El término cultura europea es antiguo, porque su significado depende mucho de la época histórica a la que se refiere y además por el hecho de que Europa presenta internamente diversidad cultural (y, a menudo ha asimilado contribuciones e influencias no europeas). Una de limitación de la cultura de Europa debe necesariamente tener en cuenta los límites geográficos del continente (por ejemplo, la civilización griega se desarrolló en parte en tierras de Asia, en la actual Turquía).
Desde el I milenio antes de Cristo (por lo menos), Europa estuvo dominada por pueblos indoeuropeos, que hablaban varias lenguas, pero unidas por rasgos comunes. Sin embargo, existe evidencia arqueológica y genética de que antes de los indoeuropeos hubo aportes desde Próximo Oriente ligados principalmente a la expansión de la agricultura. Existen algunas pocas evidencias de las lenguas preindoeuropeas de Europa, si bien es difícil clasificar adecuadamente estas lenguas.
Dentro de las lenguas indoeuropeas, muy tempranamente a partir del I milenio a.C. es posible distinguir la mayor parte de grupos modernos: las lenguas latinas, germánicas, eslavas, celtas, bálticas, así como el griego y el albanés (por otro lado el grupo indoeuropeo también se extendía ampliamente por Asia, incluyendo Irán y el subcontinente indio). Entre los pueblos modernos de Europa siguen existiendo las lenguas no-indoeuropeas como: el vasco el húngaro, el finés y el estonio. Si bien parece que el idioma vasco es el único idioma preindoeuropeo (el etrusco era otra lengua preindoeuropea ampliamente documentada, y existen vestigios de otras lenguas preindoeuropeas en Italia, Grecia, Creta y Chipre).
Desde la introducción de la escritura en Europa, las lenguas europeas se han escrito usando alfabetos derivados del alfabeto fenicio, estos alfabetos incluyen el alfabeto griego, el alfabeto latino o el alfabeto cirílico (un derivado del alfabeto griego adaptado a los sonidos eslavos), entre otros (rúnico, glagolítico, etc.). En algunos países, especialmente al norte y al este del continente, las versiones locales del alfabeto latino tienen también una gran cantidad de signos "diacríticos" para reproducir los sonidos locales.
En los límites del este y del sur del continente existían otros alfabetos: alfabeto georgiano y el armenio en el Cáucaso.
Además de los factores lingüísticos, religiosos y demográficos, el principal factor de evolución cultural han sido los cambios socio económicos. Durante el primer I milenio a. C. en Europa predominaron las jefaturas y en el centro y norte de Europa las sociedades pueden considerarse seminómadas, por lo que los procesos migratorios fueron importantes durante el período protohistórico. Las condiciones ambientales más favorables en el sur de Europa y la agilidad de la comunicación marítima frente a otras formas de comunicación favorecieron la aparición de los primeros estados centralizados en la cuenca mediterránea. A partir del Imperio Romano existió un potente Estado centralizado en el sur de Europa cuya influencia se extendía desde el norte de África hasta el centro de Europa y de Este a Oeste; esto produjo un importante proceso de convergencia cultural. Previamente los arqueólogos y los historiadores registraban un cierto número de sociedades guerreras matrilineales, pero eventualmente la aparición de estados centralizados, la sedentarización y el proceso de formación de ciudades afianzó los modelos patrilineales y el patriarcado. Hacia el inicio de la Alta Edad Media Europa presentaba una notable diferencia entre el sur más urbano y densamente poblado y el centro y norte, más rural y menos densamente poblado. El proceso de romanización afectó fundamentalmente al sur de Europa, y en el norte el Imperio romano tuvo un impacto no tanto cultural sino comercial y en menor medida tecnológico.
En la Edad Media hubo una segunda ola de convergencia económica, tecnológica y social, en parte impulsada por el proceso de cristianización de Europa central y septentrional, si bien políticamente Europa estuvo entonces políticamente más divida que durante el período romano. La existencia de grandes imperios como el imperio merovingio, el Sacro Imperio Romano Germánico o el Imperio Bizantino favorecieron el proceso de uniformización cultural, en parte ayudado por la existencia de una religión común, que ocasionalmente amortiguó los conflictos entre países rivales si bien también dio lugar justificar numerosos conflictos como guerras de religión. En cualquier caso, el proceso de convergencia cultural en Europa fue mucho más allá que en otros continentes como América, África, Oceanía o la mayor parte de Asia septentrional.
