La interpretación de los sueños es el arte y la técnica de asignar significado a los diversos componentes, elementos e imágenes que aparecen en los sueños. Se trata de una práctica humana milenaria, de la que se conservan registros escritos de más de 3800 años de antigüedad. Igualmente, algunas comunidades humanas y pueblos originarios actualmente existentes (por ejemplo, varios pueblos amazónicos, tales como los shuar y achuar, o los aborígenes australianos) incorporan la práctica a su sistema de creencias y organización social. Mientras el desciframiento de los símbolos oníricos buscaba en la antigüedad revelar un mensaje divino, a comienzos del siglo XX y a partir de los desarrollos teóricos del psicoanálisis la interpretación de los sueños se orienta a revelar contenidos inconscientes y pasa a ser una técnica clínica, utilizada hasta la época actual, no solo por el psicoanálisis, sino por diversas vertientes de la psicología clínica.
El sueño fue en la Antigüedad una incógnita más de cuantas rodeaban al ser humano. En un primer momento, la aproximación del hombre griego al fenómeno onírico debió plasmarse en la tradición oral, basada en la experiencia práctica e influenciada por corrientes orientales (caldeos). Las fuentes antiguas confirman un conocimiento muy difundido a nivel popular, juzgándose el sueño como el vehículo idóneo para la expresión de la voluntad divina, realizándose a su vez la interpretación de las visiones portadoras de un mensaje alegórico, creencias muy arraigadas que perdurarán durante siglos hasta la etapa bizantina.
Simultáneamente discurrirá paralela una corriente que abordará el sueño desde un análisis más racional, gracias a los representantes de una clase intelectual, defensora del espíritu de la ilustración griega.
El desarrollo histórico de esta dualidad se puede contemplar empezando por la orientación más especulativa:
Todas estas exposiciones teóricas presupondrán un origen exclusivamente físico de los sueños, dando paso con posterioridad a la hipótesis de un origen trascendente:
Frente a esta vía metafísica es reseñable un último esfuerzo por defender una causa fisiopsicológica en los sueños:
Finalmente, y con posterioridad, la escuela neoplatónica dará fuerza de ley al anterior transcendentalismo estoico al ver en el sueño la mejor prefiguración de la experiencia mística.
Simultáneamente al citado desarrollo epistemológico sobre la experiencia onírica, discurrían también importantes divagaciones y prácticas de honda repercusión cultural: la adivinación en general y la oniromancia (del griego ὄνειρος, ensueño, y -mancia, arte que por medio de los sueños pretende adivinar el porvenir) en particular. Progresivamente aparecerán configurados los rasgos característicos de la oniromancia en su despliegue posterior:
Representantes obligados serán los siguientes:
En la Odisea, Penélope refiere a un mendigo (Odiseo) la visión que ha tenido, expresando al finalizar:
En la Ilíada, Aquiles se cuestiona la actitud del dios Apolo, para lo cual consulta a un intérprete de sueños (oneiropólos), mencionándose a su vez a Euridamante, viejo practicante de dicho arte.
Además de estos escritos existieron en gran número otros menores que compendiaban fórmulas aplicadas por el intérprete en correspondencia a las características del sueño del consultante. Estos documentos fueron quizá los precedentes de la posterior manualística. Los índices de equivalencias entre imagen onírica y realidad crearon un sistema con la intención de abarcar la totalidad de la experiencia onírica y reconducirla a un nivel simbólico accesible al estado de vigilia. Este uso no se perdió a pesar de la abundancia textual dedicada al estudio onírico en todos sus aspectos.
En el dilatado mundo de la interpretación de los sueños existió también un área que alcanzó un desarrollo espectacular: la incubatio que tenía lugar en determinados santuarios.
