Las disomnias o trastornos del sueño o desórdenes del sueño (también conocidos con el nombre de enfermedades del sueño o incluso trastornos del dormir, según el país hispanohablante de que se trate) son un amplio grupo de padecimientos que afectan el desarrollo habitual del ciclo sueño-vigilia. Algunos trastornos del sueño pueden ser muy graves e interferir con el funcionamiento físico, mental y emocional del individuo.
Existen más de treinta tipos de disomnia, aunque los más frecuentes son seis. Pueden afectar el curso del sueño directamente, o hacerlo de manera secundaria.
Los trastornos más frecuentes son:
Es la forma más habitual de hipersomnia. Este trastorno se caracteriza por un estado de duermevela, somnolencia, trasueño o soñarrera más o menos permanente, en el cual, el paciente se queja de no estar nunca verdaderamente despierto o de estarlo en muy pocas ocasiones. Duerme largos períodos durante el día, y, cuando se despierta, se encuentra en un estado de somnolencia aún más evidente, en algunos casos, que antes de dormirse; experimenta este sueño como no reparador. Por la noche, duerme largo tiempo y se despierta tarde y con dificultad. El paciente tiene la impresión de funcionar «con radar»; piensa y habla lentamente. A veces, su conducta resulta inadecuada. También puede sufrir dolor de cabeza o accesos de calor.
Desafortunadamente, es una enfermedad que si no es detectada a tiempo puede causar un grave daño en su aspecto social y familiar, ya que su convivencia disminuye, así como su desarrollo escolar y laboral, pues no capta de la misma manera la información.
Generalmente los pacientes acuden al médico por tres razones principales:
En la evaluación y posterior diagnóstico es importante seguir un registro cuidadoso de la historia del paciente, donde la estimación del paciente, y la de los compañeros de cuarto es esencial para el diagnóstico.
Solo se conocen tres casos de personas que hayan podido prescindir completamente del sueño durante décadas (el vietnamita Thái Ngọc, por ejemplo), pero son dudosos. Las personas normales, privadas del sueño, se vuelven al poco tiempo irritables y sufren falta de concentración y episodios alucinatorios leves y olvidos; más tiempo sin sueño altera aún más el procesamiento cognitivo provocando distorsiones sensoriales, pensamiento poco ágil, torpeza psicomotriz (falta de reflejos), una irritación mayor y sequedad ocular; trastorna los ritmos circadianos y otros biorritmos. A las setenta y dos horas se producen ya alteraciones metabólicas importantes: aumenta la secreción de catecolaminas (adrenalina, dopamina, noradrenalina), cortisol e insulinas, para responder al estrés; más allá de las 72 horas se producen alteraciones graves e irreversibles, alucinaciones cognitivas severas, delirios importantes, un cuadro psicótico, el colapso y la muerte.
La privación de sueño se encuentra entre los tipos más universales y utilizados de tortura psicológica. Aunque la tolerancia a la falta de sueño es distinta según las personas (hay personas que necesitan solo tres horas, pero la gran mayoría necesita al menos ocho, y la edad va rebajando la necesidad de sueño), nadie ha pasado de 264 horas y 12 minutos sin morir; además, el sueño perdido no se recupera y deteriora irreparablemente el tejido nervioso.
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