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Susana Roselló



¿Dónde nació Susana Roselló?

Susana Roselló nació en Lima.


Susana Roselló (Lima, 1942) es una escultora, grabadora, dibujante y profesora asociada de la Facultad de Arte y Diseño de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Aunque la escultora trabaja con diversos materiales como el mármol o el metal, sus trabajos en madera y su relación con la verticalidad son sus elementos más distintivos.[1]

La artista realiza sus estudios en la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad Católica del Perú. Entre sus principales mentores encontramos a Anna Maccagno, de quien aprendió las técnicas de escultura y grabado. Se graduó en 1970 y se desempeña como docente en la institución desde el año 1973, en donde enseña la pintura.[2]​ Entre 1975 y 1977, viaja a Roma a seguir estudios de postgrado en la Scuela delle Belle Arti di Roma gracias a una beca otorgada por el Instituto Ítalo-Latinoamericano.[3]

Considerada una de las escultoras destacadas de la década de los setenta en el Perú,[3]​ recibe en 1971 una Mención Honrosa en el VII Salón Nacional de Grabados del ICPNA y en 1973 el Primer Premio en la IX edición.[4]

En sus inicios la obra de Susana Roselló se caracteriza por ser trabajada en madera, proceso que la lleva a descubrir la importancia del ritmo vertical. Este primer encuentro con el material la conducirá, de allí en adelante, a consolidar algunas de las características que darán personalidad a su obra: la verticalidad en relación con la horizontalidad y la presencia de grandes hoyos y vacíos.[1]​ De acuerdo a la artista, la primera característica se podría explicar como una necesidad de elevación, de superación, de anhelo de algo más. Una búsqueda hacia arriba, alegre y jubilosa que, paradójicamente, también es un ahondar hacia abajo en un camino doloroso y solitario. Los vacíos, en cambio, quizá sean el camino para intentar auscultar ese interior que intuye pero que no logra ver con claridad.[1]

La mayoría de sus trabajos son de corte abstracto pues es en ese estilo en donde encuentra mayor poesía y un medio que le permite brotar, libremente, su lenguaje e imaginación a través de imágenes de vivencias o fantasías —más no el relato de las mismas—. Esto no implica que la artista niegue, de ningún modo, el valor de lo figurativo pues su obra vendría a ser un reflejo figurativo de sus sentimientos. Anatomías para sentimientos que, en la mayoría de los casos, se encuentran entre la melancolía y la nostalgia, pero no traducidas a la violencia ni al desgarramiento. Un lenguaje armónico, o con intención de armonía, que abstraen lo que es importante para la artista y que intenta entablar un constante diálogo con el exterior por medio de su articulación de volúmenes y formas.[1]

Roselló, S. (2012). Aprender a ver con el corazón. Textos-arte, 1 (1), pp. 105-110.[8]



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