Las elaboraciones freudianas de 1900 sobre la interpretación de los sueños no son completamente novedosas. Además de inscribirse dentro de una tradición milenaria, forman parte de la historia de la filosofía como continuación de un desarrollo que va desde Aristóteles a Hegel, en un proceso que culmina con las elaboraciones del romanticismo alemán y que, aunque desde múltiples vertientes, confluyen para describir una idea básica: es probable que los sueños tengan un significado y que ese significado se pueda estudiar. En este contexto, el aporte freudiano consiste en poner el acento en que ese simbolismo tiene relación con la persona humana, con su propia vida anímica y, más precisamente, con el sistema inconsciente que es parte integrante del aparato psíquico de un sujeto particular, cuyo deseo se manifiesta en el sueño, en tanto este es un producto del inconsciente.[cita requerida]
Para el psicoanálisis, la interpretación de los sueños es una herramienta poderosa en la exploración del inconsciente. En palabras de Freud: «La via regia hacia el inconsciente». Según lo expresó en Esquema del psicoanálisis (1940 [1938]), poco podría aprenderse del estudio de casos normales caracterizados por una bien definida separación entre el yo y el ello, sostenida ésta gracias a las resistencias o contrainvestiduras, y por el trabajo mancomunado entre la organización yoica y el superyó. Solo arrojarían luz, en cambio, los estados de conflicto, en los que el material inconsciente perteneciente al ello amenazara con irrumpir en la conciencia y el yo debiese defenderse frente a tal asalto. Sin embargo, tales estados no se dan exclusivamente en el marco de perturbaciones patológicas, sino que de continuo tienen lugar durante el dormir, razón por la cual, los sueños, que Freud reconoce como actos psíquicos, constituyen un privilegiado objeto de estudio para la indagación psicoanalítica. Puesto que el psicoanálisis es sobre todo una teoría sobre el inconsciente y una terapia basada en el análisis e interpretación de sus formaciones (sueños, lapsus, actos fallidos, síntomas) a través de la asociación libre y en una determinada situación analítica (la relación transferencial entre analista y analizando), la interpretación de los sueños forma parte esencial de la técnica de tratamiento psicoanalítico.[cita requerida] La disección del material onírico comporta la ventaja adicional de prescindir del análisis de manifestaciones mórbidas, tarea que había hecho de la teoría freudiana blanco de críticas basadas en el argumento de que en los descubrimientos realizados en tal análisis fundamentaría su concepción del psiquismo normal. Los sueños, cuya inteligibilidad no suele estar al alcance del soñante, pueden oponerse perfectamente a lo que él sabe sobre el mundo real y, prestándoles creencia, es decir, suponiendo, mientras duerme, que lo que ellos describen refiere a la realidad objetiva, no hace otra cosa que conducirse como un alucinado.
La interpretación misma (como técnica psicoanalítica que incluye, pero abarca más allá de la interpretación de los sueños) fue definida por Freud de manera negativa: en muchísimos pasajes de su vasta obra, Freud, en lugar de aportar una descripción técnica precisa se refiere más bien a lo que no debe ser y a los peligros que conlleva. Debido a que “interpretar” es una actividad psíquica que engloba diversos procesos posibles (que van desde la simple asignación de significados para intentar explicar algo, hasta el “delirio de interpretación”, tan frecuente como fenómeno psicótico), Freud, en diversos intentos de formular algún tipo de reglas técnicas para la interpretación, hace hincapié en los siguientes deslindes entre interpretación psicoanalítica e “interpretación salvaje”, estableciendo para la interpretación en psicoanálisis lo siguiente:
A pesar de todas estas advertencias de Freud, el goce interpretativo salvaje (no solo de los sueños) se difundió profusamente como práctica, incluso dentro del propio movimiento psicoanalítico, dando así pie a muchas críticas al psicoanálisis que hasta hoy subsisten (por ejemplo, las conocidas acusaciones de charlatanería, ocultismo o superstición) y que rara vez se basan en los escritos de Freud, apoyándose mayoritariamente en teorías mediocres expuestas en textos de autores menores.
Al interior del movimiento psicoanalítico también hubo autores que criticaron esta tendencia a interpretarlo todo (por ejemplo Edward Glover o Heinz Kohut).[cita requerida]
El psicoanalista francés Jacques Lacan se dispuso a hacer una revisión de la teoría freudiana. En este contexto analizó también a fines de los años '50 y de manera muy detenida el papel de la interpretación en la técnica analítica y la manera en que engarzaba con su teoría del significante. Según describe Lacan en dos seminarios sucesivos (el de 1957-1958 y el de 1958- 1959), el énfasis debería estar puesto en analizar el sueño como una formación del inconsciente —que «sabe» del sujeto del inconsciente y puede dar cuenta acerca de hacia dónde se encamina su deseo— y no en asignarle verdades interpretativas a los símbolos que en él aparecen.
