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San Ireneo de Lyon



Ireneo de Lyon, conocido como san Ireneo (en griego: Εἰρηναῖος) (Esmirna, Asia Menor, c. 130 - Lyon, c. 202), fue obispo de la ciudad de Lyon desde 189. Considerado como el más importante adversario del gnosticismo del siglo II. Su obra principal es Contra las herejías.

Nacido en Esmirna, Anatolia (actual Turquía), Ireneo fue uno de los discípulos —considerado el mejor de todos— del obispo de Esmirna, Policarpo, discípulo, a su vez, del Apóstol Juan. Policarpo lo envió a las Galias (157). En Lugdunum (actual Lyon), capital de la Galia Lugdunense, donde se registró una cruel persecución que causó numerosos mártires entre los cristianos, fue ordenado sacerdote y desde el año 177 ejerció allí como presbítero. Fue enviado al Obispo de Roma Eleuterio para rogarle, mediante «la más piadosa y ortodoxa de las cartas», en nombre de la unidad y de la paz de la Iglesia, que tratase con suavidad a los hermanos montanistas de Frigia.

Explicó que al rechazar a los falsos profetas había que acoger el verdadero don de profecía. Pese a rechazar los «excesos carismáticos» y apocalípticos del montanismo, consideró que no se podían prohibir las manifestaciones del Espíritu Santo dentro de las iglesias romanas.

Sucedió a Potino en la sede episcopal de Lyon desde el 189 e intervino ante el obispo romano Víctor (190) para que no separara de la comunión a los cristianos orientales que celebraban la Pascua el mismo día que los judíos. No se tiene certeza sobre la fecha de su muerte, pero se estima que ocurrió entre el año 202 y el 207.

El nombre de San Ireneo está vinculado, sobre todo, a la polémica contra los gnósticos.

Escribió el tratado Contra las herejías en cinco tomos (Ver: Ireneo de Lyon. Contra las herejías. Archivado desde el original el 16 de junio de 2006. «En latín: Adversus haereses, AH». ), cuyo título completo es Desenmascarar y refutar la falsamente llamada Ciencia (Gnosis en griego, idioma en el que fue escrito).

Explicó que no existe un Pléroma sobre el Dios Creador. La Regla de la Verdad se resume en lo siguiente: hay un solo Dios Soberano universal que creó todas las cosas por medio de su Verbo, que ha organizado y hecho de la nada todas las cosas para que existan. El Dios del Antiguo Testamento es el mismo y único Dios del Nuevo Testamento, al contrario de lo que afirmó Marción.

Ireneo confrontó las concepciones según las cuales habría almas malas destinadas a condenarse o tres clases de humanos: materiales que no pueden salvarse, psíquicos que pueden salvarse y espirituales que se salvan. Dios ha encerrado a todos en la incredulidad, para tener compasión de todos (Romanos 11:32). Rechazó especialmente la versión gnóstica de Cristo, que lo hacía un hombre espiritual al que le fue administrado un cuerpo formado con substancia psíquica, pero dispuesto con un arte inefable para que pudiera ser visto, palpado y sufrir y del que se libró al morir, y que en cambio nunca tomó nada del hombre material, porque este nada tiene que pueda salvarse. Mostró cómo, según los argumentos que ellos proponen, el Verbo no se habría hecho carne. El libro V expone su escatología milenarista, heredada de los apóstoles: el Anticristo, la Resurrección de los justos y el Milenio.

En su obra Hitos de la Teología, Ireneo considera a la Escritura como la fuente primordial de la fe. Es preciso comparar los distintos pasajes para que, iluminándose unos a otros, pueda entenderse su significado en el contexto (cf. AH II, 10,1; 27,1; III, 12,9).[2][3]​ Con humildad debemos aceptar que no conocemos todo y debemos acercarnos a la Palabra con espíritu humilde y dejarnos enseñar por ella.

Ireneo defiende el principio de la tradición. El libro segundo del AH desarrolla o funda el principio de la tradición, que ya inicia Hegesipo, y formula este principio contra el gnosticismo, que admite revelaciones privadas, propias de sus escuelas, y también contra ellos exige la coherencia con las Escrituras, ya que los gnósticos pretendían eliminar determinados aspectos de ellas arguyendo una tradición secreta. Dice que la verdadera tradición hay que buscarla en la Iglesia fundada por los apóstoles, donde sus sucesores han enseñado la doctrina auténtica.

