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Benínar



Benínar es un despoblado del municipio español de Berja, en la provincia de Almería, situado actualmente bajo las aguas del pantano de Benínar. Del antiguo pueblo solamente han quedado en pie su pedanía, Hirmes, y algunos cortijos, como los de la Veguilla de Cintas. Desde 1984 depende administrativamente del municipio de Berja.[1]

Benínar estaba situado sobre una ladera, en el valle del río Grande de Adra, entre Sierra Nevada, la Sierra de Gádor y la Sierra de la Contraviesa. Su orografía era muy abrupta, combinando en su tiempo una fértil vega con amplias zonas de pastos comunales.

Antes de su integración en Berja, limitaba con los términos municipales de Turón —en Granada—, Darrícal y la propia Berja.

La palabra Benínar es muy sugerente, ya que procede de la castellanización de la expresión del árabe clásico '"Hijo del fuego", que se pronuncia "Ibn-annaar", donde "Ibn" (se lee "iben", con una e breve) significa "hijo", mientras que "annaar" significa "el fuego" cuando está aislada y "del fuego" cuando está junto a "Ibn". En letras arábigas se escribe de la siguiente forma: Beninar en arabe.jpg

Cuando "Ibn" (que es singular) se asocia a una comunidad de personas del tipo clan, tribu, patria, se convierte en plural, siendo ahora "Banou" (se pronuncia "benu"), "Abnaa" (se pronuncia "benna") o "Bani" (se pronuncia "Beni") Por ejemplo las personas de la provincia de Málaga (los malagueños) en árabe se llamarían "Beni-málaga".

Si "Ibn", hijo, se asocia a una relación familiar, el plural que representa a los descendientes de esa familia se escribe castellanizado "Ben", sin la "i" o "Aben". Por ejemplo, en la revolución de los moriscos, el marqués Don Fernando de Válor, perteneciente a la familia de los "Omeyas" o "Humeyas", se nombra "Aben-Humeya".

Si "Ibn", hijo, se asocia a un término que no es referente a un clan o a una relación familiar se comporta como en el caso de los clanes o tribus, pero con la particularidad de que en muchos ocasiones aparece una discordancia en el género. Es el caso de la expresión "Hijo del fuego", que es correcta en árabe clásico y en español; pero la expresión "Hijos del fuego" es malsonante en el árabe clásico (asocia un plural, hijos, a una singularidad, fuego), aunque es correcto en el español y en el árabe andalusí.

En aquellos tiempos, los moriscos no hablaban el árabe clásico, sino un dialecto andalusí, en el que el término "Ibn", singular, en plural es "Beni", pero sin importar nada asociarlo a una singularidad como "annaar" (el fuego). Es decir, los habitantes de Benínar y su pueblo, se pronunciaba así: "Beni-annaar" con el acento en la última "a". No importaba, por tanto, la discordancia, ya que un árabe de Arabia diría necesariamente "Ibn-annaar" (Hijo del fuego), mientras que el morisco preferiría decir "Beni-annaar" (Hijos del fuego)

La castellanización final se llevó a cabo transformando estructuras sonoras difíciles de pronunciar, en otras más suaves y mejor adaptadas al oído castellano: el sonido "nn" sonoro entre vocales se transforma en un sonido más sordo de una sola "n", y pasando la estructura "an" a desaparecer y pronunciarse solamente la "i" precedente. La "a" larga, que hemos representado por "aa" pasa a la "a" corta del castellano, ya que el sonido largo no es habitual en nuestro idioma. El acento agudo, en la sílaba "ar" pasa a ser llano en la nueva "i" generada.

El resultado es el que ya conocemos: Benínar, más fácil de pronunciar y más suave al oído.

Los yacimientos arqueológicos más antiguos hasta ahora encontrados son de finales del Neolítico, de la Edad del Cobre, de hace 5.000 años, nos encontramos:

-Asentamiento del Tajo de Cantamudos. Se encontró una estructura de planta circular de 17,5 metros de diámetro rodeado de un muro de piedra de 1,5 metros de espesor. Se encontraron restos de cerámica.

