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Alfonso V el Magnánimo



Alfonso V de Aragón (Medina del Campo, 1396Nápoles, 27 de junio de 1458), llamado también el Magnánimo y el Sabio,[2]​ entre 1416 y 1458 fue rey de Aragón, de Valencia, de Mallorca, de Sicilia, de Cerdeña y conde de Barcelona; y entre 1442 y 1458 rey de Nápoles.

Era el hijo primogénito del regente de Castilla Fernando de Antequera y posteriormente rey de Aragón con el nombre de Fernando I, y de la condesa Leonor de Alburquerque. Pertenecía, por tanto, a la Casa de Aragón[3]​ por ser nieto de Leonor de Aragón (ya que la dignidad real aragonesa podía transmitirse por línea femenina)[4]​ y al linaje Trastámara por ser nieto de Juan I de Castilla.

El 28 de junio de 1412 se convierte en heredero al trono de la Corona de Aragón cuando su padre fue proclamado rey tras el llamado Compromiso de Caspe y tres años más tarde, el 12 de junio de 1415, en la catedral de Valencia, contrae matrimonio con su prima la infanta María hija de Enrique III de Castilla y de Catalina de Lancáster.

El 2 de abril de 1416, tras el fallecimiento de su padre le sucede como rey de Aragón y de los demás reinos de los que era titular.[2]

En las Cortes de 1419 tendrá un enfrentamiento cuando la nobleza catalana formó una liga de barones, villas y ciudades reclamando a Alfonso V que redujera el elevado número de miembros de la nobleza castellana elegidos para cargos de gobierno, lo que hizo que el monarca redujera y reorganizara la Casa Real.

En 1448, Alfonso V dicta desde Nápoles, donde había instalado la corte, una provisión que permitía a los payeses reunirse en un sindicato para tratar la supresión de los malos usos. Los propietarios de las tierras se oponen a la medida y la hacen fracasar. El tema volverá sin embargo en 1455 cuando Alfonso dicta la conocida como “Sentencia interlocutoria” en la que suspende las servidumbres y los malos usos, medida que en 1462, ya reinando Juan II de Aragón provocará la primera guerra remensa.

Juan II ocupaba el trono castellano desde 1406 tras la muerte de su padre Enrique III, quien en su testamento y debido a que al acceder al trono Juan sólo contaba con poco más de un año de edad, había dispuesto que la regencia del reino la desempeñaran su viuda Catalina de Lancaster y el infante Fernando de Trastámara.

Al ser coronado Fernando rey de Aragón en el Compromiso de Caspe (1412), dejó a sus hijos, los infantes de Aragón Juan II de Navarra y Enrique, como sus lugartenientes en Castilla para defender sus intereses.

En 1419, Juan II de Castilla alcanza la mayoría de edad y pretende librarse de la influencia de los Infantes. Tras el golpe de Tordesillas y el fracasado cerco del castillo de La Puebla de Montalbán a finales de 1420, delega todo el poder en el nuevo Condestable de Castilla Álvaro de Luna, lo que dará lugar a una larga e intermitente guerra civil entre dos bandos: el primero formado por don Álvaro y la pequeña nobleza, y el segundo formado por los infantes de Aragón y la alta nobleza, apoyados por Alfonso V desde Aragón.

Sin embargo, el enfrentamiento que surge entre los propios infantes por el poder provoca que la influencia aragonesa en Castilla corra peligro, por lo que Alfonso V, que se encontraba en Nápoles, decide retornar a la Península. En 1425 tras acusar a Álvaro de Luna de usurpador del gobierno, logra reconciliar a sus hermanos los infantes y, aunque consigue en un primer momento, 1427, que el Condestable de Castilla sea desterrado a Cuéllar, no pudo evitar su retorno vencedor al año siguiente.

Alfonso V, entre 1429 y 1430, se enzarza en una guerra contra su primo Juan II de Castilla y la política del valido Álvaro de Luna para apoyar a sus hermanos los infantes pero, cuando ambos bandos se encontraban, cerca de Jadraque, frente a frente para entablar batalla, la intervención personal de la reina castellana María de Aragón, hermana de Alfonso V, la evitó.

En 1432 Alfonso retorna a Italia y, en 1436, se firma la paz con Castilla mediante un tratado en el que los infantes abandonaban el reino castellano a cambio de percibir rentas anuales.

