El símbolo niceno-constantinopolitano es un símbolo de la fe, una declaración dogmática de los contenidos de la fe cristiana, promulgada en el Concilio de Nicea I (325) y ampliado en el Concilio de Constantinopla (381). El objeto del credo niceno fue consensuar una definición de los dogmas de la fe cristiana, impedida hasta entonces por la escasa institucionalización y las fuertes variantes regionales. El principal adversario de la doctrina nicena fue el arrianismo, corriente teológica liderada por el sacerdote norteafricano Arrio, quien no quiso aceptar que Jesucristo era Dios mismo (concepto de Trinidad) como propuso interpretar el teólogo Atanasio en el Concilio de Nicea I; otros problemas teológicos, en especial trinitarios, no se resolverían hasta el Primer Concilio de Constantinopla, cuando el carácter divino del Espíritu Santo se afirmó definitivamente.
El credo resume los principios básicos de la fe cristiana de una manera relativamente sencilla, con la intención de proporcionar un recurso para memorizarlos y proclamarlos a los fieles. Implícitamente condena los errores más difundidos, como medio para identificar las posibles disidencias; modificaciones posteriores del credo buscarían dar mayor precisión a la definición de las herejías contemporáneas.
La versión ampliada del símbolo niceno dictada en el Concilio de Constantinopla I (381), que se denomina símbolo niceno-constantinopolitano, surgió por la necesidad de la Iglesia de establecer claramente lo que debe creer cualquier bautizado sobre el Espíritu Santo, y en contra de las ideas heréticas de ese momento.
El credo niceno-constantinopolitano, símbolo de la fe, es aceptado por la Iglesia católica, las Iglesias ortodoxas bizantinas, las Iglesias ortodoxas orientales, la Iglesia del Oriente (actualmente dividida en Iglesia asiria del Oriente y Antigua Iglesia del Oriente), la anglicana, y la mayoría de las Iglesias protestantes.
Hay desacuerdo sobre una de las añadiduras en la versión latina: Filioque. No hay problemas acerca de la otra: Deum de Deo.
Para la gran mayoría de las denominaciones cristianas, el credo niceno-constantinopolitano constituye una base central e incontrovertible de la fe. La profesión del mismo es parte de la celebración católica y ortodoxa de la misa, y forma parte de la prédica de la mayoría de las iglesias protestantes; el Acuerdo de Lausana de 1974 lo incluyó como base de la práctica evangélica.
Las denominaciones que rechazan en todo o en parte el credo —entre ellas mormones, testigos de Jehová, arrianos y unitaristas— son frecuentemente catalogadas por las otras de no cristianas, lo que ha provocado agrias disputas y aun acciones legales en los Estados Unidos.
En el idioma griego ortodoxos y católicos usan el texto original del Símbolo niceno-constantinopolitano (sin las inserciones latinas Deum de Deo y Filioque) cambiando sólo lοs verbos πιστεύομεν (creemos), ὁμολογοῦμεν (confesamos) προσδοκοῦμεν (esperamos) en πιστεύω (creo) ὁμολογῶ (confieso) προσδοκῶ (espero).
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