La obsolescencia es la condición o estado en que se encuentra un producto que ya ha cumplido con una vigencia o tiempo programado para que siga funcionando.
A veces los comerciantes, de forma deliberada, introducen la obsolescencia en su estrategia de producto, con el objetivo de generar a largo plazo un volumen de ventas derivado de reducir el tiempo entre las repetidas compras. Un ejemplo podría ser la producción de una lavadora de bajo costo que es deliberadamente diseñada para fallar dentro de los cinco años de su compra, empujando a los consumidores a comprar otra dentro de cinco años. En un sector altamente competitivo, esta estrategia puede ser arriesgada, debido a que los consumidores puedan comprar a productores competidores. La práctica de la obsolescencia planificada es también considerada por la mayoría de los consumidores un signo de comportamiento poco ético ya que obliga al consumidor a gastar su dinero en reemplazar los productos que se rompen, siendo perjudicial para la economía puesto que ese dinero ya no podrá usarse en comprar otras cosas. El hecho de que este tipo de comportamientos es perjudicial para la economía, lo expuso el economista francés Frédéric Bastiat en su Parábola del cristal roto.
Actualmente nos encontramos frente a una paradoja cuyas consecuencias son aún difíciles de cuantificar; en efecto, cuando por un lado se dispone de la capacidad tecnológica de fabricar productos duraderos, nos encontramos en la necesidad de adaptarnos al cambio permanente de las tecnologías.
Ello conlleva la continua sustitución de equipos que por carecer con frecuencia de mercados de segunda mano genera ingentes cantidades de residuos, con la problemática medioambiental que ello supone.
La respuesta a esta problemática ha sido variada; así, la industria propone instalaciones de reciclaje, con los costes que ello conlleva (consumo de energía, contaminación, etcétera); tenemos por ejemplo el reciente anuncio de una empresa de telecomunicaciones de la próxima comercialización de un teléfono móvil con fecha de caducidad, con un uso de un año. Por otro lado, diversas organizaciones humanitarias redistribuyen estos equipos, perfectamente operativos, entre las personas, instituciones y países menos desarrollados.
El fenómeno de la obsolescencia no sólo se limita a los campos descritos. Es posible identificarla dentro de los productos inmobiliarios. Estos, debido a la incongruencia entre los requerimientos de la vida actual y los programas arquitectónicos ajenos a ellos, ven sus velocidades de venta afectadas. La arquitectura de reinterpretación se especializa en la readecuación de un inmueble a las nuevas necesidades.
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