El eneasílabo es un verso de arte mayor, de nueve sílabas, de uso poco frecuente en español. Aparece sobre todo en los estribillos de canciones de tradición oral.
Aparece ya en la medieval Representación de los Reyes Magos (1145) quizá por influjo francés. En las canciones populares del siglo XV hay numerosos testimonios. Sigue utilizándose en los siglos de Oro en estribillos y letras de baile. Durante el Neoclasicismo y el Romanticismo se exploraron diversos tipos de eneasílabo, con diferentes cadencias, en función de la distribución de sílabas tónicas y átonas. En el modernismo, Rubén Darío lo utiliza en uno de sus poemas más conocidos, «Canción de otoño en primavera» (¡Juventud, divino tesoro, / ya te vas para no volver! / cuando quiero llorar, no lloro, / y, a veces, lloro sin querer). Su uso en la poesía posterior es muy reducido.
Son cinco las clases de eneasílabo según José Domínguez Caparrós:
1. El más frecuente y natural (el que se encuentra más veces puro) es el eneasílabo anfibráquico, acentuado obligatoriamente en la segunda y quinta sílabas además de en la octava.:
Tiene un carácter enfático y se acomoda con facilidad al compás de la danza.
2. El eneasílabo yámbico o trocaico va acentuado en todas sus sílabas pares o, al menos, en cuarta y sexta y, como es natural, en la octava:
3. El eneasílabo laverdaico va siempre acentuado en segunda y sexta sílabas, aparte, claro está, de la octava. Lo introdujo el poeta español del siglo XIX Gumersindo Laverde:
Produce un efecto tenue y ligero.
4. El eneasílabo iriartino se llama así en honor a Tomás de Iriarte, poeta español del siglo XVIII. Va acentuado en la tercera sílaba y, a veces, además, en la sexta:
5. El eneasílabo mixto a va acentuado en tercer y quinta sílabas. Se ha hecho uso consciente de él en el Neoclasicismo y en el Modernismo:
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