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Alejandro Casona



Alejandro Rodríguez Álvarez, conocido como Alejandro Casona, o también «El perdido» (Besullo, Cangas del Narcea, Asturias, 23 de marzo de 1903-Madrid, 17 de septiembre de 1965) fue un dramaturgo y maestro español de la Generación del 27.[1]​ Emparentada con el «teatro poético» surgido del modernismo de Rubén Darío, su producción dramática guarda cierto paralelismo con la de Federico García Lorca, si bien su poética tiene el regusto amargo de la supervivencia.[2]​ En sus propias palabras:

Alejandro Casona nació en Besullo, una aldea montañesa asturiana, nieto de un herrero, hijo de Faustina y Gabino, maestros ambos. Su único juguete en la infancia fue un castaño (la "Castañarona").[4]​ Los traslados constantes de sus padres le llevaron a Villaviciosa y Gijón, donde descubrió el mar y empezó el bachillerato. Su adolescencia y mocedad transcurrieron en Palencia y Murcia. En Murcia, estudió en la Escuela Normal de Magisterio, en la Facultad de Filosofía y Letras y en el Conservatorio de Música y Declamación. También se inició como obrero en una carpintería y, tras una escapada con su amigo Antonio Martínez Ferrer como aprendices de cómicos de la legua, trabajó de actor en la compañía de Josefina Díaz y Manuel Collado.[5]

En 1922 entró en la Escuela de Estudios Superiores de Magisterio de Madrid, y cuatro años después obtuvo el título de Inspector de Primera Enseñanza, ganando plaza en el Valle de Arán (1928), donde llegó a poner en marcha un grupo de teatro infantil con el nombre de El pájaro pinto.[6]​ En octubre de ese año, se casó en San Sebastián con Rosalía Martín Bravo, compañera de estudios en Madrid. El joven matrimonio se instaló en el pueblo de Lés, provincia de Lérida, donde nació, en 1930, su única hija, Marta Isabel, y permanecieron hasta febrero de 1931. En ese periodo, Casona adaptó El crimen de Lord Arturo de Wilde, que fue estrenada en 1929 en Zaragoza por la compañía de Rafael Rivelles y María Fernanda Ladrón de Guevara, y en la que por primera vez aparecía en cartel el seudónimo Alejandro Casona (en honor a la "casona del maestro" de su pueblo natal, Besullo).

Su vocación didáctica, inspirada en el ideario de la Institución Libre de Enseñanza, le valió ser nombrado por Manuel Bartolomé Cossío (presidente del Patronato de las Misiones Pedagógicas creadas durante la Segunda República Española) director, junto con el músico Eduardo Martínez Torner del Teatro ambulante o Coro y Teatro del Pueblo. Este grupo, de 1932 a 1935, recorrió gran parte de la España profunda llevando a escena piezas breves del teatro clásico español. Para este proyecto el propio Casona escribió versiones dramáticas de cuentos y relatos famosos de la literatura española como Sancho Panza en la Ínsula y Entremés del mancebo que casó con mujer brava. También adaptó al teatro obras representativas de la literatura mundial, tanto para adultos como para niños y jóvenes.

En 1932, consiguió el Premio Nacional de Literatura por Flor de leyendas, una colección de lecturas para jóvenes, ilustrada por Rivero Gil. Al año siguiente se le concede el premio Lope de Vega del Ayuntamiento de Madrid. Con tal espaldarazo, consiguió poner en escena por fin una de sus principales creaciones: La sirena varada, pieza antinaturalista, definidora ya de su estilo poético a la par que misterioso ("misterioso a la asturiana", como escribió Max Aub al hablar de él).[7]​ La obra fue estrenada el 17 de marzo de 1934 en el Teatro Español por la compañía de Enrique Borrás y Margarita Xirgu.

Sin embargo, el estallido de la guerra civil española rompió toda expectativa de futuro para Casona. Su compromiso con el gobierno de la República fue firme, pero pronto se dio cuenta de que la guerra iba para largo. Estuvo en un hospital de Madrid montando representaciones para heridos de guerra con el Teatro del Pueblo y dando alguna conferencia sobre teatro en Valencia antes de dejar España en febrero de 1937, con la compañía de Pepita Díaz y Manuel Collado Montes.[8]

Exiliado en un principio en México, tras un éxodo por Costa Rica, Venezuela, Perú, Colombia y Cuba, se estableció finalmente en Buenos Aires, Argentina, en 1939. Fuera de España estrenó el cuerpo central de su obra, en el que Casona desarrolló en profundidad su estilo teatral, movido siempre por lo que en palabras de Genoveva Dieterich podría definirse como «... el conflicto entre la realidad y la fantasía, la evasión a un mundo poético mejor, la búsqueda de la felicidad, la fuerza redentora del amor, la realidad del sueño...».[9]​ De ese periodo son, entre otras: Prohibido suicidarse en primavera, La dama del alba, La barca sin pescador, Los árboles mueren de pie, La tercera palabra o La casa de los siete balcones.

Regresó a España en 1962, donde estrenó con éxito de público y gran alboroto crítico lo mejor de su producción. Aceptado y en cierto modo utilizado por la política aperturista del último franquismo, Casona fue, sin embargo, rechazado por la crítica más joven que lo tildó de trasnochado y conservador. Uno de sus grandes verdugos fue la revista Primer Acto; entre las demoledoras críticas, quizá las más reflexivas fueron las de su director José Monleón, recogidas y revisadas años después en Treinta años de teatro de la derecha (1971).[nota 1]

Discutido por unos y consagrado por otros, Casona puso en escena su última obra, un retrato de Francisco de Quevedo, titulada El caballero de las espuelas de oro en 1964, con una excelente interpretación de José María Rodero. Murió el 17 de septiembre de 1965 en Madrid.



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