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Sistema de castas colonial



1. Español con india: mestizo

2. Mestizo con española: castizo

3. Castizo con española: español

4. Español con mora (negra): mulato

5. Mulato con española: morisco

6. Morisco con española: chino

7. Chino con india: salta atrás

8. Salta atrás con mulata: lobo

9. Lobo con china: gíbaro (jíbaro)

10. Gíbaro (jíbaro) con mulata: albarazado

11. Albarazado con negra: cambujo

12. Cambujo con india: sambaigo (zambaigo)

13. Sambaigo con loba: calpamulato

14. Calpamulato con cambuja: tente en el aire

15. Tente en el aire con mulata: no te entiendo

16. No te entiendo con india: torna atrás

Sistema o sociedad de castas colonial es un concepto historiográfico moderno, cuya existencia real ha sido recientemente cuestionada, según el cual el Imperio Español, durante la administración de sus posesiones de América, habría clasificado a las personas por razas y cruces étnicos para organizar un sistema social estratificado.

De acuerdo con este sistema, la sociedad americana bajo la dominación española se organizó como una pirámide jerárquica que ubicaba en la cúspide a los españoles (clasificados a su vez en «peninsulares» y «criollos»), y bajo ellos, a la mayoría de la población integrada por indios o naturales (pueblos originarios), negros (traídos como esclavos de África) y castas (descendientes de relaciones sexuales entre las tres grandes ramas étnicas anteriores). Robert Cope lo relaciona con el régimen español de «limpieza de sangre» y lo define como «un orden jerárquico de grupos raciales clasificados según la proporción de sangre español».[1]​ Algunos autores consideran que existe una continuidad entre el sistema de castas colonial y los procesos actuales de discriminación racial en los países hispanoamericanos.[2][3]

La idea de que el Imperio Español estableció en sus provincias americanas un sistema de castas fue formulada por primera vez en la década de 1940 por los historiadores argentino Ángel Rosenblat y mexicano Gonzalo Aguirre Beltrán, en sus obras La población indígena de América, desde 1492 hasta la actualidad (1945) y La población negra de México 1519-1810 (1946), respectivamente.[4]

Existe controversia, sin embargo, sobre la rigidez, operatividad y realidad histórica de este fenómeno. Mientras que autores como Magnus Mörner y Edward Telles han asumido su veracidad, otras figuras como Pilar Gonzalbo, Berta Ares y Joanne Rappaport lo consideran esencialmente una tergiversación historiográfica moderna.[5][6]​ Un estudio de los archivos históricos de México realizado en 2018 ha apoyado estas últimas conclusiones.[7]

El sistema de castas colonial derivaría de la noción de limpieza o pureza de sangre existente en España antes de la llegada de Colón a América, impulsado por la Inquisición para imponer el catolicismo, distinguiendo entre "cristianos viejos" y "cristianos nuevos", entre quienes se encontraban los "moros" (árabes) y judíos.[8]​ En la provincias americanas, el Imperio debió lidiar también con la presencia de los pueblos originarios y los esclavos traídos del África subsahariana, que darían origen a las categorías raciales de "indio" y "negro": el Estatuto de Limpieza de Sangre del Colegio de San Luis de Puebla de los Ángeles, establecía textualmente que "los religiosos electos como becarios" debían ser “de linaje limpio, sin raza de judío, ni indio, ni moro, ni negro.” [cita requerida]

La necesidad de contar con una definición legal de quienes debían considerarse "cristianos nuevos", llevó a la Inquisición a elaborar y propagar los Estatutos de Limpieza de Sangre en España y América. "De esta manera, la Inquisición cumplió un rol decisivo en el surgimiento de una ideología española y cristiana obsesionada con la genealogía y con la idea de que tener un «linaje puro» era el signo incuestionable de pertenencia aristocrática, no tanto a una fe común, sino a un estatuto humano superior".[8]

Las instituciones y corporaciones coloniales (ayuntamientos, órdenes religiosas, milicias, gremios, colegios, universidades, escribanías, etc.) tenían estatutos de limpieza de sangre que limitaba el acceso de las personas a las mismas según el mayor o menor grado de "limpieza" de su sangre,[cita requerida] siendo la sangre española la de mayor dignidad, considerada "pura", y la sangre negra la más despreciada.[9]​ Conforme aumentaba la mezcla racial de las personas, su estatus social disminuía.[9]​ Mientras las personas que tenían mezcla con sangre india, podían "redimirse" y limpiar su sangre con sucesivas mezclas, las personas que tenían mezcla con sangre negra no podían redimirse nunca de la impureza original.[9]​ Las castas clasificaban a las personas que habían nacido como resultado de la "cruza" de las tres razas que España consideraba existentes: indígena, negra y española, también llamada blanca.[10][11]

