La interjección es una clase de palabra de las lenguas naturales que no constituye una parte de la oración. Equivalen a oraciones que expresan un sentimiento vivo (¡ay!), una llamada enérgica (¡eh!) o describen elementalmente una acción (¡zas!, zigzag) sin ser léxica y gramaticalmente organizadas. Son signos pregramaticales que desempeñan las tres funciones elementales del lenguaje: expresiva, conativa o representativa.
Se cree que constituyen restos de la forma más antigua, primitiva o sintética de lenguaje. Algunas de sus funciones, fuera de la de expresar o desahogar un sentimiento, son apelar al interlocutor, saludarlo, despedirlo, darle conformidad o agradecimiento, etc.; por ejemplo, en español:
Por lo tanto, son pragmáticamente equivalentes a una oración completa, y expresan o describen elementalmente una acción sin estar sintácticamente organizados, por ello puede considerarse que no son una parte de la oración (aunque algunos gramáticos las incluyen en el inventario de clases de palabras), sino que son signos lingüísticos pregramaticales que desempeñan las tres funciones del lenguaje según Karl Bühler: expresiva, conativa y representativa. Generalmente se escriben con signos de admiración en aquellos sistemas de escritura que los tienen, aunque existen algunas interjecciones de sentido interrogativo o confirmativo de lo antes expresado que ocasionalmente se intercalan en una oración y se escriben si es posible con signos de interrogación.
Las interjecciones presentan algunas peculiaridades en su empleo idiomático; por ejemplo, su fonética y fonología son más abiertas y menos sistematizadas que las de otro tipo de palabras del mismo idioma (¡psé!, ¡brrr!, ¡shhh!, ¡uau!, ¡uf!, ¡aaj!, ¡puaj!).
Generalmente se emplean en forma aislada, como una expresión de entonación independiente, pero cuando se incorporan en una oración lo común es que aparezcan localizadas al principio: «¡Ay!», «¡Qué dolor!» y si se insertan en una oración quedan estrictamente fuera de su secuencia, como si fueran oraciones parentéticas o incisos: «Lloró la niña, ¡ay!, ¡cómo sufría!». Otras veces constituyen grupos interjectivos incluso bastante amplios en los cuales van seguidas de elementos como:
A veces se unen, en virtud de la función fática del lenguaje, a nombres propios que actúan como vocativos o expresiones que se emplean para llamar o atraer la atención: «¡Eh, Ernesto!» y algunas asumen la forma de expresiones no idiomáticas u onomatopéyicas al imitar sonidos: «¡chit!», «¡plash!», «¡paf!», «¡pif!» «¡muu!».
Desde un punto de vista gramatical las interjecciones se clasifican en propias e impropias.
Las interjecciones propias, o propiamente dichas se emplean únicamente como interjecciones y constituyen una sola palabra, comprendida entre signos de admiración o de interrogación. Ejemplos:
Las interjecciones impropias son formas creadas a partir de sustantivos o sintagmas nominales (¡cielos!, ¡hombre!, ¡Virgen santa!), verbos (¡arrea! ¡venga!), adverbios (¡adelante! ¡fuera!) o adjetivos (¡bravo!), de forma que no son interjecciones idiomáticamente puras. Se emplean como interjecciones por su significación usual: «¡Socorro!», «¡caracoles!», «¡diablos!», «¡rayos y centellas!» Algunas expresiones de este tipo son consideradas palabras de lenguaje soez.
Son aquellas locuciones equivalentes a una interjección que constan de dos o más elementos y forman habitualmente sintagmas: «¡Mi madre!», «Madre mía», «¡Dios santo!».
Son aquellos cuyo núcleo es una interjección propia o impropia y sus complementos, pero no pueden sustituirse por una interjección: «¡Ay de mí!»; «¡Ay de los vencidos!» «¡Cuidado con el perro!»
Los gramáticos Manuel Seco, Leonardo Gómez Torrego y José Martínez de Sousa clasifican las interjecciones con criterios mixtos: por sus funciones comunicativas y por su morfología o estructura.
Se han formado como onomatopeyas con la intención de imitar ruidos de la realidad: ¡Zas! ¡Pum! ¡Chas! ¡Miau! Este carácter icónico las asociaría a la función representativa del lenguaje.
En otros casos las interjecciones no tratan de imitar, sino de expresar sensaciones o emociones del hablante: ¡Ah! ¡Oh! ¡Qué gusto! ¡Uf! ¡Qué descanso!. Por ello pertenecerían a la función expresiva del lenguaje.
Este grupo se utiliza para iniciar o concluir la comunicación, establecer contacto con el oyente antes de emitir el mensaje o para actuar sobre la voluntad del receptor; pertenecerían así a la función conativa o apelativa del lenguaje: ¡Chist!, vengan ustedes por este lado ¡Aúpa!, que tú puedes. ¡Hola! ¡Hasta pronto!
Ciertas palabras tónicas o grupos de palabras que en sí no son interjecciones pueden tomar una entonación exclamativa y se hacen valer por interjecciones: ¡Hombre!, ¡Hay que jorobarse!, ¡Anda ya!
Por su significado, la Nueva gramática básica de la lengua española (2011) distingue entre interjecciones apelativas o directivas e interjecciones expresivas o sintomáticas.
Están orientadas hacia el oyente, es decir, se dirigen a un destinatario con la intención de moverlo a la acción o provocar alguna reacción emocional en él: "¡Ah del barco!". Un grupo de ellas poseen alguna función social, como saludar, despedirse, brindar etcétera: ¡hola, adiós, chao, gracias, de nada, ojo, cuidado, órale, ánimo...! Otro se dirige a animales: ¡zape, arre, pitas, so...!'
Se orientan hacia el hablante manifestando o desahogando sus sensaciones, sentimientos y otros estados de ánimo: ¡ajá, ay, caramba, lástima, maldición...!
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