Con todo, la práctica psicoanalítica de la interpretación ha sido objeto de diversas críticas. Entre ellas, la que ha alcanzado mayor notoriedad es la proveniente desde la corriente epistemológica falsacionista encabezada por Karl Popper, quien en sus intentos de deslinde entre ciencia y no-ciencia señaló como criterio último de demarcación la posibilidad que una teoría ofrece para poder ser refutada. Y justamente debido a que el psicoanálisis se basa en la interpretación (por ejemplo de los sueños u otras formaciones inconscientes) y a que un acto interpretativo no puede ser refutado, el psicoanálisis no podría, según este autor, ser considerado una teoría científica.[cita requerida]
Uno de los hitos inaugurales del método psicoanalítico de la interpretación de los sueños fue el reconocimiento de que lo que de estos se retiene en la memoria al despertar no es más que una fachada (contenido manifiesto) y, por lo tanto, no se condice con el genuino proceso onírico, que corresponde a los pensamientos oníricos latentes.Luis López Ballesteros y de Torres; Traumarbeit bajo la pluma de Freud) es el encargado de trasponer estos pensamientos en aquella figuración manifiesta. Los contenidos inconscientes que pugnarían por adquirir la propiedad de preconsciente y situarse al alcance del yo solo lo conseguirían a costa de una desfiguración onírica. Los sueños comparten junto a los lapsus, los olvidos inexplicables, los chistes, los actos fallidos, su procedencia desde el mismo lugar tópico. Sin embargo, Freud es enfático al señalar que en la cura psicoanalítica en ningún caso se trata de encontrar un inconsciente oculto en profundidades insondables. Por mucho tiempo se habría cometido el error de confundir a los sueños con sus contenidos manifiestos, por lo que Freud advertía del peligro, igualmente erróneo, de confundirlos ahora con sus contenidos latentes.[cita requerida] En una nota agregada en 1914 a La interpretación de los sueños puntualiza:
El trabajo del sueño (denominado elaboración onírica en la traducción deEn psicoanálisis lo esencial del sueño es, en cambio, el mencionado trabajo del sueño, es decir, aquel conjunto de mecanismos y operaciones que el aparato psíquico realiza para traducir los pensamientos oníricos latentes en simbolización onírica manifiesta. Este trabajo no tendría nada de creativo, sino que sería más bien una suerte de traducción y enmascaramiento,[cita requerida] que ocurre principalmente a través de cuatro mecanismos que Freud describió como:
Las normas que regulan el acaecer inconsciente son fundamentalmente dos: condensación y desplazamiento. La primera se discierne en la propensión a reunir en singulares aglomeraciones elementos heterogéneos que la actividad mental preconsciente de la vigilia se habría mostrado resuelta a no poner en conexión. Una pequeña pieza del contenido manifiesto podrá ser el modesto representante de vastas ilaciones de pensamientos latentes al punto que el texto objetivo del sueño es a menudo un compendio sumamente sucinto si se lo compara con la exuberancia de aquellos pensamientos. Por su parte, el desplazamiento, mecanismo íntimamente enlazado con el de la condensación, permite que un elemento ceda a otro su quantum energético, por lo que este segundo elemento se impone con particular claridad en el relato del sueño, pudiendo conducir al error de hacernos creer que es por ello el más digno merecedor de nuestra atención, cuando en realidad desempeñaba un papel poco destacado en los pensamientos oníricos; complementariamente lo que en tales ilaciones inconscientes sea lo principal puede aparecer representado por las más insignificantes trazas en el contenido manifiesto. Por su parte, la elaboración secundaria es definida como “los intentos, harto a menudo insuficientes, por dar al todo una forma todavía aceptable para el yo” y en ella “se discierne el influjo de la organización yoica aún no paralizada.”
Las reglas que gobiernan la lógica no operarían en lo inconsciente, que queda definido como “el reino de la alógica”. Afanes y tendencias antagónicos conviven allí a veces sin suscitar el menor conflicto por no influirse recíprocamente, otras provocando uno en el que, sin embargo, no se toma partido por ninguna opción en particular, sino que estas se funden en un compromiso de la más absurda constitución por poner lado a lado exigencias inconciliables. Esto guarda estrecho vínculo con que los opuestos, lejos de mantenerse apartados, son tomados como si fueran una y la misma cosa: así, cada elemento del contenido manifiesto del sueño puede figurar precisamente a su contrario. Para dar fuerza a su tesis, Freud argumenta que eso también ocurría en las lenguas arcaicas: en un inicio, los conceptos de “fuerte” y “débil”, “claro” y “oscuro”, y “alto” y “profundo” pudieron haber sido designados a través de la misma raíz. Incluso en latín altus tendría el valor de “alto” y de “profundo”, mientras que sacer referiría tanto a “sagrado” como a “impío”. La siguiente es una de las numerosas definiciones que dio Freud sobre el sueño:
Según Freud, los «sueños diurnos», «fantasías» o «fantasías diurnas» (en La interpretación de los sueños utiliza indistintamente estos tres términos como sinónimos) poseen una estructura idéntica a la de los sueños que ocurren a una persona dormida, cumplen las mismas funciones psíquicas y comparten el mecanismo de formación. Sin embargo, la elaboración secundaria juega un papel más importante en los sueños diurnos y esta diferencia es un elemento a considerar en su interpretación.[cita requerida] No obstante lo anterior, y siempre subrayando la necesidad de analizar cada sueño en el contexto individual del soñante, Freud dedicó gran parte de su obra magna sobre este tema a analizar y dar una interpretación posible a los sueños típicos y a la gran cantidad de símbolos oníricos cuya indudable repetición y regularidad observó tanto entre sus pacientes, como en el abundante material bibliográfico que revisó para escribir La interpretación de los sueños.