Sin embargo, el sistema de castas jamás fue infalible, existiendo un permanente entrecruzamiento y una masiva mezcla en la sociedad virreinal. Y así, ya en el año 1753 se afirmaba[cita requerida] de las castas que "no habrá quién se atreva a distinguirlas", o su distinción "nunca tendría fin", de tal manera las castas resultaban en términos comunes pero con un significado propio para cada lugar, y distinto para la ciudad o el medio rural, inclusive que cambia para un mismo sujeto, y referida a aspectos sobre privilegios, fundamentalmente en pugnas de la aristocracia colonial.

La discriminación y el prejuicio socio-racial en la sociedad colonial impulsó las uniones de españoles, indígenas y esclavos originarios del África negra, y sus descendientes, principalmente mediante relaciones matrimoniales cuando se trataba de indígenas y esclavos y sus descendientes, o de relaciones sexuales ilegítimas, cuando involucraba a españoles:

Sin embargo, los descendientes de matrimonios mixtos, en muchos casos no fueron registrados en la casta que le había atribuido la legislación indiana porque ella pretendía "limitar las aspiraciones de poder de los estratos inferiores".[14]​ La movilidad social alcanzada mediante los matrimonios mixtos y las uniones ilegítimas, no impidió un modo de vida propio, peor valorado que los roles atribuidos a los de sangre limpia (blancos o indígenas dependiendo de la mayoría racial), y a su vez, de parte de los mestizos, donde ellos eran mayoría, del rechazo de las regulaciones del sistema de castas. De este modo la sociedad colonial se caracterizó por una fuerte discriminación de la mayoría de la población, categorizada como castas —entre ellas los mestizos—, dominada por la minoría española (peninsulares y americanos), que se definía como blanca:

Finalmente, el desmoronamiento del sistema de castas se produjo por la gran movilidad social, producto del mismo mestizaje que había contribuido a crearlas.[13]

De este modo se produjo un proceso de amalgamación de castas, integrada por tipos humanos relativamente uniformes en costumbres, ideas y estatus social, que se aceleraría más durante las Guerras de Independencia Hispanoamericana, hasta concluir con el colapso del sistema de castas colonial por efecto de la guerra sobre la aristocracia blanca, y terminarse más tarde con la esclavitud del negro africano, abolida en los primeros años de existencia de los nuevos países hispanoamericanos. Por último contra el indígena americano, último "sangre limpia", se arrojarían las nuevas ideas del racismo biológico seudocientífico traído por la nueva ola de migración europea del siglo XIX en los países independizados, dando lugar a la marginación, cuando no un deliberado exterminio racial, denominado limpieza étnica.

En relación a la población local la corona empezó por promover matrimonios como preferible para la estabilidad social que el concubinato que en los hechos estaba sucediendo,[15]​ así, por ejemplo, Francisco González Paniagua nos informa que en Paraguay "algunos españoles tienen setenta mujeres, a menos que sean muy pobres ninguno tenía menos que cinco o seis, la mayoría de quince a veinte y de veinte a cuarenta". Frente a situaciones como esa, la corona decretó —en 1528— que se daría preferencia para puestos oficiales a los españoles casados y, en 1538, que la misma preferencia se observaría para las "reparticiones de indios". En la práctica esto llevó a muchos matrimonios mixtos. No solo no había las suficientes mujeres hispanas para casarse con todos los conquistadores que existían, sino que además las hijas de caciques y nobles indígenas traían con ellas unas dotes considerables para los conquistadores. Así, por ejemplo, fray Bartolomé de Las Casas escribe que la mayoría de los vecinos de Vera Paz, Guatemala, estaban casados con indígenas. Adicionalmente, la mayoría de los fundadores de Santa Fe de Bogotá, Colombia, se casaron con indígenas chibchas. (op cit)

Sin embargo, esta situación cambio en un plazo relativamente corto, con el descubrimiento por parte de la Corona que tales uniones estaban teniendo un efecto contrario a los intereses regios, transformándose en una política de separación de las razas, lo que dio origen a un complicado sistema de clasificación (ver más abajo). Estos nuevos estatutos siguieron en vigencia hasta la época de la Independencia de América. Los que querían ingresar en las filas del ejército al servicio de España, durante el virreinato, debían probar su limpieza de sangre.[16]​ Requerimientos similares se aplicaban para acceder a la educación superior[17]​ y a los altas dignidades en la iglesia, aun cuando, en esa última área, al menos para acceder al sacerdocio, se hicieron excepciones a favor de la "la nobleza indígena o (los) hijos de caciques." Aun así, y de acuerdo a la misma fuente: "la inmensa mayoría de los sacerdotes indígenas en Hispanoamérica sirvieron de clérigos auxiliares bajo la supervisión de un cura criollo o como curas en pueblos muy periféricos. Aún hacia fines de la era colonial, el número de sacerdotes indígenas probablemente nunca superó el cinco por ciento del clero en las diócesis hispanoamericanas y en varias de ellas la presencia de sacerdotes indígenas nunca superó al uno por ciento."[18]

