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Mitología vasca



La mitología vasca (Euskal Herriko mitologia en euskera) es el conjunto de mitos y leyendas propios de la población originaria de Vasconia o Euskal Herria (Navarra, País Vasco y País Vasco francés)[1][2]​ antes de la cristianización.

Los vascos mantienen una lengua, el euskera, que no tiene relación con ninguna de las que le rodean. Entre las diversas hipótesis del origen de los vascos, una de ellas señala la permanencia, al menos desde el Neolítico, en el territorio que ocupan. La lengua expresa una base cultural concreta que ha ido evolucionando con el tiempo. El cristianismo, que vino a sustituir la antigua religión que se desarrollaba en las tierras que ocupaban los hablantes del euskera en aquellos tiempos, impuso sus formas y enmascaró los cultos y deidades autóctonas, que fueron conformando el universo mitológico vasco.

A pesar de la cristianización experimentada por el pueblo vasco en el último milenio y de las persecuciones contra la brujería acaecidas durante los siglos XV y XVI —como el caso de las Brujas de Zugarramurdi, seis de las cuales supuestas brujas fueron quemadas en el auto de fe de Logroño de 1610 o la caza de brujas en el país vasco francés del año anterior dirigida por el juez Pierre de Lancre que ordenó la quema de ochenta supuestas brujas—, Euskal Herria ha conservado numerosas leyendas que dan cuenta de una antiquísima mitología que, aún compartiendo rasgos y elementos con las creencias de los pueblos con los que ha mantenido contacto tanto territorial como temporalmente, por proximidad como por interrelación se presenta único y singular. Así se recogen en los estudios de José Miguel de Barandiarán y de Julio Caro Baroja.

Por otra parte, estos temas mitológicos se incluyen en el resto del complejo vasco-aquitano, encontrándose el Basajaun en el Pirineo Aragonés o los omes granizos similares a los "gentiles", y referentes a la brujería por todo el Pirineo entre otros.

Las leyendas de pueblos vecinos más romanizados, como las del Alto Aragón, Cataluña, La Rioja, Cantabria o Asturias, muestran una sorprendente similitud, especialmente en el área pirenaica, siendo este uno de los indicios que apuntan a una mayor extensión del pueblo que lanza o apila grandes montañas de rocas (como los "gentiles"), evita tormentas, cura enfermedades o adivina el futuro (como los brujos), tal y como recogen en sus obras Julio Caro Baroja y, especialmente, Ramon Violant i Simorra en su obra de 1946, El Pirineo Español.

Esta religión precristiana, aparentemente, estaba centrada en un genio o divinidad central de carácter femenino: Mari. Su consorte Maju o Sugar parece que pudo tener también cierta importancia. Se decía que cuando se reunían en las cuevas de las cumbres sagradas (según Toti Martínez de Lezea para fornicar), engendraban tormentas. Estas reuniones las celebraban los viernes por la noche, el día de los aquelarres. Los "Zezengorri" o "Behigorri" (Betizu), toros salvajes autóctonos de la zona, eran los encargados de proteger la entrada a las grutas donde habitaba la diosa y en las que además de haber mobiliario de oro corrían ríos de leche y miel.

De las diversas moradas que se le atribuyen destaca la del monte Anboto del que periódicamente partía cruzando los cielos como una luz brillante para ir a su otra morada en el monte Txindoki. Según una de las tradiciones, cada siete días La Dama de Amboto (Anbotoko Mari) viajaba desde su cueva en el monte Anboto a otra en otro monte (según cada historia, este cambia); el tiempo era húmedo cuando estaba en el monte Anboto, y seco cuando estaba en Aloña, o las cosechas son abundantes cuando está en la cueva de Supelegor (en Orozco).

La multiplicidad de Mari-s en el territorio no parece que supusiera un problema para quienes creían en ella, al igual que sucedió con las advocaciones a la Virgen María de las que en Euskal Herria, se decía que eran siete hermanas.

Mari aglutina en su ser otras entidades femeninas que involuntariamente con el paso del tiempo se han ido ocultando tras este nombre. Un rápido vistazo a la lista de localizaciones y formas de aparición de la misma denota la presencia de otras Maris.

Mari viene a significar madre, contracción de Amari (a la madre) según unos, contracción de María (madre de Dios) según otros. Cabe también que provenga de Matri dea o Cibeles, paralelismos y aras votivas no faltan para apoyar este argumento.

Además de las míticas también contamos con una Mari histórica, Mari Urraca, una princesa navarra de los siglos XI y XII a la que se le atribuye un hermano sacerdote y que otros tienen por esposa de Diego López de Haro, con lo que pasa de ser un personaje histórico a ser la legendaria Dama de Anboto.

Otra supuesta divinidad celeste era Urtzi (u Ost, Ortzi: se interpreta como cielo), asimilable al Júpiter latino o al Thor nórdico. La ausencia de referencias explícitas al mismo en la mitología vasca sorprende; sin embargo, que su nombre aparezca en los días de la semana, en el nombre de los meses y en fenómenos meteorológicos asociados a las tormentas, lo que nos pone sobre la pista de su relevancia al menos durante la época en la que se adoptó y normalizó el uso de la septimána en Euskal herria.