François Guizot, historiador y político francés, propuso en su trabajo Historia de la civilización en Europa (1828) que fue el feudalismo el punto de arranque de la civilización en Europa, tras sobreponerse del caos posterior a las diversas invasiones producidas entre los siglos V y VIII:
Los historiadores medievalistas García de Cortázar y Sesma Muñoz señalan en su trabajo Manual de Historia Medieval (2014) a la etapa carolingia como punto de arranque de una futura conciencia de unidad europea:
Si bien el caso de uniformización cultural en Europa no es único en el mundo. Bajo la expansión del Islam en África y Asia, otras regiones como el norte de África, Oriente Próximo, India o el sudeste asiático llegarían a experimentar procesos de uniformización equiparables a los encontrados en Europa. Y por otra parte, el influjo de la cultura y la economía del mundo chino llevarían también a una cierta uniformización cultural de Extremo Oriente y las regiones adyacentes.
A partir de la Edad Moderna, debido a una serie de factores sociales y económicos, se produjo la expansión europea hacia otros continentes, inicialmente hacia América y sur de Asia y posteriormente también hacia África. Antes de ese periodo la economía europea era de tipo feudal pero a partir del período colonial se desarrollaría un cambiante modo de producción típicamente capitalista. Fue en ese período colonial que apareció una cultura europea más altamente uniforme, y apareció una conciencia eurocéntrica donde muchos europeos imponían su cultura al resto de civilizaciones del planeta. Previamente, los europeos sólo habían confrontado su cultura frente a la del mundo islámico, de cuya cultura en muchos aspectos Europa era deudora. A partir del siglo XVII, Europa empezó a ser militarmente hegemónica frente a otras regiones del planeta, aunque China e India poseían economías más productivas durante el siglo XVIII. Sólo en el siglo XIX, Europa tuvo una economía y un poderío militar sin rival en otras regiones del mundo.
Emer de Vattel, historiador y filósofo, escribió en 1758 durante la Guerra de los Siete Años su opinión sobre los elementos comunes a todos los europeos, el orden y la libertad:
Edward Gibbon, historiador británico, también señaló el carácter unitario del continente: «se puede considerar que Europa es una gran república cuyos distintos habitantes han alcanzado prácticamente el mismo nivel de educación y cultura». Montesquieu también se refirió a Europa como una entidad unificada en base a intereses comunes: «La situación en Europa es que todos los Estados dependen unos de otros. Francia necesita la riqueza de Polonia y Moscovia, al igual que la Guyena necesita a la Bretaña y la Bretaña a Anjou. Europa es un solo Estado compuesto de varias provincias».
A partir de la revolución francesa (1789) y otras revoluciones liberales (s. XIX) empezó a emerger una nueva clase social en Europa denominada burguesía. Hasta entonces el campesinado había sido la clase social abrumadoramente mayoritaria. Durante el siglo XIX el proceso de urbanización y la revolución industrial alteraron el peso económico y social del campo y las ciudades, lo cual acarreó a su vez cambios económicos, sociales, culturales y políticos. Cuando a finales del siglo XX el sistema colonial europeo de ocupación territorial empezó a ser abandonado, en las sociedades europeas crecieron los movimientos políticos que cuestionaban el sistema patriarcal tradicional y se opusieron a los sectores más conservadores de las sociedades. La mayor parte de sistemas políticos pasaron de ser sistemas autocráticos (monárquicos o dictatoriales) a regímenes democráticos o liberales a una escala que nunca antes había sido puesta en práctica.
José Ortega y Gasset, filósofo y ensayista español, destacó en esta edad contemporánea de Europa como elementos clave en la construcción del continente los elementos democracia liberal y desarrollo técnico:
Aunque, en la Antigüedad, la Edad Media y la Edad Moderna, Europa se había caracterizado por la existencia de regímenes autocráticos, el esclavismo, la servidumbre del campesinado o la explotación de mano de obra forzada en las colonias, el avance de la noción de derechos civiles llevó a Europa y otras regiones del planeta a abogar por sistemas democráticos, caracterizados por un Estado de Derecho y un Estado Social que cambiaría profundamente los patrones culturales de las sociedades europeas, y en particular hizo retroceder enormemente el conservadurismo clásico típico del siglo XIX.