Ireneo está fuertemente convencido de que la doctrina de los apóstoles sigue manteniéndose sin alteración. Esta tradición es la fuente y la norma de la fe (regula fidei o regula veritatis). Para Ireneo este canon de la verdad parece ser el credo bautismal, porque dice que lo recibimos en el bautismo. Solo las iglesias fundadas por los apóstoles pueden servir de apoyo para la enseñanza auténtica de la fe y como testigos de la verdad, pues la sucesión ininterrumpida de los obispos en estas iglesias garantiza la verdad de su doctrina. A propósito de esto dice que sería largo recurrir a todas las iglesias, por ello reduce a la de Roma, gracias a lo cual tenemos toda la lista de los obispos romanos (cf. AH III, 3,3).[3]

Ireneo es ante todo un gran exegeta,[4]​ especialmente de San Pablo y de San Juan, de tal modo que cuando él explica a San Pablo o a San Juan es casi como si estos se explicasen a sí mismos. Ireneo es el representante de la escuela de Asia Menor. La teología de la carne no viene de San Juan.

La batalla en torno a los gnósticos se hace con San Pablo. El tema central de la teología ireniana gira en torno al Salus Hominis (antropología), es decir, la salvación del hombre. En la antropología confluye todo lo demás, trinidad, eclesiología, escatología, etc. El punto de partida de su antropología lo constituyen los dos textos bíblicos del Génesis que hablan de la creación del hombre: el Génesis 1:1-26 y el Génesis 2:7. Frente a los gnósticos que distinguían tres clases de hombre, el hombre material o hiliaco, el hombre psíquico o animal (porque su sustancia es la psijé o alma), y tercero el hombre espiritual o neumático (constituido de pneuma o espíritu).

Hay un solo hombre, carnal, espiritual y animal. Repetidamente dice que el hombre es una mezcla de cuerpo, alma y espíritu, en esto usa una terminología paulina, Pablo en 1Tesalonicenses 5:23. Los gnósticos daban a estos tres elementos la categoría de sustancia, y decían que los tres hombres eran de tres sustancias distintas, aunque teóricamente cada uno de estos tres podría vivir independientemente, o quizás unidos. El espíritu está revestido del hombre psíquico y este a su vez del hombre material. El ideal de ese espíritu es librarse de los otros dos, lo cual ocurrirá con la muerte. La sustancia espiritual es la sustancia de Dios, por ello el hombre es consustancial al Padre. La salvación para los hombres espirituales es debida a su propia sustancia, por ser de materia divina. La sustancia de los siete cielos es el mundo del demiurgo, Dios inferior al Dios uno, tiene naturaleza psíquica, es el que crea al hombre material, pero el hombre espiritual es de sustancia divina.

San Ireneo dice que solo hay un hombre, que asume las sustancias, así hay un tanto a favor de las cosas. El hombre es cuerpo, es carne, el alma es el principio de la vida racional y animal por el plasma (barro). El alma es principio racional, el principio que al barro comunica la vida sensitiva y racional. El espíritu es principio de vida espiritual del plasma. El hombre por el pecado pierde el espíritu. El hombre es una mezcla de cuerpo, alma y espíritu. Son cualidades inherentes al cuerpo. Sarcología: el hombre es carne, así antropología es filosofía de la carne. Car Capax Salutis: carne capaz de salvación. Aquí es donde se juega la batalla, para los gnósticos la carne no es capaz de salvación, para San Ireneo sí. Salvación significa divinización de la carne, por eso el Hijo de Dios se encarna para divinizar la carne. La carne, por ser materia, para los gnósticos, es corruptible, y acabará con la aniquilación. Por eso la carne de Dios no es real, sino aparente (docetismo), perdiéndose así los misterios de Jesucristo. La carne es esencial para San Ireneo, el hombre per se es carne, pero una carne destinada a la salvación.

