Los orígenes de la ética han sido la religión y la filosofía, pero a partir del siglo XIX, con la aparición de la teoría de la evolución por selección natural, comenzó a establecerse una ética evolucionista, que se basa en el proceso de la evolución biológica.
Al interpretarse al proceso de la selección natural como una lucha entre "fuertes y débiles", o lucha por la supervivencia, aparece el darwinismo social, que sirvió a algunos para justificar los abusos propios de la época, especialmente durante la Revolución Industrial. El biólogo Thomas H. Huxley la denomina "teoría gladiatoria de la existencia". Al aceptarse como válida, surgen, además, éticas filosóficas favorables y también desfavorables.
Es oportuno decir que el proceso de la selección natural no implica necesariamente una lucha, y menos aún entre individuos de una misma especie. Así, habiendo dos variedades de una misma especie, una perdura en el tiempo, a través de la descendencia (proceso regido por las leyes de la genética), por adaptarse mejor al medio, sin que deba necesariamente luchar con la que tiende a desaparecer.
Teniendo presente los errores mencionados, podemos hacer un esquema de lo que sería adecuado establecer en nuestro siglo:
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