La expansión del Comercio de la Corona de Aragón se canalizó en cinco direcciones: el Mediterráneo oriental, el Mediterráneo occidental, la península Itálica, la península ibérica y la Europa continental y del Atlántico norte.
El Mediterráneo oriental, llamada Levante o ultramar, era la ruta más rica del comercio aragonés. Más allá del estrecho de Mesina, las embarcaciones que se adentra dividían el rumbo de la siguiente manera: unas, navegando a través de las islas griegas y haciendo escala eventualmente a Quíos y Eubea, se dirigían a Constantinopla, otros haciendo escala en Rodas, se dirigían a Beirut (Siria) y Alejandría (Egipto).
En el sector de la Egeo y Constantinopla, donde los aragoneses gozaban de privilegios, vendían productos agrícolas (azafrán, aceite) y de fabricación (trapo s, dagas, coral), y compraban materias primas (alumbre, cera, cobre, algodón) y esclavo s.
En el sector de Ruedas, Siria y Egipto los mercaderes aragoneses también vendían productos agropecuarios y de fabricación y se proveían de artículos de procedencia lejana, sobre todo especies (jengibre, pimienta, canela, laca, incienso), que eran productos caros y fáciles de transportar, susceptibles de dar un amplio margen de beneficios.
El comercio oriental era "la corriente más importante del comercio internacional de Barcelona, que le debía todas sus fortunas y la prosperidad de su clase dirigente".
El Mediterráneo occidental era, para los aragoneses, un ámbito familiar en el que históricamente se mezclaban intereses mercantiles, dinásticos y militares, y en la que el dominio político reforzaba o garantía el auge de los mercaderes. Las áreas de acción preferente eran el norte de África, Sicilia y Cerdeña:
La península italiana fue otra zona abierta al comercio catalán:
La intensidad de los intercambios con los territorios peninsulares que no formaban parte de la Corona de Aragón era desigual: así, mientras con el reino de Granada y la corona de Portugal, por ejemplo, siempre fue un mercado marginal, más interés potencial presentaba la Andalucía castellana, en concreto Sevilla, pero aquí, a pesar de los privilegios obtenidos, el volumen de negocios nunca fue considerable.
Diferente era la situación de los mercados del interior de la península, a los que se accedía a través de Aragón. A través de la cuenca del Ebro el territorio se proveía de productos hispánicos y reenviaba hacia el interior peninsular productos norteafricanos, mediterráneos, orientales y de la propia industria.
Al final de la Edad Media la marina castellana llegó al Mediterráneo, donde rivalizó en la industria del transporte con la aragonesa, y los mercaderes andaluces comenzaron a ser activos en mercados de la Corona de Aragón donde vendían, entre otros productos, pescado secado o salado, cueros, hierro, etc.
La Europa continental y del Atlántico norte era un ámbito esencial del comercio catalán:
En resumen, en la plenitud del mundo medieval buena parte de la prosperidad catalana reposaba en esta estructura mercantil que integraba, en las actividades de producción y en el comercio, sectores sociales muy diversos, generaba beneficios particulares y alimentaba las finanzas públicas.
Los circuitos mercantiles estaban integrados en una lógica global que en buena parte se basaba en la reexportación de productos, es decir, en la comercialización fuera del territorio catalán de mercancías adquiridas en otros países, sobre todo especies orientales y tejidos flamencos, y en la integración en esta estructura de una parte de la propia producción, sobre todo azafrán y paños de lana.
Dada la interrelación de las rutas marítimas y la reexportación, es lógico que la balanza comercial presentara déficits en unas rutas y superávits en otras, pero todos los indicadores muestran que el saldo final era favorable.
Los intercambios entre los propios reinos de la Corona de Aragón peninsular fueron muy importantes.
Así, las relaciones comerciales entre los condados catalanes y Aragón eran fluidas: Cataluña encontraba en la agricultura (trigo) y la ganadería (lana, carne) de Aragón productos que permitían remediar las carencias de la población. A cambio, Aragón se servía de la mediación de Cataluña para acceder a productos mediterráneos de importación (especies, tejidos de lujo, esclavo s).
Cataluña, el Reino de Valencia y las Islas también mantuvieron intensas relaciones comerciales: los catalanes eran los principales clientes de la producción valenciana (lana, seda, lino, arroz, fruta) que en parte reexportar, y aunque los valencianos compraban poco en Cataluña los catalanes compensaban el desequilibrio invirtiendo capitales en el Reino de Valencia y haciendo de transportistas marítimos.
En el tráfico mercantil entre Mallorca y Valencia, en el que predominaba el intercambio de productos alimenticios y materias primas, la balanza comercial era más equilibrada.
El transporte marítimo se apoyaba sobre una potente industria naval, sector en el que el capital privado encontraba el apoyo de los poderes públicos. Los barcos se construían en las atarazanas, que eran espacios y edificios junto al mar.
Sin embargo, construir embarcaciones, sobre todo cuando eran de gran tonelaje, implicaba inversiones fuertes que los particulares afrontaban asociándose entre ellos. El resultado eran unos barcos de más de un propietario (parçoners), que los explotaban conjuntamente y se repartían los beneficios de los fletes.
La construcción de las atarazanas de Barcelona comenzó por iniciativa de Jaime I (1243), pero el impulso decisivo lo dieron el rey Pedro el Ceremonioso, la ciudad y la Generalísima en el siglo XIV, época en que quedaron terminadas las ocho grandes naves paralelas. Estas atarazanas dotaron a los mercaderes y a la monarquía de una marina potente que tanto servía para comerciar como para hacer la guerra.
Las embarcaciones empleadas en el comercio mediterráneo de la baja edad media pertenecían a dos tradiciones náuticas: la latina y la atlántica.
La latina, de barcos de remos, líneas planas y vela triangular. A su vez, los barcos de remos se agrupaban en dos familias: la familia de la galera, que era la embarcación más utilizada por los catalanes en las líneas largas de navegación, con una capacidad de carga de entre 10 y 40 toneladas Moorsom, y la familia del leña, de una capacidad no superior a 10 toneladas, destinado a la navegación de cabotaje.
El atlántica, de barcos redondos y vela cuadrada. Los principales buques redondos que navegaban por el Mediterráneo, y que en parte pertenecían a navieros del Cantábrico, eran las naves, de una capacidad de carga de 150 a 200 toneladas, y las tortas.
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