La interpretación de un sueño, más que deshacer lo que el trabajo del sueño ha realizado, consistirá en descubrir y analizar ese trabajo y sus operaciones. En la obra freudiana más leída (Die Traumdeutung, La interpretación de los sueños) se utiliza la palabra «Deutung» (cuya traducción como «interpretación» no resulta ser muy exacta) para aquella técnica psicoanalítica que consiste en asignar una significación a los contenidos latentes del sueño. Esto es posible tras un análisis de su contenido manifiesto (los contenidos que recuerda el soñante y relata al analista) que conduzca a descubrir los contenidos latentes (inconscientes) de un sueño. La interpretación, por lo tanto, no opera sobre los símbolos del sueño, sino sobre las asociaciones que el paciente hace a partir de lo que recuerda de su sueño.[cita requerida] Para interpretar un sueño exitosamente, pues, se vuelven indispensables las asociaciones que el propio soñante establezca entre los elementos del texto del sueño. Tales asociaciones permitirían recuperar los eslabones faltantes para que, partiendo del contenido manifiesto, pueda colegirse el latente. La interpretación, que recorrería en sentido inverso la tarea del trabajo del sueño, a menudo no es completamente certera.
Hay otro aspecto que diferencia de manera clara la interpretación psicoanalítica de otras formas de dar significado a los símbolos de un sueño. Aquí la interpretación es parte de la técnica psicoanalítica y ocurre como proceso integrado a ella, es decir, en situación transferencial y bajo las condiciones de la técnica de asociación libre. En los textos de Freud de 1911 sobre la técnica, se destaca este aspecto de una manera enfática:
Así como la interpretación de los sueños representa una herramienta técnica esencial que posibilita el acceso a los contenidos inconscientes, el olvido de los sueños sería una forma de resistencia del analizando contra la develación de su inconsciente frente al analista, en particular, la exposición de su vida pulsional y las mociones de deseo. El olvido sería entonces interpretable como resistencia.
Dos tipos de acontecimientos pueden brindar la oportunidad para que se forme un sueño: en el primero, un deseo reprimido cobra vigor durante el dormir y esto le permite alcanzar al yo (sueños desde el ello); en el segundo, un anhelo preconsciente al que no se le concedió satisfacción durante el día es investido de una intensidad suplementaria procedente de lo inconsciente (sueños desde el yo). Al resignarse la vigilia, las funciones del yo entran en un transitorio estado de reposo, lo que para Freud da cuenta del tardío nacimiento de dicha provincia anímica puesto que interpreta el dormir como la expresión de una pulsión que compelería a recuperar las condiciones de la vida intrauterina: “El dormir es un regreso tal al seno materno.” Los órganos sensoriales son entonces desinvestidos, de suerte que el vínculo entre el individuo y el mundo exterior queda suspendido; la motilidad, sobre la cual también tiene imperio el yo, es neutralizada, y se produce un aflojamiento de las inhibiciones o un debilitamiento de las contrainvestiduras que mantenían a raya lo inconsciente, con lo cual el ello adquiere una desusada libertad que no supone peligros para la conservación del yo.
Freud expone cuatro argumentos en defensa de su tesis respecto de que el ello desempeña un importante papel en las producciones oníricas. En primer lugar, los recuerdos que encuentran figuración en el sueño son harto más vastos que aquellos a los que el individuo puede reproducir cuando está despierto. A su vez, el sueño se sirve de una simbología que por lo regular escapa al conocimiento del soñante, pero cuyo sentido habría sido puesto al descubierto por el psicoanálisis y que provendría de etapas evolutivas del desarrollo del lenguaje superadas largo tiempo ha. En tercer lugar, las imágenes oníricas con frecuencia sacan a la luz impresiones infantiles de las que sería impreciso decir que han sucumbido a un olvido ordinario y que en realidad deben su carácter inconsciente a represiones consumadas sobre ellas, lo que explica que la interpretación de los sueños preste tan buenos servicios a la reconstrucción de los años primordiales de la infancia de un soñante, tarea que se acomete en el trabajo terapéutico con las neurosis. Por último, el sueño hace aflorar materiales que no corresponden ni a la infancia ni a la adultez del individuo y que, por lo mismo, Freud explica a partir de la teoría de que conciernen a la herencia arcaica de la que el niño se encuentra dotado desde su nacimiento, precipitados de las experiencias vividas por generaciones ancestrales, incluso prehistóricas, que encuentran alguna forma de expresión tanto en las sagas de los pueblos como en costumbres cristalizadas de antiguo.
