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Definiciones de fascismo



Las distintas definiciones de fascismo y las características específicas de los regímenes fascistas han sido —y son— objeto de gran controversia, en la que se ha discutido —y se discute— la naturaleza exacta del fascismo y sus rasgos básicos.

La mayoría de académicos coincide en que un régimen fascista es, por encima de todo, una forma de gobierno autoritaria, aunque no todos los regímenes autoritarios sean fascistas. El autoritarismo es, en el fascismo, tan solo una de sus características, de forma que la mayoría de académicos afirman que son necesarios más rasgos identificativos para poder definir un régimen autoritario como fascista.

De forma similar, el fascismo como ideología y como movimiento político es también difícil de definir. Entendido en sentido restringido el fascismo es una ideología y un movimiento político que surgió en Italia en 1919, recién acabada la Gran Guerra, y que alcanzó el poder en ese país en 1922 y lo mantuvo hasta 1944 bajo el mando de Benito Mussolini. Se trató de un movimiento político totalitario enlazado con el corporativismo. Es evidente que si esa definición se limita al fascismo italiano original, el término fascismo tendrá poco sentido fuera de la historia de la política italiana. La mayoría de académicos, por tanto, prefiere usar la palabra fascismo en sentido amplio para referirse a una serie de ideologías y de movimientos políticos con características parecidas que se dieron en prácticamente toda Europa durante el período de entreguerras y cuyo ejemplo más radical no fue paradójicamente el fascismo italiano sino el nacionalsocialismo alemán. Es lo que se ha denominado el fascismo histórico, pero el debate se hace todavía más difícil cuando se intenta aplicar el término fascismo a países no europeos o a momentos distintos que el periodo entreguerras. Para ese propósito, hay que identificar un "mínimo fascista", es decir, las condiciones mínimas indispensables que debe cumplir un movimiento político para poder ser considerado fascista. La mejor forma de hacerlo es considerar cuál ha sido la propia definición de fascismo para diversos autores relevantes, para la mayoría de los cuales es un movimiento político y un tipo de régimen político de carácter totalitario, autoritario, antiliberal, antimarxista y antidemocrático.

En la actualidad, como ha destacado Steven Forti, el término fascista, o su versión coloquial facha, ha perdido casi todas sus connotaciones ideológicas hasta el punto que ha sido utilizado por políticos de derechas para descalificar a sus oponentes de izquierda. Como también ha subrayado Robert Griffin, citado por Forti, «el término fascismo sufrió una inflación semántica y, cuanto más lo usaba la gente, su valor como concepto se devaluaba más, como una divisa sin valor». Así se ha producido una banalización del término.[1]

Benito Mussolini, Il Duce, de Italia antes de y durante la Segunda Guerra Mundial, firmó una entrada en la Enciclopedia Italiana en 1932 titulada La doctrina del fascismo.[2][3]​ Suele citarse a ese texto como la definición "original" del fascismo italiano, el cual, a su vez, es considerado el fascismo "original". Sin embargo, el valor de las afirmaciones de Mussolini sobre su propio movimiento político es objeto de discusión.

Algunos extractos destacados de una de las traducciones de la Doctrina del fascismo:

El fundador de las JONS, uno de los principales teóricos del fascismo en España, analiza el fascismo en su libro ¿Fascismo en España?

Nos fijaremos en dos factores, que sin ser desde luego los únicos, ni quizá los de más profundidad, han influido considerablemente en la universalización del fascismo.

Helos aquí:

1) Su tendencia al descubrimiento jurídico-político de un Estado nuevo, con la pretensión histórica de que ese Estado signifique, para el espíritu y las necesidades de la época, lo que el Estado liberal-parlamentario significó en todo el siglo XIX, hasta la Gran guerra.

2) Su estrategia de lucha contra una fuerza social -el marxismo, el partido clasista de los proletarios-, venciéndola revolucionariamente, y sustituyéndola en la ilusión y en el entusiasmo de las masas...

No hay ni puede haber una Internacional fascista. El fascismo, como fenómeno mundial, no es hijo de una fe ecuménica, irradiada proféticamente por nadie. Es más bien un concepto que recoge una actitud mundial, que señala una coincidencia amplísima en la manera de acercarse el hombre de nuestra época a las cuestiones políticas, sociales y económicas más altas. Pero hay en esa actitud mundial zonas irreductibles, que son las primeras en denunciar la no universalidad originaria del fascismo. Pues su dimensión más profunda es lo "nacional". De ahí que el fascismo no tenga otra universalidad que la que le preste el soporte "nacional" en que nace ...

