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Marina romana



La Armada romana (en latín classis, literalmente flota) comprendió las fuerzas navales del Antiguo Estado Romano. A pesar de desempeñar un papel decisivo en la expansión romana por el Mediterráneo, la armada nunca tuvo el prestigio de las legiones romanas. A lo largo de su historia los romanos fueron un pueblo esencialmente terrestre, y dejaron los temas náuticos en manos de pueblos más familiarizados con ellos, como los griegos y los egipcios, para construir barcos y mandarlos. Parcialmente debido a esto, la armada nunca fue totalmente abrazada por el Estado Romano, y se consideraba «no romana».[1]​ En la antigüedad, las armadas y las flotas comerciales no tenían la autonomía logística que en la actualidad. A diferencia de las fuerzas navales modernas, la armada romana, incluso en su apogeo, no existió de forma autónoma, sino que operó como un adjunto del Ejército romano.

En el transcurso de la primera guerra púnica la armada fue expandida masivamente y jugó un papel vital en la victoria romana y en la ascensión de la República romana a la hegemonía en el Mediterráneo. Durante la primera mitad del siglo II a. C. Roma destruyó Cartago y subyugó los Reinos Helenísticos del este del Mediterráneo, logrando el dominio completo de todas las orillas del mar interior, que ellos llamaron Mare Nostrum. Las flotas romanas volvieron a desempeñar un papel preponderante en el siglo I a.C. en las guerras contra los piratas y en las guerras civiles que provocaron la caída de la República, cuyas campañas se extendieron a lo largo del Mediterráneo. En el 31 a. C. la gran batalla de Accio puso fin a las guerras civiles con la victoria final de César Augusto y el establecimiento del Imperio romano.

Durante el período imperial el Mediterráneo fue un pacífico «lago romano» por la ausencia de un rival marítimo, y la armada quedó reducida mayormente a patrullaje y tareas de transporte.[2]

Sin embargo, en las fronteras del Imperio, en las nuevas conquistas o, cada vez más, en la defensa contra las invasiones bárbaras, las flotas romanas estuvieron plenamente implicadas. El declive del Imperio en el siglo III d. C. se sintió en la armada, que quedó reducida a la sombra de sí misma, tanto en tamaño como en capacidad de combate. En las sucesivas oleadas de los pueblos bárbaros contra las fronteras del Imperio la armada solo pudo desempeñar un papel secundario. A comienzos de siglo V d. C. las fronteras del imperio fueron quebradas y pronto aparecieron reinos bárbaros en las orillas del Mediterráneo occidental. Uno de ellos, el pueblo vándalo, creó una flota propia y atacó las costas del Mediterráneo, incluso llegó a saquear Roma, mientras las disminuidas flotas romanas fueron incapaces de ofrecer resistencia. El Imperio romano de Occidente colapsó en el siglo V d. C. y la posterior armada romana del duradero Imperio romano de Oriente es llamada por los historiadores Armada bizantina.

Los romanos fueron en su origen una potencia terrestre localizada en la península itálica, pero cautelosa en el mar. Durante la primera guerra púnica (264 a. C.-241 a. C.), los cartagineses, una potencia basada en el comercio marítimo, dominaban el Mediterráneo occidental y explotaban este potencial en sus luchas contra la República romana. Dado que durante la guerra la mayor parte de los combates tuvieron lugar en ultramar (especialmente en Sicilia), Roma se vio obligada a disponer de una flota que pudiera desarrollar una respuesta militar eficaz. El resultado fue la rápida construcción en el año 260 a. C. de la primera flota romana importante, compuesta por cerca de 150 quinquerremes y trirremes, la cual operaba cerca del estrecho de Mesina, entre Sicilia y Calabria.

Roma se esforzó por anular la ventaja marítima cartaginesa, equipando a sus naves con el corvus, un nuevo invento que constaba de un gran tablón de madera con un garfio con el que se enganchaban las naves enemigas. Esto permitía a los romanos enviar a los soldados a modo de pasarela al asalto de la nave enemiga, evitando así las tradicionales tácticas de la batalla de abordaje embistiendo los cascos con el rostrum, en las cuales inicialmente eran mucho menos experimentados.

Aunque la primera acción llevada a cabo en el mar, la batalla de las Islas Lípari en el 260 a. C., terminó en una derrota para Roma, las fuerzas implicadas eran relativamente pequeñas. La neófita marina romana logró su primera victoria naval importante (triumphus navalis) más adelante ese mismo año en la batalla de Milas. Con el curso de la guerra, Roma continuó ganando batallas en el mar y adquiriendo experiencia naval. Su cadena de éxitos permitió que Roma expandiera su teatro de operaciones en el mar, alcanzando la misma Cartago.

A comienzos de la segunda guerra púnica (218 a. C.-202 a. C.), la hegemonía naval en el Mediterráneo occidental había pasado ya de Cartago a Roma. Esto hizo que Aníbal, el gran general cartaginés, cambiara de estrategia, llevando la guerra a la península itálica.

Después de la consiguiente victoria romana sobre Cartago, no existía otra potencia marítima al oeste del mar Mediterráneo, por lo que la marina romana fue disuelta en gran parte. En ausencia de una presencia naval fuerte, la piratería prosperó a través del Mediterráneo. Roma organizaría periódicamente expediciones para dar cuenta a los piratas. Así, en el año 67 a. C. Pompeyo organizó una fuerza naval que libró eficazmente este mar de ellos durante un tiempo.

Mientras en la República romana se desataba la guerra civil, los diferentes ejércitos crearon de nuevo sus propias fuerzas navales. Sexto Pompeyo, hijo menor del anterior, en su guerra con Octavio reunió una importante flota que operaba con un gran radio de acción para amenazar Sicilia, la fuente vital de grano de Roma, lo que produjo el pánico en la ciudad por el aumento de su precio.

Octavio, con la ayuda de Marco Agripa, construyó una flota en Forum Iulii (hoy Fréjus) y derrotó a Sexto en la batalla de Nauloco en el 36 a. C., terminando con toda la resistencia pompeyana. La marina de Octavio fue puesta una vez más a prueba al luchar contra las flotas combinadas de Marco Antonio y Cleopatra en la batalla de Actium en 31 a. C. Esta última batalla naval de la República romana estableció definitivamente a Roma, con Octavio como único comandante, como la fuerza naval hegemónica en el Mediterráneo.

Algunos de los nombres de almirantes de la flota romana que han llegado hasta nuestros días:

La flota del imperio romano tenía dos bases importantes, así como varias de menor categoría. Las dos flotas principales que controlaban el Mare Nostrum fueron:

En cuanto a la flotas provinciales, se tiene constancia de las siguientes:



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