San Brandán el Navegante (Ciarraight Luachra, Irlanda, c. 484 – Enachduin, c. 578; en irlandés Breandán), también llamado Barandán, Borondón o Borombón (a menudo «Samborondón» o «Samborombón»), fue uno de los grandes monjes evangelizadores irlandeses del siglo VI. Abad del monasterio de Clonfert (Galway, Irlanda) que fundó en el 558 o 564, fue protagonista de uno de los relatos de viajes medievales más famosos de la cultura gaélica medieval, relatado en la Navigatio Sancti Brendani, una obra que fue redactada en torno a los siglos X y XI.
Tempranamente traducida al francés la leyenda de su viaje se extendió durante siglos por la Europa cristiana en copias manuscritas, aunque los bolandistas no dudarían en calificarla de «apocripha deliramenta», y no fuese editada hasta 1836, cuando salió en Francia una versión preparada por Achille Jubinal. De acuerdo con la citada Navigatio Brandán partió el 22 de marzo del 516 con otros catorce monjes, a los que se suman tres advenedizos, en un barco para buscar el Paraíso terrenal. Después de un largo viaje, recaló en un mar lleno de islas; la identidad de estas islas y en particular de la mítica isla de San Brandán, ha sido motivo de controversias, y se ha afirmado que posiblemente se tratara de la isla de Terranova —lo que haría de Brandán quizá el primer europeo en llegar a América—, también se las ha identificado con Islandia y las islas Feroe e incluso con las islas del mar Caribe o las islas Canarias (España). La leyenda cuenta que los monjes celebraron una misa de resurrección en una isla que resultó ser una ballena, y ahí nació la leyenda de la isla errante en las aguas del océano Atlántico.
La Iglesia católica lo honra como santo; es el patrón de los marinos, celebrándose su fiesta el 16 de mayo. La Iglesia ortodoxa también lo venera en el día predicho según su calendario eclesiástico, recordándolo quizá como el primero en la lista de santos en arribar en el nuevo continente.
Mucho se ha discutido acerca de la historicidad de este religioso, y, aunque fue eliminado del santoral en tiempos de Pablo VI, no cabe duda de que se trató de un abad irlandés que llevó a cabo tareas de evangelización en las aguas del mar del Norte. En realidad, fue un fiel seguidor de la tradición misionera del cristianismo irlandés de la que los santos Columba y Columbano fueron claros exponentes. Desde principios del siglo V enteras comunidades monásticas se lanzaron a la mar en curraghs (lanchas de cuero calafateado) para predicar el Evangelio hasta los confines de la tierra.
El San Brandán histórico, abad de Clontarf, estaría acreditado por el testimonio de Adamnano, que redactó una Vida de San Columbano aproximadamente cincuenta años después de la muerte de Brandán.Iona (occidente de Escocia) donde se encontró con San Columbano. A su vez, llegó con sus exploraciones hasta las islas Hébridas al oeste y las Shetland al norte, e incluso es posible que haya llegado a las Feroe e Islandia. Abades irlandeses posteriores completarían su obra y establecieron nuevas comunidades cenobíticas y abrieron el camino para la colonización posterior por gaélicos y noruegos.
En ella cuenta que el santo visitó la isla dePero San Brandán es más conocido por su periplo legendario a la Tierra de Promisión. Según la Navigatio Sancti Brendani, Brandán tuvo noticia de su existencia a través del relato de Barinto, un monje que ya había visitado aquel lugar. Barinto, entre lágrimas, le cuenta que Mernoc, quizá su propio hijo, había partido hacia Islandia o isla de San Ailbeo a hacer penitencia. Barinto teme que no pueda regresar, pues las aguas ya no tardarán en congelarse, y solicita a Brandán que vaya en su busca. Brandán decidió construir un curragh y partir hacia Occidente en compañía de catorce monjes. A ellos se sumarán luego otros tres que acabarán siendo fuente de conflictos.
