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Amateurismo marrón



En el ámbito deportivo, se denomina amateurismo marrón, profesionalismo encubierto o profesionalismo marrón a la práctica ilícita que consiste en, de manera subrepticia, retribuir económicamente a una persona por practicar un deporte representando a un club, federación, organización deportiva, país, entidad subnacional o de cualquier otra subdivisión geográfico-política, para que los represente en justas o competiciones en donde, reglamentariamente, solo están habilitados para participar los aficionados o amateurs, estando completamente vedados los deportistas profesionales.

Esta práctica fue muy habitual en los períodos inmediatamente anteriores al establecimiento formal de ligas profesionales en países de todo el mundo, siendo el principal antecedente y el desencadenante del establecimiento de normativas que regularizaron el deporte profesional. También tuvo una destacada importancia durante la existencia de la Unión Soviética y su bloque de países satélites.

La expresión amateurismo marrón es utilizada tanto por autores franceses[1]​ como los que escriben en idioma español.[2]​ Si bien no es posible con certeza precisar su origen, se cree que derivaría de las palabras en francés marron que significa ‘clandestino’ o marronnage que se traduce como ‘intrusismo profesional’, tal vez señalando que describe una operación poco clara o sucia.[3]

Durante el siglo XIX, al comenzar lentamente a difundirse la práctica de algunas disciplinas deportivas, sus inicios eran no profesionales, en razón del sentido ético que se pretendía con la difusión del deporte, que sería popularizado mediante los principios del barón Pierre Fredy de Coubertin, pedagogo e historiador francés, fundador de los Juegos olímpicos de la era moderna.[4]​ Este trató de aislar a la utilización del dinero en el deporte en favor del «espectáculo deportivo» amateur. Las primeras federaciones deportivas internacionales concordarían con el credo del Comité Olímpico Internacional, que protege la pureza de la competición amateur sobre la competencia profesionalizada. Por ejemplo, la Federación Internacional de Atletismo Amateur, creada en 1912, estableció en su Constitución el principio del amateurismo (en 1982 abandonaría el concepto tradicional del amateurismo al revalorizar los elevados costos en recursos y tiempo que demanda el formar y mantener a un deportista de élite). La oposición al profesionalismo partía de la creencia de que solo el amateurismo representa fielmente el espíritu deportivo, siendo la construcción colectiva altruista por antonomasia, y que hacerlo a cambio de dinero distorsiona los objetivos y convocaba a otros intereses, privilegiando los intereses económicos al conformar una construcción colectiva “egoísta”.[5]

Como muchos de los orígenes de los deportes modernos anidaron en las clases más privilegiadas de la población o en sus instituciones educativas, la relación entre deporte y amateurismo fue sencilla al comienzo. Un hecho conspiraría para generar las condiciones para el nacimiento del amateurismo marrón: la masificación del deporte en las clases sociales media y baja, lo que se tradujo en una participación creciente de deportistas de esos orígenes, y el consiguiente flujo económico que representó esta popularización.

El exitismo demandante del público, que acudía a los estadios cada vez en mayor número, presionaba para que los dirigentes de los clubes intentasen seducir y retener a los mejores jugadores, y si estos eran de condición más humilde, procurar su permanencia en la entidad. La primera decisión fue eximirlos de erogar las cuotas sociales. Posteriormente se les proveyó de indumentaria no deportiva. Cuando esto empezó a ser poco, se recurrió a proposiciones más sustanciales, como es el caso de tentadoras ofertas de empleo. Las decisiones anteriores eran el prolegómeno hacia la profesionalización plena de la manera tradicional, último pasó que se dio con los ofrecimientos de dinero, el cual, ante las exigencias de los deportistas estrellas, representó abultadas cifras.[6]

El problema es que las ligas aún continuaban aglutinando clubes amateurs, coartando la posibilidad de jugar a las personas que obtenían una remuneración económica por practicar un deporte, siendo solo aptas las que se dedican a la disciplina deportiva de manera amateur, es decir, obtenían su sustento de otras profesiones. La necesidad del pago de salarios y la imposibilidad formal que, por reglamento, esto pudiera ser viable, dieron las condiciones para que se desarrollara la práctica del amateurismo marrón.

