombia en la que se encuentra la Sabana de Bogotá y la Laguna de Guatavita, en donde se realizaba la ceremonia que dio origen a la leyenda de El Dorado. Estos relatos animaron a Belalcázar a ir en busca de esa región.
Belalcázar recibió con cortesía a Hernán Pérez, asegurándole que no pretendía oponerse a los derechos de Jiménez de Quesada, y que solo pedía paso libre para seguir su camino en busca de El Dorado. Recibió el regalo de oro y esmeraldas que le llevaba Hernán Pérez, y le correspondió a su vez con una vajilla de plata.
Sin embargo, Belalcázar cambió de opinión después y quiso aliarse con Federmann para despojar a Jiménez de Quesada de su derecho de conquista. Para ejecutar su proyecto emprendió rápido camino pasando por Tena y se situó en Bosa, en donde envió al capitán Juan de Cabrera con un mensaje para Jiménez de Quesada en el que le exigía la entrega del territorio, pues, según Belalcázar, estaba dentro de la jurisdicción del Perú y de lo conquistado por Francisco Pizarro.
Ante el mensaje enviado por Belalcázar, Jiménez de Quesada se negó por completo a aceptar los términos. Al mismo tiempo, Federmann se negó a aliarse con Belalcázar para traicionar a Jiménez de Quesada, y después de muchas discusiones, los capellanes de cada uno de los tres grupos lograron un acuerdo general con los siguientes términos:
De este modo, firmadas estas condiciones, quedó establecida la paz, y aunque Jiménez de Quesada le ofreció a Belalcázar más oro, este lo rechazó con orgullo para que no se dijese que traicionaría a Francisco Pizarro por dinero.
En febrero de 1539 entraron en Santa Fe los tres conquistadores, en medio del júbilo de sus hombres por la concordia alcanzada. Durante varios días se hicieron fiestas, cacerías y carreras de caballos entre los soldados. Refieren varios cronistas que había diferencias notables entre las tres tropas, no solo por las peripecias que cada uno había pasado, sino también por el vestido: Los de Jiménez de Quesada vestían con mantas indígenas, al estilo muisca; los de Federmann vestían con pieles de animales salvajes, y los de Belalcázar lucían trajes europeos de grana y seda.
Después se prepararon los tres generales para partir hacia España, aprestándose al efecto embarcaciones en Guataquí, a orillas del río Magdalena. Luego, por consejo de Belalcázar, que tenía experiencia en la conquista y colonización de nuevos territorios, Jiménez de Quesada dispuso que Santa Fe dejara de ser un establecimiento militar de defensa y partida hacia nuevas exploraciones, sino que pasara a ser un poblado más formal. Para esto, repartió entre los soldados los primeros lotes de tierra para que se asentaran en la ciudad y adquirieran hábitos de trabajo, dejando la vida aventurera.
Siguiendo las indicaciones de Belalcázar, en abril de 1539, estando presentes los tres conquistadores, se verificaron con solemnidad en Santa Fe los actos jurídicos que se acostumbraban en la fundación de ciudades. En esta ocasión Jiménez de Quesada sí estableció el gobierno civil, de la siguiente manera:
Al mismo tiempo, Jiménez de Quesada dio comisión a Gonzalo Suárez Rendón y a Martín Galeano para que fundara cada uno nuevas ciudades.
En mayo de 1539 salieron Jiménez de Quesada, Belalcázar y Federmann de Santa Fe en viaje a la Península. Cuando bajaban por el río Magdalena, al aproximarse a un raudal que forman las aguas en lo que se llamaba salto de Honda, hubo necesidad de bajar los equipajes y llevarlos por tierra por la orilla del río. En el viaje fueron atacados varias veces por indios que los perseguían en piraguas. Al principio del mes de junio arribaron a Cartagena de Indias, donde fueron recibidos con muestras de admiración.
La noticia de las riquezas y nuevas tierras llegó al nuevo gobernador de Santa Marta, Jerónimo Lebrón de Quiñones, quien planeó ir a Santa Fe de Bogotá para posesionarse en esa ciudad, pues consideraba que pertenecía a su gobierno. Jiménez de Quesada, desde Cartagena, envió a varios agentes protestando contra tales pretensiones y mandándole decir que el Nuevo Reino de Granada no pertenecía a la jurisdicción de Santa Marta, por lo que no reconocería su autoridad.
En julio de 1539 partieron desde Cartagena los tres conquistadores hacia España y arribaron al puerto de Sanlúcar de Barrameda. Quesada presentó su requerimiento de ser gobernador, sin obtener éxito, mientras que la gobernación de Popayán fue otorgada a Belalcázar. Quesada regresó en 1549 con el título honorífico de Gobernador de El Dorado.