Aún más exigentes eran las consideraciones para acceder a la docencia: "Todo sacerdote tenía derecho a enseñar. A los laicos, en cambio, se les exigía una licencia del Cabildo y de la autoridad eclesiástica. Debían cumplir una cantidad de requisitos como limpieza de sangre, es decir, no ser hijos de uniones ilegítimas; no tener cuentas pendientes con la justicia e incluso a la prohibición de matrimonio entre cualquiera nombrado a posición de autoridad por el rey con incluso damas criollas y entre los sectores más altos de la casta hispana (los dones y doñas) y cualquiera otra. Las consecuencia de desobedecer o ignorar tales ordenanzas podían ser severas, dado que se estaba violando tanto la ley civil como eclesiástica. Sanciones civiles incluían la pérdida del derecho a la herencia, la confiscación de bienes y el destierro, aparte o en adición a encarcelamiento. Sanciones eclesiásticas incluían la anulación del matrimonio y penanza obligatorias. Así por ejemplo, en un caso bien documentado en Mérida, Venezuela (tan tarde como 1809) el dictamen eclesiástico, en adición a anular el matrimonio, obligó a "los reos" a asistir a misa con velas en la mano de rodillas en la última grada del presbiterio en días festivos. Adicionalmente, el varón debió ayunar —por un mes— cuatro días de la semana (dos a pan y agua) y la mujer, por el mismo tiempo, dos días a la semana. Adicionalmente, durante ese periodo estuvieron aislados de todos amigos y conocidos. Al término de esto, debieron confesar sus pecados (y presumiblemente, arrepentirse a fin de evitar caer en obstinación)".[19]

El sistema de estratificación colonial clasificaba a los habitantes de Hispanoamérica en tres «razas»: blanca o española, indígena y negra. La sangre de las personas de cada grupo era «limpia», pero si un hombre y una mujer de diferentes «razas» engendraban un hijo, la sangre de este se vería «manchada», hecho que lo haría pertenecer a una casta. Debido a ello, en el sistema colonial español el término «cruzas» o «castas» designaba a los grupos e individuos con «sangre manchada» a consecuencia del sexo interracial.

A su vez, los individuos con «sangre manchada» eran clasificados en diversos tipos de «castas», definidas según las «cruzas» que se le atribuían a sus antepasados. Los derechos que le correspondían a cada persona estaban estrictamente determinados por su clasificación en tales categorías, considerándose superior al español peninsular (nacido en la península ibérica) y en el lugar más «bajo», al esclavo secuestrado en África.

Los Estatutos de limpieza de sangre aparecieron en España durante el siglo XV y se generalizaron durante el siglo XVI, cuando fueron establecidos virtualmente en todas instituciones y corporaciones: órdenes religiosas, organizaciones militares, colegios, universidades, escribanías, gremios, cofradías, capítulos diocesanos, catedrales, ayuntamientos, etc.,[20][21]​ así como la Inquisición.[8]​ La necesidad de contar con una definición legal de quienes debían considerarse "cristianos nuevos", llevó a la Inquisición a elaborar y propagar los Estatutos de Limpieza de Sangre en España y América. "De esta manera, la Inquisición cumplió un rol decisivo en el surgimiento de una ideología española y cristiana obsesionada con la genealogía y con la idea de que tener un «linaje puro» era el signo incuestionable de pertenencia aristocrática, no tanto a una fe común, sino a un estatuto humano superior".[8]

Cada organización establecía su propio procedimiento para probar la limpieza de sangre, así como la cantidad de generaciones que debían pasar para que una persona fuera considerada “limpia”. La prueba habitual era que cinco testigos dieran fe del conocimiento del solicitante, de su buen nombre y su pureza de sangre. A ello había que agregar la falta de antecedentes en la Inquisición, tanto de la persona en cuestión como de su familia, llegando en algunos casos ha exigirse hasta siete generaciones sin antecedentes.[20]

