Juan Bautista Idiarte Borda y Soumastre (Mercedes, 20 de abril de 1844 - Montevideo, 25 de agosto de 1897) fue un político uruguayo perteneciente al Partido Colorado, Presidente de la República entre marzo de 1894 y agosto de 1897, víctima del único magnicidio registrado en la historia del Uruguay.
Juan Bautista Idiarte Borda y Soumastre, tal su nombre completo, nació y se crio en Mercedes, capital del departamento de Soriano.
Provenía de una acomodada familia de la ciudad de origen vasco, cuyos hijos –entre los que se incluye él mismo– poseían al parecer un notable talento musical, ya que se destacó tocando el clarinete y su hermano, Pedro Idiarte, sobresalió en su interpretación del violín. Sus padres, entonces, les brindaron una concienzuda educación que incluyó estudios musicales.
Durante su adolescencia todo hacía pensar que su destino estaba marcado por la música, ya que fue uno de los fundadores de la Sociedad Lira Filarmónica, una institución musical que se dedicaba a hacer música en reuniones sociales y oficios religiosos. Otra de sus aficiones conocidas era la pelota vasca, lo que le valió el mote de El Pelotari. Según los historiadores, su apodo hacía referencia no solo a su talento en el mencionado juego, sino a su carácter perseverante y tozudo ante las circunstancias, que lo marcaría en su vida política.
Al fallecer su padre en 1860, Idiarte Borda tenía 16 años de edad. Sin embargo debió encargarse de los negocios familiares, vinculados a la ganadería, cría de ganado y saladeros.
Su vida política la inició no en la militancia del Partido Colorado, sino en el ala bélica del mismo, luchando en la Cruzada Libertadora de Venancio Flores junto con su hermano, Pedro, aún adolescente. Ambos se alistaron en la Guardia Nacional de su ciudad natal apoyando la causa colorada. Menos de una década más tarde se encontraría en las filas del Ejército luchando contra los revolucionarios del Partido Nacional, liderados por el caudillo Timoteo Aparicio, en la denominada Revolución de las Lanzas. Logró el grado de Teniente por su destaque en la defensa de Mercedes, ciudad que los nacionalistas pretendían tomar, y por su no menor actuación en la Batalla de Manantiales. En 1875 comenzó el largo ciclo del Militarismo, al que Idiarte Borda se oponía, y decidió alzarse en armas participando en la Revolución Tricolor. Sin embargo, debió escapar a Gualeguaychú, ciudad argentina vecina a Uruguay.
En agosto de 1872 se casó con Matilde Baños. Ese mismo año, además, comenzó su carrera política propiamente dicha atendiendo a las necesidades de su ciudad natal, ya que estaba entre los integrantes de la Junta Económico Administrativa de Soriano –actual Intendencia Departamental de Soriano– y fue el principal impulsor de la colocación del alumbrado público a queroseno y de la pavimentación de las calles de Mercedes.
Apoyó la Reforma Vareliana y se mostró especialmente preocupado por la educación, ya que era miembro de la Sociedad de Amigos de la Educación Popular –institución pionera en difundir las ideas de José Pedro Varela y otros intelectuales en cuanto a la educación–, además de formar parte de la Comisión Departamental de Instrucción Pública, entidad creada por Varela en la aplicación de su reforma, y de ser cofundador del Club Progreso de Mercedes, que a su vez entre sus primeras obras estuvo la creación de la primera Biblioteca Pública del departamento.
En 1879 se trasladó a Montevideo ya que fue elegido miembro del Parlamento representando a Soriano en la XIII Legislatura, que designó a Lorenzo Latorre como Presidente Constitucional. Pese a ser opositor a los gobernantes militaristas, se dedicó por entero a su actividad política participando también como representante entre 1882 y 1885. Sin embargo, en 1886, durante la presidencia de Máximo Santos debió aislarse y radicarse brevemente en Buenos Aires, debido a sus diferencias con el mandatario, a pesar de apoyar en general su gestión. Decidió regresar a Montevideo después del atentado de Gregorio Ortiz –véase la sección Intentos de regresar a la legalidad de Militarismo–.
