Por historiografía romana se entiende aquella realizada desde la República romana hasta la decadencia final del Imperio romano. La historiografía romana recibió mucha influencia de la griega, especialmente por Polibio, historiador griego que vivió en Roma y escribió sobre su historia. En general, fue menos rigurosa y más moralizante que la historiografía griega. Se utilizaron fuentes orales y escritas, pero a diferencia de la griega, estas últimas tuvieron mayor importancia por la gran cantidad de documentos antiguos, como archivos sacerdotales, documentos oficiales como leyes y listas de magistrados, archivos familiares y laudationes fúnebres. Algunos autores fueron Tito Livio, Suetonio o Tácito.
La historiografía romana nace en el siglo lll a.C.; época en la que Roma culmina la anexión de Italia tras la conquista de la Magna Grecia y comienza su expansión por el Mediterráneo en sus enfrentamientos con Cartago. Los primeros historiadores fueron los analistas, relatos de acontecimientos ordenados cronológicamente y escritos en griego. Los analistas no establecían relaciones de causa y efecto, mezclando la fábula y relatos prodigiosos con los hechos. Escribían, por otro lado, desde un punto de vista aristocrático y nacionalista. Catón supuso una evolución respecto a los analistas. Escribió Orígenes en siete libros. Ya escribe en latín y las ciudades de Italia y el pueblo romano se convierten en protagonistas de su historia.
La influencia de la historiografía griega, consecuencia de la fuerte helenización cultural que experimenta Roma a partir del siglo II a. C., se evidencia en autores como Polibio (200-118 a. C.) o Plutarco (45-123 d. C.), cuyas obras pretenden asentarse sobre tres puntos básicos: las pretensiones de instrucción moral, cívica y religiosa, su objetivo de "educación de gobernantes" y el entretenimiento intelectual (para clases pudientes e instruidas).
Por otro lado la historiografía romana está íntimamente ligada a la evolución política que lleva del colapso de la República a la instauración del Imperio, y a las propias nociones de ciudadanía y patriotismo generadas por el Estado romano.
Las obras de los analistas fueron ensombrecidos por grandes autores que surgirán al final de la República y principios del Imperio. Así Julio César (100-44 a. C.) es un apologeta de sus éxitos y de la expansión imperial y realizó dos obras: La Guerra de las Galias (De Bello Gallico) y La Guerra Civil (De bello civili), Cayo Salustio (87-35 a. C.) es un político turbio que no parece el mejor referente moral y llevó a cabo tres obras: La Conjuración de Catilina (De coniuratione Catilinae), La Guerra de Yugurta (Bellum Iugurthinum) e Historias (Historiae), Tito Livio (59 a. C.-17 d. C.) es el gran defensor intelectual de la obra de Augusto y realizó una obra de gran transcendencia: Ab Urbe Condita, y Cornelio Tácito (58-120 d. C.) es un miembro del orden senatorial que no deja de mostrar en su obra rencor hacia los emperadores. Suetonio (70-140 d. C.), por su parte, desde su cargo de secretario ab epistulis, encargado de la correspondencia oficial del Gobierno, tuvo acceso a importantes fuentes documentales, privilegiada situación que acaba cuando perdió la confianza del emperador Adriano y fue expulsado de la Corte y quién realizó dos obras: Historias y Anales.
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