En Génesis 2:7a. «Tomó Yahveh barro de la tierra», hallamos el origen del cuerpo, es barro de la tierra, ahora bien, ¿de qué tierra? De esta visible que tenemos ante nosotros, y el misterio de la curación del ciego de nacimiento lo pone esto de manifiesto. El hombre es un ser en construcción, idea de progreso, el hombre no acaba de ser hecho hasta que el hombre sea igual a la carne gloriosa de Cristo, entonces el hombre será perfectamente lo que Dios quiere, imagen y semejanza de Dios.

Por otro lado, subraya que ese barro tomado de la tierra, no fue plasmado por ángeles, sino por las manos de Dios, directamente, las manos de Dios son el Hijo y el Espíritu Santo. El Hijo es el que comunica al barro la imagen, y el Espíritu Santo es el que le comunica la semejanza divina. Cada una de las tres divinas personas en la creación, actúa a tenor de sus cualidades personales. El Padre crea la materia ex nihilo, el Hijo le da forma, y el Espíritu Santo lo llena de vida. Génesis 2:7b. Este aliento de vida se identifica con el alma, infundida en el plasma, y adopta la forma del plasma, a la manera como el contenido adopta la forma del contenedor, y se sujeta a la misma causalidad de las manos de Dios.

El hombre es un microcosmos, en el mismo ser del hombre hay como un resumen de toda la creación, del mundo material por ser material, y del racional por ser racional. San Ireneo dice que Dios hizo al hombre rey no solo de este mundo, sino también del de los ángeles. El hombre mismo es resumen de la creación. Según Génesis 1:26 hay que distinguir imagen de semejanza. Imagen es similitud con la forma, figura, lineamentos, y se da entre naturalezas iguales, se da necesariamente entre dos naturalezas iguales, tenemos por tanto la misma naturaleza de Dios, posible por Cristo, que tiene naturaleza humana. Aquí se introduce la teología trinitaria. El Padre no tiene forma, no es posible conocer al Padre sin el Hijo, el cual sí tiene forma. Así pues, el hombre, que es material, corporal, carnal, es imagen de Dios en su sentido horizontal, es decir imagen de Cristo Dios que ha de venir, se ha de encarnar, es el paradigma.

En Cristo cabe distinguir varios estadios. El paradigma de Adán es Cristo, que es anterior al primer Adán, puesto que el primer Adán es solo anterior en el tiempo, no en la mente de Dios. En Cristo cabe distinguir distintos estadios (cuando nació, como niño, etc.) ¿En cuál de estos estadios es el paradigma del que fue creado Adán?. En la resurrección, ese es el paradigma o modelo que Dios tuvo presente. Será imagen de Dios cuando su carne sea glorificada. El hombre pues está destinado por Dios a ser glorificado en su carne, mientras tanto estamos en período de construcción. Al ser una economía carnal, es precisa una historia, si hubiese sido una economía angelical no hubiese hecho falta.

La semejanza significa asimilación del hombre con Dios, que hay que distinguir otra semejanza, asimilación del hombre con Dios, es decir, el hombre se hace Dios, la semejanza consiste en que el hombre sea divinizado, deificado, el hombre está destinado a hacerse Dios. Esta semejanza es progresiva, ya el «kata» (partícula segunda) tiene de suyo un dinamismo. Indica un proceso que tiene que desarrollarse hasta la perfección de la carne de Cristo, pero nunca barrerá la distancia física, sino la distancia cualitativa. Una cosa es la «ousía» (sustancia) o ser de Dios, y otra es la «ousía» humana, que es carnal, la distancia está entre el ser de Dios y el del hombre, nunca se borrará, la divinización del hombre se dará en el terreno de la cualidad, el terreno cualitativo, quiere decir esto que la sustancia divina tiene unas propiedades congénitas (poiotes), la sustancia divina de suyo es impasible, inmortal, incorruptible, y la sustancia humana de suyo es corruptible, mortal, y pasible. La divinización del hombre viene de que la sustancia humana se olvide de sus facultades y asuma las cualidades divinas. Cristo resucitado es el modelo que Dios tuvo delante al modelar a Adán. Por tanto Cristo es el objetivo al que ha de llegar la carne humana.