En la Edad Media, Aymeric Picaud, un peregrino francés, escribió sobre los vascos, diciendo: et Deum vocant Urcia ("y llaman Urci-a a su dios"; la -a es el absolutivo vasco, o un artículo de sufijo).

A la antigua religión vasca se la considera de carácter ctónico, teniendo todos sus personajes su morada en la Tierra y no en el firmamento, que aparece como un pasaje por el que Mari o Maju viajan de montaña en montaña o pastorean rebaños de nubes. Sin embargo, el cielo se percibe como algo mágico en esta mitología y todo lo que se acerca a él como montañas o incluso árboles es, en cierta medida, sagrado.

Las leyendas también hablan de muchos genios, como:

Otros personajes de la mitología vasca son Gaueko, Tartalo, los galtzagorris, el dragón primigenio o Herensuge, etc.[cita requerida]

Por otra parte, jentilak (leído en castellano gentillak, "los gentiles")se decía que eran unos seres míticos que vivían en las tierras altas y de los que se creía poseían una fuerza y tamaño prodigiosos a tenor de algunos "inexplicables" accidentes geográficos (como Jentilzubi de Arratia) y diversos monumentos megalíticos (como Jentilarri en Aralar) a los que atribuían su construcción y a los que su supuesta intervención dan nombre. Su denominación es sin lugar a dudas cristiana puesto que "gentil" era una de las formas que utilizó la iglesia cristiana para referirse a los paganos. También es cristiana una de las versiones de la leyenda que recoge el motivo de su desaparición, versión que en líneas generales coincide en el hecho de que estaban entreteniéndose (bien sea bailando o jugando lanzando peñas) cuando vieron llegar de oriente una nube luminosa (luz u otro fenómeno celeste según versiones) y extrañados por tal fenómeno decidieron consultar al más anciano de ellos. Tras sacarlo de la cueva y ayudarle a ver el fenómeno, el anciano sentencia que ha llegado el fin de su especie (en la versión cristianizada el motivo del fenómeno es anunciar el advenimiento de Kixmi, la Natividad de Jesús, puesto que llamaban así a Cristo, que en lengua gentil quería decir mono) tras lo cual pide que lo arrojen por un cercano precipicio. Tras cumplir con lo pedido, asustados al verse perseguidos por el fenómeno celeste, el resto de los gentiles corrieron a esconderse debajo de alguno de los numerosos monumentos megalíticos que pueblan el territorio y así desaparecieron. Las versiones cristianizadas añaden que Olentzero, el último de los gentiles, salió indemne de alguna manera de este dramático fin y se convirtió en mensajero de la buena nueva. Al ser su oficio el de carbonero de un tiempo a esta parte trae carbón a los niños malos por Navidad y regalos a los buenos en la Comunidad Autónoma Vasca, Navarra e Iparralde.

Estos seres mitológicos son la base de muchos topónimos, como Jentilbaratza ("huerto de los gentiles") en Ataun (Guipúzcoa).

Es de destacar que figuras similares pueden encontrarse en las mitologías de toda el área cantábrica y en Galicia, donde también se habla de mouros, mouras, bueyes que guardan las cuevas y xentis (gentiles). Asimismo, destaca la figura de una misteriosa Raiña Lupa o Reina Loba, que aparece como el ama de las tierras donde se instala el sepulcro del apóstol Santiago, lo cual nos reconduce a la idea de la diosa como encarnación del territorio. Rastros del mismo sistema de creencias se pueden encontrar por toda el área mediterránea y atlántica europea, lo que podría apuntar a un origen neolítico de tales creencias, anterior incluso a la llegada de los indoeuropeos, como indican las semejanzas entre las versiones vascas y las de otras zonas.[cita requerida]

La tardía cristianización que apuntaba el padre José Miguel de Barandiarán en su obra El hombre primitivo en el País Vasco, sobre todo en aquellas partes alejadas de las vías de acceso romanas,[3]​ pudo ser la causa de la pervivencia de la primitiva religión vasca hasta estadios muy tardíos en comparación con el resto de Europa; muestra de ello serían los restos de sendos asentamientos que los lugareños tenían como morada de gentiles en las estribaciones de Aralar aún en el siglo XIII.[4]​ La pervivencia del entorno rural preeminentemente agrícola hasta prácticamente mediados del siglo XX ha permitido transmitir gran parte de las tradiciones orales y no es de extrañar que de este modo el arquetipo de Mari haya sobrevivido hasta la actualidad, aunque fuera a veces demonizada y otras veces sincretizada por parte de la Iglesia católica.

Patxi Xabier Lezama Perier forma parte de la generación de escultores vascos que han nacido y crecido con la magia de la mitología con interpretación de los antiguos dioses mitológicos vascos.[5]​ Igualmente, Néstor Basterretxea, con la "Cosmogónica Vasca", ha conservado estas creencias hasta el siglo XXI.



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