La guerra psicológica y las operaciones psicológicas han sido conocidas también con otros términos, como guerra política, "ganar las mentes y los corazones" y propaganda. El término de guerra psicológica se usa para "definir cualquier acción que se practica sobre todo por métodos psicológicos con el ánimo de evocar una reacción psicológica planeada en otras personas". Se usan varias técnicas para realizarla y está dirigida a influir en el sistema de valores, en el sistema de creencias, en las emociones, en el razonamiento o en el comportamiento del público. Se emplea para inducir confesiones o reforzar actitudes y comportamientos favorables al que tiene algún propósito, y se combinan a menudo con operaciones encubiertas y tácticas de falsa bandera. También se emplea para destruir la moral de los enemigos a través de tácticas que ayuden a deprimir a las tropas de los estados. Los objetivos pueden ser gobiernos, organizaciones, grupos e individuos, y no solamente soldados. Los civiles de países extranjeros también pueden ser los objetivos, con el uso de las nuevas tecnologías y los medios de comunicación, para causar algún efecto en el gobierno de ese país.
En la obra Propaganda: La formación de las actitudes de los hombres, Jacques Ellul escribe sobre la guerra psicológica como una política habitual y pacífica practicada entre naciones como una forma de agresión indirecta. Este tipo de propaganda mina la opinión pública de un régimen adverso retirándole el poder sobre la opinión pública. Es difícil defenderse de esta forma de agresión al no haber tribunales internacionales capaces de proteger contra ella ya que no puede ser atribuida legalmente. "Aquí los propagandistas están tratando con un adversario extranjero con el propósito de destruir su moral con medios psicológicos para que el oponente comience a dudar de la validez de sus creencias y acciones".
En el siglo VI a. C. el griego Bías de Priene resistió con éxito el asedio del rey de Lidia, Aliates, engordando un par de mulas y llevándolas fuera de la ciudad sitiada para dar la impresión de que tenían abundancia de recursos.
En la Batalla de Pelusium, en el 525 a. C., entre el Imperio persa y Egipto, los persas fueron con gatos para afectar a la moral de los egipcios, que los consideraban sagrados.
Alejandro Magno conquistó gran parte de Europa y de Oriente Medio y mantuvo sus territorios empleando a las élites locales e la administración. Alejandro Magno dejó a algunos de sus nombres en cada ciudad conquistada para que implementasen la cultura griega y acabaran con las opiniones disidentes. A los soldados se les pagaron dotes para que se casasen con las lugareñas.
Genghis Khan, jefe del Imperio mongol en el siglo XIII, empleó técnicas menos sutiles. Trataba de acabar con la voluntad del enemigo antes de atacar el asentamiento. Los generales mongoles exigían la sumisión a Khan y amenazaban a las ciudades con la destrucción completa si se negaban a rendirse. Si tenían que luchar para tomar el asentamiento, los generales mongoles cumplían sus amenazas y masacraban a los supervivientes. Las historias de la horda invasora se extendían a las aldeas cercanas y se creaba un ambiente de inseguridad que socavaba las posibilidades de una resistencia en el futuro.
Khan también empleaba tácticas que hacían que su número de tropas pareciese mayor de lo que realmente era. Durante las operaciones nocturnas ordenaba a cada soldado encender tres antorchas hasta el amanecer para generar la ilusión de un ejército gigantesco y así engañar e intimidar a los exploradores enemigos. A veces también ataba objetos a las colas de los caballos para que, cuando cabalgasen en un campo abierto que tuviera el terreno seco, levantase una nube de polvo que diese al enemigo la impresión de un mayor número. Sus soldados también usaban unas flechas especiales que silbaban mientras volaban por el aire, para atemorizar al enemigo con aquel ruido.
El califa musulmán Omar, en sus batallas contra los bizantinos, enviaba pequeños grupos de refuerzos para que pareciese que se estaba acumulando un gran ejército y que debían pactar con él.[cita requerida]
El comienzo de las operaciones de guerra psicológica modernas se suele situar en la I Guerra Mundial. En aquel entonces, las sociedades occidentales estaban más educadas y urbanizadas, y se podían difundir masivamente periódicos y carteles. También era posible lanzar pasquines como propaganda aerotransportada o lanzarlos mediante sistemas de morteros.