El hombre es un ser in fieri, en construcción, que se está haciendo, llegará a ser perfecto hombre solo después de la resurrección, cuando su carne halla adquirido la incorruptibilidad y la inmortalidad. Mientras tanto, está sometido al trabajo de las manos divinas, Dios ¿por qué no hizo al hombre perfecto desde un principio? Porque si bien según los gnósticos la explicación está en el demiurgo, Dios creador, imperfecto, para San Ireneo el hombre es incapaz de recibir la perfección de golpe por ser carnal, le hacía falta una historia. Dios es capaz de dar la perfección al hombre, pero el hombre es incapaz de recibir esta perfección. Toda la cuestión está en que Dios ha establecido una economía carnal, material. Por eso el Hijo de Dios se encarnó (por la economía carnal) y no se angelizó. La tarea de asimilación del hombre a Dios va unida al alma, nosotros somos un cuerpo tomado de la tierra, y un alma, el alma es mediadora entre este cuerpo y el espíritu. Así como la perfección de la imagen está virtualmente vinculada al cuerpo, el alma toma la misma imagen del cuerpo, el cuerpo comunica al alma la imagen del cuerpo, y así Dios comunica al alma la imagen del alma, para que lo comunique al cuerpo, actúa así de intermediación. La semejanza pues iría especialmente vinculada al alma.

La cristología de San Ireneo de Lyon está en íntima conexión con la antropología, Cristo, el verbo encarnado es el hombre ideal, es decir, el paradigma de Adán, el modelo del cual se hizo a Adán. Cristo estaba presente en la mente de Dios en el plasmado del hombre, «opera dei plasmatio hominis» («la obra de Dios es el plasmado del hombre»). Dios empieza a modelar al hombre según un boceto, el segundo Adán (Cristo) que es la obra perfecta y acabada. El primer Adán es anterior al segundo solamente en el tiempo.

Todas las teofanías del Antiguo Testamento desde Adán son manifestaciones del verbo. Hay que señalar la gran importancia de la encarnación, por tanto la realidad de la pasión, muerte y resurrección, contra los gnósticos (apariencia). La recapitulación, término griego (anakefalaiosis), significa resumen, Cristo resume en su propia carne toda la historia de la salvación de la carne que se ha dado y de principio a fin, de modo pleno en la carne de Cristo glorificado. En Cristo se ha dado el resumen. Cristo recapitula a Adán, a toda la humanidad, recapitulando lo pasado y lo futuro, desde la creación hasta la glorificación.

Respecto al pecado original señalar que San Ireneo constituye un testimonio a favor de la doctrina del pecado original. Difunde esta tesis San Agustín por lo que fue acusado de maniqueo mal convertido, a lo que él rescata la referencia de San Ireneo. Según San Ireneo nuestros primeros padres, creados a imagen y semejanza de Dios perdieron la semejanza, pero conservaron la imagen, aunque ofuscada. Cristo hizo brillar la imagen y le devolvió la semejanza. Destacar la ubicación del paraíso en el 4º cielo (el de en medio). El hombre, hecho de barro de la tierra es elevado al paraíso pero después por el pecado es expulsado a la tierra de nuevo. Así, en el paraíso estuvo equidistante de la tierra y del cielo sumo, explicando así el reinado del hombre sobre la tierra. El paraíso no admite al pecador, por eso fueron expulsados.

En su mariología desarrolla mucho el paralelismo entre Eva y María de San Justino. Según Ireneo, María reparó la desobediencia de Eva, con lo que contrarió las corrientes gnósticas que sostenían que Jesús no era Dios y hombre. Ireneo aseveraba que Jesús debía tener la naturaleza humana para poder redimirla, pero al mismo tiempo la santidad de Dios para poder presentarse sin mancha.