Durante muchos años este hecho fue un secreto a voces pues no se lo reconocía explícitamente, por el contrario, se expresaba formalmente un total amateurismo, por temor a las consecuencias legales y reglamentarias que traería aparejado el hacerlo público. Además, los clubes aprovechaban la aparente inexistencia de los contratos laborales para evitar desembolsar el dinero de la seguridad social, que de otro modo deberían haber efectuado.[7][8]

En muchos casos, este estado de cosas desembocó en la escisión de las entidades, formándose una liga profesional con los clubes que decidían terminar con la anómala situación y blanquear su profesionalismo, quedando en la primitiva los clubes que aún se reconocían como amateurs (aunque sea solo en apariencias). Generalmente estas últimas organizaciones terminaron siendo absorbidas por las que reunían a los clubes profesionales.

Mayormente a lo largo del siglo XX, este proceso ocurrió en casi todo el mundo y en todos los deportes más convocantes, aunque se produjo en épocas distintas. Por ejemplo, el fútbol comenzó a hacerse profesional en la isla de Gran Bretaña ya en el siglo XIX, mientras que en gran parte del mundo recién ocurrió durante las décadas de 1920 y 1930.[9][10]​ En otros deportes se dio más tardíamente, por ejemplo en el rugby.[11]

La frontera entre lo qué es y no es amateurismo marrón en ocasiones suele ser tenue, lo que genera conflictos en la legislación de un país (en la cual determinada situación es categorizada como retribución económica) y la de la asociación deportiva particular, la que puede ser más laxa. Generalmente se excluye la entrega de dinero como compensación de gastos, el que se otorga para equilibrar el desfasaje económico que al jugador le representa el desempeñarse solo como aficionado, o para contrarrestar el lucro cesante en su respectivo puesto de trabajo que se produce al tener que abandonarlo por el período de tiempo dedicado a un torneo deportivo extraordinario. Ejemplos fronterizos son las remuneraciones muy pequeñas para jugadores de divisiones inferiores o premios pecuniarios casi insignificantes como recompensa por partidos ganados.[12][13]

Un rol importante para acabar con el amateurismo marrón fue la presión que ejercieron los presidentes de las organizaciones deportivas de algunos países (como el Reino Unido) sobre los dirigentes de federaciones internacionales. Es que si para competir en un campeonato internacional una asociación formaba selecciones compuestas solo por amateurs, prescindiendo de sus profesionales para cumplir con las exigencias del reglamento, pero otra alineaba una integrada por jugadores que vivían del amateurismo marrón, esta última tenía una indisimulable ventaja deportiva. Esto comprometía la limpieza del torneo y el prestigio de los campeones quedaba en entredicho. De allí que finalmente el problema se resolvió parcialmente al crear competiciones para selecciones genuinamente absolutas manteniendo a otras para que solo puedan competir amateurs. Un ejemplo de esto ocurrió con el fútbol. Cuando el amateurismo marrón contaminó seriamente el certamen correspondiente a los Juegos olímpicos, forzó a la creación de un campeonato del mundo sin restricciones, abierto a todos los jugadores: la Copa Mundial de Fútbol.[14]

El amateurismo marrón se ha combatido de manera dispar según los deportes y las épocas. Frecuentemente se castigaba algunos deportistas para que la acción sirviese como ejemplo. El caso más conocido de un atleta condenado por amateurismo marrón fue el del francés Jules Ladoumègue, descalificado de por vida por la Federación francesa.[15]​ Un caso relacionado, si bien distinto al amateurismo marrón y claramente ligado con el racismo, es el del atleta estadounidense (de ascendencia indígena americana) Jim Thorpe, un versátil deportista el cual, poco después de ganar dos medallas de oro olímpicas en los Juegos de Estocolmo de 1912, fue descalificado de por vida y obligado a devolver sus medallas tras descubrirse que había cobrado por jugar dos temporadas en ligas menores de béisbol antes de competir en los Juegos Olímpicos, violando de este modo las reglas del estatuto del amateurismo.[16]

Durante la existencia de la Unión Soviética y su bloque de países satélites, estas naciones desarrollaron destacados deportistas individuales o potentes equipos que representaban la expresión de su máximo potencial, los que, si bien eran obligadamente “amateurs”, con ellos se practicaba amateurismo marrón, ya que se los recompensaba con créditos, excepciones, o gozaban de trabajos poco demandantes, lo que les permitía dedicarse casi exclusivamente a la práctica de su especialidad. Estos deportistas se enfrentaban a los genuinamente aficionados, los que representaban a otras naciones, por lo que las diferencias entre ambos eran apreciables.[17][18]​ Se hacía tanto con un objetivo puesto más allá de las fronteras —para utilizar al deporte como propaganda política— así como por motivos de orden interno —para exaltar el nacionalismo—.[19][20][21]