Freud estima en mucho la contribución de los sueños al psicoanálisis porque los contenidos que del ello que se cuelan en el yo arrastran tras sí las modalidades de trabajo de lo inconsciente. En los “sueños desde el ello”, la elaboración onírica trata a los contenidos preconscientes en los que se expresan las mociones pulsionales del ello como si de hecho pertenecieran a tal instancia, mientras que, en los “sueños desde el yo”, el material preconsciente, que adquiere mayor intensidad a partir de la que le ceden las aspiraciones pulsionales inaccesibles a la conciencia, es relegado al estatuto de lo inconsciente. Freud define el trabajo del sueño como “un caso de elaboración inconsciente de procesos de pensamiento preconscientes”, lo que no impide que las formaciones oníricas que de él surgen sean el resultado de un compromiso entre instancias: tal es así que la propia desfiguración a la que han de someterse los impulsos del ello, así como los esfuerzos que el individuo ya despierto emprende para muñir a lo que recuerda de sus sueños de un aspecto admisible para el yo, fenómeno conocido como elaboración secundaria, corresponden ambos a la injerencia del mismo yo.
En cuanto a la explicación dinámica de por qué el yo toma a su cargo la labor del trabajo del sueño, Freud sostiene que cuando un sueño se encuentra en proceso de formación dirige al yo un reclamo de satisfacción pulsional (sueños desde el ello), o bien de resolución de un conflicto o cancelación de una duda (sueños desde el yo). Sin embargo, el yo, afincado en su responsabilidad de obrar como el guardián del dormir, no puede menos que percibir tales exigencias como perturbaciones contrarias a su propósito y entonces se propone suprimirlas “mediante un acto de aparente condescendencia, contraponiendo a la demanda, para cancelarla, un cumplimiento de deseo que es inofensivo bajo esas circunstancias”. Freud reconoce la principal operación de la elaboración onírica en tal instalación de un cumplimiento de deseo en el preciso punto en el que se eleva al yo un requerimiento de una u otra clase. En el Esquema, Freud cita tres ejemplos para echar luz sobre sus elucidaciones. El primero es un sueño de hambre: en él el individuo, ya dormido, resulta afectado por esta y, aunque bien podría despertar entonces para saciarla, continúa durmiendo y produce un sueño en el que le ofrecen un banquete, con el resultado de que, así más no sea temporalmente, logra satisfacer su apetito por vía alucinatoria y evitar así el despertar. El segundo ejemplo consiste en un sueño de comodidad: un médico ha de despertar a determinado horario para llegar a tiempo a la clínica en la que trabaja, pero, en lugar de ello, sueña que ya se encuentra allí, no en calidad de galeno sino como paciente, que en tanto tal no tiene razones para dejar la cama. Por último, un sueño de necesidad sexual: el durmiente es asaltado por las ansias de tener sexo con la esposa de un amigo y termina por soñar que lo hace, aunque no con esa mujer sino con otra que en sí misma no le despierta ningún vivo interés pero que tiene el mismo nombre que aquella.
Por lo demás, esos tres ejemplos manifiestan una desusada sencillez. Con los sueños que tienen su origen en restos diurnos dejados en suspenso y reforzados durante el dormir por lo inconsciente, frecuentemente resulta difícil anoticiarse de la empero siempre necesaria intervención del factor pulsional. Freud se adelanta a los reproches a su idea de que todo sueño es un cumplimiento de deseo (reproche fundamentado en el cariz penoso, angustiante o lisa y llanamente indefinido en términos de tono sentimental que muchos de ellos exhiben) subrayando que no ha de perderse de vista que todo sueño es una formación de compromiso originado en una situación de conflicto. Lo mismo que al ello sólo le prodigue satisfacciones perfectamente podrá ―y con más razón precisamente por dispensar gozo a tendencias inconscientes― ser acogido por el yo como la oportunidad para un desprendimiento de angustia.
El resultado de los compromisos establecidos entre el yo y el ello varían de un sueño al otro: mientras que en unos el primero habrá logrado defenderse con mayor entereza frente a los embates del ello, en otros lo inconsciente podrá acceder a la conciencia tras vencer menos resistencias. Freud identifica los sueños de angustia como los que suelen presentar un material menos desfigurado. Por otro lado, si al yo en estado de reposo se le vuelve excesivamente ardua la tarea de vérselas con los requerimientos del ello, bien podrá recurrir al despertar. Aunque el sueño se proponga cancelar todo estímulo que perturbe el dormir, no siempre tiene, por supuesto, el éxito asegurado.
Aunque en principio el universo de contenidos manifiestos del sueño es relativamente ilimitado, existen ciertos sueños que se repiten con tal frecuencia, que la mayoría de las personas (con matices individuales) los han soñado una o varias veces. Freud denominó a esta regularidad «sueños típicos». Es importante considerar que el sueño, aparte de cumplir su función fundamental, cual es la realización de un deseo, con frecuencia es también un espacio psíquico en el que elabora un conflicto inconsciente y reproduce, por tanto, las manifestaciones de angustia, el miedo infantil al castigo u otros afectos que aparecen en este intento de resolución de la problemática inconsciente.
