Apocatástasis (del griego αποκαθιστώ -pronunciado apokacistó-: poner una cosa en su puesto primitivo, restaurar), es un concepto especialmente utilizado por Orígenes, y que según él, significa que en el fin de los tiempos, todos, pecadores y no pecadores, volverán a ser uno con Dios. Esta interpretación trae aparejada una serie de dificultades doctrinales.
La palabra apocatástasis aparece una sola vez en el Nuevo Testamento y concretamente en Hechos 3,20 ss.:
Dicha perícopa pertenece al sermón de San Pedro a los judíos en el que se acentúa la esperanza mesiánica de una nueva creación; todas las cosas serán renovadas y reinará un orden perfecto y definitivo conforme al plan de Dios.
De lo anterior, deriva el problema doctrinario de pretender probar por dicho texto el retorno definitivo de todos los pecadores, incluido Satanás, a la armonía de su primer principio, Dios; máxime, cuando el castigo definitivo de los malos queda expreso repetidamente en el mismo Nuevo Testamento. Existen textos en San Pablo, sobre todo al tratar de la eficacia salvífica universal de Cristo, que confirman el sentido opuesto a la interpretación de la apocatástasis; en ellos, más que un retorno definitivo de todos los pecadores, se enseña la finalidad última a la que se dirige la obra divina de salvación. En definitiva, aunque todos serán vivificados en Cristo, pocos son los que se salvan.
La apocatástasis recibió una explicación en Orígenes no aceptada por la ortodoxia, puesto que según la Iglesia, "se dejó llevar en su obra de un equivocado sentido de la armonía, oscureciendo la realidad de la libertad".[cita requerida] Es propio de la bondad de Dios -dice Orígenes- el que se manifieste por la creación y de su inmutabilidad el que cree desde la eternidad. El mundo de los espíritus, entre los que hay que incluir las almas de los hombres, es la primera manifestación o comunicación del Padre llevada a cabo a través del Logos. Todos fueron creados ab aeterno y todos igualmente perfectos; y como la bondad no les pertenece por naturaleza, tendrán que decidirse a ella mediante el recto uso de su libertad. El abuso de la misma tuvo como resultado la creación del mundo sensible; en él se encuentran como en lugar de purificación mientras están como presos en cuerpos materiales. Esto no obstante, llegará el día en que todos los espíritus vengan de nuevo a Dios y, aunque tengan que sufrir un fuego purificador, finalmente todos serán salvos y glorificados.
En lo expuesto hasta el momento Orígenes ha sentado dos principios:
En efecto, si Dios ha sido el principio, solamente Él puede ser el fin, «pues siempre fue semejante el fin a los comienzos»;demonio de una parte y Dios de otra haya desaparecido totalmente. Todos los espíritus, creados libres por Dios, conservarán eternamente su libertad y podrán siempre elegir entre el bien y el mal: los demonios convertirse en ángeles, y viceversa, mientras que los hombres se convertirán en ángeles o demonios a no ser que hayan merecido seguir siendo hombres. No obstante, dicha evolución conocerá su término dado que la redención operada por Cristo tuvo por finalidad la restauración de todas las cosas; sin duda alguna, esta redención hace sentir paulatinamente su eficacia hasta el punto en que nadie será salvado contra su voluntad. El mal no puede prevalecer con el dominio del mundo; si Dios lo permitió fue con vistas al bien; por tanto, las mismas penas de los demonios y condenados en el infierno no tienen otra finalidad que servir de enseñanza y de medicina. Así, pues -continúa Orígenes-, llegará un día en que todos los seres inteligentes, incluidos Satanás y ángeles rebeldes, entrarán de nuevo en la amistad de Dios y Él «será todo en todos». Entonces todo lo no espiritual volverá a la nada y la unidad originaria de Dios y de toda criatura espiritual será restaurada. Así, las conclusiones que se pueden desprender de la doctrina de Orígenes son:
y se podrá decir que el mundo habrá alcanzado su finalidad en el momento en que la connatural resistencia entre la muerte y elLa doctrina de Orígenes suscitó reacciones fuertes, aunque influyó en diversos autores antiguos que la recogieron si bien matizándola; así San Gregorio de Nisa, Dídimo el Ciego, Evagrio Póntico, Diodoro de Tarso o de Sicilia y Teodoro de Mopsuestia. Posteriormente, y con acentos panteístas, reaparece en Escoto Erígena y Schleiermacher. Fue condenada por la Iglesia en los siguientes documentos:
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