Con la idea de llegar a las legendarias y míticas tierras de El Dorado, en 1568, a la edad de 60 años, Jiménez de Quesada recibió una comisión para conquistar Los Llanos al oriente de los Andes Colombianos. Partió de Bogotá en abril de 1569 con 400 españoles, 1500 nativos, 1100 caballos y 8 sacerdotes. Cruzando el Páramo del Sumapaz por la ruta de Nicolás Federmann descendió a Mesetas en el alto río Guejar. Allí la mayor parte del ganado fue destruido por la quema de la pradera. La expedición se dirigió a San Juan de los Llanos, donde el guía Pedro Soleto definió que el curso a seguir sería el suroriente y dicha dirección se mantuvo durante dos años.
Después de un año, poco más o menos, algunos hombres regresaron con Juan Maldonado y la expedición volvió a San Juan después de seis meses con pocos sobrevivientes. Por último llegaría a San Fernando de Atabapo, en la confluencia entre el Guaviare y el Orinoco, en diciembre de 1571, pero no pudo avanzar, ya que para esto se requería la construcción de barcos.
Por lo tanto debió regresar derrotado a Santa Fe en diciembre de 1572 con tan solo 64 españoles, 4 nativos, 18 caballos y dos sacerdotes. La expedición fue uno de los más caros desastres registrados y luego de un breve período de servicio en el comando de la frontera, Quesada se retiró a Suesca con lo que pudo salvar de su fortuna.
Los trámites para la fundación de la Universidad Santo Tomás, la más antigua de la actual Colombia, iniciaron en vida de Gonzalo Jiménez de Quesada por iniciativa de la Orden Dominicana.
En 1563, veinticinco años después de la fundación de la ciudad, los dominicos abrieron la primera cátedra de gramática, y diez años después, en 1573, las de filosofía y teología. Jiménez de Quesada instituyó una fiesta en honor a Santo Tomás de Aquino para celebrar el inicio de las clases y donó al convento dominico su biblioteca personal. Esto animó a los monjes a iniciar los trámites ante la Corona para fundar una universidad en que se diesen estudios completos y donde se pudiesen conferir grados académicos.
Enviaron los dominicos al padre Juan Mendoza a la Corte de Madrid, y tras varios años de estudio, la solicitud fue aprobada y se dispuso por real cédula del 10 de noviembre de 1593 que se informase al Presidente y a toda la Real Audiencia de Santafé sobre la conveniencia de conceder el permiso solicitado. Como el permiso demoró tanto tiempo, el padre Mendoza tuvo que recurrir a la Santa Sede para intentar agilizarlo. Mientras se verificaban estos trámites, ya habían iniciado nuevas diligencias para fundar más planteles educativos por otras órdenes religiosas.
Gonzalo Jiménez de Quesada murió de lepra en la villa de San Sebastián de Mariquita, el 14 de febrero de 1579; la enfermedad lo atacó por muchos años antes de su fallecimiento. Sus restos fueron trasladados a Santa Fe en julio de 1579, por disposición del Presidente de la Real Audiencia, don Antonio González Manrique.
El Antijovio, escrito entre el 29 de junio y el 30 de noviembre de 1567, es la única obra de Jiménez de Quesada que se ha conservado en su integridad, y sobre cuya autoría no existen dudas. Su título completo es Apuntamientos y anotaciones sobre la historia de Paulo Jovio, Obispo de Nochera, en que se declara la verdad de las cosas que pasaron en tiempo del Emperador Carlos V, desde que comenzó a reinar en España hasta el año MDXLIII con descargo de la Nación Española.
El manuscrito, tras llegar a España, estuvo perdido durante siglos, hasta que en 1927 fue recuperado en la biblioteca del vallisoletano Colegio de Santa Cruz, y en 1952 la obra fue impresa por primera vez en Bogotá, gracias al Instituto Caro y Cuervo, con un estudio preliminar del historiador y antropólogo español Manuel Ballesteros Gaibrois (1911-2002).
Los ratos de Suesca, obra que también habría recibido el título de Compendio historial de las Conquistas del Nuevo Reino, es una obra extraviada que Jiménez de Quesada habría escrito en la población de Suesca, que era su lugar de predilección. En dicha obra se relataría la relación sucinta de la expedición de conquista del Nuevo Reino de Granada, con anotaciones testimoniales sobre las costumbres de los indígenas. Sobre la existencia de esta obra existen varios testimonios, entre otros el de Juan de Castellanos y el del obispo neogranadino Lucas Fernández de Piedrahíta, quien afirma que accedió al manuscrito en una de las librerías de la Corte, en España, y se lamenta de que, pasados ya ochenta años, en su época, desde la remisión a la Península del manuscrito, aún no se hubiese llevado a la imprenta.
En Bogotá se nombró a la avenida Jiménez, en el centro de la ciudad, y una estatua donada por el gobierno español en 1960, y puesta en la Plazoleta del Rosario en 1988. Durante las protestas en Colombia de 2021, el 7 de mayo, mujeres indígenas de la comunidad misak derribaron la estatua.
Escribe un comentario o lo que quieras sobre Gonzalo Jiménez de Quesada (directo, no tienes que registrarte)
Comentarios
(de más nuevos a más antiguos)