-Asentamiento del Cerrillo de la Gobernadora. Se piensa que fue un asentamiento temporal. Se encontraron fragmentos de cerámica (platos, ollas).

-Cerrillo de la Hoya Cuenca. Se encontró un taller de fabricación de brazaletes en filitas, hojas de sílex, un hacha pulimentada de mármol blanco y diversos trozos de cerámica.

Después hay un vacío en el tiempo, hasta llegar a los romanos (siglo I d. C.), se encontró un fragmento de cerámica Terra Sigillata Hispánica en El Llano que, posiblemente por ella pasaba una cañada real que comunicaba los pastos del Campo de Dalías con Sierra Nevada. De la misma época es también el camino romano que al pasar por Peñarrodada ascendía a la Sierra de Cintas por el Cortijuelo y atravesaba El Llano.

De época muy posterior es el aljibe del Llano (siglo XVI-XVII), se llenaba con la lluvia y era para el ganado.

En 1556 vivían en Benínar veinte familias moriscas, se cultivaban 138 marjales de riego, 72 fanegas de secano, 12 de viñas e higueras, 71 de olivos y, se cogía 662 arrobas de hoja de morera con las que se criaban 12 onzas de simiente de seda.

En la rebelión de los moriscos de 1568 tuvo un papel escaso. Se quemó la iglesia y no hubo matanza de cristianos viejos porque no había. El 30 de junio de 1569 el ejército cristiano del Marqués de los Vélez camino de la Alpujarra acampó en el pueblo y lo saqueó al día siguiente.

En 1571, en el informe que hace Juan Rodríguez de Villafuerte Maldonado sobre los lugares de la Taha de Berja dice que "Benínar es un lugar de 20 casas en dos barrios, a dos leguas y media de la mar. Pasa por medio un río por el que se riega. No vivía en el lugar cristiano viejo. Tenía una iglesia que estaba quemada y un aljibe. No tenía molino de aceite ni horno. De impuestos pagaba 6688 maravedis de farda, 16640 de alcabala y 30000 de diezmo". En 1574 deja de pertenecer a la Taha de Berja y se añade a la de Darrícal.

Expulsados los moriscos, la repoblación se hizo con habitantes de tierras muy diversas:

Bartolomé Marquez, natural de Almonaster. Diego de Vitoria, natural de Navarra. Andrés Martín, natural de Almagro. Juan Rodríguez, natural de Otero. Juan López, de Baza. Alonso de Coholado, de Orán. Antón Sardo, de Cerdeña. Alonso Merino, de Écija. Martín Rodríguez, de Otero. Pedro de Hoces, de Sevilla. Juan de Baza que vino en lugar del valenciano Ginés Gambau.

Benínar tiene clima Mediterráneo, con temperaturas medias suaves, veranos calurosos e inviernos algo frescos. La presencia de la nieve no es habitual en Benínar, pero en cambio se observa desde el pueblo la que cae abundantemente en Sierra Nevada. La precipitación media oscila entre 300 y 400 mm de agua, aunque se alternan años muy secos con otros más lluviosos. También se caracteriza porque a veces se producen lluvias torrenciales que provocan riadas. La última riada de 1973 arrasó toda la vega de Benínar, y en la localidad cercana de La Rábita (Granada), junto a la rambla de Albuñol, provocó numerosos muertos.

No se dispone de información anterior a la rebelión de los moriscos. A partir de esta fecha, hasta el último censo realizado antes de la desaparición del pueblo, es la que se muestra en la tabla siguiente

Los tres primeros datos son referidos a vecinos (cabezas de familia), calculándose los habitantes aproximados tan solo multiplicando por cuatro. Los datos tabulados generan la siguiente gráfica:


Se aprecia que tras unos principios inciertos, Benínar sufre un crecimiento explosivo durante los siglos XVIII y XIX, alcanzando una población relativamente numerosa superior a los 1000 habitantes. Pero ya en el ocaso del siglo XIX y en los albores del XX se inicia el hundimiento de su población que finaliza con el éxodo masivo debido a la construcción del pantano.