¿Qué significa, en resumen, ser fascista? ¿Qué características ofrece esa actitud moral, política y económica que en el mundo entero se califica hoy de actitud fascista? ¿Qué aspiraciones y qué propósitos tienen esos movimientos que el mundo conoce y señala como movimientos fascistas?

Parece que esas preguntas pueden hoy ser contestadas, y ello, de acuerdo con lo que antes dijimos, sin necesidad de dirigir exclusivamente el catalejo hacia Italia y hacia Mussolini, sino capturando una dimensión esencial de nuestra época, y de la que, en realidad, es ya consecuencia y producto el fascismo italiano mismo.

Señalemos brevemente, en esquemas, las características y afirmaciones centrales, definitorias, que en opinión nuestra determinan el fascismo como fenómeno mundial:

1) La Patria es la categoría histórica y social más firme. Y el culto a la Patria, el impulso creador más vigoroso.

2) El Estado liberal-parlamentario no es ya el Estado nacional. Las instituciones demoburguesas viven al margen del interés de la Patria y del interés del pueblo. No representan ni interpretan ese interés.

3) La oposición a la democracia burguesa y parlamentaria es la oposición a los poderes feudalistas de la sociedad actual.

4) El marxismo es la solución bestial, antinacional y antihumana que representa el clasismo proletario para resolver los evidentes problemas e injusticias, propias del régimen capitalista. La primera incompatibilidad de tipo irresoluble del fascismo se manifiesta frente a los marxistas. Tan irresoluble, que sólo la violencia más implacable es una solución.

5) Desde el momento en que el fascismo no es un producto de los sectores más conformistas de la sociedad, es decir, de los grupos más satisfechos y partidarios de la actual ordenación económica y política, su régimen y su victoria implican, necesariamente, grandes transformaciones revolucionarias.

6) El fascismo busca un nuevo sentido de la autoridad, de la disciplina y de la violencia. Respecto a la autoridad, vinculándola en jefes verdaderos. Respecto a la disciplina, convirtiéndola en liberación, en eficacia y en grandeza del hombre.

Idea nacional profunda. Oposición a las instituciones demoburguesas, al Estado liberal-parlamentario. Desenmascaramiento de los verdaderos poderes feudalistas de la actual sociedad. Incompatibilidad con el marxismo. Economía nacional y economía del pueblo frente al gran capitalismo financiero y monopolista. Sentido de la autoridad, de la disciplina y de la violencia.

José Antonio Primo de Rivera habla del fascismo en el diario ABC el 22 de marzo de 1933, en una carta dirigida a su director Juan Ignacio Luca de Tena: Algunas de sus afirmaciones son las siguientes:

En un Estado fascista no triunfa la clase más fuerte ni el partido más numeroso que no por ser más numeroso ha de tener siempre razón, aunque otra cosa diga un sufragismo estúpido, que triunfa el principio ordenado común a todos, el pensamiento nacional constante, del que el Estado es órgano.

Franklin Delano Roosevelt, Presidente de los Estados Unidos entre 1933 y 1945, en su texto de 1938 Mensaje del Presidente de los Estados Unidos transmitiendo recomendaciones relativas al fortalecimiento y la imposición de las leyes antitrust[6]​ describió el fascismo de la forma siguiente:

El revolucionario, político, militar y teórico soviético León Trotsky definió al fascismo de la siguiente manera (carta a un camarada británico, luego publicada en The Militant el 16 de enero de 1932):

El movimiento fascista italiano fue un movimiento espontáneo de grandes masas, con nuevos dirigentes surgidos de la base. Es de origen plebeyo y está dirigido y financiado por las grandes potencias capitalistas. Se formó en la pequeña burguesía, en el lumpenproletariado y hasta cierto punto también en las masas proletarias; Mussolini, un ex-socialista, es un self-made man producto de este movimiento.

Primo de Rivera era un aristócrata. Ocupaba un alto cargo militar y burocrático y fue gobernador en jefe de Cataluña. Llevó a cabo el golpe con la colaboración de fuerzas estatales y militares. Las dictaduras de España e Italia son dos formas totalmente distintas de dictadura. Hay que diferenciarlas bien. Mussolini tuvo dificultades para reconciliar a muchas viejas instituciones militares con las milicias fascistas. Este problema no existió para Primo de Rivera.