Los sueños típicos enumerados y analizados por Freud son los siguientes:
Hasta aquí se han enumerado los sueños típicos de igual sentido, pero Freud distinguió además otro grupo, también típicos, pero en los que solo el contenido manifiesto es igual o muy similar, pero su significado o sentido puede ser muy diverso. Entre ellos se cuentan:
El contenido latente de los sueños, las ideas y deseos inconscientes se expresan en un lenguaje figurado, simbólico. Freud notó que con toda regularidad la elaboración onírica recurría con sus símbolos a la expresión de relaciones existentes en la infancia muy temprana del soñante, aún antes de que desarrollara el lenguaje. En sentido estricto, es esta característica de la elaboración onírica la que Freud calificó de "regresiva".
Otra característica general que observó Freud en los sueños consiste en que la persona siempre participa de la trama onírica. Si no interviene directamente (a veces el soñante relata que ha experimentado el sueño como observador de una película), el análisis siempre hace posible revelar a la persona ajena que lo representa.
La interpretación de los sueños permite afirmar con cierto grado de certeza que cada elemento manifiesto está siempre en representación de otro elemento latente. Así, un sueño puede ser «leído» como un jeroglífico, donde cada elemento del contenido manifiesto está en una relación simbólica con una idea latente que es inconsciente. La representación disfrazada de ideas latentes es posible gracias a este simbolismo. Evidentemente el significado de los sueños es siempre individual, debido a que esta relación simbólica lo es: tiene que ver en primer término con la vida personal del sujeto, su biografía, vínculos y relaciones reales. Soñar que se está volando, por ejemplo, obviamente no significa lo mismo para un piloto de avión que para un minero; tampoco puede tener el mismo significado que aparezca un elefante, con independencia de que el soñante viva en África o en Europa Central.
Aun así, existen ciertos elementos que se repiten con tal frecuencia que pueden ser llamados «símbolos oníricos» con toda propiedad. A continuación algunos ejemplos de símbolos que Freud describió como regularidades:
Astro:
Astro:
Otros movimientos que denotan colisión:
Espacios con una entrada o con caminos:
Objetos:
Otras partes del cuerpo:
Objetos de forma alargada:
Armas de fuego:
Animales y otros objetos:
Otras partes del cuerpo:
De entre todos los sucesores de Freud, Jung fue el que se ocupó más a fondo de la "interpretación de los sueños". Hasta la ruptura definitiva con Freud en 1913, Jung siguió durante mucho tiempo bajo la fascinación de las ideas freudianas, echándose de menos una auténtica toma de postura. Acontecida la ruptura, se iniciaría, simultáneamente, un punto de inflexión en las publicaciones en torno a la teoría de los sueños. Será en dos obras en las que aparezcan por primera vez los puntos de vista de la finalidad y la compensación, tan esclarecedores para la comprensión de la psicología de los sueños:
En la investigación de los sueños Jung pudo remitirse a varios predecesores:
Tras la avanzada de Maeder, Jung presentó Puntos de vista generales acerca de la psicología de los sueños (1914/1916), constituyendo la afirmación básica de una función compensatoria en los sueños. No será por tanto hasta 1914 que desarrolle una teoría de los sueños propiamente dicha: la teoría de la compensación, tras mencionar inicialmente ya en 1908 el carácter finalista (Zielstrebigkeit) de lo psíquico y la significación anticipatoria de los sueños, descubierta en 1912 (Transformaciones y símbolos de la libido).
"Nuestro problema especial del análisis de los sueños depende de la hipótesis de lo inconsciente. Sin ella, el sueño es simplemente un lusus naturae, un conglomerado absurdo de restos diurnos fragmentarios". La concepción de los sueños dependía así del modo en que se entendiera lo inconsciente. Consecuentemente, sus divergencias respecto de la teorización freudiana propiciaron una psicología de los sueños propia. El carácter creador y espontáneo de lo inconsciente se expresaba en el mundo onírico, relegando cualquier reduccionismo a deseos infantiles. Los sueños eran a su vez un acontecer orientado hacia una meta, manifestándose un sentido y una finalidad. También consideraba importante que los sueños se remontaran hasta los estratos arcaicos de la vida psíquica, explicándose así el significado simbólico que los caracteriza. Para la comprensión de los mismos resultaba esencial la distinción entre inconsciente personal y colectivo. La consecuencia de ello era la consideración de los sueños no solo como fuentes de información acerca de los problemas personales, sino también lugares donde se revelaba el contenido de sentido arquetípico del fondo anímico. Mientras que para Freud el sentido de los sueños implicaba una determinación causal, siendo en esencia un signo representativo, Jung les concedía un significado simbólico, eran una unidad significativa, una expresión simbólica del inconsciente, cuyo sentido solo se producía por el esclarecimiento de lo que todavía era desconocido.
