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Inteligencia militar



En el ámbito militar se llama inteligencia al producto resultante del procesamiento de información relativa a naciones extranjeras, fuerzas o elementos hostiles o potencialmente hostiles o áreas de operaciones reales o potenciales. También se aplica el término a la actividad cuyo resultado es este producto y a las organizaciones involucradas en esta actividad.[1]​ El objetivo de recopilar esta información es permitir planear un uso adecuado de los recursos en las eventuales operaciones que se desarrollen.

Asociada tradicionalmente al espionaje, la inteligencia abarca tareas como la recolección de información de la capacidad tecnológica, el orden de batalla, armas, equipo, entrenamiento, bases militares, comunicaciones, detección de radares, entre otras ocupaciones.

Asociada con el desarrollo de las redes de computadores se ha desarrollada una rama de la inteligencia llamada ciberinteligencia también conocida por las siglas CYBINT (del inglés Cyber Intelligence) o DNINT (del inglés Digital Network Intelligence). Esta disciplina se encarga de la inteligencia abordando tareas destinadas a informar a los tomadores de decisiones sobre aspectos pertenecientes a operaciones en el ámbito del ciberespacio.[2]

La inteligencia militar está a cargo, por lo general, de unidades específicas de las fuerzas armadas. La formación de departamentos profesionales de inteligencia militar se produjo a lo largo de los siglos XVIII y XIX. Durante el siglo de las Luces o siglo de la Ilustración el ejército español empezó a desarrollar redes de espionaje que incluía a ingenieros militares de artillería, guardiamarinas y altos oficiales militares como: las redes de Francisco de Estachería, Jorge Juan y sobre todo la de Luis de Unzaga y Amézaga, este último, por ejemplo, envió desde 1772 a Jean Surriret, Toutant de Beauregard y otros agentes a hablar con los padres fundadores de los nacientes EE. UU., entre ellos con Patrick Henry, Robert Morris, Benjamin Franklin, George Washington, produciendo una eficaz colaboración con las redes de inteligencia norteamericanas y francesas.[3]​ El progreso de la tecnología en el siglo XX les sumaría a las tareas tradicionales de espionaje un gran arsenal de recursos técnicos, desde las imágenes, la intercepción de comunicaciones en conjunto con el criptoanálisis, análisis de patrones comunicativos, la detección de radares y otras funciones, como la inteligencia humana, las operaciones clandestinas, la desinformación, la decepción y la contrainteligencia.

Los departamentos de inteligencia se han utilizado con frecuencia para vigilar dentro del propio Estado, menos con fines militares y más con fines policiales. En los Estados Unidos el FBI cumple funciones de inteligencia interior, y numerosos países latinoamericanos han replicado su estructura (como el CISEN, que es la agencia de Inteligencia oficial, en México, el DNI en República Dominicana, o la Agencia Federal de Investigaciones y Seguridad Interior, en Argentina). Aunque su propósito aparente es el de recabar información sobre las organizaciones criminales de gran escala, como la Mafia, suelen emplearse con fines políticos para el control de la insurgencia.

Para producir inteligencia es necesario abordar una serie de tareas agrupadas en distintas etapas secuenciales en las que la última suele retroalimentar a la primera formando así el llamado ciclo de inteligencia:[4]



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