Un capelo o galero (del latín galerum, pl. Galera) en la Iglesia católica era un sombrero de ala ancha usado por el clero, con cordones terminados en borlas que quedaban sobre el pecho. Tiene su origen en los sombreros de peregrino. Se utiliza en heráldica eclesiástica desde el siglo XIV, sustituyendo a las mitras en los escudos.
Durante siglos, el uso del galero estaba limitado a los cardenales, como una corona que simbolizaba el título de Príncipe de la Iglesia. El papa Inocencio IV fue el primero que impuso el capelo rojo a los cardenales en 1245 en el primer Concilio de Lyon. La tradición en la Archidiócesis de Lyon era que el color rojo fue inspirado por los sombreros rojos de los cánones de Lyon. Según Noonan, el papa Inocencio quería que sus favoritos fuesen diferentes y reconocibles en las procesiones del Concilio. El cardenal Jean Cholet utilizó su galero para coronar a Carlos de Valois en 1285 en Gerona como Rey de Aragón durante la Cruzada aragonesa, lo que le valió el mote de "roi du Chapeau" ("rey del sombrero").
Aunque el uso del capelo en heráldica era ya común desde el siglo XIV, fue Pío X quien reguló definitivamente, mediante decreto el 21 de febrero de 1905, los colores y el número de borlas que correspondían a cada grado dentro de la jerarquía.
Para los abades, priores y superiores de órdenes religiosas, se admite sustituir el color negro por el blanco.
Los presbíteros y diáconos, por lo general, no utilizan escudo de armas, salvo que lo utilicen por otras razones (por ejemplo, la pertenencia a una familia con títulos nobiliarios o con derecho de uso de escudo de armas); en esos casos, deberán timbrar su escudo con el capelo correspondiente.
Cuando se creaba un cardenal, el Papa colocaba un capelo escarlata sobre la cabeza del nuevo cardenal en el Consistorio; esta práctica dio lugar a la frase "recibir el capelo cardenalicio". Durante el Consistorio, el Papa se los coloca a los nuevos cardenales, y les entrega un rollo en el que está escrito el título que le corresponde a cada nuevo cardenal.
En 1969, un decreto papal tras el Concilio Vaticano II puso fin a la utilización del capelo, como un acto de humildad de la jerarquía de la Iglesia. Se consideró que mediante la eliminación de tales insignias elaboradas, el pueblo podría identificarse mejor con sus líderes pastorales. Hoy en día, sólo el solideo rojo y la birreta se colocan sobre las cabezas de los cardenales en el consistorio. Los cardenales de rito oriental tienen su propio sombrero distintivo.
Actualmente, el capelo ha caído completamente en desuso, salvo en heráldica.
Sin embargo, algunos cardenales continúan obteniendo galeros privadamente para conservar la antigua ceremonia de la suspensión del mismo sobre sus tumbas. Según dicha tradición, cuando moría un cardenal, se colgaba su capelo sobre su tumba, donde permanece hasta que queda reducido a polvo, simbolizando que toda la gloria terrenal es pasajera. Se dice que cuando cae, el alma del cardenal ha entrado en el Cielo.
También está permitido utilizar el sombrero de teja como prenda para protegerse del sol, fuera de los servicios religiosos, con pequeñas borlas acordonadas sobre el ala, en número y color equivalente al del galero heráldico propio de su escalafón en la jerarquía.
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