Aimarasaimara: [aj.ˈma.ɾa] (?·i)), a veces escrito aymara, es un pueblo indígena originario de América del Sur, que habita la meseta andina del lago Titicaca desde tiempos precolombinos, extendiéndose entre el noroeste de Argentina, el occidente de Bolivia, el norte Grande de Chile y el sureste del Perú.
(enAlternativamente, reciben el nombre de collas ,el cual no debe confundirse con la etnia del mismo nombre que habita en el noroeste de Argentina y el norte de Chile, ni con la expresión collas , usada para referirse a los habitantes del occidente de Bolivia, ya que no hay correspondencia biunívoca entre ambos nombres.
El concepto de aimara aparece definitivamente durante la colonia y, salvo raras excepciones, no fue utilizado para identificar sociopolíticamente a ningún grupo poblacional de esa zona de los Andes. Todas estas formaciones sociopolíticas, verdaderas naciones durante los siglos xv y xvi (reinos aimaras), fueron agrupadas bajo la etiqueta “aymara”, para fines económicos, pero manteniéndose las nominaciones originarias para describir, por ejemplo, las organizaciones políticas más relevantes de acuerdo a los intereses económicos, eclesiásticos o administrativos territoriales fluctuantes de la colonia.
Los antecesores de los actuales aymaras nunca supieron que se llamaban así. Los incas los llamaban collas, hasta que en 1559 Juan Polo de Ondegardo y Zárate los denominó «aymaras» a partir de la información lingüística obtenida en el Collao de una pequeña colonia de mitimaes «quechuas», pero que habían incorporado el lenguaje local y que se denominaban aymaras y provenían de los alrededores de Cuzco. Así se llamó «en español» al idioma, cuyo real nombre era jaqi aru (que significa "humanidad" y "lengua", respectivamente) y después le aplicaron ese nombre a quienes hablaban ese idioma, quienes se llamaban a sí mismos jaqi.
Los documentos tempranos de la colonia no dan nombre propio al idioma, sino que los cronistas Cieza de León y Pedro Pizarro se refieren a él como «lengua del Collao» y «lengua de los collas» respectivamente. En 1559, el licenciado Juan Polo de Ondegardo, a la sazón corregidor del Cusco, escribe la relación De los errores y supersticiones de los indios tras haber convocado una junta de «indios viejos que habían quedado» (de la época inca) que le sirvieron de informadores. Por este medio, Ondegardo tuvo conocimiento de un grupo de mitimaes (una etnia desplazada por el estado) que era originario de la región cusqueña y que, en última instancia, había acabado asimilando el habla aimaraica de su nuevo entorno. Tomando la parte por el todo, se empezó a usar el nombre de la etnia trasplantada como nombre de todo el idioma, de manera que en las publicaciones producidas por el III Concilio Limense (1584-85), que incorporan también un extracto de la mencionada obra de Ondegardo, aparece por primera vez la palabra «aymara» explícitamente aplicada a la lengua.
Las naciones o pueblos que ancestralmente hablan este idioma eran: Aullaga, Collagua, Cana, Canchi, Caranga, Charca, Omasuyus, del aimara uma, ‘agua’ y suyu, ‘lado’; entonces significaría ‘los del lado del agua’, Pacaje de pacajaki, paca, ‘águila’, y jaquis: ‘gente’; entonces significaría ‘los hombres águila’, los Lupaca de lupijaki, Lupi, ‘sol’, y jaqui: ‘gente’; entonces significaría ‘los hombres del sol’, Quillaca y los Kollas de Qulla, ‘sabio’ entonces significaría ‘los sabios’.
A estos pueblos se les ha atribuido una única identidad con el nombre qullasuyu (también conocido como Collasuyo) y conformaron una parte del Imperio inca.
La etimología original del glotónimo «aimara» ( pronunciación (?·i) [aj.ˈma.ɾa]) se encuentra dentro de lo especulativo, aunque se sabe que proviene de un etnónimo originario del departamento peruano de Apurímac. Procede de los Andes centrales en Lima, en la serranía central del Perú. Se fue extendiendo hacia el sur como lingua franca, y fue adoptada como lengua materna por los pueblos de la cultura wari. Hacia el Intermedio Tardío fue reemplazada por el quechua desde la costa hasta el Cuzco y su ingreso se habría producido, al parecer de manera violenta, por conquista militar avanzando desde el norte hacia el sur-este a lo largo de la Cordillera Occidental de los Andes y se repartieron el territorio altiplánico posiblemente bajo forma de diversos señoríos o reinos; algunos mencionados por Bertonio son: Lupacas, Pacajes, Carancas, Quillaguas, Charcas y otros.
