Manuel Chili, también conocido por el nombre artístico de Caspicara, fue un afamado escultor y tallador indígena perteneciente a la Escuela Quiteña de arte del siglo XVIII, de la cual fue uno de sus más importantes representantes. Nació en la ciudad de Quito, por entonces capital de la real audiencia española del mismo nombre, alrededor del año 1720, aunque se desconoce la fecha exacta. Los especialistas suelen situar su fallecimiento en 1796.
Su seudónimo artístico significa cara de madera o cara de palo, y se compone de dos vocablos kichwas: caspi (madera) y cara (corteza); lo que hace suponer que se trataba de un hombre de rostro cobrizo y piel tersa como la madera tallada, ya que no existen retratos o referencias de su aspecto físico.
Según el historiador Jaime Aguilar Paredes, Caspicara se consagró a la imaginería, posiblemente desde muy niño, hasta alcanzar una superioridad y maestría que le colocaron a la cabeza de los escultores de su época, y, sin ponderación, en igual plano al de los más famosos escultores europeos.Carlos III de España exclamó la siguiente frase elogiando al escultor: no me preocupa que Italia tenga a Miguel Ángel, en mis colonias de América yo tengo al maestro Caspicara.
Alguna fuentes señalan que el propio reyFiel a la norma áurea de la imaginería barroca, cultivó los motivos religiosos tanto en madera como en mármol. Entre sus principales maestros se encuentran figuras como Diego de Robles y Bernardo de Legarda, con quienes trabajó en sus respectivos talleres cuando era joven. Es junto a uno de ellos, Legarda, y el gran Pampite, que Caspicara constituyó la más pura esencia de la escultura colonial quiteña que tanta fama adquirió en las colonia americanas y las cortes europeas.
Como la mayoría de artistas de la época en que vivió, y sobre todo en una ciudad profundamente católica como Quito, Caspicara trabajó casi toda su obra de imaginería religiosa para los altares de las principales iglesias y conventos de la región, aunque sus esculturas también adornarían grandes mansiones y palacios en Europa. Entre sus representaciones destacaban los Cristos crucificados, de gran realismo en sus llagas y daños provocados por grandes heridas
Varias de sus obras más representativas aún se conservan en museos de Quito y Popayán, entre ellas:
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