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Odo Marquard



¿Qué día cumple años Odo Marquard?

Odo Marquard cumple los años el 26 de febrero.


¿Qué día nació Odo Marquard?

Odo Marquard nació el día 26 de febrero de 1928.


¿Cuántos años tiene Odo Marquard?

La edad actual es 96 años. Odo Marquard cumplió 96 años el 26 de febrero de este año.


¿De qué signo es Odo Marquard?

Odo Marquard es del signo de Piscis.


Odo Marquard (26 de febrero de 1928, Stolp, Pomerania Central - 9 de mayo de 2015, Celle) fue un filósofo alemán.[1]

Marquard nació en Stolp. En su infancia, estuvo recluido en un internado nazi. Después fue movilizado como soldado adolescente y más tarde padeció cautiverio.[2]​ Tras participar en la Segunda Guerra Mundial, comenzó su carrera intelectual entre las universidades de Münster y de Friburgo. Joachim Ritter fue su maestro, bajo cuya dirección estudió filosofía, germanística y teología.[2]

De 1965 a 1993, impartió filosofía en la Universidad de Giessen,[3]​ donde llegó a ser catedrático durante treinta años y posteriormente catedrático emérito, así como presidente de la Sociedad General Alemana de Filosofía.[4]​ Perteneció a la generación de la postguerra alemana, marcada por la desilusión y el desengaño, que tiene entre sus miembros a autores como Jürgen Habermas, Karl Otto Apel, Reinhart Koselleck o Hans Blumenberg.

La obra de Marquard sobresale en el panorama actual del pensamiento por su originalidad, distinguiéndose por un estilo amable con el que construye una filosofía escéptica, que lo llevó del rechazo de la filosofía de la historia a una antropología del tiempo, con el objeto de responder al problema fundamental de la existencia humana, que es la muerte.

Su pensamiento ha sido adscrito ocasionalmente a un conservadurismo simple, que nada tiene que ver con la profundidad con la que enfoca la necesidad de tradición y costumbres que tenemos los seres humanos. Para él, nuestras vidas resultan demasiado breves como para alejarnos lo suficiente del pasado e innovar por completo; así, no deberíamos apostar por transformaciones totales o fundamentaciones absolutas y más bien despedirnos de los principios absolutos.[5]

También advierte de que la sensibilidad ante los pequeños males cotidianos surge cuando hemos logrado paliar males mayores, así que el descontento con nuestro mundo y sus instituciones también ha de ser relativizado, para no ser víctimas de la atracción de un falso futuro utópico.[5]

Marquard traslada esta convicción de la necesidad de despedirse de proclamas enfáticas a su propio estilo de escritura, dotándolo de claridad, sentido del humor y desenfado. Donde Heidegger dice que el existente humano es un ser-para-la-muerte, Marquard escribe que el índice de mortandad en la población humana es del cien por cien. Para explicitar los rasgos fundamentales de nuestra ética, prefiere insistir en el hecho de que somos el resultado de nuestras prácticas comunes y que no hacemos tanto lo que debemos, sino lo que podemos. Por lo que respecta a nuestra felicidad, que nunca es completa y perfecta, sino frágil felicidad, conquistada en el seno de una insuperable infelicidad (Felicidad en la infelicidad).[5]

Sus libros, además de poco extensos, están compuestos por breves ensayos y/o conferencias y divididos, a su vez, en fragmentos.[2]​ Su filosofía ha sido clasificada como minimalista, escéptica y bienhumorada.[2]​ La reflexión marquardiana está guiada por la mordacidad y el escepticismo que marcan un «adiós a los principios», título de uno sus principales libros. Para él, no comenzamos nunca de cero, somos seres imperfectos y debemos reconocerlo. Y, a la vez, el escepticismo es la aceptación de la propia contingencia: «es libre quien es capaz de reír y de llorar; y tiene dignidad quien ríe y llora, y entre los seres humanos especialmente quien ha reído y llorado mucho».[6]​ La idea fundamental de Marquard es que el hombre debe descargarse de lo absoluto, porque es demasiado pequeño para cargar con algo absoluto. Especialmente, porque no hay en realidad nada absoluto en nuestra existencia. Cualquier cosa que se pretenda ofrecer como absoluta lo hace al precio de la muerte de la inteligencia y la impostura.[7]

Marquard tiene un estilo creativo, irónico y heterodoxo.[2]​Rechaza la idea de una historia única, incompatible con la pluralidad de la humanidad. Marquard es hermeneuta y tradicionalista, es escéptico y moderno y, ante todo, humanista; un pensador sensible a la condición humana inmanente y finita. Para él, ser un filósofo escéptico es, en primer lugar, el reconocimiento de una condición que se impone a los humanos: los hombres, de hecho, no pueden conocerlo todo, y siempre actúan en la medida de sus posibilidades. En segundo lugar, los hombres se ven forzados a la elección de vivir de una determinada manera, pero sin perderse en vanas esperanzas. O sea, no se trata de que los hombres nada sepan, sino, más bien, que «no saben nada que pueda elevarse a principio: el escepticismo no es la apoteosis de la perplejidad, sino tan sólo un saber que dice adiós a los principios», (Adios a los principios, pág. 26).[4]​ Marquard define al hombre como un ser esencialmente heredero, de forma que el afán por innovar y actualizar le lleva también a preservar: tiende al porvenir por el hecho de provenir (Filosofía de la compensación, págs. 69-81).[4]

Se han traducido las siguientes obras:[8][9]

Entre otros:[10]



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