Ireneo garantiza contra los gnósticos la realidad de la carne de Jesús, sin la cual es imposible la vida histórica de Cristo, y su muerte y resurrección reales:

Dice que el Hijo, al hacerse carne, al nacer «realmente» de María, es la prenda de que él es descendiente de Adán,[5]​ cuya simiente había de asumir para poder transformarla en lo que él es como Dios. Por eso su carne es la misma carne de María, hija de Adán (cf. AH III, 21,10, V, 1,2).[3]​ Por medio de ella Jesús se liga también a la generación de Abraham y de David, y solo por tal motivo el Hijo de María puede llegar a ser el cumplimiento de las promesas hechas a los Padres (cf. AH III, 16,2-3; D 35-36, 40, 59).[3]

Es necesario distinguir la escatología católica, la intermedia y la final. La intermedia es la situación del hombre desde la muerte a la resurrección, cada individuo, ¿en qué situación se encuentra?. Respecto a ello San Ireneo enseña las siguientes cosas sacadas de la exégesis del rico Epulón y el pobre Lázaro Lucas 16:19. Este texto para él no es parábola, sino historia real que nos cuenta el señor. Mediante la parábola nos muestra los siguientes puntos: 1º perseverancia de las almas, es decir, las almas, tras la muerte perseveran en el ser, no se deshacen; 2º la no-transmigración de las almas, se mantiene con una subsistencia propia, aquí interviene la omnipotencia de Dios; 3º, las almas retienen la figura del cuerpo, que las hace reconocibles, por eso el rico Epulón reconoce a Lázaro, por tener la misma figura que en vida. Las almas retienen la memoria de su obra pecadora y también el mérito, Abraham retiene el don profético y reconoce las obras del rico y del pobre; 4º, en el más allá hay un lugar de descanso y de pena, las almas buenas descansaban en el seno de Abraham, las malas, como la del rico, están en un lugar de dolor; 5º, también ve San Ireneo confirmadas una de sus tesis favoritas, la unidad de los dos testamentos, que nos permite ver en ley y profetas las palabras de Cristo, lo que ellos dijeron según la palabra de Cristo.

En la teología ireniana lo importante es siempre la salus carni, porque la historia salutis consiste en la deificación de la carne, el gozo del alma durante la escatología intermedia es un gozo relativo, intermedio, no solo no ve al Padre, sino que ni al Hijo resucitado. ('A Dios nadie le ha visto jamás': 1Jn 4,12; Jn 5, 37; Jn 6, 46)

En la escatología final, la verdadera bienaventuranza, para que el hombre la adquiera es necesaria la resurrección del Verbo, la gente resucitada con la resurrección iniciará el milenio, mil años durante los cuales no se verá al Padre, sino solo al Hijo resucitado acostumbrándose a la carne (Cristo) para luego pasar al Padre, además este milenio sucederá en la tierra, pero en un cielo nuevo y una tierra nueva. No se da en el milenio la visión del Padre, sino una preparación de la gente a la visión del Padre pero secundum carnem. Se da por tanto un proceso gradual, que lo inicia el Espíritu Santo, lo continúa el Hijo y lo consuma el Padre. Distingue así tres puntos en la historia de la salvación: Espíritu Santo, etapa del Antiguo Testamento; la 2ª es la del Hijo, la cual a su vez se subdivide en dos, se inicia en la encarnación, y dura hasta la parusía; para luego continuarse la etapa del Hijo durante mil años, tras el séptimo milenio llegará el Padre. Así, en la ley del Antiguo Testamento hemos recibido un espíritu profético, luego, con Cristo, un espíritu adoptivo, y al final el espíritu paterno. Hay pues un proceso de adaptación.

Su extensa y completa refutación de las diferentes doctrinas gnósticas ha sido recordada con ocasión del redescubrimiento del texto seudoepigráfico llamado Evangelio de Judas. Ireneo dice que es un libro utilizado por un grupo gnóstico al que denomina cainitas, los cuales:

Ireneo en varias partes de su obra se refiere a la oposición entre Caín y Abel.

El sacrificio de Abel es un símbolo del sacrificio de Jesús:

Jesús dio su vida no para «liberarse del cuerpo», sino para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna... para que el mundo se salve por él; el que cree en él no es condenado (Juan 3:16-18) ; y la condenación está en que vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz... para que no sean censuradas sus obras (Juan 3:19-20,12:4-6).

Los cristianos orientales celebran la fiesta de San Ireneo el 23 de agosto. La Iglesia católica la celebra el 28 de junio. Su nombre también está incluido en el Calendario de Santos Luterano.



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