Estas fiestas se celebran todos los años los días 15 y 16 de agosto. Aunque el pueblo no existe, los benineros siguen reuniéndose en estas fechas en las proximidades del pantano para homenajear a sus patronos. Las fiestas las organizan un grupo de personas, llamadas mayordomos, y que se nombran anualmente por los mayordomos salientes.

Durante las fiestas patronales, era tradicional realizar una representación de moros y cristianos. Las Relaciones de Moros y Cristianos de Benínar recuerdan la rebelión de los moriscos, acaecida entre 1568 y 1570. Los personajes de esta representación son por el bando cristiano el Marqués de los Vélez, el capitán Herrera, el capitán Gualterio, el capitán Mora y el capitán León. Por el bando moro el personaje principal es Abén Humeya, acompañado por El Astrólogo y Abén Zaguer. Entre ambos bandos intervienen El Demonio y El Ángel.

La representación se realiza en dos partes, una por la mañana del día 16 y otra por la tarde del mismo día. Por la mañana ganan los moros y por la tarde ganan los cristianos, aunque finalmente ambos bandos terminan sus luchas abrazándose y reconociéndose mutuamente.

En 2009 la Asociación Plaza de Benínar ha recuperado el texto que se transmitía de padres a hijos y lo ha publicado en forma de libro gracias a la colaboración del Instituto de Estudios Almerienses, bajo el título "Relaciones de Moros y Cristianos de Benínar". El citado libro incluye algunos estudios relacionados con el marco histórico, sociológico y literario, así como con aportaciones de vivencias. La versión publicada es la actual y tiene aportaciones del poeta Bernardo Martín del Rey a finales de la década de los 50 del siglo XX.

En 2011 se ha publicado también la versión original de las Relaciones de Moros y Cristianos de Benínar datada en 1860. Esta primera versión fue escrita por la prolífica escritora Enriqueta Lozano de Vílchez mediante encargo para celebrar la victoria de las tropas españolas en la denominada "Guerra de África" (1959-1960) y además revitalizar las antiguas fiestas de moros y cristianos prohibidas por Carlos III. Parece que este texto es la base de otros muchos textos de moros y cristianos de varias localidades de la Alpujarra y otras localidades de las provincias de Granada y Almería.[2]

La agricultura en Benínar fue de vital importancia para el desarrollo económico-social de las gentes que lo habitaron. Las crisis producidas en el campo repercutían rápidamente de forma fatal sobre las actividades diarias del pueblo. La historia demuestra que en las distintas ocasiones que la agricultura estuvo en decadencia o hubo alguna crisis en el sector, se produjo mucha emigración hacia las Américas o hacia Barcelona.

La agricultura en Benínar fue la base principal de la alimentación humana.

En Benínar había una estructura suelta y de espesor variable, según el paraje y los distintos procesos físico-químicos y biológicos que lo habían hecho apto para el desarrollo de las plantas. El suelo agrícola es la parte del terreno removida por los distintos aparatos de labranza y es el almacén de parte de los alimentos. Su color es generalmente del color del horizonte, o de la mezcla de los distintos horizontes (Según el lodo arrastrado de los montes). El agua fue de vital importancia en la formación del suelo, los arrastres del Río Verde, de la Rambla de Murtas, Turón, Rambla Carlanca, y de Abarcar, contribuyeron a ello. La construcción de pequeños pantanos y las aguas turbias rellenaron la Vega de Benínar.

Hay que destacar la gran importancia del riego en la Vega de Benínar, mediante conducciones de piedra y barro obtenido de los mismos arrastres. Las acequias más importantes en Benínar fueron la Acequia Real o Acequia de la Vega, que tenía un recorrido de unos cinco kilómetros y cuya presa la tenía en el Molino de la Torrecilla, cerca del pueblo de Darrícal, con una derivación a su paso por Las Quintillas, y el Molino de Perejil. Regaba el Pago de las Luisas, siendo utilizado como fuerza motriz del molino.

La Acequia del Colón: tenía su presa en la Fuente Loro, y regaba el Pago del Colón que llegaba hasta la Cuesta de la Vigueta.