La historia acerca del surgimiento u origen de la cultura aymara es bastante compleja y han surgido diferentes opiniones e hipótesis acerca de ello, inicialmente se creía que esta etnia sería descendiente de la cultura Tiahuanaco, por parte de antropólogos e historiadores como Carlos Ponce Sanginés o Max Uhle, algunos de sus principales argumentos eran los siguientes:
Desaparecido el Estado tiwanaku, la región quedó fragmentada en etnias aimaras. Estos aymaras se caracterizan por sus necrópolis compuestas por tumbas en forma de torres-chullpas. Existen también algunas fortalezas denominadas pucarás.
Sin embargo, la teoría del origen tiwanakota del aymara quedaría relegado por investigaciones históricas y lingüísticas recientes. En las últimas décadas, se tuvo un animado debate sobre los orígenes del aymara, desde tres posiciones teóricas. En tanto que Alfredo Torero (1972) y sus seguidores vieron un origen de esta lengua en la parte central del Perú, y por tanto la expansión del aymara desde allí, Teresa Gisbert (1987) y otros, en base a algunos cronistas, plantearon un origen desde el sur (desde la región de Copiapó), con una expansión al norte, en tanto que Lucy Briggs (1994) percibió un patrón de expansión desde el núcleo de Tiwanaku. Por otro lado, según Cieza de León, los aymaras son procedentes de Coquimbo, un valle del Norte Chico de Chile, John Hyslop demuestra la importancia de un sitio altiplánico llamado Coquimbo como capital lupaca y necrópolis de sus mallkus. Es decir, la ola aymara que penetra en el Urcosuyo viene de mucho más al sur de lo que pretende Torero.
Por lo tanto, ambas hipótesis –de origen norteño y de origen sureño– nos muestran que el aymara no pudo haber tenido como cuna de origen el altiplano peruano-boliviano; y que tanto aymara como quechua procedían de otras zonas y que no son oriundos de la cuenca del Titicaca. La cultura tiahuanaca era multilingüe, pues se hablaban el pukina y, en menor participación, el uru.
En la actualidad, según la mayor parte de los estudios hoy, tanto arqueológicos como lingüísticos, ambas familias de lenguas, Idioma quechua e Idioma aymara, tienen su origen en una determinada región en común de la parte central de lo que es actualmente Perú (Heggarty 2008). Este sitio fue probablemente en la sierra, aunque Alfredo Torero y Rodolfo Cerrón favorecen un sitio costeño (Cerrón 2003: 22, Torero 2002: 46). Arqueológicamente se reconoce la posibilidad del origen de ambas lenguas, en una forma pre-proto, sean aymara o quechua, en sitios como Caral-Supe (3000-1600 a.C.) o quizás Chavín (1500 a.C. – 200 d.C.). Se favorecen también los grandes horizontes arqueológicos con su mayor unidad cultural y geográfica, sobre todo el Horizonte temprano, como los motores para la expansión de ambas lenguas. Torero también propone que se hablaba una forma temprana de aymara en sitios costeños como Nasca y Paracas y que desde allí hubo una expansión al norte a la región de Yauyos y al sur a la región de Ayacucho.
Sobre todo, está la cultura wari (550-1000 d.C.) en el Horizonte Medio que es la favorita actual entre los estudiosos, desde Torero en adelante, como el motor de la gran expansión del aymara como una lengua franca hacia el norte como hacia el sur. Quizás esta expansión se debe a la influencia de los pastores por excelencia y los guardianes de las caravanas de llamas que manejaban el comercio entre los wari y sus periferias, proceso que fue seguido por los agricultores quechuas con sus nuevas técnicas de riego y andenes en la producción de maíz. Tal vez la caída de los wari también resultó en una cesión de territorio aymara a la llegada del quechua. Cerrón habla de una tercera expansión aymara hacia el sur, desplazado por el quechua, en el período Intermedio tardío, desde la región del grupo de los Aymaraes en el Apurímac (que también podría haber dado el nombre aymara).
