Diego de Merlo (Valdepeñas, siglo xv-Sevilla, 1482) fue un capitán castellano, guarda mayor de los Reyes Católicos. Fue conocido como "el Valiente". En 1454 ocupaba el puesto, que antes poseyó su padre Juan de Merlo "el Bravo", de alcaide de Alcalá la Real junto con la alcaldía mayor de la misma villa. Desde 1478 desempeñó el cargo de asistente mayor de Sevilla, con anterioridad a Sevilla, en 1476 había ejercido el cargo de asistente mayor de Córdoba.
Como asistente de Córdoba le fue encargado pacificar continuas luchas entre bandos y consolidar la autoridad isabelina tanto en esa ciudad como en sus tierras. El historiador Diego Ortiz de Zúñiga, nos dice que era hijo de Juan de Merlo "el Bravo", guarda mayor de Enrique IV y alcaide de Alcalá la Real. Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, en su libro Batallas y Quincuagenas, afirma que Juan de Merlo nació en Castilla y era hijo a su vez de Martín Alonso de Merlo, Maestresala de la reina Beatriz, consorte del rey Juan I de Castilla. El texto del testamento de Diego de Merlo autoriza a suponer que la familia Merlo provenía de las tierras zamoranas y concretamente de la ciudad de Toro —aún vivía una hermana de Diego allí— y que éste había estado o estaba aún relacionado de alguna forma con la villa de Montánchez. Se casó con doña Constanza Carrillo de Toledo. El historiador Rafael Hurtado Gómez-Cornejo defiende, sin embargo, un posible origen de la familia en tierras manchegas, concretamente en la ciudad de Valdepeñas —en la actual provincia de Ciudad Real—, donde residiría la madre de Don Diego, acreedora del calificativo de la "Buena Viuda de Merlo" que le dispensó la reina, quien en cierta ocasión le concedió un donativo de 10 000 ducados para reformar la Iglesia de la Asunción de dicha ciudad.
Diego de Merlo, comenzada la Guerra de Granada, acudió con su hijo Juan al cerco y toma de Alhama. Vuelto de la batalla, cayó enfermo y murió en Sevilla entre el 2 de agosto y el 5 de septiembre de 1482. Al iniciarse la guerra de Granada con la sorpresiva toma de Zahara por parte de los musulmanes granadinos —finales de 1481—, Diego de Merlo, por mandato expreso de los Reyes Católicos, coordinó las fuerzas de los nobles hasta entonces rivales —el marqués de Cádiz y el duque de Medina Sidonia—, y reunió un gran ejército que tomó Alhama por asalto el 28 de febrero de 1482, defendiéndola luego contra el rey de Granada, Muley Hacén, que trataba de recuperarla. En estos hechos de armas se señaló por sus dotes y heroísmo. Durante los hechos de Alhama, Diego de Merlo mandaba directamente las milicias concejiles sevillanas. Fue un típico "corregidor de capa y espada".
Al volver de la misión encomendada por Diego de Merlo, el primero en informar de que la villa de Alhama estaba poco defendida fue Ortega de Prado.
Rodrigo Ponce de León, deseando ilustrar su historia con una nueva hazaña, se unió a la empresa de atacar la villa de Alhama. Unióse para la empresa con Diego de Merlo, asistente de Sevilla; con Pedro Enríquez, Adelantado mayor de Andalucía; con Pedro de Zúñiga, conde de Miranda del Castañar; con Juan de Robles, alcaide de Jerez, y con Sancho de Ávila, alcaide de Carmona. Se reunieron hasta cuatro mil infantes y tres mil de a caballo; se dirigieron de noche y con el mayor silencio contra el enemigo, llegando a los muros de Alhama, y se ordenó el asalto del castillo.
El 27 de febrero de 1482, el primero en asaltar Alhama fue el valiente Ortega de Prado. El bando cristiano se apoderó de Alhama pasando a degüello a cuantos moros lo defendían, se puso luego en alarma la villa al son de cornetas y otros instrumentos de guerra, y entró todo el ejército por una puerta que le abrieron los que acababan de ocupar la fortaleza, y, a pesar de la desesperada defensa del vecindario, de lo obstruidas que estaban las calles, de lo defendidos que estaban los hogares con numerosas saeteras, y de lo resueltos que se mostraban lo infieles a morir entre las ruinas de sus casas antes que ceder al enemigo, se pasó a través de cadáveres y sangre hasta los últimos confines de la villa, dejándola al fin vencida y confundida. Nada era ya inexpugnable y este hecho de armas lo puso tan de manifiesto, que logró aterrar a todo el reino y hasta al mismo Muley Hacén, que al pronto no supo sino dictar órdenes vagas y de tristes resultados. En la toma de Alhama murió Sancho de Ávila, alcaide de Carmona.
La Crónica de los Reyes Católicos recoge ampliamente el comportamiento de Diego de Merlo en Alhama. Algunos pasajes son significativos: «Aquel caballero Diego de Merlo no quiso salir de la cibdad, porque había principiado la toma della, e propuso de la no dexar, salvo de la sostener, fasta entregarla al Rey, o a su cierto mandado».
Llegado el socorro, relevaron a Diego de Merlo «e a los otros capitanes e gente que en guarda della habían quedado; e regradescióles los trabajos que había habido en la defender». Era el día 14 de mayo de 1482. Diego de Merlo aconsejó a los Reyes Católicos que, para continuar la guerra, se talase la vega de Granada y se sitiase la ciudad de Loja, idea que se puso en práctica. Anteriormente se le relacionó con un episodio de la historia sevillana convertido en leyenda romántica, la de Susana Ben Susón la Susona o la fermosa hembra, hija del banquero judeoconverso Diego Susón —o Diego de Susan—. A finales de 1480, al enterarse de que su padre y otros banqueros, mercaderes y funcionarios judíos y conversos de Sevilla, Carmona y Utrera, estaban tramando una conspiración —reacción contra la presión a la que estaba siendo sometida la comunidad conversa por la recientemente creada Inqusición— que incluiría la muerte de su amante cristiano, la Susona optó por contárselo a éste. El cristiano lo denunció al asistente de Sevilla Diego de Merlo, y se organizó una redada contra la casa de Diego Susón en el barrio de Santa Cruz, en la que fueron apresados unos veinte conspiradores, entre los que estaban Pedro Fernández de Venedera —o Pedro Fernández Benedeva o Benadova, padre del canónigo y mayordomo de la Catedral, que había reunido armas para cien hombres—, Juan Fernández de Albolasya el Perfumado —letrado y alcalde de justicia o Abolafia el perfumado, arrendador de las aduanas—, Manuel Saulí, Bartolomé Torralba, los hermanos Adalde —o los Adalfes de Triana, que aún vivían en el Castillo—, Cristóbal López Monvadura, Alemán "poca sangre", el de los muchos fijos Alemanes, etc. Todos fueron ejecutados a partir de febrero de 1481, contando la leyenda que en Tablada, donde sus cadáveres permanecieron un año colgados —cosa imposible si fueron quemados, como es más verosímil—. En las averiguaciones posteriores se apresó a un gran número de implicados, que terminaron en la hoguera —Fernando del Pulgar afirma que unos dos mil—.
La Susona, que no superó el remordimiento de haber causado la muerte de su padre, mandó que tras su muerte se clavase su propia cabeza en la puerta de la que fue su casa. Desde entonces se llama a ese lugar la Calle de la Muerte.
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