Paulatinamente a la separación mutua entre ambos autores en 1913, Jung rechazaría finalmente la existencia de una instancia censora responsable de una desfiguración y un trabajo oníricos. Y es que no era la instancia censora la responsable de la falta de transparencia del contenido de los sueños, sino el propio fondo anímico, debido a la mutua y universal contaminación de todos los contenidos inconscientes. Quedaba así también en entredicho la distinción entre contenido latente y manifiesto, fundamentada en la existencia de la censura. Si para Freud la falta de claridad del contenido manifiesto se debía a su condición de disfraz del sentido auténtico, para Jung su carácter indescifrable era la expresión espontánea del acontecer de fondo que escapaba a la transparencia racional. De dicha incomprensibilidad nacía la necesidad de la interpretación, primordial a ojos de ambos investigadores, pero mientras Freud la explicaba como un retorno a las causas sabidas del inconsciente, Jung hallaba en ella un arte cuyo sentido profundo se revelaba en la comprensión de los símbolos.
Del mismo modo que rechazara un modelo de inconsciente fundamentado exclusivamente en la represión del deseo, tampoco el acontecer onírico sería fruto de un cumplimiento deformado de un deseo. Así como la tendencia reguladora de la psique no podía basarse en el principio de placer y la desgana, tampoco podía constituirse en exclusividad el deseo sexual como motor del sueño. Existía una base teleológica en lo inconsciente no condicionada por la pulsión, toda tendencia a la autoconsumación de la psique incluía además de la satisfacción libidinal la consecución de fines espirituales o intelectuales. Para Jung existía una diversidad pulsional no ceñida al carácter sexual, pulsión indiferenciada que iba siempre acompañada de imágenes y motivos arquetípicos.
Para Jung el sueño no era patrimonio exclusivo de lo despreciable e inferior. Lo inconsciente expresaba a su vez novedosas formaciones creativas así como tendencias de desarrollo positivo. En el sueño podían manifestarse tendencias morales y nuevas posibilidades intelectuales.
Ya en 1913 propondría Jung frente a la concepción biologicista del cumplimiento de deseo de Freud una concepción de los sueños de base puramente psicológica: el autorretrato. El sueño es una autorrepresentación espontánea de la situación actual de lo inconsciente expresada simbólicamente.
Sin embargo, a esta primera tentativa de comprensión del sueño le llegaría al año siguiente aquella que relegaría a todas las demás: la función compensatoria de los sueños.
Jung concordaba con Freud en conceder a los sueños una posición de excepción sobre la base de las condiciones del sueño, fundamentada en los distintos grados de abaissement du niveau mental. Sin embargo, esta reducción del nivel de conciencia del yo unida al sueño y al dormir no equivalía para Jung a una reducción de la actividad psíquica. Al contrario, tal y como había comprobado anteriormente, la actividad de los complejos no se suprimía, admitiendo por tanto un aumento de intensidad de la vida interior durante el sueño, llegando incluso a interrumpirlo.
De este modo se constataba que además de la consideración freudiana de que en los sueños se contenían emociones penosas, el soñar también iba acompañado de emociones intensas incitando el despertar. Aun cuando Jung aceptara cierta función biológica en tales fenómenos, en el sentido de que la función esencial de los sueños es mantenernos dormidos y que la inducción al despertar hablara del carácter perturbador del sueño o de su aspecto perjudicial para la vida, le resultó mucho más interesante una función psicológica.
De este modo comprobó que la represión emocional en los sueños no cumplía la finalidad biológica de la preservación del sueño, pudiendo incluso eliminar efectos negativos e inhibidores del desarrollo sobre la psique. Pero también se producía todo lo contrario. El incremento de la intensidad de las emociones en los sueños representaba también una fuente de valores impulsores de la vida. En definitiva, se convencía gradualmente de que uno de los valores fundamentales del fenómeno onírico residía en inducir a una orientación consciente, una invitación a reflexionar y a enfrentarse con los contenidos inconscientes.
Jung fue el primero en establecer en la psicología empírica la hipótesis de que los sueños tienen una relación compensatoria con la situación de la conciencia que se dé en cada caso en el soñante.fenómenos psicopatológicos, la compensación no se limitaba a ellos, sino que era, sin más, una ley fundamental del inconsciente.