El movimiento alemán se parece fundamentalmente al italiano. Es un movimiento de masas, cuyos dirigentes emplean una buena cantidad de demagogia socialista, la cual es necesaria para la formación de un movimiento de masas.

El fascismo aparece con la llegada del capitalismo a su etapa monopolista para frenar el ascenso del movimiento obrero y tratar de superar la crisis que tal etapa engendra inevitablemente. El imperialismo es un sistema en descomposición, en crisis permanente y, a fin de impedir su hundimiento definitivo, está obligado a adoptar las más drásticas medidas de fuerza. La agudización de todas las contradicciones de esta etapa, impiden a la burguesía resolverlas por los métodos propios de la democracia burguesa: parlamentarismo, elecciones, partidos, tribunales, etc.

Pero el fascismo no es sólo una ideología; el fascismo no está representado sólo, ni siquiera principalmente, por determinados grupos o partidos de extrema derecha, chovinistas o racistas. No se puede separar al fascismo del poder del Estado y surge cuando el capitalismo ha llegado a su última etapa como una forma de impedir la revolución socialista. El fascismo es el monopolismo en la política, el control del poder por un reducido núcleo de los sectores financieros más poderosos. Es la superestructura política que adoptan los países imperialistas, de manera que si la democracia burguesa corresponde al capitalismo premonopolista, el fascismo es la forma de Estado del capitalismo monopolista. En consecuencia, no es un fenómeno político limitado al momento transcurrido entre las dos guerras mundiales del siglo XX, sino una tendencia permanente y general de todos los países capitalistas.

Tampoco se puede identificar al fascismo con sus formas exteriores, ni tampoco con las manifestaciones nacionales en la que se materializó (nacional-socialismo en Alemania, fascismo en Italia, falangismo en España).

El Diccionario filosófico, obra soviética a cargo de Mark Moisevich Rosental (1906-1975) y Pavel Fedorovich Iudin (1899-1968), uno de los más difundidos manuales filosóficos, toma su definición de los documentos del XXII Congreso del PCUS:

José Carlos Mariategui, por su parte, en sus estudios mostró cómo el fascismo no era una "excepción" italiana o un "cataclismo", sino un fenómeno internacional "posible dentro de la lógica de la historia", del desarrollo de los monopolios en el imperialismo y de su necesidad de derrotar la lucha del proletariado. Mariátegui vio el fascismo como una respuesta del gran capital a una crisis social profunda, como la expresión de que la clase dominante no se siente ya suficientemente defendida por sus instituciones democráticas por lo que culpa ante las masas de todos los males de la patria, al régimen parlamentario y a la lucha revolucionaria, y desata el culto a la violencia y al nuevo orden del estado fascista, concebido como estructura autoritaria vertical de corporaciones. Mariátegui vislumbró cómo el triunfo del fascismo estaba inevitablemente destinado a exasperar la crisis europea y mundial.

Como ha señalado el historiador italiano Steven Forti, «entre los historiadores, de hecho, ha habido —y sigue habiendo— un intenso debate sobre la definición misma del concepto de fascismo. [...] Las divergencias aumentan, además, cuando entramos en el análisis de casos concretos, más allá de la Italia de Mussolini o de la Alemania de Hitler. ¿Fueron la Francia del mariscal Pétain, la Hungría de Horthy, el Portugal de Salazar, la España de Franco o la Austria de Dollfuss unos regímenes fascistas? ¿O se trató de unos regímenes más o menos fascistizados o sencillamente autoritarios?». Por este motivo hay historiadores como Enzo Collotti que proponen hablar de facismos, en plural.[10]

Para definir el fascismo Stanley G. Payne, en su obra de 1980 Fascismo: Comparación y definición,[11][12]​ parte de lo que él llama la «triple negación del fascismo». Las dos primeras, el antiliberalismo y el antisocialismo (singularmente el "antimarxismo"), las comparte con el resto de ideologías y movimientos políticos de la derecha autoritaria (no democrática), por lo que la tercera es la que la distingue al fascismo de esta última: se trata del rechazo de las formas tradicionales de conservadurismo (las basadas en la religión o en la monarquía tradicionales, por ejemplo), ya que el fascismo propugnaba una "Revolución Nacional" que crearía un "Orden Nuevo" y un "Hombre Nuevo".