La Acequia del Molino del Puente, y del Pago del Lugar, que tenía su presa en Las Majadillas y recorría un trozo bajo galería. En un accidente, hizo morir al dueño del molino en 1936, el 7 de julio. Siguiendo su recorrido por el molino, llegaba a regar la Vega del Lugar alrededor del pueblo, El Barranquillo y parte baja de Las Cebadillas.

La Acequia de los Arenales, que tenía su presa frente al Barranco el Capitán y regaba la última vega que se formó en Benínar, todas en el lado izquierdo del río.

La Acequia del Molino Hondero, que se encontraba en los Tajos del Cejor, regaba una pequeña vega, aguas abajo.

Por el lado derecho se encontraba la Acequia del Rincón Interior con poco recorrido, y la Acequia del Rincón de Abajo, que regaba el mismo, y el Haza del Limón hasta llegar al Molino las Tres Piedras, para coger la Acequia del Pago La Rambla que llegaba hasta la Fuentecilla de la Virgen.

Por último, la Acequia de La Mecila regaba dicha vega y daba agua al Molino de la Mecila.

El hortelano de Benínar, por su experiencia, sabía la forma en que cada parata, o cada bancal, se tenía que regar, más que nada por las condiciones del suelo: Arcillosos , arenosos, limazo, etc. Por ello se hacía a manta, en caballones horizontales, en espiga, siempre teniendo en cuenta el cultivo que había plantado.

En Benínar los abonos químicos no tenían gran importancia. Sólo se utilizaban en sementeras, y como complemento de alguna deficiencia. Los más utilizados eran el sulfato amónico, los fosfatos y la potasa. Todo debido a la gran producción de estiércoles de origen animal.

Los abonos orgánicos son cualquier sustancia de origen orgánico (animal o vegetal) que aumente la fertilidad, como el estiércol y restos vegetales. En Benínar, el estiércol procedía de las cuadras. Variaba según la especie de animal que se orinaba en el corral y en la especie de alimentos que éste comía. También se aprovechaba mediante el laboreo los restos vegetales: así cuando se iban a arrancar las habas, de alto contenido en nitrógeno, se enterraban y servían para la siembra del maíz.

El laboreo (labrar) se realizaba para mullir, airear, facilitar la penetración del agua, profundizar el espesor del suelo, ponerlo a disposición de las plantas y procurar su mejor desarrollo. En tiempos muy antiguos, en Benínar, se hacían las labores a brazo, mediante azada, alcanzando una profundidad de unos 20 a 25cm. Para cultivar una hectárea hacían falta unas 60 jornadas de una persona experimentada. Estas cavas casi siempre se hacían en paratas, y en zonas donde se iban a plantar huertos familiares. En bancales de gran extensión se hacía mediante yuntas, y los artilugios: ubio, timón, el arado de palo usado especialmente en secano, o la vertedera en tierras de vega, guiadas por una mancera. Para hacer el laboreo perfecto se regaba a manto en la vega, y después de unas lluvias en el secano.

La tierra tenía que estar en perfectas condiciones para proceder a su labranza. Ésta se determinaba por medio de una azada clavándola en la tierra. Si la tierra estaba dura, se decía que se "había pasado el jugo"; si la azada sacaba tierra pegada que "estaba pesada". En el término medio estaba su punto.

La labor se hacía con tiempo normal, ya que con el tiempo lluvioso perjudicaba el proceso. La labor en primavera era la mejor; se hacía cada vez que se sembraba.

La siembra se hacía "a voleo", antes de la labranza, cuando se trataba de la siembra de trigo, cebada o maíz.

El mayor temor de los hortelanos de Benínar, era el granizo, y más aún, cuando las plantas estaban completamente desarrolladas: no había tiempo para su recuperación. Las lluvias casi siempre eran beneficiosas, salvo cuando las cosechas estaban en gavillas o en la era para su trilla.

Los sabios hortelanos de Benínar sabían de lo importante de la alternancia o rotación de las plantas y de la mejora en el rendimiento de las mismas, debido al cansancio de las plantas y de la intoxicación de los humores que las raíces dejan en la tierra cuando está saturada, que provoca la desgana de las plantas. Por ello se recurría al método de rotación. Cada planta tiene unas exigencias de cultivo propias para su máxima producción. Los distintos abonados y laboredos más o menos profundos contribuyen a ello.

