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Wittenoom



Wittenoom es un sitio declarado contaminado y antiguo sitio de la ciudad 1420 kilómetros (882,3 mi) al noreste de Perth en la cordillera de Hamersley en la región de Pilbara en Australia Occidental.

Wittenoom fue creado como una colonia industrial para la explotación de una mina de crocidolita, un mineral aislante también denominado “amianto azul”. La extracción había empezado durante la II Guerra Mundial como parte del esfuerzo de guerra, y llevó a la construcción del poblado en 1947. Desde prácticamente el primer año de operaciones hubo quien se percató del riesgo para la salud que suponía el polvo provocado por la extracción del mineral, pero las autoridades decidieron ignorarlas. El amianto azul es un potentísimo agente cancerígeno, hasta tal punto que respirar unas pocas fibras puede provocar cáncer. En 1948 se diagnosticó el primer caso de esta enfermedad en la localidad, al que seguirían muchos otros. Las condiciones de trabajo empeoraban todavía más la situación: ausencia de extractores de aire, polvo en suspensión, ambientes asfixiantes… todo conspiraba contra los miles de trabajadores que en turnos de tres meses a dos años pasaban por las minas de Wittenoom.

La mina siguió abierta hasta 1966, pero su cierre no fue por cuestiones sanitarias sino de rentabilidad; para ese año, la extracción se había encarecido y la competencia con Sudáfrica, primer productor mundial, era ya imposible. Más de siete mil trabajadores habían pasado por el pueblo durante los más  veinte años de operaciones de la mina, aunque muy rara vez se sobrepasaron los doscientos habitantes simultáneos. Wittenoom se ganó muy rápido fama de ser un lugar peligroso y tóxico y a la compañía que gestionaba la mina le costaba encontrar trabajadores australianos para el lugar, así que el estado de Australia Occidental firmó acuerdos con algunos países europeos, particularmente con Italia, para traerse trabajadores del otro lado del mundo. Los trabajadores europeos llegaban con dos años de contrato, mientras que los australianos solían firmar seis meses. Pero las condiciones de trabajo eran tan malas que un cuarenta por ciento de los trabajadores duró menos de tres meses en el lugar. Los italianos tuvieron peor suerte: para dejar el pueblo antes del final del contrato tenían que pagar una tasa a sus empleadores. Tasa que por supuesto era inalcanzable para ellos. Así que se quedaban los dos años allí. Mientras tanto, el gobierno de Australia Occidental se hizo el sueco de forma sistemática ante las cada vez más numerosas pruebas que indicaban que aquello era un peligro público de primer orden.

Tras el cierre de la mina el pueblo, con poco más de un par de cientos de habitantes, siguió existiendo como pequeño centro turístico regional, pese a las numerosas advertencias por parte de diferentes autoridades médicas. Las minas fueron abandonadas pero no selladas, de manera que las fibras de amianto podían encontrarse flotando en el viento sin el menor problema. No fue hasta 1978 cuando, tras una serie de estudios encargados por el gobierno de Perth, se tomó la decisión de clausurar el pueblo. Australia Occidental puso una pequeña pila de dólares australianos sobre la mesa para pagarles traslados y nuevos hogares a los residentes, de manera que la población comenzó a descender de forma rápida. En 1984 quedaban 90 habitantes; en 1992, la mitad. La escuela, la comisaría de policía y la oficina de correos, junto con cincuenta viviendas y edificios más, fueron demolidos sin contemplaciones por las autoridades. En 1993 se clausuró el aeródromo, pero incluso con tres cuartas partes del pueblo demolido y sin servicios públicos un puñado de personas escogió permanecer en el pueblo.

Durante las siguientes dos décadas el gobierno de Australia Occidental animó a los pocos habitantes del lugar a abandonarlo, y la mayoría hizo caso, bien voluntariamente, bien obligados por el hecho luctuoso de morirse y tal. La presión del gobierno estatal para obligar a los locales a abandonar sus casas llevó a cortar la electricidad en 2006, a dejar de entregar correo en 2007 y finalmente a borrarlo del listado de lugares oficialmente existentes. La Gaceta Australiana, una publicación donde se recogen todos los lugares geográficos con nombre del país-continente, eliminó a Wittenoom de sus registros por orden del gobierno. Toda el área de influencia del pueblo fue declarada como “no apta para ninguna forma de ocupación humana”. Cuarenta y seis mil kilómetros cuadrados, un área del tamaño de Aragón o Estonia. La cosa no acabó allí. Las carreteras que llevan al pueblo dejaron de recibir mantenimiento y se borró el nombre del lugar de todas las señales de tráfico. Convirtieron a Wittenoom en un lugar maldito, que no debe ser nombrado.

Para 2012 apenas quedaban 6 residentes en el pueblo, viviendo exclusivamente del turismo. Esos mismos seis habitantes permanecían en el lugar a principios de este año, haciendo frente a la amenaza gubernamental de echarles por las bravas de una vez por todas. Lorraine Thomas, de 73 años, lleva desde 1984 en el pueblo, en el que regenta la tienda de souvenirs. Llegó a Wittenoom por el clima tórrido del lugar, y decidió quedarse. Es la mayor terrateniente de la localidad después del gobierno y, aunque sus propiedades tienen un valor cercano a cero, no quiere separarse de ellas. Tampoco quiere irse Mario Hartmann, que afirma tener mucho trabajo extrayendo agua de los pozos y que no tiene intención de moverse “porque es un sitio precioso”. Afirmación que comparte con Peter Hewward, que llegó un año más tarde que Hartmann, en 1993. “Cuanto más hace el gobierno por acabar con el pueblo, más bonito me parece”.

Para el gobierno el problema no son tanto los seis residentes de Wittenoom como los turistas que van por allí. La Garganta de Wittenoom es un popular destino de acampada para los pueblos cercanos; cercanos en el sentido australiano del término, es decir, a menos de trescientos kilómetros de distancia. De esos turistas viven la media docena de habitantes que resisten en el casi desmantelado lugar; el gobierno preferiría dificultar aún más el acceso al área, puesto que hay cientos de depósitos de amianto azul al aire libre, algunos tan grandes que se pueden ver claramente en Google Maps. Según las asociaciones de afectados por el amianto, y también según el gobierno, la mera exposición momentánea al polvo de amianto puede causar cáncer de pulmón. Afirman que hay casos de personas que pasaron un único día en el lugar y desarrollaron un feroz Mesotelioma.

En total se calcula que para 2020, cuando el conteo finalmente se detendrá, unas dos mil personas habrán padecido consecuencias para la salud por haber residido en Wittenoom, y el total de muertos ascenderá a unos 700. Según diversos estudios, las posibilidades de contraer cáncer de pulmón tras haber vivido en el pueblo tres meses son entre un 20 y un 83% superiores a las de la media de la población. La empresa propietaria de las minas ha desembolsado ya una buena cantidad como indemnización para los afectados, y otro tanto ha hecho el gobierno estatal. Pero teniendo en cuenta que el cáncer puede desarrollarse hasta cincuenta años después del contacto con el amianto, se prevén muchos más casos. Casos que no les importan nada en absoluto a los Últimos de Wittenoom; como dice uno de ellos: “Vivir es arriesgarse, si realmente vives tu vida está siempre en riesgo”. Según el presidente de una asociación de afectados, “ir a Wittenoom es como jugar a la ruleta rusa”. Loretta, Peter o Mario llevan décadas jugando y ganando. Y que les dure la suerte.



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