Desde la Antigüedad los pueblos indoeuropeos practicaron cultos que tenían mucho en común. Los sistemas mitológicos germanos, celtas, eslavos, griegos y latinos tenían características comunes, tales como la creencia en una "tríada" divina fundamental.
Esta visión del mundo ha dado forma a las sociedades más recientes, incluso más allá de la cristianización, como se muestra en la obra de Dumézil, comparando las sociedades medieval e hindú.
Más tarde, el Imperio Romano estableció una religión oficial en todos los territorios que administraba; las creencias de los griegos y el politeísmo romano casi no merecen ser consideradas como religiones en la actualidad, pero siguen siendo referencias de gran alcance en las culturas europeas actuales utilizadas en la literatura, la pintura, la escultura, la música, la filosofía y hasta el psicoanálisis. La expansión del cristianismo en Europa tuvo varias fases, en una primera fase estuvo restringida al territorio oriental del Imperio Romano, por la acción de predicadores que formaron numerosas comunidades. El edicto de Milán (313 d. C.) estableció la libertad religiosa en el imperio y el edicto de Tesalónica (380 d. C.) lo convirtió en religión oficial, por lo que el cristianismo a partir de entonces tuvo una notable expansión desplazando al paganismo que inicialmente quedó relegado a las regiones más rurales.
Los pueblos germánicos inicialmente no profesaron el cristianismo sino que mantuvieron sus creencias ancestrales. Algunos germanos aun cuando adoptaron el cristianismo lo hicieron bajo la forma del arrianismo, y no fue hasta el final de la Alta Edad Media que el centro y norte de Europa fueron mayoritariamente católicas. Durante siglos existió unidad religiosa, aunque diversos cismas como el ortodoxo y la reforma protestante dividieron a Europa en diversas confesiones cristianas. El cristianismo, en sus diversas formas (catolicismo, ortodoxo, protestante) unificó el continente y se transmitió una forma de cultura común. Se ha hablado así de la civilización de las catedrales en la Edad Media.
Perry Anderson, historiador inglés y ensayista político, señala en su obra El Nuevo Viejo Mundo (2009) en relación al origen de la conciencia europea como algo que arranca de la Edad Media cristiana, pero que eclosiona en el siglo XVIII:
Voltaire, en su obra El siglo de Luis XIV, definió la Europa del siglo XVIII como una entidad unida en lo religioso pero dividida en lo político:
A partir de finales del siglo XVIII, con movimientos intelectuales como la Ilustración apareció el fenómeno del secularismo, que desde entonces ha ido ganando espacio en la Edad Contemporánea.
A partir del siglo VIII, el Islam fue introducido en el sur de Europa, afectando a las costumbres y la arquitectura regional. A partir del siglo XV, los turcos osmanlíes introdujeron el islam en los Balcanes, por lo que en esa región existen grupos étnicos autóctonos de religión musulmana (en Europa occidental la presencia musulmana autóctona perduró sólo hasta la expulsión de los moriscos en 1609).
A partir del siglo XX los procesos migratorios aportaron importantes contingentes demográficos procedentes de África y Asia, muchos de los cuales profesaban la religión islámica, por lo que a principios del siglo XXI existen minorías musulmanas de origen alóctono en la mayor parte de Europa Occidental.