Brandán y sus compañeros vagaron durante siete años por el océano, encontrando islas maravillosas, monstruos marinos y la tierra donde habitan los condenados para alcanzar finalmente el paraíso de los bienaventurados. En su navegación arribaron primero a la isla del castillo deshabitado en la que fueron recibidos por un perro que los guio hasta una villa despoblada. Allí permanecieron durante tres días, encontrando siempre comida preparada para ellos, aun cuando fueron incapaces de ver a una sola persona, excepto un diablo etíope. Uno de los recién llegados muere tras admitir haber robado. Luego llegan a una isla con un joven que les trae pan y agua. Las siguientes estaciones fueron la isla de las ovejas, que se ha querido identificar con las islas Feroe, donde pasan la Semana Santa, y la isla-pez, que posteriormente sería conocida como Isla de San Brandán: Era una ínsula completamente desprovista de vegetación en la que Brandán celebra la misa de Pascua. Tras la celebración decidieron encender una hoguera para calentarse y cuando se sentaron en torno al fuego se estremecieron al comprobar cómo la isla comenzó a moverse. Se dirigieron rápidamente a su barco y se alejaron precipitadamente de ella. Se trataba, en realidad, del pez gigante llamado Jasconio.
La siguiente etapa del viaje transcurrió en el Paradisus Avium (Paraíso de los pájaros), habitada por pájaros de todo tipo que se unieron a los monjes en sus oraciones. Uno de ellos confesará al santo que los pájaros habitantes de la isla son ángeles que se mantuvieron neutrales en el enfrentamiento entre el arcángel san Miguel y Lucifer.
Vueltos a la mar, navegaron durante tres meses hasta que, exhaustos, alcanzaron la isla de Ailbe habitada por monjes que habían realizado un estricto voto de silencio y que habían residido allí durante ochenta años, sin padecer enfermedad o desgracia alguna. El viaje continúa, retornando a algunas de las islas por las que ya han pasado, hasta alcanzar una isla con tres anacoretas, donde se pierde el segundo de los monjes advenedizos. Luego visitan la isla de las uvas, donde obtienen el vino necesario para la consagración. Retornan a Ailbe para pasar la Navidad. Tras el abandono de este lugar llegó la prueba más terrible que tuvieron que afrontar san Brandán y sus compañeros: El paso del infierno. Monstruos sin número se acercaron a la nave escupiendo enormes ráfagas de fuego. Los monjes reemprendieron el rumbo a toda prisa pero no pudieron evitar que el tercero de los frailes advenedizos fuera devorado por una de esas criaturas.
Su viaje prosiguió, y la siguiente etapa tuvo lugar junto a un enorme pilar de cristal que tardaron casi tres días en bordear, a través de un mar lleno de niebla. Finalmente alcanzaron la frontera de la Tierra Prometida, donde fueron recibidos por un anacoreta, san Pablo el Ermitaño que ha vivido en su isla sesenta años. Por fin, tras volverse a encontrar con Jasconius encuentran la isla del Paraíso, de la que el relato no hace ninguna descripción y regresaron a Irlanda, lugar donde Brandán murió poco después de su llegada.
La leyenda de San Brandán y su viaje al paraíso va a influir sobre otros relatos hagiográficos difundidos por toda Europa occidental, como las narraciones viajeras de Saint-Malo en Bretaña o san Amaro en España. Los intentos de localizar la ubicación de las islas visitadas por Brandán comenzaron ya en el siglo XII con Honorio de Autun, quien hablaba de una isla situada en el océano Atlántico llamada Perdida, a la que habría llegado Brandán, pero que si se la buscaba no se encontraba.
En las islas Canarias (España) aún persiste una leyenda popular de una isla que aparece y desaparece desde hace varios siglos y que fue bautizada como «isla de San Borondón». Según los «testigos» que dicen haber visto la isla, normalmente la sitúan en el extremo occidental del archipiélago, entre las islas de La Palma, La Gomera y El Hierro. Hay relatos desde hace siglos que narran la aparición de dicha isla, de la visión por muchos testigos y de su posterior desaparición, mientras otras personas atribuyen la extraña aparición a alguna acumulación de nubes en el horizonte o a un fenómeno de espejismo. La leyenda de San Borondón llegó a adquirir tal fuerza en Canarias que durante los siglos XVI, XVII y XVIII se organizaron expediciones de exploración para descubrirla y conquistarla. Incluso Leonardo Torriani, ingeniero encargado por Felipe II de fortificar las islas Canarias a finales del siglo XVI, describe sus dimensiones y localización y aporta como prueba de su existencia las arribadas fortuitas de algunos marinos a lo largo del siglo XVI.
Se lo representa con un cirio alumbrando una casa en llamas (su nombre se ha relacionado con el verbo alemán que significa arder, brennen), pero sobre todo con un pez en la mano.
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