A estos tres rasgos definitorios y clave del fascismo, Payne añade los siguientes: creación de un estado autoritario; creación y control de un sector económico integrado en el Estado, interclasista y altamente regulado, ya sea llamada corporativista nacional, nacionalsocialista o nacional sindicalista; evaluación positiva y uso de, o disposición a usar, la violencia y la guerra; empeño extremo en el principio masculino y en el dominio masculino, al tiempo que defiende una visión fuertemente orgánica de la sociedad.

Roger Griffin pone el énfasis en el aspecto de la retórica popular fascista que reclama un "renacimiento" de la nación y la etnia entremezcladas.[13]​ Según Griffin:

También según Griffin, durante los años 1990 se desarrolló un amplio consenso académico en el ámbito de las ciencias sociales dentro del mundo angloparlante, centrado en la siguiente definición de fascismo:

Griffin afirma que la definición anterior puede condensarse en una sola frase:

, La palabra palingenésico se refiere a la noción de renacimiento (en este caso, renacimiento nacional), y tiene un significado similar a los términos "apocalíptico" y "milenario", aunque sin connotaciones religiosas.

Emilio Gentile describe el fascismo como «la sacralización de la política» a través de métodos totalitarios.[17]​ En su libro más reciente Quién es fascista (2019) ha propuesto el siguiente «mapa conceptual» del fascismo configurado por diez elementos:[18]
«Dimensión organizativa
1. Un movimiento de masas, en suma interclasista, pero en el que prevalecen, en los cuadros dirigentes y en la masa de los militantes, jóvenes pertenecientes principalmente a las clases medias, organizados en forma original e inédita de 'partido milicia'. Este... se considera investido de una misión de regeneración nacional, se conceptúa en estado de guerra contra los adversarios políticos y trata de adquirir el monopolio del poder político usando el terror, la táctica parlamentaria y el compromiso con los grupos dirigentes, para crear un nuevo régimen, destruyendo la democracia parlamentaria.

Dimensión cultural
2. Una cultura basada en el pensamiento mítico, en un sentimiento trágico y activista de la vida concebida como manifestación de la voluntad de poder, en el mito de la juventud como artífice de la historia, en la militarización de la política como modelo de vida y de organización colectiva.

3. Una ideología de carácter antiideológica y pragmática, que se declara antimaterialista, antiindividualista, antiliberal, antidemocrática, antimarxista, tendencialmente populista y anticapitalista, expresada estéticamente, más que teóricamente, a través de un nuevo estilo político y a través de los mitos, los ritos y los símbolos de una religión laica, instituida en función del proceso de aculturación, de socialización y de integración fideísta de las masas cuya finalidad es la creación de un 'hombre nuevo'.

4. Una concepción totalitaria de la primacía de la política como experiencia integral y revolución continua, para llevar a cabo —a través del Estado totalitario— la fusión del individuo y de las masas en una unidad orgánica y mística de la nación como comunidad étnica y moral, adoptando medidas de discriminación y de persecución contra quienes son considerados fuera de esta comunidad, por ser enemigos del régimen o porque pertenecen a razas consideradas inferiores o, en cualquier caso, peligrosas para la integridad de la nación.

5. Una ética civil basada en la subordinación absoluta del ciudadano al Estado, en la entrega total del individuo a la comunidad nacional, en la disciplina, en la virilidad, en la camaradería y en el espíritu guerrero.

Dimensión institucional

6. Un aparato policial, que previene, controla y reprime, incluso recurriendo al terror organizado, la disensión y la oposición.

7. Un partido único, que tiene las siguientes funciones: garantizar, a través de una milicia propia, la defensa armada del régimen...; llevar a cabo la selección de nuevos cuadros dirigentes y la formación de la 'aristocracia del mando'; organizar a las masas en el Estado totalitario involucrándose en un proceso pedagógico de movilización permanente, emocional y fideísta; operar en el interior del régimen como órgano de la 'revolución continua' en pro de la permanente actuación del Estado totalitario en las instituciones, en la sociedad, en la mentalidad y en las costumbres.

8. Un sistema político basado en la simbiosis entre régimen y Estado, ordenado según una jerarquía de funciones, nombrada desde lo alto y que culmina en la figura del 'jefe', investido de sacralidad carismática...