Tenían en la agricultura de Benínar una gran importancia. El trigo, la cebada y el maíz, aseguraban la alimentación humana, y animal de todo el año. Entre los años 1939 al 1956 hubo numerosas plantaciones de maíz, dada la escasez de alimentos de la postguerra, ya que el maíz es de un ciclo corto: ciento cinco días desde su siembra hasta la recolección. El cabo o la espiga servía para alimento de las bestias; la caña para picarla de cama en el corral; las zocas para la lumbre, dada la escasez de leña en aquella época (igualmente que el pabilo); la farfolla para relleno del colchón, por la escasez de lana. La siembra se hacía bien a golpe, o mediante surcos; luego se entresacaban las matas de exceso, y se aporcaban. Los granos de maíz podían ser de distintos colores. Las distancias entre plantas debía ser de 35 a 45cm. Su siembra se hacía en primavera.

Las más importantes eran las habas, por su utilidad en toda clase de alimentación, humana y animal. Después de su recolección se enterraban para fortalecer el suelo, gracias a su contenido en nitrógeno. Se ponían también yeros y lentejas pero en muy pequeñas cantidades, sólo para uso familiar.

De poca importancia solo existían varios árboles de esta especie.

Las judías se sembraban como complemento a otras hortalizas. Al final de la recolección se secaba el fruto que quedaba.

En pequeñas cantidades para uso doméstico.

La patata era de gran importancia, junto con el maíz. Introducida en España en el siglo XVI, su siembra en Benínar dio fin a "la hambre". Su riqueza en almidones la hacen merecedora de importancia, y por su cantidad de usos variados.

De poca importancia, aunque por el 1850, se descubrió como importante por su alto contenido en azúcar.

En Benínar por los años 1960 se plantó algodón, pero con muy poco éxito. Plantas de las que se pueden extraer fibras textiles:

Algodón, coco, kapok (las fibras se extraen del fruto)

Lino, yute, cáñamo, ramio (las fibras se extraen del tallo)

Sisal, formio, abacá, esparto (las fibras se extraen de las hojas)

Luego también tenes las fibras artificiales, las cuales tienen materia prima vegetal, pero están manufacturadas por el hombre, como por ejemplo, el rayón.

De gran utilidad y gran aporte en mano de obra.

Una de las plantas importantes por su estilo, su olor, su belleza. Eran puestas en casi todos los huertos de los alrededores de las casas de Benínar.

La hortaliza era merecedora de calificarla de gran importancia, para su consumo diario, familiar y de recursos. Los huertos de verano fueron fuente de ingresos: Ajos, cebollas, cardos, lechugas, coles, berenjenas, pimientos, tomates, melón. Se transportaban a las plazas de Berja, Dalías, Adra, Turón, y Murtas.

El olivo: en Benínar hubo un olivo llamado el "Olivo de la Campana", el más alto del pueblo. Las plantaciones en Benínar se hacían en paratas, orillones y ramblizos donde había menos humedad, y en tierras pedrajosas. Las cantidades de fanegas que aportaban era según el volumen de los olivos y el medio de crianza, aunque normalmente la producción oscilaba entre 18 y 25 fanegas por hectárea. De vital importancia era la tala de las ramas verticales: la máxima productividad sse da en las ramas horizontales. Su tala era precisa para que la producción fuera todos los años.

El albaricoque y el ciruelo eran de escasa importancia, sólo para uso familiar.

Manzano, peral y membrillo, de escasa importancia, sólo para uso familiar.

La higuera de Benínar fue famosa y recorrió los mercados de la zona. Se decía "Benínar y con brevas". También había algunos nísperos.

La naranja fue transcendental en la agricultura de Benínar. En las grandes hazas de la vega sus plantaciones fueron de naranjos.

No fueron relevantes.

De gran importancia en el siglo XIX y principios del XX. Tras la guerra civil la uva decayó para resurgir con fuerza en la década de los 50 y 60. Se cultivaba principalmente para exportación y vulgarmente se denominaba "uva del barco".



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