Benedicto XIII había investido a Fernando I de Aragón rey de Sicilia en 1412 y este había nombrado a su hijo Juan como lugarteniente general de la isla. Al fallecer Fernando I, los sicilianos intentaron que su trono fuera ocupado por Juan, por lo que la primera medida de política exterior que tomó Alfonso V fue acabar con esas ansias independentistas. Reclamó la presencia de su hermano Juan en la corte y lo envió junto a su otro hermano, Enrique, para que le ayudara en la lucha que mantenía por hacerse con el poder en Castilla.

Desactivado el peligro independentista siciliano, el siguiente objetivo de Alfonso fue la isla de Cerdeña, territorio sobre el que la corona aragonesa reivindicaba su soberanía desde que en 1297 el papa Bonifacio VIII concedió la isla en feudo a Jaime II de Aragón, y que a la sazón se encontraba inmerso en una rebelión instigada por los genoveses.

Alfonso se dirigió a la isla al frente de una escuadra de 24 galeras que zarpó, en mayo de 1420, desde Los Alfaques con dirección a Alguer con la intención de someter a las ciudades que se habían rebelado. La llegada de la flota hizo que los rebeldes se sometieran sin presentar resistencia alguna.

Desde Cerdeña, Alfonso se dirigió con su escuadra a la isla de Córcega donde logró tomar la ciudad de Calvi y puso sitio a la ciudad de Bonifacio.

Alfonso V abandona el sitio de Bonifacio en 1421 cuando recibe la petición de ayuda de Juana II de Nápoles ante el sitio que estaba sufriendo por parte de las tropas de Luis III de Anjou, mandadas por Muzio Attendolo Sforza. El monarca aragonés acude en ayuda de Juana que en agradecimiento le adopta como hijo y heredero y le nombra duque de Calabria y, tras fijar su residencia en Nápoles, nombra regente de Aragón a su esposa María.

Los sucesivos éxitos militares y políticos de Alfonso V en el escenario mediterráneo levantaron el recelo del duque de Milán Filippo María Visconti quien, aprovechando el enfriamiento de las relaciones entre la reina Juana y Alfonso cuando este hizo detener al primer ministro napolitano y amante de aquella, Giovanni Caracciolo, alentó una revuelta encabezada por Sforza que obligó a Alfonso a refugiarse, el 30 de mayo de 1423, en la fortaleza napolitana de Castel Nuovo hasta que la llegada de una flota aragonesa de 22 galeras le permitió recuperar Nápoles y obligar a Juana a buscar refugio en Aversa y después en Nola donde revocará la adopción de Alfonso y nombrará nuevo heredero a Luis de Anjou.

Tras recibir noticias de la Península acerca de las dificultades que atraviesan sus hermanos en su enfrentamiento con Castilla, y al necesitar refuerzos económicos y militares para continuar con su política de expansión, Alfonso decide dejar Nápoles al mando de su hermano Pedro y, tras destruir el puerto de Marsella en territorio de los Anjou, retorna a sus reinos peninsulares donde permanecerá hasta 1432.

La ausencia de Alfonso en Italia permite al duque de Milán conquistar, en 1423, Gaeta, Procida, Sorrento y Castellammare; y tras poner sitio a Nápoles permitir a Francesco Sforza tomar la ciudad en 1424 obligando a Pedro a buscar refugio en Sicilia.

Alfonso V retorna a Italia en 1432 pero debe posponer la toma de Nápoles debido a la liga militar que, con el apoyo del papa Eugenio IV y del emperador Segismundo, forman Venecia, Florencia y Milán y que le obliga a firmar en 1433 una tregua de diez años con Juana II de Nápoles.[6][7]

La tregua permite a Alfonso fijar su atención en África donde ya, en 1432, había dirigido una expedición militar contra la isla de Yerba. Su interés se reanuda en 1434 con una nueva expedición a Trípoli, sin embargo las muertes de sus rivales napolitanos hace que su atención vuelva a centrarse en Italia.

