La Sinfonía n.º 9 en re menor (A 124) del compositor austríaco Anton Bruckner es una obra musical escrita para orquesta sinfónica.
Los primeros bocetos datan del verano de 1887. Pero el rechazo de la Sinfonía n.º8 desalentó al músico, que no volvió a su composición hasta el mes de abril de 1891; el 30 de noviembre de 1894, Bruckner termina el tercer movimiento, el adagio. Sólo le quedan dos años de vida, pero con una pleuresía y declinación poco a poco, no llegó a completar este Finale, que quedó en múltiples bocetos. La Novena Sinfonía, es, pues, La incompleta de su autor. Se dice que recomendó hacer oír en el concierto, como final de ella, su Te Deum. Así parece ser que hizo cuando los tres movimientos acabados fueron presentados al público el 11 de febrero de 1903 en Viena bajo la dirección de Ferdinand Löwe, no sin alteraciones que supusieron durante mucho tiempo la ejecución de una versión no auténtica de la obra (el propio Löwe aseguró la publicación). A partir de 1932, felizmente, se volvió a la versión original, publicada entonces bajo los cuidados de Alfred Orel; las ediciones de Robert Haas y Leopold Nowak siguieron a ésta, idénticas excepto en algún detalle. Hoy en día, pues, se toca la Originalfassung sin que se plantee ningún problema de interpretación crítica.
Lo que queda del 'Finale' en forma de bocetos son cuatrocientos ochenta compases (la partitura completa habría tenido unos seiscientos) que interrumpen el movimiento hacia el final de la exposición y una serie de redacciones sucesivas de algunos pasajes; existen «vacíos» que afectan a la continuidad del pensamiento musical. Como alternativa, se suele concluir la Novena en el Adagio.
A pesar de lo anterior, ha habido varios intentos [1] de reconstrucción del Finale por parte de, entre otros, el profesor William Carragan. La primera versión de esa revisión fue ejecutada por Hubert Soudant al frente de la Utrecht Symphony Orchestra el 16 de abril de 1985. Una segunda revisión del Finale de Carragan (2005) ha sido ejecutada más recientemente bajo la batuta de Akira Naito con la Tokyo New City Orchestra, en 2009.
La Novena sinfonía es realmente la del «adiós», como lo prueban innegablemente los múltiples recuerdos que contiene de fragmentos o motivos de obras anteriores y que aquí se magnifican: Kyrie y Miserere de la Misa en re menor o Benedictus de la Misa en fa; citas del tema fugado del Finale de la Quinta Sinfonía, del tema principal de la Séptima, del adagio de la Octava... A todo lo cual puede añadirse la tonalidad (re menor, como la Novena de Beethoven), que es la del Réquiem de Mozart.
La obra termina casi en un susurro en Mi mayor, anunciando al Mahler de la tonalidad evolutiva (por ejemplo, en su Segunda sinfonía el camino va de Do menor a Mi bemol mayor o en la Novena de Re mayor a Re bemol mayor), y asimismo la querencia de Mahler por la tonalidad de Mi mayor como "la tonalidad del Paraíso". Esto es especialmente evidente en el Scherzo de la Segunda sinfonía; también en la Cuarta sinfonía: el lied Wir geniessen die himmlische Leben, que constituye el movimiento final de la Sinfonía, comienza en Sol mayor (tónica) y termina suavemente en Mi mayor, expresando la idea mahleriana de la felicidad); en la sección Accende lumen sensibus de la Octava.... Quizá podemos extender aún más la influencia y decir que el Adagio final de la Novena mahleriana es un tributo del discípulo que fue Mahler a la memoria de su antiguo profesor.
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