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Chile en la Segunda Guerra Mundial



Bandera de Japón Hideki Tōjō

La participación de Chile en la Segunda Guerra Mundial fue un hecho absolutamente diplomático, sin la existencia de acciones bélicas oficiales, esto excluyendo la participación de ciudadanos chilenos en las fuerzas armadas de los bandos en conflicto.[1]​ En abril de 1945, el Congreso Nacional autorizó al presidente Juan Antonio Ríos a declarar la guerra al Eje, la cual se oficializó el 13 de abril, específicamente en contra de Japón. Sin embargo, dada la inminente derrota del país nipón, no se tomaron medidas de carácter militar para participar en la guerra. Con esto, Chile fue el último país en el mundo en unirse al bando de los Aliados.

Chile tenía una presencia económica y migratoria importante desde ambos lados en conflicto. Los alemanes llevaban un siglo como una gran colonia residente y existía un partido nacionalsocialista local dirigido por Jorge González von Marées con cierto nivel de representación, al mismo tiempo que había una numerosa colonia italiana así como comunidades japonesas principalmente en el norte. Por otra parte, los británicos y franceses también tenían gran presencia histórica en el sector bancario, industrial y de los medios de comunicación mientras que la influencia económica y cultural norteamericana ya se había consolidado en el país.

Pedro Aguirre Cerda había declarado abiertamente la neutralidad de Chile en la Segunda Guerra Mundial, sin embargo las cosas cambiarían a finales de 1941 tras la entrada de Estados Unidos en el conflicto, así como el ingreso del Partido Progresista Nacional (representando al comunismo) a la Alianza Democrática liderada por el Partido Radical con tal de enfrentar las elecciones de 1942, convocadas tras el fallecimiento de Aguirre Cerda.

Después del ataque a Pearl Harbor, el ministro de Relaciones Exteriores, Juan Bautista Rossetti, convocó de manera urgente a una reunión de los cancilleres de los países americanos. Esta sería la Conferencia de Río, en donde se tomó la decisión de reafirmar los principios de solidaridad continental y se recomendaba la ruptura de relaciones diplomáticas con Japón, Alemania e Italia.

Pese a que entre la opinión pública existía una creciente antipatía hacia el nazifascismo, lo cual fue determinante para la victoria de Juan Antonio Ríos, éste optó por mantener la neutralidad junto a su ministro de Relaciones Exteriores Ernesto Barros Jarpa, aunque se le dio el estatuto de «no beligerante» a Estados Unidos en cumplimiento de sus deberes de solidaridad continental.

Las razones para mantener la neutralidad de Chile eran múltiples: ninguno de los países del Eje había dado motivo u ofensa alguna para motivar la ruptura; la amenaza de un posible ataque japonés, que había advertido que Chile buscaría problemas si rompía relaciones;[2]​ el temor a ser víctima de una guerra submarina indiscriminada con los subsecuentes resultados económicos; y la importancia social y cultural de la colonia alemana en Chile, ya que incluso la esposa del propio Ríos descendía de colonos alemanes.

El 13 de mayo de 1942, en un confuso incidente, el barco chileno Toltén de la Compañía Sudamericana de Vapores fue hundido en su camino a Nueva York, muriendo sus 28 tripulantes. Se presumió que fue hundido por un submarino alemán, sin embargo por una extraña orden que había recibido horas antes, el barco navegaba sin luces que permitieran su identificación como neutral.[3]

Mientras que la mayoría de los países del Caribe, y luego México y el Brasil rompieron relaciones con el Eje en los meses posteriores a Pearl Harbor, el gobierno de los Estados Unidos inició una campaña de presión sobre los restantes países latinoamericanos para que abandonaran la neutralidad, advirtiendo que ésta permitía la acción de espías nazis en su territorio, mientras que varios de los países latinoamericanos alineados con Washington empezaron a amenazar con boicots contra aquellos que aún mantenían relaciones con Berlin, Roma y Tokio. El gobierno chileno, por su parte, intentó condicionar el abandono de la neutralidad a la obtención de una mayor asistencia militar por parte del gobierno norteamericano.[4]

Un evento en particular amargó las relaciones entre ambos países. El presidente Franklin D. Roosevelt había despachado una invitación a su homólogo chileno para que visitase Estados Unidos, con la esperanza de que Ríos rompiese relaciones antes de su partida. En estas circunstancias, el secretario de Estado subrogante, Sumner Welles, realizó el 8 de octubre de 1942 un polémico discurso, en que advertía que Chile y Argentina permitían «que sus territorios sean utilizados por funcionarios y agentes subversivos del Eje, como bases para actividades hostiles en contra de sus vecinos […] no puedo creer que las dos repúblicas todavía permitirán por mucho tiempo que sus vecinos americanos […] sean apuñalados por la espalda por emisarios del Eje que operan en sus territorios».[5]

Estas declaraciones causaron gran escándalo en Chile, por lo que el presidente debió suspender su visita a Estados Unidos y recibió el apoyo unánime de la opinión pública nacional en su posición internacional, en la cual se dieron diversas manifestaciones de apoyo, especialmente desde una facción del Partido Socialista (miembro de la coalición de gobierno) liderada por el futuro Presidente Salvador Allende, lo cual generaría tensiones con un sector encabezado por Marmaduke Grove y Oscar Schnake, que se consideraba más cercano a los norteamericanos. Ríos recién visitaría los Estados Unidos tras el final de la guerra en 1945 en una gira por las Américas.