A mediados del siglo xv, el reino colla conservaba un extenso territorio con su capital, Hatun-Colla. El inca Viracocha incursionó en la región, pero quien la conquistó fue su hijo Pachacútec, noveno inca. Al norte se encontraban los collas y lupacas; al sur estaba la Confederación Charca, que tenía dos grupos: los carangas y quillacas en torno al lago Poopó, y los charcas, que ocupaban el norte de Potosí y parte de Cochabamba. Tanto charcas como collas eran de habla aimara. La cultura material de los carangas presenta extensas necrópolis o chullpares, algunas de las cuales conservan todavía restos de pintura en sus muros exteriores. Una vez que los carangas fueron conquistados por los incas, Huayna Cápac los llevó a trabajar al valle de Cochabamba como mitimaes. El señorío denominado Charca, al que estaban adscritos cara-caras, fue conquistado por los incas en tiempo de Túpac Inca Yupanqui y llevados a la conquista de Quito. Por su parte, el pueblo de los cara-cara era tan belicoso como el charca y aún más. En su territorio tienen lugar aun hoy en día luchas denominadas "T'inkus".
El inca Lloque Yupanqui inició la conquista del territorio aimara a finales del siglo xiii, la que fue continuada por sus sucesores hasta que a mediados del siglo xv fue completada por Pachacútec al derrotar a Chuchi Kápak. De todas formas, se cree que los incas tuvieron una gran influencia de los aimaras durante algún tiempo, ya que su arquitectura, por la cual son muy conocidos los incas, fue claramente modificada sobre el estilo Tiwanaku, y finalmente los aimaras conservaron un grado de autonomía bajo el imperio Inca.[cita requerida] Posteriormente, los aimaras del sur del Titicaca se rebelaron y, tras rechazar el primer ataque de Túpac Yupanqui, este volvió con más tropas y los sometió.
Su población se estima en 1 a 2 millones de personas durante el Imperio inca, eran el principal pueblo del Collasuyo, ocupando todo el oeste de Bolivia, norte de Chile, sur de Perú y el noroeste de Argentina. Tras la conquista española en menos de un siglo se redujeron a cerca de 200 000 sobrevivientes, o menos. Tras la independencia su población empezó a recuperarse.
En la actualidad, la mayor parte de los aimaras viven ahora en la región del lago Titicaca y están concentrados en el sur del lago. El centro urbano de la región aimara es El Alto, ciudad de 750 000 habitantes, y también en la La Paz, sede de gobierno de Bolivia. Además, muchos aimaras viven y trabajan como campesinos en los alrededores del Altiplano. Se estima en 1 600 000 a los bolivianos aimara-parlantes. Entre 300 000 y 500 000 peruanos utilizan la lengua en los departamentos de Puno, Tacna, Moquegua y Aequipa y en Chile hay 48 000 aimaras en las áreas de Arica, Iquique y Antofagasta. Un grupo menor se halla en las provincias argentinas de Salta y Jujuy.
El aimara utilizó un tipo de proto-khipus, sistema nemotécnico de contabilidad básica común a varios pueblos precolombinos, como los de Caral-Supe y Wari (anteriores a los aimara), y los Incas. No existen evidencias de que hayan tenido un lenguaje escrito, a pesar de que algunos, como William Burns Glyn, sostienen que los khipus incaicos pudieron ser una forma de ello.
La Encuesta Complementaria de Pueblos Indígenas (ECPI) 2004-2005, complementaria del Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2001 de Argentina, dio como resultado que se reconocieron y/o descienden en primera generación del pueblo aimara 4104 personas en Argentina.
El Censo Nacional de Población de 2010 en Argentina reveló la existencia de 20 822 personas que se auto-reconocieron como aimaras en todo el país, 9606 de los cuales en la ciudad de Buenos Aires, 6152 en la provincia de Buenos Aires, 773 en la de Jujuy, 358 en la de Neuquén y 326 en la de Tucumán.
Existe una única comunidad con personería jurídica reconocida por el Estado nacional, la Comunidad Aborigen Rodeo San Marcos Luján La Huerta, que es conjunta entre los pueblos aimara, kolla y omaguaca, y se encuentra en la localidad de Santa Victoria Oeste en la provincia de Salta.