En 1894 logró acceder a la Presidencia por el Partido Colorado. Era miembro del Senado en momentos de elegir el sucesor de Julio Herrera y Obes, en lo que constituyó una de las elecciones presidenciales más difíciles de la historia uruguaya. El 21 de marzo de 1894, después de 21 días de votaciones, resultados y ásperos debates –en los que ocupaba interinamente la jefatura del país Duncan Stewart–, el Senador Idiarte Borda logró 47 votos. Esto es señalado como el primer ejemplo de aplicación de la tesis de "influencia directriz". Asumió de inmediato la Presidencia Constitucional del Uruguay, comenzando un gobierno absolutamente bipolar; donde las dificultades económicas se agudizaron tremendamente por el desorden administrativo, pero donde realizó importantes obras de relevancia.
Una vez en el poder, Idiarte Borda demostró su poca habilidad para la maniobra y el acuerdo, derivando en un ejercicio del cargo muchas veces de manera subrepticia, lo que le valió el inicio de una de las guerras civiles más sangrientas del Uruguay, la Revolución de 1897. Dicha contienda se desató en medio de una áspera polémica en torno a su persona, pues se le acusaba de permitir e incluso favorecer el fraude electoral, según el antecedente de Julio Herrera y Obes. El ascendente líder colorado, José Batlle y Ordóñez, le realizó una firme y severa acusación, donde lo califica de “El más grande manipulador de todos los escandalosos fraudes que en este período se han cometido”. Esta declaración de Batlle y Ordóñez ya avizoraba la enorme rivalidad futura entre las filas batllistas y los militantes idiartistas, que le costaría la vida al mismo Presidente Borda.
Más allá de las polémicas y los turbios asuntos generados durante su predominio en el poder, hay que destacar que pese a las dificultades políticas y económicas Idiarte Borda ejerció una presidencia que distó mucho de ser inocua; donde inició la construcción del nuevo Puerto de Montevideo, fundó el Banco de la República Oriental del Uruguay –devenido posteriormente en la principal entidad bancaria del país–, creó la Línea de Ferrocarril del Oeste, realizó un censo general y estableció un nuevo catastro a nivel nacional, nacionalizó las compañías británicas que suministraban electricidad en la nueva Compañía de Luz Eléctrica, además de trabajar con éxito en la creación de la Arquidiócesis de Montevideo y de impulsar, a través del ministro Juan José Castro, un ambicioso programa de obras públicas.
Pero el escollo más grande de su gobierno seguía en pie; la contienda civil seguía su curso con su secuela de fallecidos y heridos, sin mencionar los perjuicios económicos. La postura del presidente Borda era apostar a una resolución militar del conflicto, con el convencimiento rígido e inamovible de que la razón legal estaba de su lado. Su férrea postura determinó que la enorme mayoría de la clase política pidiera, a mediados de 1897, la destitución de Idiarte Borda de su cargo de Presidente de la República, ya que consideraban que debido a su intransigencia y tozudez no se alcanzaba la posibilidad de un entendimiento nacional y, en consecuencia, la tan ansiada paz.
El Ministro de Gobierno, Miguel Herrera y Obes, una vez asesinado el Presidente Idiarte Borda y exiliado en Buenos Aires, le escribe al embajador de Uruguay en Buenos Aires, don Domingo Mendilaharsu la siguiente carta:
Mi distinguido amigo,
Recibí anoche su afectuosa felicitación y la agradezco profundamente.
Me complace sobremanera que una voz tan autorizada como la suya, reconozca la sinceridad de mis esfuerzos en todo lo que hice por conseguir la paz.