En efecto, en 1434 fallece Luis III de Anjou por lo que la reina Juana nombra nuevo heredero al trono de Nápoles al hermano de aquel, Renato. Sin embargo, ante la muerte de Juana al año siguiente, el papa Eugenio IV no da su aprobación por lo que Alfonso ve llegado el momento de conquistar Nápoles. Acompañado de sus hermanos Juan, Enrique y Pedro toma la ciudad de Capua y pone sitio a Gaeta en cuyo auxilio acudió una flota genovesa, que derrotará a la aragonesa en la batalla de Ponza que se desarrolla el 4 de agosto de 1435 y en la que fueron hechos prisioneros el propio rey y sus hermanos Juan II de Navarra y Enrique que son entregados al duque de Milán Filippo María Visconti.[2]

En 1436, el duque liberó a Juan de Navarra quien regresa a la Península y sustituye a la esposa de Alfonso V como regente del reino de Aragón, por lo que María quedó únicamente al frente del principado catalán.

Alfonso negocia su libertad y llega a un acuerdo con el duque de Milán por el que ambos firman una alianza que le permitirá volver a conquistar Capua y Gaeta en 1436 y poner sitio a Nápoles, en el que fallecerá su hermano Pedro en 1438. Tras tomar varias ciudades en Calabria, incluyendo a Cosenza y Brisignano, entrará triunfalmente en Nápoles el 23 de febrero de 1443, obteniendo el reconocimiento de Eugenio IV a cambio de que Alfonso le apoyara en su enfrentamiento contra los Sforza

Alfonso no regresaría nunca más a sus reinos de la Corona de Aragón estableciendo su corte en la fortaleza de Castel Nuovo, que mando remodelar al arquitecto mallorquín Guillem Sagrera.

Alfonso V puede considerarse como un genuino príncipe del Renacimiento, ya que desarrolló un importante mecenazgo cultural y literario que le valió el sobrenombre de el Sabio y que convertiría a Nápoles en el foco principal de la entrada del humanismo renacentista en el ámbito de la Corona de Aragón. Protegió a humanistas destacados, como Lorenzo Valla, Giovanni Pontano o Antonio Beccadelli. Fruto de este mecenazgo, fue un círculo de poetas de cancionero cuya obra recoge el Cancionero de Stúñiga.

Su devoción hacia los clásicos fue excepcional. En sus propias palabras dijo: «los libros son, entre mis consejeros, los que más me agradan, porque ni el temor ni la esperanza les impiden decirme lo que debo hacer». Se dice igualmente que Alfonso detenía a su ejército en piadoso respeto ante el lugar de nacimiento de un escritor latino, llevaba a Tito Livio o a César en sus campañas y su panegirista Panormita no consideraba una increíble mentira el decir que el rey fue curado de una enfermedad cuando se le leyeron unas páginas de la biografía de Alejandro Magno escrita por Quinto Curcio Rufo.

Tuvo contactos diplomáticos con el imperio de Etiopía. En 1428, recibió una carta de Yeshaq I de Etiopía, entregada en mano por dos dignatarios, en la cual le proponía una alianza contra los musulmanes, sellada por un doble matrimonio, el del infante Don Pedro con la hija de Yeshaq, a condición de que este llevara a Etiopía a un grupo de menestrales. No está claro si Alfonso respondió a esta carta ni en qué términos, aunque un mensaje enviado al sucesor de Yeshaq, Zara Yagob en 1450, escribía que estaría encantado de enviarlos si se garantizaba su seguridad, ya que en una ocasión anterior toda una partida de trece de sus súbditos habían perecido en el viaje.

Su reinado se acaba con dos nuevas guerras: una contra su primo y cuñado, Juan II de Castilla, entre los años 1445 y 1454, y otra contra Génova que se inició en 1454 y continuó hasta su muerte, ocurrida el 27 de junio de 1458 en el castillo del Ovo (Nápoles).

En 1671 Pedro Antonio de Aragón, virrey de Nápoles obtuvo el permiso para trasladar desde allí los restos de Alfonso el Magnánimo y depositarlos en los Sepulcros Reales del monasterio de Poblet. Se construyó una tumba con gran pedestal junto a los sepulcros reales, en el crucero, en el lado del Evangelio. Sólo queda en la actualidad (año 2007) la base o pedestal restaurado.

En 1408 Alfonso se comprometió con María de Castilla (1401-1458), hija de Enrique III el Doliente, y prima suya. El matrimonio se celebró en la catedral de Valencia el 12 de junio de 1415. No tuvieron descendencia.[2]

De su relación con Giraldona de Carlino, tuvo tres hijos naturales:

En la Corona de Aragón, Sicilia y Cerdeña, le sucedió su hermano Juan. El reino de Nápoles quedó en manos de su hijo bastardo Fernando.[2]



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