La población que se auto-reconoció como aimara en el censo boliviano de 2001 fue de 1 277 881 personas. Este número bajó a 1 191 352 en el censo de 2012.
El Censo Nacional 2017 reveló que el 2,4 % de la población de 12 y más años de edad (548 292) se autoidentificó como de origen aimara.
A los aimaras generalmente se les agrupa en un solo grupo etnolingüístico, pero se pueden reconocer varios grupos, entre los que destacan los lupacas, urus y pacajes.
Dentro de las etnias aimaras en el Perú, también se incluyen a dos etnias aisladas geográficamente de las demás etnias aymaras que por tradición habitan los alrededores de la meseta del Collao. Estas etnias son los jaqarus y los kawkis, que habitan las sierras del distrito de Tupe, Provincia de Yauyos, en la región Lima. Las lenguas de estas etnias fueron estudiadas por primera vez en 1959 por Martha Hardmann, catalogándolas en la familia aru o aymara.
Su idioma es la lengua aimara, aunque muchos de ellos hablan castellano como consecuencia de la colonización o conquista española.
Más allá del debate histórico, actualmente las organizaciones aymaras y demás movimientos sociales suelen usar la wiphala en manifestaciones y reivindicaciones políticas y en ceremonias religiosas y culturales.
El debate sobre si el uso actual del wiphala se corresponde con la historia o no sigue abierto.
Algunas personas practican el acullico, práctica consistente en el consumo de la hoja sagrada de coca (Erythroxylum coca). Por su condición de hoja sagrada durante la época del imperio incaico, su uso estaba restringido al inca, nobleza y sacerdotes bajo pena de muerte. Además del uso en masticación, utilizan las hojas de coca en remedios al igual que en rituales. Durante este último siglo, estas plantaciones les han traído conflictos con las autoridades, por prevenir la creación de la droga cocaína. Sin embargo, la coca tiene gran participación en la religión de los aimaras, al igual que antes con los incas y últimamente se ha convertido en un símbolo cultural de su identidad. Los cultos de Amaru, Mallku y Pachamama son las formas más antiguas de celebración que los aimaras aún realizan.
Aún no existen fundamentos históricos para determinar que el año aimara se celebra el 21 de junio o para establecer un cómputo exacto del año que se cumple (por ejemplo, en el 2017 se llegaría al año 5525 del calendario aimara; tal fecha (21 de junio) coincide con el solsticio de invierno, el cual fue festejado ancestralmente por el pueblo quechua en la fiesta del Inti Raymi.
A partir del año 2013, el día 21 de junio es «feriado nacional inamovible» en Bolivia.
En Tiwanaku, los comunarios y turistas que vienen a conocer y a compartir esta fiesta milenaria realizan el día 20 de junio una víspera similar al Año Nuevo tradicional para despedir el año viejo. A partir de entre las 6:00 y 7:00 de la mañana, se preparan con música folclórica tradicional y rituales para recibir el nuevo año frente a la Puerta del Sol con la entrada de los primeros rayos del sol, como también la llegada del solsticio de invierno.
Esta tradición milenaria que se ha conservado en su cosmovisión ancestral, dice que la llegada todos los niños en el verano es para el bienestar y la buena fertilización de la cosecha. Lo mismo y similar al año nuevo tradicional, para los creyentes los años venideros serán de gran prosperidad para quienes lo deseen. Los sacerdotes comunarios realizan rituales y agradecen a la Pachamama solicitando su bendición.
Algunos conceptos propios de dicha cosmovisión (como el "suma qamaña") fueron recogidos en la última reforma constitucional boliviana como parte de la política del gobierno de Evo Morales, para la dignificación de la identidad indígena.[cita requerida] Su creencia no se aprecia en forma de adoraciones exageradas en lo abstracto o invisible. Tienen una religiosidad viviente, donde los vivos y los muertos no dejan de existir, es decir, solo cumplen un ciclo de vida para volver al inicio. Las divinidades son energías y son sus sobrevivencias.
El Tata-Inti o Dios Sol y la Pachamama o Madre Tierra son los puntos de partida de todo. Por eso toda ceremonia se inicia mirando hacia arriba, hacia el sol.
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