Europa ha sido un hogar para los judíos durante los últimos dos milenios. Había judíos en Roma, por ejemplo desde el siglo II a. C., y una comunidad en Colonia ya en el 321 d. C. Durante la Edad Media, su presencia se extendió al norte y al este, a Polonia, el Báltico y Ucrania, pero fue a partir del siglo X cuando su número creció, especialmente con el fomento de asentamientos judíos urbanos, por parte de los gobernadores europeos, para estimular la economía. Así, a pesar de la violencia esporádica y algunas restricciones sociales y religiosas, los judíos florecieron cultural y económicamente. Sin embargo, hacia finales del siglo XI, cuando las habilidades judías era menos esenciales, el fervor religioso de las cruzadas halló expresión en el sentimiento antijudío, comenzando un proceso que culminó con la expulsión de los judíos de España en 1492. Poco después, los judíos de las ciudades fueron confinados en guetos fuera de las horas de trabajo. Con la Ilustración se experimentaron nuevas libertades, lo que inicialmente fomentó la asimilación, un problema que el movimiento reformista intentó abordar. Al mismo tiempo, muchos judíos emigraron a América como resultado del permanente antisemitismo del siglo XIX. Este nuevo tipo de prejuicio, racial más que específicamente religioso, acabó en el Holocausto nazi, que masacró a la población judía de Europa. Desde entonces, América ha sustituido en muchos aspectos a Europa como fuerza vital del judaísmo mundial junto con Israel.
Grecia y Roma influyeron en la conformación de una cultura política y jurídica común en los países europeos (y países que están o han estado bajo la influencia de la política europea). Si bien en Europa se practicó activamente el esclavismo, la servidumbre del campesinado, y el uso de mano de obra forzada durante el colonialismo, la noción de democracia, centralización y codificación de textos (estado de derecho) son nociones que se retrotraen a la Antigüedad clásica.
Desde la Edad Media, se desarrolló un pensamiento jurídico y político común en el continente (con autores de referencia reconocidos en todos los países: Tomás de Aquino, Maquiavelo, Hobbes, Locke, Montesquieu, Rousseau, etc.), a pesar de que los Estados estaban divididos políticamente y en conflicto entre ellos.
La filosofía europea reciente y las revoluciones liberales inspiraron las constituciones de todos los estados del continente (y, a menudo las de otros estados, con distintos grados de éxito), y también las instituciones europeas (UE, Consejo de Europa, etc.) valores fundamentales expresados en el Convenio Europeo de Derechos Humanos, son reconocidos por casi todos los países del continente en la actualidad y de gran parte del mundo moderno.
Sin embargo, la extensión del modelo jurídico y político grecorromano se encontró con la resistencia de otro modelo, llamado Derecho Anglosajón, marcado por un sistema de derecho consuetudinario y una administración poco centralizada.
Durante siglos, los dos modelos han coexistido en Europa (el primero en el sur y en la cultura de países católicos; el segundo en el norte y en la tradición de los países protestantes) no sin dificultades, sobre todo en países como Francia, Bélgica y Alemania, en el límite de la tradición romana y la tradición germánica, del derecho positivo y del derecho consuetudinario.
Desde la antigüedad, muchas de las principales corrientes arquitectónicas se desarrollaron en toda Europa, hasta más allá de sus fronteras.
En el I milenio antes de Cristo los griegos fundaron colonias por todo el Mediterráneo, seguidos por los romanos; exportaron su arquitectura, su escultura y su literatura a los países que ocuparon. En la periferia de estos territorios se desarrollaron movimientos artísticos originales, en contacto con las civilizaciones celta, Ibérica... Pero el lugar de esta cultura es más importante en el mundo mediterráneo (el Mare Nostrum) que en la propia Europa (el arte grecorromano está particularmente bien representado en África del Norte y Oriente Medio). En el norte, los arquitectos están influidos por la cultura celta, que tuvo un notable dominio de los metales y el cobre.
Sin embargo, la civilización romana sobrepasó la costa mediterránea después de la Guerra de las Galias, alcanzó el Rin y los límites de Escocia.
Las invasiones del final del Imperio Romano perturbaron la situación: el arte grecorromano se extinguió con la decadencia de las grandes ciudades, mientras que se difundió un arte de inspiración germánica, más áspero y rústico, relacionado con el arte celta. Sin embargo, puesto que el Imperio bizantino permaneció en el Este, sus cánones arquitectónicos, y el uso del mosaico se desarrolló en Italia; este país permaneció abierto a las influencias bizantinas hasta la toma de Constantinopla en 1454.
Todo esto dio como resultado los cambios culturales de la Edad Media, que se verán sometidos a múltiples influencias:
Música popular:
Otra música: Himno Europeo, Himno de la Liga de Campeones de la UEFA
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