Un fósil director, fósil guía, fósil índice o fósil característico es un resto paleontológico o arqueológico cuya presencia puede servir para datar con cierta precisión la unidad estratigráfica en la que se encuentra debido a que son particulares o exclusivos de una determinada época de la historia geológica, o de la Prehistoria, o indicadores de un determinado paleoambiente.
Por lo general, los taxones o modos culturales del pasado que dieron lugar a los fósiles guía tuvieron una duración muy corta a escala geológica —o histórica—, lo que hace que su presencia se limite a unas coordenadas cronológicas —o culturales, en el caso de las culturas prehistóricas—, muy limitadas. Es decir, que si aparece un fósil guía en un estrato, dicho estrato puede ser datado con bastante exactitud. Sin embargo, en bioestratigrafía se utilizan biozonas, unidades estratigráficas que en algunos casos aportan mejor resolución temporal que la proporcionada por un único taxón.
La utilización de los fósiles guía para datar estratos antiguos se remonta al siglo XIX, cuando se pudo comprobar que los contenidos de determinados conjuntos sedimentarios eran diferentes de los inferiores y de los superiores, así se pudo establecer una secuencia, es decir, un orden de sucesión claro, en el que los fósiles se usaban para determinar la antigüedad del depósito. Sin embargo unos fósiles resultan más útiles que otros.
En biocronología la razón de esta utilidad se debe a que la evolución es irreversible, lo que hace que una línea filogenética cambie con el tiempo sin que sea posible que vuelva hacia atrás. Es decir, el registro fósil no se puede repetir, no retrocede. Además, el criterio de aparición y desaparición de determinadas especies permite establecer divisiones estratigráficas relativamente fiables (las llamadas biozonas). El concepto de biozona es prefereido en los estudios bioestratigráficos al de fósil guía, pues, en algunos casos (biozonas de extensión coincidente) pueden aportar mayor resolución temporal que la de un único taxón y permiten establecer divisiones correlativas del registro estratigráfico.
Las condiciones idóneas para que un fósil sea un buen indicador cronoestratigráfico son, en primer lugar, que pertenezca a un linaje que evolucione rápidamente, de modo que sólo aparezcan en un rango mínimo de estratos. En segundo lugar, que tengan una dispersión geográfica lo suficientemente amplia como para que puedan establecerse correlaciones entre yacimientos alejados. Por último, que no se trate de especies raras, difíciles de encontrar, y que sean abundantes en cualquier clase de yacimiento.
Los estudios tafonómicos permiten determinar la presencia de casos de transporte post mortem o fósiles resedimentados o reelaborados, para evitar posibles malinterpretaciones del registro fósil (fósiles procedentes de organismos que vivieron en paleoambientes o edades diferentes a los de formación del sedimento que dio lugar a la roca que los engloba).
Ejemplos de fósiles característicos son los braquiópodos paleozoicos cuya evolución permite establecer las biozonas del Devónico inferior; papel similar lo realizan los graptolitos en el Silúrico superior. También los mamíferos (como los équidos o los micromamíferos) en el Cenozoico.
En la investigación de los tecnocomplejos culturales arqueológicos, a menudo se han usado determinadas herramientas de piedra para caracterizar ciertas épocas o ciertas culturas prehistóricas. El concepto se inspira en el de la Paleontología, sin embargo su aplicación es mucho más problemática, fundamentalmente, porque no se conocen suficientemente bien los procesos evolutivos de las culturas humanas y, en concreto, porque no es posible aplicar la idea de que la evolución cultural es irreversible.
Así, aunque ciertos tipos líticos puedan ser característicos de determinadas culturas, es muy difícil, por no decir, imposible, asegurar que esos mismos tipos no aparezcan en otras culturas con las que no tienen relación alguna.
Un caso paradigmático es el bifaz, que se considera característico de una cultura del paleolítico inferior del Viejo Mundo, pero que puede aparecer en etapas muy posteriores y muy alejadas del planeta. Algo similar ocurre cuando se trata de técnicas concretas, ya sean líticas o metalúrgicas, pues, en la mayoría de los casos, el ser humano es capaz de inventar o descubrir, independientemente, los mismos instrumentos sin que haya contactos culturales (por ejemplo, el arco y las flechas, los metales, etc.).
Todo ello hace que, aunque sigan existiendo ciertos tipos líticos susceptibles de ser considerados fósiles directores, característicos de culturas y periodos concretos, para asegurarse no basta con utilizar la tipología lítica, sino que el diagnóstico debe haber sido corroborado por fuentes de información independientes (dataciones radiométricas, contexto geomorfológico, paleontología…).
Los fósiles guía que proporcionan una información más precisa sobre la edad de las rocas son los de especies que durante su periodo de vida tuvieron una amplia distribución y se extinguieron en poco tiempo.
Enciclopedia de El País.
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