Creo, con franqueza, que sin esos esfuerzos que suprimieron grandes obstáculos y dejaron el éxito de las negociaciones pendiente solamente de una o dos jefaturas, (que en último caso se les habría dado a los revolucionarios si el Dr. Berro hubiera traído mejores intenciones pacíficas), al Gobierno actual le habría sido difícil llegar a esta solución para la cual muy poco ha tenido ya que hacer.
Cuando se aplaquen las pasiones y la verdad pueda tranquilamente hacer la luz sobre esos sucesos, hablaré y mostraré hasta la evidencia que el desgraciado Presidente Idiarte Borda no era enemigo de la paz, y que sin su actitud patriótica en las primeras tentativas que se hicieron para conseguirla, esa paz no sería hoy una realidad.
Por lo mismo que soy leal y sincero, nada me incita (subleva) más que una injusticia; y me parece que en eso su carácter y el mío tienen muchos puntos de contacto. Su tarjeta de anoche me lo hace ver así.
Le estrecha la mano con afecto, su amigo
Miguel Herrera y Obes
En abril de 1897, cuando Borda descendía de su carruaje frente a su residencia, fue atacado por un joven, de nombre Juan A. Rabecca, que le puso el revólver en el cuello, pero sin disparar el arma. El Día –diario batllista por antonomasia– publicó al día siguiente un boletín informativo en el que se afirmaba que el intento de magnicidio fue cometido por un individuo de apellido Arredondo. Las hijas de Idiarte Borda –Celia y María Ester Idiarte–, al enterarse de la publicación, dedujeron que era una clara advertencia de que desde filas batllistas se preparaba el asesinato de su padre, ya que era el apellido de un conocido ferviente admirador de Batlle y Ordóñez y sus ideas. Y lo que era más importante: sabían quién llevaría a cabo el crimen.
El 25 de agosto de ese mismo año, Idiarte Borda se disponía a asistir a la celebración de un Te Deum en la Iglesia Matriz de Montevideo. Según sus hijas, antes de partir, le advirtieron a Borda sobre su inminente asesinato, pero el Presidente le restó importancia e incluso se negó a llevar una guardia ecuestre. A la salida de la ceremonia, mientras desfilaba a la cabeza de una comitiva por la calle Sarandí –Ciudad Vieja–, yendo desde la Catedral a la Casa de Gobierno, cuando desde el portal número 331 de dicha calle el atacante Avelino Arredondo, lo asesinó de un impacto de bala frente al Club Uruguay con un antiguo revólver Lefaucheux. La bala dio en el corazón y el Presidente Idiarte Borda falleció instantáneamente. Sus últimas palabras, que apenas logró musitar, fueron «Estoy muerto».
Había mandado construir una suntuosa mansión en el barrio de Colón, Montevideo, en la que no llegó a residir. Los jardines son obra del paisajista francés Carlos Thays.
A pesar de sus bemoles, Juan Idiarte Borda ha sido un presidente realizador, que, más allá de que sea debido a sus obras de gobierno o a sus enfrentamientos con la oposición del Partido Nacional –y más aún con sus correligionarios colorados– ha sido un mandatario que no pasó sin dejar huella en la historia uruguaya. Su carácter, que en parte responde al estereotipo de vasco tozudo, además de carecer de agudeza para la maniobra política y de ser frontal e indiferente ante las finezas de la diplomacia, le valieron más que sus obras o sus ideas, llevadas a cabo desde la Presidencia o cuando aún no había logrado acceder a ella. Sin embargo, sus verdaderos Talones de Aquiles han sido la poca habilidad con la cual modelaba y mantenía su imagen política, y la irrupción en prácticas políticas que ya en su época no se estaba dispuesto a tolerar.
El escritor argentino Jorge Luis Borges escribió un cuento titulado Avelino Arredondo –publicado en su llamado Libro de Arena— que narra en clave de ficción el detallado plan y asesinato del expresidente Juan Idiarte Borda.
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