En el territorio que posteriormente ocuparía Argentina, se tomaron medidas contra el sistema colonial de castas y a otras clasificaciones racistas, desde poco después de iniciado el movimiento independentista de España; en 1811 se suprimió el tributo indígena, en 1812 se prohibió la importación de esclavos, en 1813 se eliminó toda forma de servicio personal de los indios, la libertad de los futuros hijos de madre esclava, la eliminación de los títulos de nobleza, la prohibición de exhibición de blasones y la supresión de mayorazgos y vínculos sobre las propiedades, excepto de finalidad piadosa.[22]​Finalmente, la Constitución de 1853 estableció los derechos para "todos los habitantes de la Nación" (art. 14), la supresión de la esclavitud y la libertad de los esclavos por el solo hecho de pisar el territorio de la República (art. 15) y que "La Nación Argentina no admite prerrogativas de sangre, ni de nacimiento: no hay en ella fueros personales ni títulos de nobleza. Todos sus habitantes son iguales ante la ley, y admisibles en los empleos sin otra condición que la idoneidad. La igualdad es la base del impuesto y de las cargas públicas.(art. 16). En Cuba los estatutos de limpieza de sangre se suprimieron en 1870.[23]

En la actualidad, este tipo de clasificaciones humanas se encuentra prohibido por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que en su primer artículo establece que "Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos".

Muchos y muy variados nombres se utilizaban en el lenguaje popular, y en particular en las "pinturas de castas" novohispanas, para otras mezclas más complejas. No había consenso sobre sus definiciones, y se pueden encontrar diferentes listas. Pero en lo que sí había acuerdo era en que las mezclas de indígena y español eventualmente produciría un español, si se seguía introduciendo "sangre blanca" en cada generación. Tal blanqueamiento no se aceptaba para la «raza» negra. Por ejemplo, un torna atrás era una persona nacida de la unión sexual de dos «blancos», pero que tenía características fenotípicas de «negro». Esto era porque la sociedad hispanoamericana colonial asociaba un atavismo (es decir, la tendencia a reproducir tipos originales) a los negros. No importaba diluir entre numerosas generaciones de blancos un solo antepasado negro, se temía que los rasgos de esa raza volvieran a manifestarse en sus descendientes. Existían varias decenas de nombres para todo tipo de posible mezcla de negros con las otras dos razas, a veces con definiciones múltiples. Por ejemplo, «chino» era a veces definido como morisco con española. Sin embargo, también se definía como hijo de torna atrás y de india, y el término «china» también se utilizaba para denominar a la mujer «gaucha». Este «chino», por su parte, daba nacimiento al lobo, si se emparejaba con una mulata. El lobo y otra mulata engendraban al jíbaro. Adicionalmente, se denominaba cuarterones o quinterones a aquellas personas que tenían un antepasado indígena o africano y cuatro o cinco generaciones mezclándose con blancos, teniendo un aspecto peculiar, pero siendo parecido a un europeo. La falta de inmigración de mujeres europeas generó que los blancos se mezclen con indígenas o africanos e intenten asemejar su raza blanqueando a las indias o negras.[cita requerida]

La siguiente lista muestra algunas denominaciones de castas usadas en México y Sudamérica en la época colonial:[24]

La denominación «tente en el aire» representaba con claridad lo inútil de la práctica del sistema de castas, incluso pocas décadas después de la conquista. En términos metafóricos, una persona perteneciente a esta casta «flotaba» como en el limbo, incapaz de echar raíces, sin identidad propia.

En la siguiente tabla se ilustra el porcentaje de ascendencia española, amerindia y africana de castas principales de la Nueva España, tal y como aparecen ilustradas en un cuadro anónimo que reposa en el Museo Nacional del Virreinato:[24][25]

Varios historiadores han cuestionado la existencia de este fenómeno en las dinámicas sociopolíticas históricas, considerando que podría tratarse de una invención moderna, surgida en la década de 1940, que tergiversaría calificativos y léxico de la cultura colonial para dar como resultado el sistema que se expone. La historiadora Pilar Gonzalbo dedicó un estudio titulado La trampa de las castas a descartar la idea de esta clase de regulación social en Nueva España, siempre y cuando se entendiera este sistema como una "organización social basada en la raza y sostenida por poder coercitivo" en la manera que sus dos principales popularizadores afirmaron.[5]

Joanne Rappaport, en su libro de 2013 The Disappearing Mestizo, también rechazó el sistema de castas por sus problemas de interpretación histórica, entre ellos la dificultad de aplicar este modelo a la totalidad del mundo colonial y la debilidad de la relación entre "casta" y "raza" que habría podido encontrarse en este período.[6]​ Ben Vinson, en un estudio de los archivos históricos de México realizado en 2018, abordando la temática de la diversidad racial en México y su relación con la España imperial, ratificó estas conclusiones.[7]



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