Los británicos tenían un servicio diplomático que mantenía buenas relaciones con muchas naciones del mundo, a diferencia de Alemania.
En agosto de 1914, David Lloyd George nombró al parlamentario Charles Masterman director de una agencia de propaganda en Wellington House. Un grupo de escritores con talento se apuntaron a la misma, entre los que estaban Arthur Conan Doyle, Ford Madox Ford, G. K. Chesterton, Thomas Hardy, Rudyard Kipling y H. G. Wells. Se publicaron más de 1160 panfletos durante la guerra. Se distribuyeron a países neutrales y, finalmente, a Alemania. Una de las primeras publicaciones importantes, el Report on Alleged German Outrages de 1915, tuvo un gran efecto en la opinión general de todo el mundo. El panfleto documentó las atrocidades, tanto reales como alegadas, cometidas por el ejército alemán contra civiles belgas. Un ilustrador holandés, Louis Raemaekers, proporcionó los dibujos altamente emocionales que aparecieron en el panfleto.
En 1917, la oficina pasó a estar en el Departamento de Información y se ramificó para el telégrafo, la radio, los periódicos, las revistas y el cine. En 1918, Viscount Northcliffe fue nombrado director de propaganda en países enemigos. El departamento realizaba propaganda contra Alemania, organizada por H. G. Wells, y contra el Imperio austro-húngaro, supervisada por Wickham Steed y Robert William Seton-Watson. Esta última estaba centrada en mermar la cohesión étnica del Imperio y aumentar las discrepancias de las minorías, como los croatas y los eslovenos. Esto tuvo una importancia significativa en el colapso del Ejército Austrohúngaro en la batalla de Batalla de Vittorio Veneto.
Se lanzaron panfletos por aire contra las trincheras alemanas con postales de prisioneros de guerra que detallaban su situación, noticias de rendiciones y propaganda contra el káiser y los generales alemanes. Al final de la guerra, el MI7b había distribuido unos 26 millones de panfletos. Los alemanes empezaron a disparar a los aviones que llevaban la propaganda, provocando que los británicos desarrollasen globos no tripulados para lanzarla. Al menos uno de cada siete de estos panfletos no era entregado por los soldados a sus superiores, a pesar de las severas penas por aquel delito. Incluso el general Hindenburg admitió que "sin sospechar nada, muchos miles consumieron el veneno", y los prisioneros de guerra admitieron que se sentían desilusionados cuando los panfletos propagandísticos les presentaban como carne de cañón. En 1915, los británicos empezaron a tirar un periódico regular, Le Courrier de l'Air, para los civiles en territorios de Francia y Bélgica ocupados por Alemania.
Al inicio de la guerra, el gobierno francés tomó el control de los medios para eliminar las noticias negativas. Solo en 1916, con el establecimiento de la Maison de la Presse, empezaron a usar tácticas similares para propósitos de guerra psicológica. Una de sus secciones fue el Servicio de Propaganda Aérea, dirigido por el profesor Ernest Tonnelat y por Jean-Jacques Waltz, un artista de Alsacia con el nombre en clave de Hansi. Los franceses solían distribuir solamente panfletos con ilustraciones, aunque los Catorce Puntos del presidente de los Estados Unidos Woodrow Wilson, que había sido muy modificado por los periódicos alemanes, fue distribuido íntegro por el Servicio de Propaganda Aérea francés.
Las Potencias Centrales usaron poco estas técnicas; no obstante, al comienzo de la guerra los alemanes lograron que el sultán del Imperio otomano a declarase la guerra santa contra la Triple Entente. También intentaron fomentar la rebelión contra el Imperio británico en lugares como Irlanda, Afganistán y la India. El mayor éxito alemán fue el envío del revolucionario ruso Lenin en un tren desde Suiza hasta Finlandia después de derrocamiento del zar. Esto provocó luego la Revolución Bolchevique, que sacó a Rusia de la guerra.
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