La información de Welles no era del todo exagerada, pues durante el año 1942 se empezaron a desbaratar varias redes de espionaje alemán –que eran parte de la llamada Operación Bolívar[6]​ que operaban en Chile. También dentro del país la opinión a favor de la ruptura de relaciones se hacía más intensa, a pesar del rechazo hacia las palabras de Welles. La Alianza Democrática exigió a Ríos la ruptura con el Eje y la apertura de relaciones con la Unión Soviética.

En tales circunstancias, Ríos debió prescindir de Barros Jarpa y reemplazarlo por Joaquín Fernández Fernández, antiguo compañero de gabinete en la polémica administración de Carlos Dávila en 1932. En diciembre fue enviado a los Estados Unidos el ministro del Interior Raúl Morales, quien se entrevistó con Roosevelt para explicar la posición del país y obtener garantías antes de la ruptura. Cuando las obtuvo, al presidente Ríos le pareció suficiente y decidió, tras consultarlo con el Senado —que lo aprobó por 30 votos a favor, 10 en contra y 2 abstenciones—, decretar el 20 de enero de 1943 la ruptura de relaciones diplomáticas con la Alemania nazi, Italia y el Japón.

A fines de 1943, alertado por el espionaje británico, el gobierno arrestó a un grupo nacionalista que pretendía derrocar al gobierno y reinstaurar las relaciones con los países del Eje. Estados Unidos envió el crucero Trenton a las costas de Valparaíso para intimidar a quienes intentasen derrocar al gobierno chileno.[8]

La coyuntura también influyó en que Chile iniciara relaciones diplomáticas y consulares con uno de los principales miembros de los Aliados, la Unión Soviética, las cuales se oficializaron el 11 de diciembre de 1944 en Washington DC, Estados Unidos, por intermedio de los embajadores acreditados de ambos países en la capital estadounidense, Marcial Mora Miranda y Andrei Gromyko.[9]

El 14 de febrero de 1945 el gobierno de Ríos declaró estado de beligerancia con el Imperio de Japón, con el fin de ingresar a la Organización de las Naciones Unidas, que pedía como requisito de ingreso el haber declarado la guerra a alguna de las potencias del Eje. Como internacionalmente se consideró que esta declaración no bastaba para llenar los requisitos requeridos, Chile dio el paso de declararle formalmente la guerra al Japón.

El presidente envió al Congreso Nacional un proyecto de ley para declarar la guerra a Japón, el cual fue aprobado por la Cámara de Diputados el 11 de abril de 1945, por 70 votos a favor y 2 abstenciones.[10]​ Dos días más tarde, el 13 de abril, Ríos firmó junto a todo su gabinete ministerial el decreto de declaración de guerra.[7]

Artículo 2°.- Los Ministerios del Interior, Relaciones Exteriores y Defensa Nacional, dictarán y cursarán, de conformidad a sus respectivas atribuciones legales, las disposiciones complementarias que correspondan.

Poco tiempo después, en septiembre de 1945, la guerra fue ganada por los aliados, logrando Chile mantenerse a salvo de dichos acontecimientos y sus graves consecuencias mundiales. Las relaciones diplomáticas con Japón se restaurarían en 1950, cuando el país asiático nombró a Katsusito Narita su embajador en Chile,[7]​ y con la firma del Tratado de San Francisco un año más tarde.

Puesto que una invasión alemana estaba descartada y una invasión terrestre desde Japón, si bien era posible, para la fecha de la declaración ya era improbable, la preocupación estaba en el sector de la Armada de Chile, que se estimaba podría llevar el peso de la guerra. Se temían acciones de bloqueo y ataque a puertos que suministraban metales a los aliados (Tocopilla, Antofagasta, Chañaral y San Antonio), los cuales fueron artillados, pero principalmente se protegió el paso por el estrecho de Magallanes. Lamentablemente las naves con que se contaba, aunque eran de mediana antigüedad para la época, no eran suficientes y prácticamente no se disponía de armamento antiaéreo y antisubmarino. Peor aún era que el acorazado Almirante Latorre, el mejor buque chileno, databa de 1921 (y que en su momento fue una de las naves más poderosas del mundo), para la época del eventual conflicto estaba en reparaciones.[11]

Otro tema era que el espionaje de los puertos pudiesen alertar a los submarinos alemanes de los movimientos de los barcos aliados. Los nazis establecieron la Operación Bolívar para realizar espionaje en todo Latinoamérica, con especial énfasis en el Cono Sur. En Chile, las operaciones estuvieron a cargo de Ludwig von Bohlen, y consistieron en dos emisoras de radio que transmitieron desde el territorio chileno, conocidas como «PYL» —que emitió desde Quilpúe a partir de agosto de 1941—[12]​ y «PQZ», instalada tras el desmantelamiento de la primera.[13]​ Por ello, el gobierno chileno creó una oficina dependiente de la Policía de Investigaciones llamada «Sección Confidencial Internacional» (SCI), aunque fue más conocida como «Departamento 50» (o «D50»), que logró numerosos arrestos de supuestos espías, acusados de planear sabotajes, pero finalmente nada concreto se pudo demostrar.[14]

Entre las acciones efectivas estuvo la vigilancia y relegación de los japoneses a las localidades de Casablanca y Buin (a diferencia de los germanos e italianos, que no recibieron ese trato), y el cambio de nombre al Parque Japonés por Parque Gran Bretaña (actual Parque Balmaceda) en 1941.[15]​ Además se dejaron de regar los cerezos regalados por el emperador, acción que será motivo de burlas en los próximos años por ser la única agresión al Imperio de Japón.[16]

Tras finalizar la guerra, entre 500 y 1000 colaboradores del régimen de la Alemania nazi se ocultaron en Chile con el fin de no ser enjuiciados.[17]



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