El problema del amateurismo marrón se extendió en gran parte del mundo, en especial en donde se practicaban deportes populares. En las competencias o ligas nacionales, la transición del amateurismo verdadero hacia el profesionalismo pleno y oficial se dio generalmente salpicado por un periodo de amateurismo marrón, lo que provocaba conflictos dentro y fuera de los clubes, ocultamientos, suspicacias, denuncias, escisiones de parte de las federaciones con campeonatos paralelos, etc., lo que llevaba a un estado de cosas que hacía forzoso el reconocimiento formal del juego rentado, legalización que se obtendría mediante reformas estructurales de los estatutos.

En el caso del fútbol, en Argentina se comenzó a hablar del amateurismo marrón en la década de 1910, y se masificó durante la década de 1920. Este deporte había adquirido gran popularidad, por lo que los estadios recibían gran cantidad de público que pagaba por entrar, lográndose obtener recaudaciones muy abultadas cuando se enfrentaban los equipos más populares, consecuencia de la enorme expectativa que se generaba.

Esto suscitaba un importante negocio económico para los clubes, por lo que conformar y retener un plantel poderoso era vital para continuar atrayendo espectadores. Como todavía en esa época el amateurismo aún era regla obligada, las retribuciones a los jugadores se hacían de manera solapada, si bien era por todos conocido e incluso la prensa se hacía eco de los rumores e intentaba sacar a la luz el engaño. Por ejemplo, publicando una entrevista de un periodista a un dirigente:

—«No puedo, esas cosas no se dicen.»
«Pero nómbreme, aunque más no sea, las iniciales.»
—«Si se conforma con eso, anote: Boca paga 100 pesos por domingo a sus jugadores; Racing, 80; River, 75 y San Lorenzo, 70.»
«¿Y ustedes como se arreglan?.»

La "Asociación Amateurs Argentina de Football", nacida con la fusión en el año 1919 de las dos entidades del fútbol argentino, volvió a escindirse en 1931 al crearse la primera liga profesional del fútbol argentino, la "Liga Argentina de Football", la amateur terminaría por languidecer y ser finalmente absorbida por la profesional, cerrando la etapa de amateurismo marrón del fútbol de ese país.

En el caso del fútbol, en Uruguay el amateurismo marrón ya se presentaba por lo menos desde el año 1907. Los principales equipos del país mantenían a planteles de profesionales, a quienes se les erogaba sus salarios de manera oculta, para poder así eludir las normativas que lo impedían.

Los dirigentes sostenían a los jugadores en sus clubes a cambio de dinero, regalos y empleos. Para los más destacados clubes (Nacional y Peñarol) los recursos asignados a esos destinos representaban porciones apreciables de sus presupuestos anuales.[23]​ Los clubes competían entre sí sobre quién lograba dar mayores recompensas a las máximas estrellas, arrebatándoselas al rival. Por ejemplo, en el año 1914 Peñarol había salido hacía poco tiempo de la matriz empresarial, por lo que tenía para ofrecerles a sus estrellas poco dinero, pocos incentivos y pocos empleos, lo que coadyuvó a que otros equipos las capten, como ocurrió con Nacional al lograr el pase de Carlos Scarone.[24]

En el club Peñarol el amateurismo puro finalizó en 1907, año en que comenzaron los pagos a los jugadores mediante el amateurismo marrón. El inicio fue motivado por el reclamo de los futbolistas de que el club les otorgue calzado deportivo, indumentaria y una remuneración de $ 0,50 por cada medio día que insumía la práctica.[25]​ Para mayo de 1914 Peñarol pagaba a cada jugador $ 1 por asistir a las prácticas de la tarde. Como eso era poco comparado con lo que pagaba Nacional, se decidió además darles a cada uno $ 2 luego de cada partido.[25]

El propio presidente de nacional de aquella época —el doctor José María Delgado— reconoció que también su club se conducía mediante el amateurismo marrón:

La polémica pública sobre el profesionalismo oculto finalizaría luego de 2 décadas al producirse su legalización en el año 1932, lo que pondría fin al amateurismo marrón en el fútbol uruguayo.[23]



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