9. Una organización corporativa de la economía, que suprime la libertad sindical, amplía la esfera de intervención del Estado y trata de llevar a cabo, según principios tecnocráticos y solidaristas, la colaboración de las clases productivas bajo el control del régimen, para la consecución de sus finalidades de potencia, pero preservando la propiedad privada y la división de clases.

10. Un política exterior inspirada por la búsqueda de la potencia y de la grandeza nacionales, con objetivos de expansión imperialista y con vistas a la creación de una nueva civilización

Robert Paxton, profesor emérito de la Universidad de Columbia, define el fascismo en su libro Anatomía del fascismo como:

En el mismo libro, Paxton también sostiene que los cimientos del fascismo se encuentran en un conjunto de "pasiones movilizadoras" más que en una doctrina elaborada. Sostiene que estas pasiones pueden explicar gran parte del comportamiento de los fascistas:

La definición del fascismo de Kevin Passmore —profesor de historia en la Universidad de Cardiff— en su libro de divulgación de 2002 "Fascism: A Very Short Introduction".[20]​ desciende directamente de la visión presentada por Ernesto Laclau, y también está informada por un deseo de ajustarse a lo que él cree que son deficiencias en los análisis marxistas, weberianos y otros del fascismo:

El politólogo italiano Norberto Bobbio ha propuesto la siguiente definición del fascismo:[21]

El historiador italiano Steven Forti, tras hacer un repaso de las diferentes definiciones que se han propuesto del fascismo, considera como «las características principales del fascismo» las siguientes:[22]

En 1995 el semiólogo italiano Umberto Eco pronunció una conferencia en Estados Unidos titulada Eternal Fascism, en la que planteaba el concepto de Ur-Fascismo o «fascismo eterno». Eco habló ante un público de estudiantes norteamericanos un 25 de abril, el día de la liberación de Italia del nazifascismo, y pocos días después de que Estados Unidos hubiera sufrido el atentado de Oklahoma City. Asimismo el año anterior había llegado al poder en Italia Silvio Berlusconi que había abierto las puertas al neofascista Movimiento Social Italiano a punto de transformarse en la posfascista Alianza Nacional. Este contexto es el que explicaría que Eco considerara que el fascismo no era un fenómeno político circunscrito al período de entreguerras, y derrotado en 1945, sino que era un hecho «ahistórico», «eterno».[23]

Umberto Eco enumeró catorce características generales del fascismo y, según él, la presencia de al menos una de ellas sería suficiente para crear «una nebulosa fascista».[24][25]

El libro de Eco Il fascismo eterno se volvió a publicar en 2017, un año después de su muerte, y en seguida fue traducido a otros idiomas (en español en 2018 con el título Contra el fascismo). Su propuesta del «fascismo eterno» tuvo una gran repercusión entre las izquierdas que, en contra de lo sostenido por la inmensa mayoría de los historiadores, asumieron la tesis de que el fascismo habría seguido existiendo tras su derrota en 1945. Fue el caso, por ejemplo, del filósofo norteamericano Jason Stanley.[26]

Tal vez el historiador que se ha mostrado más crítico con la tesis del «fascismo eterno» ha sido el italiano Emilio Gentile. Según Gentile, «no podemos prescindir del fascismo histórico para definir quién es fascista o usar el término "fascista" para movimientos políticos que no presentan en absoluto sus características peculiares, o incluso tienen características opuestas al fascismo histórico» («partido milicia, régimen totalitario, religión política, regimentación de la población, militarismo integral, preparación belicosa a la expansión imperial»).[27]

Siguiendo la estela de Umberto Eco, el filósofo norteamericano Jason Stanley ha definido el fascismo como «el ultranacionalismo de distinto tipo (étnico, religioso, cultural), en el que la figura de un líder autoritario representa a la nación y habla por ella». En su libro Facha: cómo funciona el fascismo y cómo ha entrado en tu vida (título de la edición en español publicada en 2019) analizaba los casos de Rusia, Hungría, Polonia, India, Turquía y Estados Unidos en los se estaba aplicando la «política fascista», es decir, «las tácticas fascistas, como mecanismo para obtener el poder»: «el pasado mítico, la propaganda, el antiintelectualismo, la irrealidad, la jerarquía, el victimismo, el orden público, la ansiedad sexual, el llamamiento al espíritu de la nación y el desmantelamiento del Estado de bienestar y la unidad».[26]



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