Tuvo que recorrer un largo camino hasta descubrir la compensación como tendencia general de la psique inconsciente. Confirmada inicialmente en losConcepción completada en 1914 precisamente gracias al hecho de que la función onírica representa un contrapeso de la situación psicológica consciente. En definitiva, colocó la autorregulación en el campo de lo psíquico junto a la actividad reguladora en la vida orgánica.
En términos muy generales la compensación era un intento de establecer puentes entre los opuestos psíquicos gobernado por la propia psique, reconociendo en ella una regla universal válida para todas las formaciones psíquicas.
A nivel onírico, existen tres posibilidades:Jung hizo especial hincapié en la compensación arquetípica o mitológica, incluyendo la compensación religiosa, procedente de las capas profundas de la psique. En los "grandes sueños" de este tipo se producían compensaciones que buscaban conseguir una mejor adaptación del soñante a los cambios físicos, a las tendencias hacia la autorrealización o al espíritu de la época. También diferenció la función prospectiva de los sueños de su función compensatoria, entendiendo la primera como una anticipación de futuras acciones conscientes, considerando injustificado denominarla profética.
Aunque en su gran mayoría los sueños son compensatorios, en algunos casos no lo son. Los sueños no compensatorios pueden clasificarse en anticipatorios, traumáticos, extrasensoriales y proféticos.
Formalmente, Jung siguió ateniéndose a las directrices freudianas. Sin embargo, su aportación genuina se manifestó en el contenido de sentido de los sueños. Mientras Freud entendía los sueños como fragmentos de un conjunto relacionado de recuerdos con determinación causal, Jung veía en ellos partes del acontecer orientado hacia un fin que evidenciaba imágenes, valores y símbolos arquetípicos. Los sueños no eran un signo sintomático, sino una manifestación creadora espontánea de las profundidades anímicas. Si para Freud el sentido de los sueños era equivalente al conocimiento de sus causas, Jung veía en el sentido un valor de significado resultante de la relación del sueño con el conjunto. Si para el primero la búsqueda de sentido se detenía en el descubrimiento de vivencias reprimidas, para el segundo el interés radicaba en la profundización del autoconocimiento y de la autocomprensión.
Concebidos los sueños como una trama de relaciones simbólicas alrededor de un núcleo de significado, se daba también su sentido mediante la relación de este núcleo con las estructuras de significado supraordenadas en la psique, en la escala superior de la totalidad. El sentido inmanente de los sueños se halla mediante la aclaración de su unidad de sentido y el sentido trascendente por la aclaración de la relación del yo consciente con el núcleo significativo.
Jung ponía frente al explicar, el comprender; frente a la interpretación de los signos, el procedimiento hermenéutico. Unificaba, en definitiva, la metodología de los sueños a tres niveles no excluyentes, considerando los dos últimos más fructíferos que el primero:
La comprensión hermenéutica implicaba así complementar la asociación libre con la técnica de la amplificación, progresando desde la interpretación a un nivel personal hasta un nivel colectivo. Presuponía a su vez tomar en cuenta determinados caminos simbólicos previamente trazados, o líneas de vida individualmente trazadas. Basándose en series de sueños (sueños sucesivos y relacionados entre sí) verificó una continuidad en el fluir de imágenes inconscientes, así como un proceso de desarrollo de la personalidad, una regularidad interna prefijada, con un orden interior, al que denominaría proceso de individuación.
Como segunda etapa en la interpretación de los sueños, tras la elaboración del sentido onírico inmanente, venía poner en relación el sentido de un sueño con la situación de conciencia del soñante, para lo cual era siempre orientadora la pregunta: ¿qué actitud consciente resulta compensada por el sueño? Sin el conocimiento de la situación consciente nunca podía interpretarse el sueño con seguridad.simbología arquetípica. A nivel metodológico:
Así, dependiendo del material onírico, el intérprete corregía la actitud consciente complementándola, llamaba la atención sobre tendencias contrarias, o se ceñía a la compensación primigenia procedente de laEl objeto de la interpretación onírica para Jung era la asimilación del sentido inmanente del sueño a la situación de la conciencia, representando la tercera etapa de la interpretación de los sueños. Jung no encontraba ni mucho menos que, descubriéndose el sentido del sueño, se garantizara su adecuada incorporación a la consciencia. El soñante tenía que conseguir la interpenetración recíproca de los contenidos conscientes e inconscientes. La asimilación aludía así a un acercamiento e igualamiento alternativos de las valoraciones opuestas de consciente e inconsciente, superándose una disociación de la personalidad aún existente.
C. G. Jung nunca intentó realizar una consolidación de sus aportes en este campo, por lo que su plasmación queda repartida a lo largo de toda su obra completa siendo escasos los trabajos que lo sistematizan. Solo a posteriori varios autores posjunguianos trataron de solventar dicha carencia, entre los que destaca Mary Ann Mattoon. Dicha autora señala como fuente primaria las siguientes obras:
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